Julio Cortázar sobre su nacionalidad

Presentamos, en el aniversario de los 105 años de nacimiento de Julio Cortázar, un curioso texto donde explica sus motivos en el cambio de su nacionalidad. Cortázar es uno de los maestro del cuento hispanoamericano.

 

 

 

A Veja le interesa saber…

 

A Veja le interesa saber —cito textualmente el tema que me propone— por qué he  adoptado la nacionalidad francesa. Hasta ahora nadie me lo había preguntado públicamente, pues estaba claro que en muchos órganos de prensa se prefería contestar por mí, técnica en la que descuellan no pocos periodistas y comentaristas latinoamericanos, sin hablar de escritores y políticos.

Así, a lo largo del año transcurrido desde que el gobierno francés me otorgó la ciudadanía, he ido enterándome a través de diversos conductos de las razones principales por las cuales: a) he renegado de mi condición de argentino; b) he asumido otra nacionalidad; c) cuán lamentable, imperdonable y odioso es lo que he hecho en a), y cuán irresponsable, antipatriótico y desalmado es lo que he cometido en b).

Esta síntesis de algunas versiones ajenas sobre mi cambio de ciudadanía alcanzó su momento más sublime hace pocos meses en la Argentina, y tuvo por protagonista al entonces presidente de facto, general Viola, a quien le habrían preguntado su opinión sobre algunos argentinos exiliados que él consideraba como enemigos del país y agentes de la subversión (el lector puede ampliar la lista de cargos, sin duda la conoce de sobra). Cuando se mencionó mi nombre, el entonces presidente se habría mostrado sorprendido. “Que yo sepa”, dijo, “ese señor es francés y no tiene nada que ver con nosotros”.

Esto, que podría ser cómico o ridículo, contiene por desgracia un trasfondo que rebasa la filosofía de pasaporte de un general argentino. Sin caer en su simplismo, gentes más “leídas” y más “escribidas” han mostrado una consternación que resultaría pueril si no escondiera cosas más graves. Que los fascistas de uniforme o de civil agiten la bandera patria como una siempre eficaz cortina de humo, es previsible; lo es menos que algunos argentinos exiliados en México, Venezuela, España y Francia, hayan visto mi cambio de nacionalidad como una defección, y que lo hayan manifestado al punto de obligar a otros, que me conocen bien, a responder por mí. Gracias a estos últimos, que distinguen claramente lo que va del patriotismo legítimo al nacionalismo de consignas y arengas, nunca me sentí obligado a justificarme; tampoco ahora y aquí, pero en cambio puede ser el momento de explicar lo que la estrechez de algunas miras se niega a comprender en nombre de un argentinismo tan poco inteligente a la luz de lo que ha pasado y está pasando en la Argentina.

Mi cambio de nacionalidad no se debe solamente a que llevo más de treinta años de residencia en Francia, sino al hecho de que el gobierno socialista de François Mitterrand quiso reparar una injusticia cometida por los gobiernos anteriores y que había contado con la complicidad tácita o expresa de las sucesivas embajadas argentinas en Francia, que me sabían un adversario activo de las dictaduras militares a las que servían. Como extranjero, mis posibilidades en el campo de la acción estaban restringidas al máximo en Francia, pues los informes oficiales argentinos sumados a los de la inteligencia norteamericana (en este último caso se trataba concretamente de mi solidaridad con la Revolución Cubana) me presentaban a las autoridades como alguien que se aprovecharía de la nacionalidad francesa para incentivar la solidaridad con los países del Cono Sur sometidos a las dictaduras que conocemos, cosa que no siempre convenía a los intereses políticos y económicos de Francia. Dos veces se me negó la ciudadanía, y mis actividades a favor de los pueblos de la Argentina, Chile, Uruguay y Paraguay tuvieron que circunscribirse a una acción dirigida solamente hacia el exterior, sin poder enriquecerla con una acción interna que se hubiera traducido en movimientos de opinión más amplios, en una solidaridad harto más útil para los oprimidos.

Hombres como el presidente Mitterrand, Régis Debray y el actual ministro de cultura, Jack Lang, estaban al tanto de esa situación y se apresuraron a normalizar una situación injusta, sabiendo perfectamente que mi cambio de pasaporte no me cambiaría en nada, cosa que algunos compatriotas optaron por ignorar por razones que prefiero calificar de tontas para no ir más lejos. El día en que Jack Lang anunció públicamente mi naturalización francesa — junto con la del novelista checo Milan Kundera— , dije al ministro y a los periodistas allí presentes que mi nueva nacionalidad me hacía sentir más argentino y más latinoamericano que nunca, puesto que me proveía de nuevos medios y de nuevas fuerzas para seguir luchando contra los regímenes que infaman el Cono Sur. No todos los periódicos allí representados transcribieron bien mis palabras; los complejos baratos y la estupidez empezaban ya su obra.

Que alguien haya probado tantas veces su fidelidad a los movimientos de liberación latinoamericanos, su presencia solidaria en los procesos sociales de Cuba, de Chile en tiempos de la Unión Popular, de Nicaragua sandinista y de la Argentina camporista, a la vez que combatía con todos los medios a su alcance los regímenes militares del Cono Sur, parecía menos importante para algunos que una libreta con tapas azules y sellos de aduana. Que ese alguien haya vivido treinta años en un país de otra lengua y que haya escrito allí diez o doce libros en español, destinados invariablemente a los lectores latinoamericanos, parecería poca cosa frente al hecho espantoso de que ahora tengo un pasaporte francés en vez de uno argentino, como si el pasaporte fuera el verdadero corazón de los rioplatenses. Que eso lo piense el general Viola, entra en la lógica más estricta de las dictaduras y sus servidores; pero yo no acepto esa lógica, y en cambio sé dónde tengo el corazón y por quiénes late.

 

(1982)

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