Presentamos una selección de Literatura de límites, del editor y poeta Juan Arabia (Buenos Aires, 1983). Ha publicado los libros: John Fante. Entre la niebla y el polvo (El fin de la noche – Buenos Aires, 2011); PosData a la Generación Beat (Buenos Aires Poetry – Buenos Aires, 2014); El Enemigo de los Thirties (Buenos Aires Poetry – Buenos Aires, 2015); John Fante: Camino de los sueños diurnos (Buenos Aires Poetry – Buenos Aires, 2016) y recientemente ‘L´Océan Avare’ (Al Manar, Voix Vives de Méditerranée en Méditerranée – Francia, 2018). Es director de prestigiosa revista y editorial Buenos Aires Poetry.
COLIBRÍES DEL TEJADO
Era en la bahuinia y no en esas antiguas
ciudades en las que alguno de los
nuestros moría por su corazón
donde uno debía encontrar los rudimentarios
puentes de su irregular existencia
……………………………………..la eternidad
o los imposibles lugares inhabitados
de la cordillera, hemisferio
de oscuros antecedentes comerciales
tierra de pobres, lo más alto del cielo,
pellejo del mar y de la uva
rompiendo la orilla de sal
junto a los nuevos y salvajes vientos
en distintas formas de combate y de vida.
SAN TELMO
El vivo cementerio congela las brasas de la pobreza,
edifica gritos fantasmales que de noche se ocultan
en la tenue y amarilla luz de un farol, luna de borrachos,
donde el sueño se acomoda junto a las calles de piedra.
En la calle Benthlem alguien suelta una carcajada eterna,
un licor extremo, como agua oscura derivada de un pantano.
En verano las palomas extienden sus alas,
el muerto color azul de sus flores envenenadas.
Hasta que la misma especie vuela por primera vez,
parecido al vómito del adolescente que descascara
dentro de su garganta el grito del alcohol y ácidas naranjas,
mezcla de infancia, temor y sensatez.
El invierno es egoísta, como todos los santos,
y las calles se acomodan a la oscuridad de siempre.
El mismo fuego que debajo del cementerio
enciende, sin culpa, las condenadas brasas de la pobreza.
FAUSTO
Ojos azules, de bárbaro,
envenenados por el sueño de un cóndor,
y aún las pestañas envisten
todos los bosques posibles.
Porque pasada la niñez
el irreconocible y largo trabajo
del adolescente, la carcajada se alza
frente a un fantasma ensangrentado.
Ese otro mundo posible,
poseedor de un oscuro y poderoso
cuerno que todos tocan,
envenenando todos los nidos,
todas las camas.
LITERATURA DE LÍMITES II
No hay que partir, ahora
los límites desaparecieron
como lobos dentro de un
desierto de lana.
De Cuba llegaron noticias
sin filtro: los aparatos Oxford
se ahogaron junto a sus cuerpos
en la superficie del agua.
De este lado, aunque expulsados,
los límites encarnaron
esta contradicción tomando sus cuerpos:
enloqueciendo uno en Santiago,
otro subrayando prensa oficial.
CONTRAPOESÍA.
Enrique y David.
Porque sólo se tienen
en cuenta los crímenes del norte.
Sólo se asesina a los poetas del norte.
Del sur emisario, perro que lame
sus sobras, ningún abogado
ninguna certeza. Ginsberg pidiendo
cocaína en Santiago
Lowell meando, sin el consentimiento
de estas flores, la casa de uno,
mierda confesionalista
eructo del gringo
Páginas y páginas de hijos de puta.
Del francés se conserva el malditismo oficial,
su tumba es secreta. Los españoles
dañaron las huertas
del mundo, hoy bien llamadas
tierras latinoamericanas.
Y el juego del sur, corresponsal
oficial de la DEPENDENCIA,
promocionando literatura LEGAL,
los límites bajaron sus pantalones
matando al mismo hombre
esquina de San Juan y Entre Ríos,
mierda que llaman literatura,
mierda que huele siempre al mismo prócer,
chacales de la cultura y del bienestar neurótico
que promociona de todo menos la verdad
hecha juego en la academia
críticamente cínica, predecible,
subsidiada tiernamente en sueldos
críticos del fin de mes
hoy tu héroe se recicla de forma indefinida
sin sanción, sin peligro de muerte,
con viajes asegurados
estrella de todo menos del castigado
suelo, tierra de la eternidad.
LICE-HUNTERS
Cuando sobre la frente del niño caían rojas tormentas
implorando enjambres de sueños de contenido efímero,
dos hermanas mayores entraron al cuarto
afilando sus puntas y ondulados dedos.
Sentaron al niño ante una ventana abierta
donde una manada de flores se bañaba de cielo,
y pasaron sus seductoras y terribles pinzas
sobre el enredado y espeso cabello.
Él escuchaba el tímido aire de sus respiraciones
que expandía aroma de rosas y mieles vegetales,
interrumpido a veces por el silbido de saliva
originado en sus labios y en el deseo de besarlo.
Él escuchaba sus pestañas latir en esa quietud
hasta que moría un pequeño sonido de borracha indolencia.