Presentamos una muestra poética de Joaquín Vásquez Aguilar (1947), mejor conocido como Quincho, poeta mexicano de culto. Le precede una introducción de Ulises Sánchez Villalobos, Yadira Rojas León y José Antonio Alfonzo Pulido quienes también hicieron la selección de los poemas.
Introducción
no dejo más huella
que la de mis pies en la arena del mundo [1]
Autodenominado como poeta capusvobense, debido a su origen, Joaquín Vásquez Aguilar, también conocido como Quincho, nació el 15 de agosto de 1947 en Cabeza de Toro, municipio de Tonalá, Chiapas.
Perteneciente a una familia pescadora, en compañía de su padre y hermanos recorrió los manglares y esteros de la zona, compartiendo así las labores de la pesca, aunque, hay testimonios que resguardan las aptitudes de Joaquín como pescador y su preferencia por el estudio y la literatura.
“Joaquín no pescó mucho porque a él más le gustaba estudiar; agarraba cualquier revista, cualquier periódico y le gustaba estudiar. Le dije a mi papá: Joaquín es bueno.” [2]
Fue desde la primaria que Joaquín obtiene el gusto por leer y memorizar toda clase de textos, sin embargo, la falta al acceso de una continuación educativa en la localidad de Cabeza de Toro (1960), provocó que el joven escritor se mudara a la capital del estado para así continuar con los estudios de secundaria, fue en el Instituto de Ciencias y Artes de Chiapas (ICACH)[3] donde dio el salto que lo orillaría hacia los mares poéticos, con la ayuda del maestro Luis Alaminos, Andrés Fábregas Roca, editor de la revista ICACH, y Daniel Robles Sasso, entonces rector del ICACH. Cabe destacar que en la secundaria sus compañeros ya se referían a él como escritor.[4]
El destino poético que a Joaquín le deparó se vio definido por Luis Alaminos, quien le recomendó grandes poetas contemporáneos de la lengua española, tales como, Federico García Lorca, César Vallejo, Miguel Hernández, Pablo Neruda, Vicente Huidobro y Reynaldo Velásquez, más tarde, diría que sus piedras angulares, serían César Vallejo; Juan Rulfo y Jaime Sabines. Así también, inició su formación como actor siendo parte del grupo teatral de la escuela “El surco” mismo que fue dirigido por el maestro Alaminos.
Vásquez Aguilar escribió poesía, relato, ensayo y artículos, destacando notablemente en el ámbito poético, publica sus primeros poemas a la edad de 23 años en la revista del ICACH, su obra poética comprende de los volúmenes Cuerpo adentro (1978), Aves (1989 y 1994), Vértebras (1982), Casa (1984), Joaquín Vásquez Aguilar [sic] (antología poética, 1985), Cuaderno perdido (1989), Erguido apenas (1991), Feminario (1992), Antología personal (1993) y Pequeño Paraíso Perdido (póstumo, 1996)
Joaquín Vásquez Aguilar fallece en los primeros días de enero de 1994, dejando entre sus cosas un volumen de poesía que acababa de escribir, el cual intituló Pequeño paraíso perdido, mismo que fue publicado bajo la dirección editorial del maestro Luis Alaminos con el sello de la Universidad Autónoma de Chiapas y el Colegio de Bachilleres en 1996.
Ulises Sánchez Villalobos, Yadira Rojas León y José Antonio Alfonzo Pulido
Bibliografía
Vásquez Aguilar, Joaquín. En el pico de la garza más blanca. – Edición crítica / de Martínez T. José, Durán R. Antonio y Rojas L. Yadira. Chiapas (2010): Consejo estatal para las culturas y artes de Chiapas en colaboración con la Universidad Autónoma de Chiapas.
Vásquez Aguilar, Joaquín. Poesía reunida / Joaquín Vásquez Aguilar. – Edición crítica / de Luis Arturo Guichard. – México: Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas: Juan Pablos Editor, 2010.
Notas
[1] Fragmento de “A petición del mar”
[2] Isaías Vásquez Aguilar en entrevista con Yadira Rojas León.
[3] Este instituto era conocido como Escuela Secundaria Preparatoria y Normal Mixta del Estado, reestructurada en 1944 por el gobernador Rafael Pascacio Gamboa. En 1995 se convirtió en la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas (UNICACH), por decreto del gobernador Eduardo Roblero Rincón.
[4] Señala Enrique Vásquez Aguilar, hermano de Joaquín, en comunicación personal, el 19 de marzo de 2007.
Magresal
A la orilla del estero de Cabeza de Toro, cerca del embarcadero, hay un magresal. Es el árbol más viejo de todos. Es tan viejo que se le han caído todas las hojas, como a mi padre se le ha caído el cabello. Tal parece que ha estado allí desde siempre, desde la raíz de los siglos. Todavía sigue de pie a pesar de que por él han pasado todas las calamidades: chubascos, inundaciones, temblores, quemazones, comejenes. Además de ser el más viejo es también el más corpulento. De él podrían salir montones y montones de leña para abastecer por varios días los fogones de las casas de la ranchería. Al amanecer, cuando se viene a pescar y el estero se abre al día con el verdor fresco del manglar y la alegría blanca de las garzas, el magresal se alza con su grotesca figura esquelética y ceniza. Siempre lo he visto con ese color cenizo, como de salitre sucio. En la época en que iban a matar a mi tío Juan todavía daba hojas y dicen que su aspecto no ha cambiado mucho. Lo de mi tío pasó bajo este mismo árbol y fue por lo de una canoa robada. Empezó la cosa como simple discusión, pero luego el otro sacó una daga y lanzó un tajo; el cuchillo se clavó en el tronco del Magresal y en ese momento intervino mi padre con su enorme estatura y su vozarrón y aplacó al ventajoso. Ahí quedó todo. “Esta puñalada iba a ser para mí, tengo que borrarla”, dijo mi tío y al poco tiempo le prendió fuego al magresal. El humo se elevó por varios días hasta que un aguacero lo apagó; sólo llegó a quemarse una parte del tronco y algunas ramas bajas. Y ahí sigue aún, seco y pelón, con su eterno color cenizo. Tal vez por eso es el árbol preferido de los zopilotes. Cuando los primeros pescadores van arribando al embarcadero ya están trepados en el magresal, al acecho de la tripa de pescado; es su comida preferida. De ahí a lo que falta del día los zopilotes no se van; ya muy alto el sol sale el último pescador pero los zopilotes no se van. Como que ya le tienen cariño al magresal; como que en sus ramas encontraron el sabor de la confianza. Y si uno se pone a pensar que estas aves cometripas son las mismas, y no otras, que llegan todos los días al huesudo árbol, uno se dará cuenta de que así es: se dará cuenta que ya le agarraron gusto al magresal y a la tripa de pescado; que no les importa otro árbol ni otra comida. Pasa lo mismo con esos zopilotes que nunca se bajan del cielo, cuando el cielo es azul, azul. Andan allá arriba volando suavecito, haciendo círculos en el aire, como jugando, como si hubieran nacido para estar volando siempre. O como esos otros, a los que uno encuentra comiéndose algún animal en medio del camino cuando va al potrero, o viene con el tercio de leña al hombro. Esos son los zopilotes que se comen todos los animales muertos. Es como si Dios hubiera repartido a unos para que estén volando en el cielo y a otros para que se coman la cosa muerta, los desperdicios. Así dice mi padre, o mejor dicho decía; el pobre ya no puede hablar porque está por morirse. Mi madre se ha pasado velándolo desde antenoche en que le arreció la calentura y se puso más grave. Esa tos cascajosa de los últimos meses lo tiene así de enfermo y lo está matando; tal vez porque fumaba mucho. O a lo mejor es la vejez. Si, eso debe ser. Ya está muy viejo.
Es cierto que mi madre ya está vieja también pero no tanto como él. Cuando se casaron ella tenía apenas dieciséis años y él era ya un robusto pescador que rebasaba los treinta. Eso nos cuenta ella. “Era tan fuerte y trabajador” se lamenta y echa a llorar. Ahora mi padre es un anciano y se va a morir. A mi tío Juan ya le tocó, lo enterraron no hace mucho. Si aquella vez el magresal tuvo la suerte de no morirse, ahora sí. Ni modo, así es esto de la muerte, ni sabe uno. Tal vez por eso anoche soñé que el magresal se derrumbó todito a causa de la gran zopilotada que se le acomodó encima. Primero llegaron unos pocos; después llegaron más y más, amontonándose en el magresal; ocupándolo todo; después unos sobre de otros. Hasta que el añoso árbol no aguantó tanto peso y se vino al suelo, así, sin ruido. Ya no vi o no me acuerdo si los zopilotes murieron con el porrazo o salieron volando alborotados.
Aguda sal
a mi madre
cuando desembocan los caminos oscuros
en un amanecer
de agua
de orilla
y de salitre
cuando por su puerta cotidiana
el tiempo se derrama en mansos vuelos marinos
y reparte las veredas del día en infinitas garzas
a la hora en que los pescadores arriban de la noche
con pedazos de sol para el sustento
yo te veo
ensimismada en tus gaviotas
recorriendo la larga música sulfurosa del viento
recomenzando tus fatigosas redes
para pescar sonrisas que luego nos regalas
porque desde tus pies sube la sal hasta tus ojos
desde tus pies agrietados
hartos de salitre
viejos de quemaduras y pasos comerciantes
porque en tus ojos
anda la luna repitiendo su muerte en mares de sal
en planicies de sal
en sal
vamos a construirte la hierba que te falta
los árboles que te faltan
los pájaros que te faltan
el viento
en fin
la lluvia
cuando murieron los abuelos
tu corazón era una lluvia incesante de golondrinas
bajaste entonces de tus días de octubres
hasta el dolor abierto de septiembre
a derramarte toda sal
en un charco de espejos empañados
era tu voz
vaivén de olas como campanadas
era tu voz
niebla de azufre torturado
era tu voz
agonía de costa
resquebrajándose
en el acantilado de todos los noviembres
y tu frente estalló
con toda su vocación de playa incendiada
desde donde sus arenas de fuego
caían en tu piel
y te convertían en un mar de calor convulsionándose
¡aguda sal!
¡llaga de arpones calcinantes
que nos dejó en las venas su terrible semilla afilada!
no hubo compasión para nadie
acudimos a tus brazos a incendiarnos contigo
a estar contigo
acumulados en tu luz intensísima de peces
estuvimos contigo
hasta que el sudor dejó de crepitar
todos queremos estar contigo
siempre
todos
estar contigo
ahora -en este instante familiar único
desde tu dolor coral
contigo en las canciones que llevas en las manos
contigo en tu aire escaso
contigo cuando nos das consejos
contigo en tus pues que no gritan
contigo en tu silencio de isla que atardece
en tu cuerpo de embarcación anclándose
en el olor de tu vejez alisia
contigo siempre
A petición del mar
escribo
como el que por primera vez se ve las manos
y tiene sed
y bebe golondrinas
no dejo más huella
que la de mis pies en la arena del mundo
porque como nací pájaro
crecí árbol
y llegué camino
sólo tuve la vecindad del viento
su puerta
su morral
su tinaja de agosto
juegos
hermanos
abuelos (con su tos y todo)
tíos
novias
y padres
morenos diariamente
resbalándoles el sol
para el maíz
(por eso recuerdo siempre
alegría de camisa rota
y corazón alrededor)
pero los juegos se quedaron en las calles
después las novias en las cartas
y un día
los abuelos nos vistieron de negro
y el pueblo
en fin
partió en caballo hacia el recuerdo
qué queda, pues, entonces
sino siempre el viento y sus historias
y nuestra espalda con su dolencia de estaciones
y unas ganas inmensas de retornar
quién sabe a dónde
Recado de Familia
en memoria del viejo Emeterio, mi padre
I
desde el manglar me preguntaron las iguanas
por ti
los bagres del estero también me preguntaron
el viento y sus gaviotas
tu canoa
tu atarraya
mamá me preguntó por ti
y yo tuve que hacer este recado
y ponerlo en el pico de la garza más blanca
a ver si en la blancura te encontraba
y lo amarré a la tristeza del pez más profundo
a ver en qué rincón del agua te encontraba
y se lo dije a la lluvia en su gota más secreta
y al salitre en su yodo más recóndito
y al más fino pliegue del vestido negro
de mamá y las hermanas
padre
que estamos esperando
alguna brisa tuya entre las ramas de los mangos
algún indicio de tu nombre en el polvo del patio
algo que nos diga cómo te va
don Emeterio
cómo la vas pasando allá
en esa oscuridad que brilla
a l otro lado de nuestras lágrimas
Me soneto a tu cruz
Me soneto a tu cruz. No a la ecuación
mecánica asustándome la fiera,
pero a la carpa donde desespera
la fuerza diaria soportando el son,
el ritmo doble de la sinrazón
y del esquema. De la tumba esfera
donde dan vueltas fiel mi calavera
y el pan enorme de mi corazón.
¿A qué jugar entonces, mala fuente?
¿A qué seguir tus pasos, dictadura?
Dame tu brazo, nómada, serpiente;
las bendiciones de tu mordedura.
Soy una lengua pura que se miente
y se castiga y permanece y dura.
Vamos a repartirnos
Vamos a repartirnos a cada uno el humo y la tos de esta ciudad
un pedazo de motor ha de tocarnos para siempre el pecho
con un serrucho vamos a partirnos la piel y a utilizarla como un pañuelo negro
también el hule que huye después de aplastarnos vamos a repartírnoslo
y el cemento donde dormimos ha de tocarnos en partes iguales
es el tiempo de la economía señores de la corbata
es muy temprano en los aviones y en los bancos para jugar un poco, niños, amiga mía, viejos de la pensión
dividamos las aguas negras en pequeños mares para quitarnos
equitativamente un poco la sed
y de paso rememos el hambre hacia las refinerías del pan
negro
para aceitar un poco los huesos
así le haremos los honores a esta fecha de bandera encarnizada,
(al fin y al cabo es sano estar vivo
bajo esta sábana amarilla para todos)
Eros
espléndido es el día
un cocodrilo feroz es el amor
hay que amar con los brazos completamente hambrientos
hay que sacarle brillo a la luz hasta hacerla un espejo de brutal plata
y contemplarse luego el cuerpo multimillonario de deseo
el día es de oro para comprarse todos los corazones calientes del mundo
por el oriente nace la dicha como una mujer al rojo vivo
con su lengua de brasa lamiendo la erizada tierra
que empiece a llover cuarenta días y cuarenta noches de ávidas plumas
sobre la piel hasta que hierva
que se brinde por las alcobas vibrantes
el día es una pareja aplastando la hierba
el día es un gallo presto a la gallina
el día es un macho cabrío en la sangre
hay que desabotonar la moral señores autoridades civiles y eclesiásticas
hay que saquear los almacenes de ropa hasta no dejar ni hoja de parra
es espléndido el día para revolcarse como dos sedientos en charcos de sudor
líquido es el día como una copa de ansia prenupcial
y ahora salud por este diluvio
Poema con muerte acalorada
me pongo a discutir con mi muerte
y me acaloro
y nos acaloramos
y en llamas
seguimos discutiendo
se necesitan trancas
fuertes sogas
ríos enfurecidos
para detener mi muerte
mi muerte echó a correr como un caballo
agárrate
viento
que traigo
mi muerte relinchando
mi muerte desbocada
¡ay!
mi enloquecida muerte
Días de lo oscuro a lo azul
soy
como aquel que está solo
y rompe su espejo
el que se quedó muriendo su edad
con una carta
el de siempre corazón a la mitad
el golondrina