Presentamos una muestra poética del nuevo libro de Nara Mansur Cao (La Habana, Cuba, 1969), El trajesito rosa, publicado recientemente por la editorial argentina Buenos Aires Poetry. Nara Mansur es poeta, dramaturga y crítica teatral, egresada del Instituto Superior de Arte, en La Habana. Ha obtenido el Premio de la Crítica Literaria de su país en dos ocasiones: como poeta, por su libro Manualidades (2012), también distinguido con el Premio Nacional de Poesía Nicolás Guillén, y como dramaturga, por Desdramatizándome. Cuatro poemas para el teatro (2011), que reúne sus obras Charlotte Corday. Poema dramático, Ignacio & María, Educación sentimental y Venus y el albañil. En Buenos Aires, Nara ha compuesto Charlotte Corday… como espectáculo musical junto a los músicos Marian Dames y Guillermo Esborraz. Sus poemarios son Régimen de afectos (2015); Un ejercicio al aire libre (2004); y Mañana es cuando estoy despierta (2000), todos editados por Letras Cubanas. Y Ediciones sinsentido (100 ejemplares numerados y firmados por el autor), una editorial independiente en La Habana, inauguró su catálago con su texto teatral Chesterfield sofá capitoné en 2016. Obtuvo el Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar en 2013 por su relato “¿Por qué hablamos de amor siempre”, publicado por Letras Cubanas.
Piano preparado
Dentro del instrumento ocurre la bacanal
primera pieza en la que inserto
–entre las cuerdas de la garganta–
pequeños objetos encontrados la noche anterior:
¡mi boca, mi boca!
en un salón con cuatro probadores y un único
espejo de pared a pared;
Entre las cuerdas del vecindario comienzo a sumar
el gusto por la preciosa madera
los biombos, el fileteado en rosa, el honor.
Bacchanale escriben sobre mi puerta los bandidos
y me nombran con una cruz rosa y definitiva;
Dentro de mi boca se oye la melodía del diente enfermo
decidido a contar, a reparar la afrenta:
es la primera pieza para piano preparado, para boca aséptica
en la que inserto la invención rosa, que consiste
en entresueños de objetos
de metal, goma, burletes y tornillos, con tuercas rosa flor
lengua exiliada, rosas en la boca
para modificar el aliento, y más recientemente
el timbre de la voz, la altura de los molares superiores.
Rosa descalza, arrugada, pero reconocible
flor todavía
cuando el cuerpo es un inmenso escaparate
y un único espejo de pared a pared te cuenta lo cuerda que estás
¡oh cuerda de piano preparado!, ¡oh bacanal!;
[…]
Pero esto sólo parcialmente porque la cabeza
continúa sobre los hombres
y los viejos resortes se vuelven esponjosos
y demasiado tibios adentro del instrumento.
Ya no me puede sostener mi nombre a mí.
¡Oh, cuerda! ¡Oh, cruz rosa y definitiva!
United States of America
Usa palabras demasiado sofisticadas, argumentos
memoriosos, infalibles.
Usa depiladora profesional, se deja besar
la barba recién nacida, se acuesta boca abajo.
Usa el tenedor como cuchara de albañil. Usa mis dientes
para zafarse de lo que lo aprisiona, grilletes
aparecidos en una página de El presidio político en Cuba.
Se llama Lino Figueredo,
el hombre niño que nos deja los ojos sin agua potable
cavernosos
y toda la antigua humedad la usa para limpiar
para volver a leer la narración como no narración
el silencio como ruido callado a destiempo
el rocío para lavar la ropa recién comprada.
¡Ay, los encajes! ¡Ay, el cloro!
Usa palabras como testigo ocular, palabras como ojos
palabras como lágrimas.
Usa mis manos para abanicarse
porque hace mucho calor, porque hace mucho frío.
Se toca. Se llama Lino Figueredo
y va a morir en mis brazos.
Usa las palabras sin entenderlas pero le gusta
argumentar, contarle a los otros lo que le pasa
o mis técnicas.
Si no entienden no importa, usa las palabras, usa
los silencios, se corta las patillas, come, patina, me pide
las manos abiertas, la rosa moñuda.
Se toca.
Usa la vida como si estuviera muerto
porque la presencia no basta
la resolución de presencia no basta –me dice– y yo
lo agito, le corto las patillas, le doy vuelta, me lo tomo:
“La resolución de presencia no basta”
me toco / estar viva no basta / me toca / estar vivo no
basta / lo toco.
La depiladora la uso para saber que está ahí
para abrir la ventana – las técnicas –
sin caerme, para cortar a lo lejos los vestidos, las armaduras.
Usa las palabras para nombrar infalibles, deseos, grilletes
ventiladores: cuchara dolida por mi rosa, por la impostura de su mano
porque no entiende si no lo ve, porque no sabe si no lo toco.
El ojo tiene que viajar
Todo eso vuelve como los sueños en los que suspendemos
las pruebas de física, de química, de astronomía… Hay
que contar esos sueños, el turbio negocio de los datos
la mente en blanco, el cero sobre cero de esas horas
solos tú y yo
marcadas al agua esas horas, fileteadas en dorado y rosa
horas en que soy devuelta a otro concurso seguramente
a otro cuerpo, toda arrebol y vergüenza.
Suspensa, suspendida. Rosada.
Todo eso puede volver –me digo. ¿O me dicen?
Solos tú y yo, los impostores, las sombras
los muertos que regresan a pedir alguna explicación
los enfermos que quieren abrir la palabra y encontrar
el tesoro, especular.
Otra vida
“I love you” –me dices.
Todo eso vuelve como los sueños y los desaprobados
las cartas abiertas.
Todo ese espejo te vuelve a mirar
–le digo porque le creo–
Solos tú y yo. Amar en tercera persona, decir
flexionar la cabeza e intentar pronunciar un
“vosotros, ustedes”.
Solos tú y yo y cierta invalidez que nos convida, nos favorece:
tan solos, tan torpes, con el cuello todavía blanco
todavía joven.
Otra vez con esas horas de cero sobre cero
de dorado y rosa, de lo que te dicen y de lo que repites.
“I love you”
Pero suspender es mejor que apagar, incluso mejor que
hibernar. Suspendida. Rosada.
— “Cuando tengas cuatro, mamá, y seas grande como yo”—
Y es Emilia la que me despierta y me sacude
las fatales horas, los retratos con la boca torcida.
Rouge
Me dice que debo ser más espiritual / ¿me dice
que no soy espiritual?
entonces
tírate en la yerba patas arriba mira el cielo me tiro le digo me tiro
me caigo miro el tiro largo en su entrepierna
estrella solitaria el tiro sobre mi frente largo
como una perra una cucaracha una boina me tiro
brillante toda de lentejuelas cabeza y zapatos tacos aguja
espiritual metida ahí mirando sin ver de qué se trata el espíritu
la verdad tirar y tirar bien
de estos tiempos la economía el precio de la leche hoy.
Y empiezan los ladridos a vestirme como nadie
lo ha hecho
amo a estos perros –me digo– y ladro yo también
ensimismada, peluda
dejándome ser en otra parte en parte ser otra misma
porque aquí no hay palabras solo tiros cortos y largos
le repito: “Aquí no hay palabras es sólo espíritu”.
¡Ay!
de aquellos que quieren llegar a alguna parte déjenlos ir
ahora o en cualquier otro momento Dispárenles
en la frente como a mí.Den a cualquier pensamiento
un empujón
como me lo dieron a mí en la yerba patas arriba
una pulsión, como si me desnudara con todos los brillantes sobre los ojos
como si no hiciera falta mirarse destajar la pared
como si me olvidara de los tacos aguja.
Pero lo asume lo lleva adelante se entrena es porfiado
habla. Me mete un tiro. Me pone
ese tono rosado en las mejillas tan favorecedor
y el rouge que no puede faltar en los labios
el rouge.
Psicodelia = Alma manifiesta
Una bacteria fulminante me arranca la cabeza
me la despega de cuajo y se la lleva volando.
No sé si la palabra es volar, no sé
si las bacterias me van a acompañar.
Yo no sé nada de ustedes. Y más en estas circunstancias.
La ceremonia se merece alas o ese burbujeo
de las cosas innombrables que nos hieren:
tijeras, navajas, fosforeras.
Una bacteria me deja atada a la montura y se lleva mi cabeza
con la crin extendida al viento, con los ojos
sin niñas, sin relincho ni sustancia.
Estoy desnuda sobre el animal más hermoso
no hay piedad en ese tipo de asalto
no hay armas a la vista –aquellas que nombré una vez:
fosforeras, navajas, tijeras. No hay indignación suficiente
son todos gritos
los míos los gritos y la bacteria
tan fina se despide de todos, se hace la loba, compone mi ropa
se pega rosada a mis orejas.
Mi cabeza, ¿por qué la quiere?
Mi cuello desmembrado pronto se pudrirá, ¿por qué lo quiere?
¿Qué quiere de mí la bacteria rosada?
¿Qué quiere de mí el rayo fulminante que la posee?
Rosácea
El dolor es grande como una lengua cortada
con ventanas hasta el techo y del techo al cielo el tránsito
es confuso; la rosa cae abatida
con las piernas estiradas y tensas
aunque si te detienes y miras con tus ojos perfectos
verás que en los bolsillos lleva granadas
abiertas, con el cierre y la argolla a medio engalanar.
Es que el dolor es grande cuando la descubro y la encañono
el dolor es grande como una casa de puntal alto, grande
como el fuego cruzado de las semillas, grande
como mi miedo, como la crin que ventilo
sin interferencias. El dolor es grande.
El insatisfecho cardumen de mi cabeza evita una pena
mayor, y la bajo, la derroto.
Bajo mi cabeza antes de que la rosa se la lleve con su dolor
a otra parte, afligida, seguramente también.
El dolor es grande y me colorea a la perfección, me da
ese no sé qué, me pone a tono.
Es primavera.
La cabeza adolorida enamora a la gente
y con la cabeza adolorida nos vamos a la guerra.
La pantera rosa
Me besa con todos los labios de su cara, con todos los ojos
que se pudo comprar. Me besa
con la foto de su padre recortada
con las piernas un poco abiertas, el pechito frío
las heridas sobre la frente, el recuerdo de la muerte
cercana (su madre), con sus reproches por delante, con todas
las cosas insignificantes, con su pequeño odio a secas:
el hielo sobre los dedos, las botas de lluvia, el sonsonete.
Es rosa
y me besa y me besa para que no dude
para que no me duela, para que lo abandone finalmente.
Para que me vista con el trajecito rosa
que me vio coser anoche. Y me besa
con todo el ojo con el que pude mirarme, acariciarme
golpearme. Antes. Alguien.
En una postal me coloca, con las nalgas bien inclinadas
como un tobogán en la arena de la plaza.
En una salida de emergencia el niño que fue
–así la rosa se desliza, breve, acicalada de pana y flecos brillantes–,
Me besa. Me dice el beso
que esa boca no es la suya, que no sabe, que le duele
que se queda seco como los ojos de mi madre.
Que le compre lágrimas
¡Llórala!
Como el otoño temprano que no es ahora
como el malentendido infantil, los moretones en las rodillas.
Es mi cuello tan blanco todavía.
Alguien va a llorar enseguida.
Alguien me va a besar.
Y terminé siendo mi nombre
Nada que decir, una palabra, en los sagrados trámites del placer.
Nada que proclamar, un nombre. Nada que agregar o denunciar:
loba de oficina, araña de tela rota, agujereada garganta
la que tira piedras a los gendarmes y apresta sus cañones
Ahora
me coloco la caperuza, la cesta con los frutos ya secos
y ni gemir se me oye en el caminito caminata.
Se silencia la rosa moñuda, la rosa champagne
y solo ella en mi cabeza reconoce los sonidos del amor:
Ahora
los sonidos del amor son pura agonía, grito congelado
niñas solitarias en la escuela, reproches de mudanza
de fruta robada
y también un poco del hombre
entre los hombres y entre las mujeres.
El extranjero que dice “a ti”, que adopta mis modos
los frijoles, la natilla de caramelo. Todas esas mujeres
que uno es que uno no es
y que sólo él ve y conoce de memoria. Esas que recita
a la mañana: Rosa moñuda, Rosa champagne
la que tropieza y se le abren las rodillas, la del moño virado
la baleada por entrometida, la que canta
Ahora
cuando en la sala de su casa todos hablan en voz baja
sin medicación
la que se pone amarilla cien veces y no roja
la rosa robada que me besa
la que no deja que me mude, que me desvista
la que me toma el dictado ahora muy confiada:
“Ese trámite hay que hacerlo”.
Solo lo bueno es radical
Tienes que tener estilo. Te ayuda a bajar las escaleras. Te ayuda a agarrar la cuchara. Te ayuda a decir que no –esto es lo más importante: el estilo dice sí y tú dices no.
Te ayuda a lavarte por la mañana. Es una forma de vida. Sin estilo no eres nadie.
Tienes que tener estilo, te quita el hambre desmedida, te ayuda a alimentar a tus hijos,
te genera un impulso como de estrella, te inclina sin que te des cuenta, te apoyas en el respaldo, los niños sobre tu pecho y ya está.
Déjate libre unas horas, esas que nadie nota que existen, déjalas que se aproximen y te sonsaquen con firmeza, déjalas hacer por ti, que te laman el cuerpo las rosas, que te duerman ahora, que te acomoden todo lo que se te cae, deja a las horas decir que eres libre, que se puede saltar, que después de los años y las jugarretas pesadas vuelve el romance como en los primeros tiempos.
Tu rosa es para él y él antes de morir dice:
“Capullo de rosa”.
Es el niño en su trineo. Es el trineo y la rosa a un mismo tiempo, consumidos por el fuego.
Tienes que tener estilo. Te ayuda a entender el mundo, a los que mienten, a los que usan todo tipo de artilugios para no mostrar las horas perdidas.
Tienes que aprender a decir que no.
Déjate libre esa manera de percibir, deja todo desarreglado antes de salir de casa, un nuevo vestido no te lleva a ningún sitio, no tiendas las camas, pensarán que nunca nadie tendió tu cama para ti.
No uses el tono rosa tan violento el rosa en tus pómulos (se dice pómulos, no cachetes), tienes que tener vocabulario, estudiar algo de etimología.
No uses la libre firmeza de la pérdida, el tin tin sobre los cristales de la ventan: vas montada en una fabulosa limousine rosa, llovizna
–sí, señor—
pero da igual
(no se piensa en el verano cuando cae la nieve).
Sáltales arriba, aprieta el acelerador, sácate el foulard del cuello y rescata al niño.
Tu rosa es sólo para él, la rosa de él es la que necesitas para hacer creíble y sustancioso
tu estilo.
Sin estilo no eres nadie.