Presentamos algunos textos del poeta ecuatoriano Pablo Raymond Mériguet Calle (Quito,1989). Estudió Historia y Sociología. Actualmente se encuentra realizando un Doctorado en Filosofía por la Universidad Autónoma de Madrid. Cofundador y coeditor de la Revista de Poesía “Cuando E.P. Thompson se hizo poeta”. Ha publicado los libros de poesía Théoden (CCE, 2015), Es luciérnaga la ceniza (El Ángel Editor, 2017) ySe me emperró la vida (El Ángel Editor, 2019). En el ámbito historiográfico escribió el libro Historia del Movimiento Antifascista del Ecuador 1941-1944 (PUCE, 2016).
Acompañamos sus textos, a manera de presentación, de un texto crítico de Xavier Oquendo.
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PABLO MERIGUET EN CODIGO ECUATORIANO
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El humor, el localismo de la lengua, la afrenta de la verdad, la anáfora que reitera, las analogías en quiteñísimo, los vocablos remendados que nos ha dejado el pueblo, la historia de la lengua popular, el barrio, sus monólogos en forma “de vecinas”, el amor desde la idea esa que tenía el querido Jorgenrique Adoum, cuando decía que en esta patria de la lengua se puede decir lo mismo hasta 36 veces, y que se puede seguir diciendo desde la actitud de la lengua.
Este libro tiene también el encanto de su pose: que es la de no tener pose frente a la lengua de los poeta/poses. Un poema que nace, según dice su autor, desde la extrañeza, desde el cobijo de unas formas lingüísticas que pueden parecernos antipoéticas (no más pensar en Euler Granda, o en Fernando Nieto Cadena, en la sierra y la costa, respectivamente, o en Fernando Artieda en el Guayaquil profundo de Jota Jota), o en la tierra gastronómica del dime lo que comes y te diré lo que hablas, o en el hablemos en pueblo, en profundidad de trago, en exclamaciones, en interjecciones de montaña andina, en deltas del Machángara, en visiones de hombres de buseta y de juego de fútbol en la calle sin salida, o de volley de barrio, o de conversación con “qué horror”y “qué vergüenza”, y con guiño al cotilleo español, y con sonido de bronca, y con el cuidado de una escritura que se asemeje a la oralidad, que está bullendo y que está viva y está en la recreación de la mismísima poesía, de aquella que alguna vez tomó su halo salvador y su savia el gran César Dávila Andrade desde el grito del mitayo, o de aquella a la que se enfrentó hace unos años Javier Ponce con su “A espaldas de otros lenguajes”.
Esta realidad del sujeto poético se expone en la vitalidad del habla de nuestras regiones de montañas y de verdor y nubes, donde se van haciendo los conceptos desde situaciones fonéticas, desde los vocablos más amigables de los idiomas amerindios, desde las raíces de nuestra idiosincrasia, de nuestro corazón lingüístico que cada vez crea más puentes desde la real y pomposa academia hasta la periferia simple del idioma.
Pero además la poesía de Pablo Meriguet goza de la potencia del humor, de aquella ironía profunda y beligerante que gozó la poesía de los años sesenta en una etapa donde la chanza, la burla, “La risa encadenada”(como titulaba uno de sus libros el poeta Manuel Zabala Ruiz) era un asunto de burlarse desde uno para terminar en uno mismo, como bien nos lo enseñaron los inasibles “monstruos”del renacimiento español, o los nadaistas colombianos, o los burlescos versos de Nicanor Parra y su cómoda capacidad de ponernos a todos incómodos con su hilarante esplendor frente a los conceptos.
Por último, creo que este poema extenso y fragmentado, hecho también con una especie de silencio parsimonioso, debería ser un texto muy leído y celebrado por los ecuatorianos en la actualidad. En esta época en donde los narradores quieren ubicar a sus personajes siempre en Europa o en Asia, y librarse de esa especie de estigma que es el ser “ecuatoriano”. Pablo Meriguet nos ubica “aquí”, o en nuestro exilio doméstico, en cualquier esquina donde dos quiteños estén hablando y formen una especie de gueto lingüístico y comiencen a pensar todo eso que nuestros filósofos y pensadores llamaron “identidad”y que la teníamos perdida bajo nuestras propias ojeras: están ahora expuestas, abiertas al corazón de nuestro deseo.
Hay que tomar muy en cuenta la voz potente y sonora de Pablo Meriguet leyendo este poema, dándole la intencionalidad que el texto tiene.
Xavier Oquendo
Se me emperró la vida
(Fragmentos)
poema dedicado a todos los ecuatorianos que migraron a España.
A todo lo hago llanto;
tengo por ojos
dos atados de ortigas.
Como a mi barrio.
Todo barrio es una patria.
Allá lejos en mi barrio…
Así voy a comenzar:
En mi barrio hay una cicatriz
entre el lomo de una perra muy sagrada
y la vereda del mecánico manco.
Mi barrio está preñado de cemento.
Mi barrio ha parido al espanto del rayo
ha parido a un loco que se muerde de frío la mano y agita un revólver en medio de la calle.
En mi barrio se comulga con navajas
silenciadas encías bastardas de labios a veces tímidas
los torsos rojamente estilados y temblorosos
Mi barrio es un puente al revés
que nos invoca como a suicidas cuando lo cruzamos
lo cruzamos como el grito largo con hilos de sangre de
una rata que avanza por la noche y todos escuchan y nadie se mueve en su cama.
En mi barrio también amanecen abiertos
muertos muertos tiesamente muertos los gatos
los gatos que amanecen muertos como las escuelas.
Mi barrio aprendió a ladrar desde muy joven.
Mi barrio existe bajo la noche en la que navega un misil
un misil que se enfila absolutamente canino hacia el departamento de una madre soltera a tascar huérfanos para siempre.
En mi barrio hay unos maravillosos trozos de animales
chasqueando incendiando humeando las frentes de los albañiles
frontales en la cruz-beso de ceniza de una madre que dormita en la trastienda furiosamente.
Mi barrio fue el humo en su frente.
Mi barrio nunca fue frente
frente de una iglesia atravesada por una espada que adoraba crear nadies.
En mi barrio las luces nunca son claras
las sombras se avergüenzan de ser sombrasmaldormidas.
Mi barrio es como tres barrios “¿qué es un barrio?” se preguntan
los dados grises y desacomodados que dicen preñarse de dormitorios.
Mi barrio se maquilla para no ser barrio
no ser barrio porque un barrio agarra tu hígado y lo barre amarillamente.
En mi barrio los pájaros planean La Emboscada de los Caminos
es su hora la hora es hora de los únicos ángeles que no van a apuñalarte hoy día
ciegas nubes que naufragan en la luna la tiñen de blanco sin pedir oscuridad a cambio.
Mi barrio ha decidido levantar su hombro canallamente.
Mi barrio puñetea al viento como un dios
como un dios que golpea una sola vez.
[…]
En este metro es Odisea ser un buen miserable
(no me vendrán a estar jodiendo
Jamesito Joyce y Lucho A. Martínez)
si miras bien al fondo hay un viejo que llora
y nadie le para bola agua o pañuelitos blancos
chilla casi como quinceañera en La Alameda
a eso de cuarto para las seis
cuando empieza a oler a sombra
de espaldas al observatorio de Rayos de García Moreno
después de haberle dado vueltas al bastón
agarrándose la cara para que no se le vaya al suelo
con una chompa del Mejía recientemente ajena en las rodillas
tapando con esos largos cabellos de Solanda
el espectáculo que nadie se convida en ignorar;
no, no es como este viejo del vagón en Madrid
que llora al fondo bien arrugado solito
muy solo como un caracol llamado Pablo
que se trepa a la muerte a puntapiés y me dice:
soy yo el que pavimenta los cementerios
soy yo el que mastica en el mientrastanto
el que conspira en sectas públicas soy yo
la negligencia de la buena fortuna
la desdicha de sonreír cual hornado
el torque de mi mandíbula corrupta ése soy;
voy a incendiar lo que está abajo del fondo del mar
el río voy a detener el remolino de cómo tragarte
pero cómo si es que toca tener cuidado
para que no me almuercen
los ojos verdecitos los gallinazos
pero solo puedo saber
si siguen junto a mi cráneo aguardando
si abro los ojos para cuidarme
de que no me hayan cenado
los verdecitos los gallinazos
(‘Un gallinazo es una sombra
que quiso ser cóndor’
pensaba de guambra
cuando resbalaba por las faldas
de las Monjas
a pararme en seco
junto al Machángara
después de Física
sin que me vea
más que el silencio
que nunca habló)
“No, si vos sois mirlo mismo”
me dijo la Michita de El Tingo
y tenía razón cartesiana la bruja ésa;
soy yo el que cría plumas.
Y me botó jodiendo fuera del metro, como Atlas a la Tierra ser
un mirlo colado en una rama de cuervos alargando
el pico atardecido hasta la locura clavando el
arrebol sobre el lomo del Espíritu Santo
haciendo bicolores las médulas entre los rayos
densos de mis martillazos sobre la blanquitud que
huele a un gallinero nacional que te ve las huevas
brincar selectivamente pajareramente
como juega a la rayuela la memoria a falta
de largas piernas, simón, pero sobrevolando
encima de los ojos tascados; así queda humeando la gran
grandiosa enorme aldeana universal
escenografía del ruralismo urbanizado ¡carajo! y no con
tachuelas de listas de útiles indexadas o con
matones guardados en la “Hacademia” quebradizos
más inútiles que oro en sueños rojos de Rumiñahui
para que les griten desde el graderío del pueblo
“¡¡¡la vida les ha dado como a hijos, verdugos!!!”
porque la verdad es un labio abierto que está
aprendiendo a besar bocas con alcohol.
Al futuro remontamos, mijita
a chamuscarnos las alas
esquivando al Ícaro
que cae mientras enfilados subimos
y de paso bombardeando
a Apolo y a sus yegüitas
que ayer nos regalaban un pasito
hasta flotar alhajas
sobre el arco terrestre;
como cantaba el JotaJota
“en el negro azabache
de tu blonda cabellera”
ahora vos y yo somos
un ave negra helada
que está suspendida
en tus mismas pupilas;
así es fantasía
dejar de extrañarte
si eres la muerte
que envuelve a mi muerte.
[…]
Ay, chucha, qué fiero es sufrir con el metro en la mano
(mi perro negro debe estar temblado entre los relámpagos)
sumando los trayectos entre un recuerdo y un posible abrazo
uno se hace más cursi que caricia de abuela
pero lo peor es no poder lanzarle el muerto a ella
o por lo menos compartir las pestañas molidas
figuretearle un laberinto al descuido
tejerle a la paciencia una chompa de esas que pican
San Francisco exprimiendo naranjas en el Mercado de Santa Clara
con la estigmatización fresquita.
Yo sí le dije a mi amor que no me deje de decir “vuelve”
me dijo que decirme es una forma de dejar de decir
oye te aviso que se me atraganta la vida en las noches, le dije
me dice que todo se destruye hermosamente con la luz
acordaraste que te metí una navaja debajo de la lengua, me dice también
entonces le digo me partiste la palabra
y los besos del crepúsculo para siempre, así le digo
no sabes meterte en pelea de cuchillos a media noche, me dice
y vuelta le digo que me aterra quedarme mudo y asesino de torsos
verás, estaraste pilas con los filos de los brazos, dice
entonces le digo que la ternura está siempre
a la orilla del desborde en los cuellos///
///Pero que la muerte es alcahuete del tiempo, me dice
verás, me voy a quedar medio callado como curva de carretera, le digo
te gritaré en el precipicio de la boca, me dice
siempre quise volver a tu cuerpo, le digo
y me dice, Principito, no hay resurrección
y le digo que me senté al borde de su carretera un día
y me dice que no anda por esos caminos
le digo que hizo frío esa noche de enero y estuve muy solo
temblando como diente de león cuando le rozan los carros, le digo
y vuelta me dice que sí, que el frío es el precio del valiente
que el frío es la fogata del valiente.
Y valiente me digo que el
casco más jodido del combate es el
que obliga a defender el cerebro de
todas las cosas que podrían venirse contra
la frente de este mestizajareado Mériguet en
un reducto que no está entre dos canas; esto
conduce al
“si vuelvo, ya verán
todo será coperniqueanamente diferente
el aire será para siempre más pesado
como en Quito tras Cuatro Días de balazos”
de ello lo aterrador y la estatua que se hace uno:
“pero///////¿…y si vuelvo y me jodo y me tuercen
y me escupen y me descolan y me da el cáncer de mi abuelo
y me olvido para qué mierda volvía y caigo boca arriba
y me venden como colación caducada y me incendio como silbador
y no tengo para la comida y no alcanzo a morir antes que vos
y entonces me torno verde y me fríen a las cinco de la mañana
y me hago “y” y sólo seré unión y no finalidad
y no héroe y no extrañado y no curiquingue y no payaso
y no nostalgia nueva y sí fréjol y sí raposa y sí penco
y sí adivino y sí cholo y sí yayo y sí longo y sí pobre
(y sí pobre)
y sí dolor de pecho de colibrí y sí granizada de colmillos
y sí consumidor de bajo dragado y sí botella retornable
y si me dolió tanto una vez y por qué volver a hacerlo
y si me roban otra vez los bancos y si no hay visas
y si mi hijo es devoto del Atleti del Cholo
y mi hija es tragada en boca de alguien como una Mahou
y si tengo que volver a irme
y si tengo que volver a irme
y si tengo, pucta, que volver a irme…?”.
Así toca, mi bonitica, así sale
arrancharle una caricia al pistoletazo
recordando lo chiQuito que era el mundo denantesito;
ahora queda este imperio español sin sol a sol
como dicen esos gringos de The Killers
“estamos en el vientre de la bestia”
ellos construyendo muros
altos y pérfidos
nosotros nosotros
volando asustados
flechas perdidas
incendiadas la trompa
silbando y aullando
desvaneciendo bisabuelos
chispa a chispa
vaporeando al mar
llenándolo de cadáveres
para que Jesús camine sobre el agua
ignorando la ignorancia
el muerto sobre el muerto
donde pernocta
la falta de luz
fosa común de sirios y sudaneses
bajo la insignia compañera de estos
cóndores tuertos
hermanos escupidos con indiferencia
sobre el Atlántico:
Guayas desaguados en noviembre
Chimborazos preñados de hieleros
montoneros arrastrados
machetes adentro de presidentes
sin 10 de agosto
aviones besando montañas
de frente y sin retorno.
Reventando de a poco
a estas tierras iberas de la zzzeta
que a ratos
cuando volvemos del trabajo de la remesa
empiezan a tener pinta
de un San Roque suco:
vóley de a tres
fútbol de a cinco
quiños de a uno
humareda de fritada a punto
volando orgullosa
como sobremesa de fiesta de La Inquisición
arribita de la Puerta del Sol y La Almudena
(que a veces sale de noche a que le regale un poquito)
enseñándole qué es la “yapa” al neoliberalismo facturado
guiñar los piropos sin aceptar el golpe del reojo
conquistar secretamente los trabajos de limpieza
por si hace falta, dejarles jodiendo la ciudad;
[…]