Donde están ellas: Glafira Rocha

Para ver a la medusa de frente basta con mirarla: y no es mortal. Es hermosa y ríe.

Helene Cixous

Hélène Cixous en la introducción a La joven nacida se pregunta “¿dónde está ella?”: la cultura falocéntrica del mundo occidental, el sistema heteropatriarcal en que existimos ha jugado siempre con ideas duales jerarquizadas donde lo femenino está del lado de lo débil, lo negativo, abajo, por contraposición a la fortaleza, lo positivo, el arriba. Ella tiene un sitio de silencio desde el cual es vista por el otro desde aquella construcción que se le ha impuesto donde “nos han inmovilizado entre dos mitos horripilantes: la Medusa y el abismo”. El feminismo ha hecho grandísimos esfuerzos por desmitificar la figura de las mujeres, por mostrarnos a la medusa de frente. Pero no hay una sola voz de la medusa. La escritura de las mujeres no es una y no surge de una sola posición en el mundo. Desde distintos lugares de enunciación, ellas hablan y exigen ser escuchadas, miradas. La medusa está en todos los lugares y su voz resuena, susurra, gime, quema, cura, se aferra, se deja ir y vuelve, hace perdurar su palabra: escribe. Es sumamente necesario unir aquellas voces, leerlas, conocerlas, estudiarlas, celebrarlas. Es indispensable un espacio donde, como en un cuarto propio, sean libres de pronunciarse desde todos los vértices de su creatividad. Aquí un sitio de reunión donde ellas están y hablan. 

Glafira Rocha (Culiacán, 1974). Narradora, dramaturga, guionista, ensayista y psicoterapeuta. Estudió la Licenciatura en Letras Hispánicas en la Universidad Autónoma de Sinaloa, la Maestría en Psicoterapia Humanista (IUCR, Puebla), especialidad en Diálogo Existencial (Círculo de Estudios en Terapia Existencial) y la Maestría en Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México. Es autora de los libros Tales cuentos, Relato a mí, Más allá del sol, Minerva quiere volar y La caja de Schrödinger. Tiene un videoblog llamado Escribe tu vida con Glafira Rocha, en YouTube.

 

 

 

El cuarto en discordia

Beauvoir, Buber, Sartre y el enamoramiento

 

A Leticia Palma

 

Un juego de espejos: me veo en el otro y él se ve en mí. Su reflejo distorsionado me dice que no me reconozco, pues su mirada no es la mía y la mía no es la suya. Huyo por el desconcierto y al verme de nuevo en el espejo del otro, me repliego, porque sé que lo que vi, me muestra a un ser que no reconozco… sin embargo, intuyo que ese ser sin nombre soy yo.

Cuando la situación amorosa se escapa de la manos, cuando el insomnio muestra la oscuridad de una noche que no ofrece respuestas, cuando la respiración se acorta y llega hasta el esternón, cuando al ver la mirada en el espejo no se obtienen respuestas, nos encontramos dentro del sofoco del enamoramiento. ¿Por qué como mujer, por más inteligente, hermosa o poderosa, me puedo perder en los escollos de un enamoramiento y olvidar todo aquello que he construido? No quiere decir que esto no le ocurra al hombre, sin embargo, me focalizo en la mujer, por ser una de ellas y tener material de primera mano. ¿Qué pasaría si concentro toda esa fuerza que le dedico al “cuento del amor” a mi propio proyecto de existencia? Creo que cada vez más mujeres romperíamos con esquemas establecidos tal como lo hizo Simone de Beauvoir. Pero, ¿quiere decir que ella no estaba enamorada? Lo estaba, de eso no hay duda, los ecos de su relación con Jean-Paul Sartre aún nos llegan, pero había algo en ese sistema de amor que difiere con lo que estoy diciendo, y se trata del amor de ambos a la filosofía, a la literatura, a un proyecto en conjunto relacionado con el compromiso a la sociedad. Ellos colocaron en un escalafón más bajo su relación y ponderaron su proyecto, eso, al parecer, les funcionó. Lograron intermitentemente ese espacio interhumano al que Buber llamó “entre”. A través de su encuentro proyectaron una apertura del uno hacia el otro, dando y recibiendo.

Como mujer, ¿cómo me relaciono conmigo misma y con la pareja? Si estoy en mí y no me valido, si no tengo una cercanía, si no me elijo, ¿dónde me sitúo? ¿Cómo me relaciono dentro de un mundo con los otros?, y, ¿cómo se vinculan conmigo esos otros y desde dónde? Buber, nos dice que nos relacionamos desde dos actitudes: una actitud orientadora y una actitud realizadora. La primera actitud consiste en el uso de los sentidos para reconocer lo familiar, en clarificar la meta que me motiva, buscar certezas, un comportamiento útil y pragmático, en cambio, la segunda, parte justamente, de la diferencia, de la novedad, del riesgo, de la creatividad, de la incertidumbre, de la sorpresa, de la transformación constante, y no hay un rompimiento entre el sujeto y el objeto, entonces,  parecería que, como mujeres, muchas de las veces nos situamos en el hechizo del enamoramiento, y creemos conducirnos por el camino de la actitud realizadora, siendo la orientadora la que nos guía, sin embargo, nos engaña, porque nos separa de nuestro proyecto de existencia, y buscamos que esa incertidumbre y esa sorpresa sea lo que ya conocemos, es decir, que la pareja sea el “indicado”, el que nos dijeron que “debe” hacernos felices, quitándonos la posibilidad de la incertidumbre de estar en la soledad de observarnos de frente. Esto no quiere decir que está “mal” enamorarnos, sino en darle un valor real de transitoriedad y colocarlo no como lo primordial para la subsistencia, sino como un accesorio o herramienta que va en función de nuestro propio desarrollo, más no es lo esencial en cada una de nosotras.

Considero que esto viene desde el cuento que me han contado, lo digo de manera literal: “el príncipe azul que me han dicho que existe”. Desmenuzaré esta madeja, partiendo de que no estoy hablando del AMOR, que iría incluso más allá de la relación de pareja, sino justamente de lo que se confunde con amor: el enamoramiento. La idea que tenemos del enamoramiento, deseando, como adictos que se repita constantemente, tiene que ver con las fantasías, con la idea del príncipe azul y la bella durmiente, donde no conocemos lo que pasa después, sabemos que “fueron felices para siempre”, pero esa idea inicial, de simplemente vivir atrapados en un principio de una relación, es lo que provoca que constantemente estemos en la búsqueda de esa droga de los primeros encuentros, por ello, cuando conocemos realmente a la pareja a través del tiempo, huimos, porque esa parte de la historia no la conocemos, sólo nos quedamos en el primer bucle, que es el acercamiento, y nos confundimos, ya que, creemos que estar en aproximación o cercanía con otra persona que nos atrajo, necesariamente está relacionado con un tema sexual, pero, al poco tiempo, después de que el encuentro se hace efectivo, vemos que no era eso, que tal vez, se trataba de otra cosa que nos llevó a la conexión, pero ésta se ha pedido porque esa unión ha debilitado su fuerza, debido a que la energía se confundió en el camino. Y entonces, nuevamente, emprendemos una búsqueda, en la que el príncipe aparezca, constantemente viviendo desde una actitud orientadora, cuando podríamos tener acceso a una relación YO-TÚ, cómo llamaba Buber a la relación primordial entre los sujetos, donde hay creatividad, sorpresa e interacción de información. Yo me coloco ante el otro incluyéndolo, hay una reciprocidad y mutualidad. Esto se puede ver en la pareja que lograron Beauvoir y Sartre, se alejaron de los cuentos de hadas, buscaron una forma de fusionarse con el otro desde un proyecto en conjunto, esto no quiere decir que no hubieran celos, furias, separaciones, engaños o mentiras, a lo cual nos somete a una relación YO-ELLO, de la que también habla Buber, en la cual no hay una relación de reciprocidad y sólo nos vinculamos con una parte del otro; estamos condenados a pasar de una a la otra, si acaso, como utopía, lo que se pretende es que elijamos en qué relación podemos tener más indicadores de yo-tú, donde se parte desde la libertad, una libertad, entendida a la manera de Beauvoir:

“Somos absolutamente libres, constitutivamente libres, pero la libertad se encarna en situaciones y las situaciones pueden favorecer o entorpecer nuestra actividad libre. Nuestros libres proyectos no envuelven las situaciones, no las redefinen, como sostiene Sartre; nuestros libres proyectos tienen más bien que acomodarse a las posibilidades que nos ofrece la situación (…) Si no queremos aprovechar las posibilidades, si no utilizamos el margen de libertad que nos ofrece la situación, no ejercemos la trascendencia que como seres humanos nos corresponde, nos degradamos a la categoría de cosas; caemos en el mal ontológico de la facticidad, la degradación en cosas, y en el mal moral que Sartre llamó mala fe. Pero hay situaciones muy constrictivas que sistemáticamente impiden nuestro ejercicio de la trascendencia, que nos constriñen a caer una y otra vez en la inmanencia, en la facticidad cuando queremos ejercer la trascendencia, este tipo de mal moral, se llama opresión”.

¿Qué podríamos hacer entonces, como mujeres, para salir de este marasmo del enamoramiento y no perdernos en él hasta actuar de mala fe  y olvidarnos de nuestro proyecto y posibilidades?

Hace un tiempo, viajando en el metro de la Ciudad de México, me tocó escuchar una conversación entre una pareja de amigas, una tenía alrededor de los cincuenta años y la otra pasaba los sesenta, la charla, estaba enfocada al tema de pareja, era tan atemporal lo que decían, tanto, que si hubiesen sido un par de colegialas estarían hablando de lo mismo: si el muchacho que conocieron les hablaría, si ya tenía pareja, cómo era en el sexo, en fin, esas dos mujeres duraron mi trayecto de cuarenta minutos hablando de lo mismo, entonces, algo escuché dentro de mí: ¿estoy irremediablemente sometida a repetir este tema del enamoramiento durante toda mi vida, habrá un momento en que lo pueda trascender? Y pienso en la trascendencia a la manera que la veía Beauvoir: “Trascendencia significa ir más allá de ti, es decir, que no hay nada que seas hoy que estés obligada a seguir siendo; siempre puedes ser hoy algo más de lo que fuiste ayer, y mañana algo más de lo que fuiste hoy. La trascendencia significa tener más posibilidades, variadas y múltiples, y no referirse a las mismas, por muy felices que sean”. Lo que significa, que no estoy condenada a ir tras la búsqueda del “héroe que me rescate de mi insulsa vida” porque yo soy quien se define. Pero no nos confundamos, yo respeto a quien quiera experimentar la vida con frecuentes y diversas relaciones de pareja mediante el enamoramiento, no hablo de eso, cada quien es libre de crear los vínculos que desee, estoy hablando de olvidar un proyecto de existencia por imprimir mi vigor, mis bríos, en el plano de lo emocional-enamorado. Sartre y Beauvoir, fueron una pareja castigada en su tiempo por tener múltiples amantes sexuales y continuar juntos. En la película, que habla sobre su vida, “ Sartre, la edad de las pasiones”, una estudiante le pregunta a Simone cómo le hacen ella y Jean-Paul para seguir juntos y tener otras relaciones a la par y Beauvoir le dice que tienen un pacto: “Ese pacto vale para Sartre y para mí porque tenemos los mismos objetivos en la vida. Cada uno ayuda al otro, nuestros libros están antes que el resto. Ya le hicimos mucho daño a gente que creyó poder imitarnos, no lo olvide: el pacto es una moral de los escritores”.

Lo cual significa que juntos construyeron un proyecto que los superaba, ellos, eligieron seguir unidos porque su “historia de amor” buscaba construirse constantemente partiendo de la premisa de: la existencia precede a la esencia. Esto, llevado a la pareja, habla de una co-construcción donde ambos van buscando nuevos asideros a los que no hay que agarrarse, sino por el contrario: vivir desde la soltura. Sartre hablaba de una mala fe  de manera individual donde no nos hacemos responsables del proyecto propio, ese que hemos elegido pero al que evadimos. Llevar esta mala fe  a la pareja, significaría anular al otro y romper con aquello que ambos han elegido, haciendo caso omiso al proyecto en conjunto, hasta perderse en aquello que ha sido establecido para una relación de pareja, es decir, sumergida en el yo-ello. Sartre y Beauvoir hablaban de un “amor necesario” y de un “amor contingente”, donde el primero tiene que ver con una lealtad y responsabilidad para sí y para el otro y lo contingente, como su nombre lo indica, es pasajero: la propuesta entre ellos era la poligamia y también la transparencia, donde ambos podían hablar de sus amantes. Si dijéramos que el tipo de amor entre ellos es el correcto, los estaríamos encapsulando en una certeza que ellos mismos rechazaban. Es de cada pareja decidir, cuál será su proyecto y cuáles serán las reglas, Sartre y Beauvoir dieron las suyas y fueron congruentes con ellas, lo que no significa que no fue doloroso para ambos.

Pese a estas propuestas, la fantasía de “Blanca nieves” continúa, he conocido directa e indirectamente a grandes mujeres, grandes mentes femeninas que cuando están juntas alrededor de una taza de café están preocupadas porque su príncipe les aplicó el visto en el whatsapp, entonces, evalúo esa circunstancia y la relaciono con la mía. ¿Qué sucede? ¿Qué nos sucede? ¿No será este el gran error trágico, enfocar las fuerzas hacia el lado equivocado y seguimos desarrollando el mito de una búsqueda incesante del príncipe azul? ¿Esa figura arquetípica nos persigue y no nos damos cuenta? Entonces, ¿qué hacer? Considero que ir a lo fundamental: contarnos un cuento nuevo, es decir, co-crear una nueva historia. Esto es posible, tomando en cuenta lo que dijo Sartre, respecto al inconsciente, lo que significa que culpar a patrones o esa idea de lo inconsciente es actuar de mala fe , porque siempre estamos en la posibilidad de romperlos, desde una toma de conciencia, donde nos damos cuenta y de nuevo nos elegimos. Finalmente, nos estamos creando todo el tiempo por medio de nuestras elecciones y nuestra responsabilidad. ¿Cuándo vamos, entonces, a quebrantar el esquema? ¿Cuántas Noras, como en Casa de muñecas de Ibsen existen, que se salen de la estructura de los cuentos de hadas? Como lo mencioné, este cuento de hadas es el principio de otro cuento en el cual yo tengo la libertad de crearme a mi antojo, una libertad donde soy responsable de todo lo que hago. Desde esta libertad yo me construyo y me voy definiendo a mí misma, pero, ¿cómo salir de aquello que me mostraron era lo que una mujer debía hacer? Soy la encargada de darme otra configuración, pero mientras me encuentre en el torbellino de sólo el principio de la historia, no podré configurar el desarrollo y mucho menos el desenlace.

Tal vez sería necesario estar abiertas a un dialogo auténtico cómo lo dice Buber: un diálogo donde existe la transformación de ambas partes, donde estoy en presencia con el otro y así lo acepto, implicándome a mí misma, sin dar por sentadas las cosas sino que permito que sea la relación que se construye, como un ente autónomo, aparte de sus integrantes, la que dé la pauta. Entonces, indiscutiblemente este diálogo deberá partir de la equidad de ambas partes. Como diría Sartre: “mi libertad termina donde la del otro empieza”, lo que significa que sólo el otro es el único capaz de decidir sobre sí mismo y al mismo tiempo soy yo la que decide por mí. Por ello, yo, como mujer, soy capaz de derrumbar el castillo que me construyeron, donde espero a que mi príncipe luche con dragones para sacarme de la torre y, en cambio, hago una cuerda con mi vestido para saltar por la ventana, aunque esto implique nadar con cocodrilos y construir mi verdadero castillo ladrillo por ladrillo.

Partamos entonces del principio. ¿Qué pasaría si ese primer encuentro que nos conecta con el ser amado, no estuviese relacionado con el tema de pareja, según lo acostumbrado, sino con una idea de que si el encuentro se da es porque yo puedo abonar o apoyar en su proyecto de vida y viceversa? Pasaríamos entonces a otra esfera del ser y lo importante, ya no serían las mariposas en el estómago, sino esa relación de intercambio donde las elecciones individuales se unifican. Sería ir más allá de los límites que me propone el enamoramiento y la historia del príncipe azul carecería de sentido, porque entonces estoy co-escribiendo una nueva historia, pasando incluso por el lado del instinto. ¿Se acabarían con esto las historias de amor? No lo creo, por el contrario, sería una historia de verdadero amor pero partiendo de un sentido inverso, es decir, si después de crecer en mi proyecto de vida me doy cuenta que efectivamente esa conexión estaba relacionada con una intención de pareja, entonces, lo concreto, porque esta relación estaría cimentada en un aspecto mucho más sólido. Claro, que existiría aún una delgada línea de confusión, pero sería aclarada en proporción con el crecimiento adquirido, es decir, a menor autoconocimiento, menor la efectividad del vínculo. Es decir que, las relaciones adquirirían un mayor peso aún si no están relacionadas con la parte sexual, pues un compañero de existencia es quien nos acompaña en el camino mientras realiza el suyo. Así, Cenicienta conocería al príncipe pero no para enamorarse de él, sino para reconocer que ella necesita salir del universo en el que sus hermanastras la tienen atrapada y conocer que el príncipe es sólo el motor para visualizar en ella su valentía, su arrojo de ir a un baile al que no fue invitada, entonces, la zapatilla que rueda por la escalinata sería el símbolo del crecimiento de una mujer que no necesita de zapatos para poder caminar. Al mismo tiempo el príncipe reconocería en la bella Cenicienta a una mujer que no es necesario que proteja porque ella sabe hacerlo, reconociendo el valor en las mujeres de su pueblo y con ello, convirtiéndose en un ecuánime gobernante. Ambos habrán aprendido el uno del otro. Tal como lo hicieron Simone y Jean-Paul, ya que aún siendo ancianos, siguieron mirándose a los ojos para verse reflejados como un yo-tú, donde lo importante es ese guión que los une.

 

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