Ensayo joven de México: Javier Norberto Muñoz Palacios

Presentamos un ensayo de Javier Norberto Muñoz Palacios (Puebla, 1994) entorno a Alfonso Reyes, importantísima figura de la literatura mexicana. Muñoz Palacios es sstudiante de la Licenciatura en Lingüística y Literatura Hispánica en la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). Ganador del 1er lugar en la Categoría de Ensayo en el XVIII Premio Filosofía y Letras 2017 (BUAP) con el trabajo Notas sobre Jorge Ibargüengoitia y Octavio Paz. Cursó el Diplomado en Creación Literaria llevado a cabo en la Escuela de Escritura Puebla (CONACULTA/INBA/IMACP) en el periodo 2014 – 2015.

 

 

 

(Re)visión de Anáhuac

 

Para emitir cualquier crítica literaria es oportuno remitir al texto en cuestión. Con ese objetivo en mente, las convenciones suelen ser o las citas textuales o las paráfrasis. En el presente ensayo apostaré abiertamente a las primeras por una razón: la síntesis alfonsina. Porque es digno de precisarse: Alfonso Reyes lograba a la vez, en unas cuantas líneas, apuntalar recorridos históricos y articular apreciaciones poéticas, sin por ello perder el ritmo de la corriente ensayística. Arte virtuoso, además de concordante con la brevedad que se aprecia en nuestros días, pero que no es ajena a la tradición de la lengua española. Baltasar Gracián lo confiaba dentro de su Oráculo manual y arte de prudencia (1999) para evitar el tedio: “lo bueno, si breve, dos vezes (sic) bueno”.

Si Alfonso Reyes juzgó prudente dividir la mirada en cuatro breves capítulos, realizaré en igual número mi revisita al mismísimo Valle de Anáhuac.

Así, pues, hagamos por no andar a ciegas.

 

 

I

 

Alfonso Reyes ojea (2015, p.306):

De Netzahualcóyotl al segundo Luis de Velasco, y de éste a Porfirio Díaz, parece correr la consigna de secar la tierra. Nuestro siglo nos encontró todavía echando la última palada y abriendo la última zanja. […]. Cuando los creadores del desierto acaban su obra, irrumpe el espanto social.

Alfonso Reyes en las líneas anteriores recapitula la historia mexicana hasta el momento en el que él escribe ―1915―. O mejor dicho, sintetiza su lectura de tal desarrollo —en un ensayo no podría darse de otra manera―.

Observa una misión llevada a cabo por todos los dirigentes habidos y ―aspiremos a que no suceda― por haber del país. Una misión que se entrevé más como un mandamiento: debemos secar la tierra. ¿Para qué? Cada personaje a cargo alegaría motivaciones mínimas o extensas; también cada uno de ellos defendería tal y cual grado y zona de deshidratación. Pero dicha empresa hace aguas por donde se le vea.

Tampoco estoy diciendo que el mandamiento debería de ser el del desbordamiento. Ni siquiera los atlantes lograron sobrevivir a la inundación ―que si no sabrá José Vasconcelos―. Pero reconozcámoslo: sepultar el corazón y la sangre de nuestro terruño, asfixiarlo con toneladas de tierra y concreto, y peor aún pretender olvidar aquellas entrañas lodosas que permanecen debajo de tus pies; hacer todo eso, y esperar un resultado armonioso, es una convicción difícil de sostener. Es más probable que el desenlace se tornara análogo a lo narrado por Edgar Allan Poe en “El corazón delator”.

Las correspondencias entre el relato del oriundo de Boston y este primer fragmento del ensayo del regiomontano son más de una:

  • Si Reyes dispone una lista de gobernantes, lo que emprende, en el fondo, es hablar de todos los mexicanos y de nadie a la vez; Octavio Paz nos susurrará ―a solas como quien arrastra los pies en un laberinto― al respecto: “somos Ninguno”; de manera consonante, Poe también guarda en anonimato a su protagonista.
  • Los mexicanos fingimos que podemos controlar la situación, después de haber marchitado nuestro suelo; el asesino gótico cree imposible que algo salga mal, luego de haber escondido el cadáver debajo del tablado.
  • Ambos textos comparten una obsesión relacionada con la imagen de un ave: el águila devorando una serpiente sobre un nopal ―en el caso del mito fundacional mexica―; el “ojo de buitre” del anciano ―en el caso de la motivación del asesino retratado―.

El delatarse a sí mismo del homicida de Poe y la irrupción de la histeria colectiva en la reflexión alfonsina son disímiles expresiones artísticas, pero les subyace un mismo mecanismo. La diferencia radica en que en el cuento de Edgar Allan Poe se limita a un quiebre intrapersonal, en el cual el asesino pierde el control y grita su delito ante las autoridades presentes. En cambio, en el fragmento del ensayo alfonsino, se sacude una crisis interpersonal, es decir, comunitaria. Sin embargo, ambos operan como un retorno de lo oprimido[1].

 

II

 

Vistazo alfonsino (Reyes, 2015, p.308):

“Esas xés, esas tlés, esas chés que tanto nos alarman escritas, escurren de los labios del indio con una suavidad de aguamiel”.

Guiño el ojo a Reyes mientras emito mi opinión acerca de las líneas anteriores: son las que más condensan su oficio escritural. A la vez que acentúa pronunciaciones, subraya grafías; al mismo tiempo le da cabida a lo hablado y a lo escrito. Profiere fonemas distintivos del náhuatl y manuscribe apatías representativas del español.

No conforme con servirse de la plasticidad misma de las lenguas, revoluciona la idea regalándonos una metáfora que está a pedir de boca y de oído: las articulaciones del indígena fluyen a modo de exhalación de aguamiel. Por faenas de esta envergadura, Octavio Paz dirá ―de nuevo: solitariamente― que Reyes es un “escritor cabal para quien el lenguaje es todo lo que puede ser el lenguaje: sonido y signo, trazo inanimado y magia, organismo de relojería y ser vivo” (2010, p.176).

Otro vistazo alfonsino (Reyes, 2015, p.311):

“Los juguetes de metal y de piedra, raros y monstruosos, sólo compresibles ―siempre― para el pueblo que los fabrica y juega con ellos”.

La perspectiva desde la cual el ensayista nombra los objetos lúdicos es doble. Simultáneamente, no quita el ojo al figurar ser él mismo un extranjero ignorante —al caracterizar los artefactos como contrahechos—, y a la vez entrevé el punto de partida de un análisis histórico. José Ortega y Gasset nos diría al respecto: “el supuesto mínimo de la historia es que el sujeto de quien habla pueda ser entendido. Ahora bien, no se puede entender sino lo que posee alguna dimensión de verdad” (2014, p.98). Los hacedores aztecas, y, por supuesto, los niños que se divierten, saben y viven a través de las certezas de sus cachivaches.

En este punto, A. Reyes practica lo que Ortega y Gasset denomina “la pedagogía de la alusión”[2], porque no se pavonea acometiendo una cansada descripción de los objetos, sino que nos procura una mirilla por la cual empezar a contemplar por uno mismo. Incita, así, soberanamente a reflexionar en materia.

 

 

III

 

Contemplación alfonsina (Reyes, 2015, p.317):

“En los viejos cantares náhoas, las metáforas conservan cierta audacia, cierta aparente incongruencia; acusan una ideación no europea. […] El mundo mismo [al poeta] le aparece como un sensitivo jardín”.

El regiomontano, sirviéndose del poema Ninoyolnonotza¸ dibuja la otra estética de los cantos originarios.

El poeta nahua asume una ligadura escalonada con las flores. Primero, suspira por ellas, y le pregunta a un ave y a una mariposa dónde es que aquéllas yacen. Llegado al jardín, el poeta percibe la armonía que no sólo contienen en sí las flores, sino la que engendran acompasadas con el entorno ecológico. Luego, los animales alados le invitan a recoger cuanta flor desee y las lleve consigo para convidárselas a los suyos. Al final, el poeta confiesa la pesadumbre de haber estado donde las flores, canta el malestar que le produce el que esa experiencia se haya trasformado en sólo un recuerdo.

Las ideas claves, nos dice A. Reyes, son “no hay placer compartido” y “la flor es causa de lágrimas y regocijos” (2015, p.318).  Porque, por un lado, por más que el cantor sienta y consienta la magia de las flores, si no las ofrece a sus semejantes se aminora el regodeo; y por otro lado, así como el contacto con las flores es un momento cúspide perfumado con las ganas del convite social, alejarse ―temporal y espacialmente— de ellas se refrenda como un sinónimo de aflicción íntima.

Entonces, para los líricos mexicas, así como les resulta el tiempo, las flores son área de ciclos, y de aplicación polisémica, con matices distintos a la tradición europea.

 

IV

 

Última (pre)visión alfonsina (Reyes, 2015, p.320):

“Si esa tradición nos fuere ajena, está como quiera en nuestras manos, y sólo nosotros disponemos de ella. No renunciemos —oh Keats— a ningún objeto de belleza, engendrador de eternos goces”.

A la tradición que refiere es la mexicana, por más difusa y entreverada que era en 1915, e, incluso, ahora más, pasados ya más de cien años. Una tradición de principio es histórica. Y como no hay plazo que no se cumpla, ni fecha que no llegue, la historia nos ha alcanzado, aquí nos tiene. Tomemos pues esa tradición ―anexados en ella los veintitantos tomos de las Obras Completas de Alfonso Reyes― y démosle revista a sus páginas.

Alfonso Reyes no se hizo de la vista gorda ni en estos asuntos, ni en variados otros más. Su invitación continua tocándonos: tratemos de reinventarlo todo, si no literalmente, literariamente. No nos queda de otra más que verlo con otros ojos…

 

Puebla, 23 de junio de 2018

 

 

[1] Entendido como aquel “proceso en virtud del cual los elementos reprimidos, al no ser nunca aniquilados por la represión, tienden a reaparecer y lo hacen de un modo deformado, en forma de transacción” (Laplanche, J. & Pontalis, J., 2004, p.388).

[2] José Ortega y Gasset la caracteriza diciendo: “Quien quiera enseñarnos una verdad, que nos sitúe de modo que la descubramos nosotros” (2014, p.26).

 

 

 

Bibliografía:

Baltasar G. (1999). Oráculo manual y arte de prudencia. Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Recuperado en: http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmcxs5p7

Laplanche, J. & Pontalis, J. (2004). Diccionario de psicoanálisis [PDF]. Buenos Aires: Paidós.

Ortega y Gasset, J. (2014). Meditaciones del Quijote, ¿Qué es filosofía?, La rebelión de las masas. Madrid: Gredos.

Paz, O. (2010). El laberinto de la soledad, Postdata, Vuelta a El laberinto de la soledad. México: Fondo de Cultura Económica.

Poe, E. A. (1998). “El corazón delator”. En Cuentos [PDF]. Trad. Cortázar, J. España: Alianza.

Reyes, A. (2015). “Visión de Anáhuac”. En Alfonso Reyes, “un hijo menor de la palabra”. Antología. Sel. Garciadiego, J. México: Fondo de Cultura Económica.

Vasconcelos, J. (2013) La raza cósmica. Misión de la raza iberoamericana. Biblioteca Virtual Universal. Recuperado en http://www.biblioteca.org.ar/libros/1289.pdf

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