Sobre Llegó el fin del mundo a mi barrio de Frank Báez

Presentamos la reseña que Jorge Andrés Gordillo López escribe sobre Llegó el fin del mundo a mi barrio del poeta dominicano Frank Báez (1978) publicado en la Nueva Biblioteca de Poesía Hispánica de Círculo de Poesía a través de su sello Valparaíso México. Jorge Andrés Gordillo López (Ciudad de México, 1993) Estudió la licenciatura en Historia en la Universidad Iberoamericana Ciudad de México. Actualmente cursa la maestría en Teoría Crítica en 17, Instituto de Estudios Críticos donde coordina el área de historia e historiografía.

 

 

 

 

SOBRE LLEGÓ EL FIN DEL MUNDO A MI BARRIO DE FRANK BÁEZ

 

 

Frank Báez,

Llegó el fin del mundo a mi barrio.

México, Círculo de Poesía / Valparaíso México, 2017.

 

 

Lo que las oposiciones del espectáculo ocultan es la unidad de la miseria. Las distintas formas de la misma alienación combaten bajo la máscara de la elección total, debido a que se erigen sobre la ocultación de las contradicciones reales. El espectáculo existe en una forma concentrada o en una forma difusa, de acuerdo con las necesidades del estado peculiar de escasez que él mismo desmiente tanto como mantiene. En ambos casos, sólo se trata de la imagen de una unificación feliz, rodeada de desolación y espanto, en el tranquilo centro de la desgracia.[1]

 

 

I

 

Desconcertados, enfrentados al embiste de las fuerzas que vuelven de nosotros pedazos de carroña, nos arrojamos a cualquier soporte adormecedor. Rendidos, siervos voluntarios, asimilados en torrentes binarias, nos encorvamos hacia el vórtice digital y la separación del mundo real ya en ruinas. Los flujos de imágenes, palabras, ruidos, suceden con tal velocidad que borran toda posibilidad de acontecimiento. Las catástrofes de los holocaustos actuales comparten el mismo gesto insignificante y efímero de ver un video de un cachorro bajando las escaleras. Vivimos en un estado de permanente fuga a máxima velocidad yendo a ningún lugar. Somos los sujetos de la eterna jornada en el gimnasio corriendo en una caminadora. Derrengados. No hay escapatoria. Hemos bloqueado nuestras salidas, las saturamos de estupidez. Movernos es abrirnos paso entre montículos de sobras mientras nos confundimos con ellas. En la era de las novedades devengo en deshecho. Ignorar esta condición es renunciar al nuevo comienzo y pisotear, una vez más, el llamado hacia la vida.

 

 

II

 

Programados en y por los mecanismos de adormecimiento, el ensueño se ha instituido como atmósfera del presente. Nos desliamos en un loop desde una aparente desconexión con lo real mientras disfrutamos de la errancia entre nuestros perfiles. Sin embargo, nuestros recorridos suceden en la mezcla con lo absurdo y lo atroz. Es inevitable: estamos en el hervidero, en medio del cambio hacia otro orden cuyo horizonte no es posible visualizar y cuya angustia nos agita a todos. La otra cara de estos mecanismos nos llega a modo de envíos de fuerzas proporcionales. Estos nos despiertan, nos devuelven a un estado activo pues nos hacen cuestionar nuestro estar aquí. Los libros, extraños soportes de significación, se diseminan a la espera del lector sacudido por su tendencia a la creación, a la búsqueda. No subestimemos el encuentro con un libro, ahí se juega la existencia que nos enlaza con el mundo.

            Venido de dos historias inéditas, de dos lectoras, Andrea Muriel y Paulina León, es como Llegó el fin del mundo a mi barrio a mis manos. Juntas y por separado no cesaron de recomendármelo en diferentes momentos debido a la originalidad del contenido. El libro es una antología de poemas del escritor dominicano Frank Báez (1978)[2] publicado en 2017 por la colección de poesía de Valparaíso. El título del libro me pareció ominoso debido a su precisión. Hablar del fin del mundo hasta hace muy recientemente, en la década de los noventa del siglo pasado, parecía un tema más bien perteneciente al conflicto de los misiles, la Shoah, y el contexto apocalíptico del siglo XVI. Resultado de una combinación inédita de una serie de cambios: el fin del Estado-nación, la instauración del estado de excepción, la expansión cada vez mayor del discurso capitalista, etc., en la actualidad el futuro se configura como una amenaza que hay que traer al presente a partir de su cálculo, mientras que el pasado invade al presente desde las responsabilidades de memoria y la patrimonialización. La antología de Báez puede leerse como las estelas de esta configuración del nuevo orden del tiempo que el historiador francés, François Hartog, ha nombrado como: presentismo[3], en el que el presente y su expansión se vuelve nuestro único horizonte. En este sentido, enunciar el arribo apocalíptico al barrio, es haber sido alterado por su paso y su estancia en esta vorágine de confusión del que quedan, a modo de impresiones existenciales, poemas venidos de asumirse mortal. Leerlos, debido a la brutalidad del presente en el que me encuentro, así como desde el momento en que fueron escritos, exige hacerlo desde la irritación de verme espejeado, asumiéndome parte de este tiempo hostil, que no el único ni el verdadero.

 

 

III

 

La aglutinación de las formas de vida isleña en el Caribe, embestidas por las olas del Atlántico y del deseo de acumulación del capital, muestran, en los poemas de Báez, cómo han dispuesto los cuerpos, prácticas y anhelos de aquellos que compartimos, de un modo u otro, este presente simultáneo en el que las trasnacionales se fusionan con prácticas provenientes de sociedades pre-modernas. Una extraña combinación entre lo que el filósofo ecuatoriano Bolívar Echeverría nombró como la modernidad barroca[4] y la modernidad realista: la primera originada de una pérdida que busca inventar nuevos mundos a modo de continuidad de la vida, la segunda, basada en la acumulación del capital como fin en sí mismo. Una serie de imágenes como la aparición de la Virgen de Altagracia en un cristal delantero de un auto (ver poema 17, p. 31), o bien, un Jesucristo tercermundista (ver poema 10, pp. 9-10), señalan las marcas que la fuerza global ha dejado, en el paso de su expansión, en tradiciones locales situadas al margen. Por ejemplo, el poema 3 (p. 12):

 

 

Todas las navidades recibíamos los regalos

que nos enviaban desde los Estados Unidos.

 

Barbies, carritos a control remoto, nintendos.

Libros, comics, casetes y videos.

 

Para vacaciones nos enviaban zapatos, ropa,

tenis de marca y guantes de pelota.

 

Hasta teníamos los cubrecamas de El hombre araña.

Desde la infancia nuestra vida estuvo subtitulada.

 

Todo era una preparación para cuando emigráramos.

Sentados en las marquesinas, esperábamos.

 

 

Los regalos envíados son discursos que articulan el placer fetiche con la solidificación de un horizonte de poder pertenecer, aunque sea invisibles, a la sociedad que los mantiene en falta. Sin lugar en casa, ni en su destino, situados en un limbo que borra toda significación vital en un sistema de equivalencias, estas formas de vida van más allá de la clase social. Tanto los nómadas venidos de situaciones decadentes en las que no es posible vivir más, tanto los turistas, así como los viajeros élite se encuentran en un estado en el que su singularidad es eliminada y construida en una serie de perfiles e identidades que alimentan, sin cesar, a la dinámica capitalista para su desarrollo sin fin. Subtitulados permanecemos en una experiencia programada del placer.

            El ejercicio hegemónico sobre los cuerpos en la actualidad, basado en la extrema (y, aun así, no total) documentación y control de los sujetos, deviene en una castración del pensamiento. La saturación de una verdad consigo misma, es decir, cuando algo se logra estabilizar sin aparente sospecha ni residuo que muestre su carácter de múltiple significación, las prácticas instituidas en una sociedad corren el peligro de normalizar los acontecimientos más absurdos, incluso, a la muerte industrial y su ejecución en nombre de algún ideal que se haya naturalizado. Repetir información y actuar en consecuencia instaura un estado de reacción en nosotros. La reflexión requiere situarse al margen del tiempo, sus procesos responden a otro ritmo, no obstante, pareciera que estas derivas, a no ser por la sospecha, se tornan cada vez menos posibles. ¿Un síntoma de la caída de las líneas de fuga? Báez, en el poema 2 (p. 11), menciona:

 

La astróloga explica que las pesadillas

son trailers de las cosas que vendrán.

Golpean a tu puerta y al abrir está la stripper

Que ahora es Testigo de Jehová.

 

Acá todo ha perdido su magia.

Aquellos resplandores

que en las noches pensabas

que eran ovnis, resultaron ser drones.

 

¿Cuál podría ser, ante la caída de diferencia, uno de los lugares de la literatura en la actualidad? ¿Y el lugar de la poesía? Báez, en el poema 11 (p. 22), a mi gusto, nos da una pista:

 

Alguien me dijo en un bar que escribiera

un poema sobre el terremoto de Haití

¿Para qué? La historia lo ha probado:

la poesía no puede arrebatarle bebés a la muerte.

Ni un hueso. Ni siquiera un zapato.

 

Si bien la poesía no puede devolvernos las pérdidas, lo que ya no está, sí puede arrojarnos más allá de nosotros mismos, ya sea plegándonos hacia dentro, o a modo de eyección hacia afuera. En este sentido, la poesía nos enfrenta a nuestra propia finitud y a la creación de nuestras resonancias que permanecerán. Por ello, el encuentro entre el lector y el libro, en concreto con un poemario, tiene la potencia de, al momento de la lectura, reventar los estándares del discurso común haciendo un pacto con el silencio. De ahí que el poeta, en la actualidad binaria, sea una figura extraña, cuya compañía entre sus iguales acoge, o bien, lo expulsa hacia su propia errancia.

            A continuación, y a modo de cierre, cito el poema “Después de dos meses sin escribir poesía” (p. 58), que es, creo, uno de los gestos de la poesía en la actualidad: su absurdo en una sociedad dispuesta por el principio de equivalencia.

 

Un día de estos serás un cadáver

y no podrás escribir más poemas

pero mientras tanto siéntate y espera,

escribe y espera y escribe pensando que este es el último poema.

 

Robert Frost cuenta del camino que tomó en un poema,

sabiendo que todos los senderos conducen al mismo bosque

y que en este caso el bosque es una metáfora de la muerte

a la que nos dirigimos como Hansel y Gretel

dejando migas de pan para volver a casa

así los poetas dejan sus poemas

aunque los pájaros se coman las migas de pan

y los editores ya no publiquen poetas.

 

 

Nota: habría que cuestionar a Báez si de verdad son los poetas los que dejan sus poemas, o bien, si son los poemas los que dejan sus poetas, como migas de pan, a la espera de ser devorados.

 

 

 

 

[1] Guy Debord, La sociedad del espectáculo, tr. José Luis Pardo, España, (1967) 2010, Pre-textos, p. 67.

[2] Para revisar parte del archivo de la trayectoria de Báez, véase su blog: https://frankinvita.blogspot.mx/ (citado el 29-05-2018).

[3] François Hartog, Regímenes de historicidad: presentismo y experiencias del tiempo, tr. Norma Durán y Pablo Avilés, México, Universidad Iberoamericana, (2003) 2007.

[4] Bolívar Echeverría, La modernidad de lo barroco, México, Era, (1998) 2013.

 

 

 

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