Poesía boliviana actual escrita por mujeres: Anahí Maya Garvizu

En el marco de la muestra de Poesía boliviana actual escrita por mujeres, compilada por Jessica Freudenthal Ovando, presentamos una muestra poética de Anahí Maya Garvizu (Chuquisaca, 1992). Ha publicado parte de su trabajo en Santiago en Paz, encuentro de poesía Bolivia-Chile 2012, Tea Party II: Muestra dinámica de poesía latinoamericana (Editorial Cinosargo, 2013), 90 Revoluciones (Editorial Mecánica Giratoria, 2015), en el suplemento Rayuela de Chiapas-México (2016); Ulupica, trece poetas bolivianos actuales (Editorial Libros del Cardo, 2016), Transfronterizas: 38 poetas latinoamericanas (compilación a cargo de Ediciones Punto de Partida, carrera de Literatura de la UNAM, México, 2016), en la revista Contratiempo (Chicago, 2017). Actualmente su primer poemario está en proceso de publicación.

 

 

 

 

 

Solsticio

 

La mañana ilumina el polvo suspendido 

mientras ella barre el centro del patio de tierra. 

Con qué lentitud cae la polvareda 

sobre las semillas de algarrobo.

 

No sabes escribir pero lees las horas

en los ojos de los gatos, 

la intensidad de la tormenta 

en el comportamiento de los insectos,

la fertilidad en el espacio de corteza a corteza.

 

No barras el rastro de las gallinas, abuela

conocimos la sensación de ingravidez 

en el piar de un polluelo 

entre las garras del sacre 

que agitando las alas hacia el sur

en pocos segundos trastornó el horizonte. 

 

El peso del cántaro de agua en la cabeza

es el tipo de cosas que hace ver todo diferente.

Donde sea que mires la distancia es infinita

pero te acercas al paisaje sin miedo

guiada por el sonido estridente de las chicharras 

y soportas el ardor de la piel al sujetar el mechero.

 

Tú atizas cuanto en verdad importa:

la fuerza intangible con que sanas el pecho entumecido,

ordeñas las vacas cantando y con firmeza

señalas que “hay que acercarse a ellas como a todo”.

Tu voz atraviesa banda a banda en busca del caballo

y escuchas la cercanía del galope apoyando el oído en la tierra.

 

Qué extraña manera de llegar donde estamos,

poseedores de una herencia sin origen: 

la piel pálida, las manos curtidas

los talones como un delta de grietas deshabitado, 

lejos de ellos y lejos de nosotros. 

 

Los robles se agitan en el cerro 

la brisa suspende la arena 

y parecen vistos tras una cortina de niebla.

La magnificencia que genera la escoba en tus manos.

Regala un poco de la oralidad de un mundo menguante

¿Recuerdas? Todo parecía música entonces. 

 

 

 

Recuerda tocar las ramas de los árboles

 

Son extrañas las cosas que parecen plantas.

John Ashbery

 

Ven y acompáñanos esta mañana

que pasa del frío a la llovizna. 

Cuando despierte, ella ya no estará a mi lado. 

Acércate y miremos el árbol de manzana, 

el color rojo parece navegar entre la niebla

aunque las ramas están estáticas 

como todo lo demás en la aldea.  

Escucha el paso de nuestro asno 

sobre el empedrado que va en busca de hierba. 

Tengo la sensación de caer y caer 

en partes minúsculas de agua 

sobre el techo de paja de las casas

y filtrarme hundiendo el tumbado de lona

como si fuese un lienzo en el que dibujo 

los bordes de la humedad que oculta la penumbra. 

 

Cuando descendimos la colina ella tropezó,

la leche se perdió en el paisaje rocoso. 

Tan pálida y rendida estaba
como las ramificaciones

que se extienden para ser leña. 

Veo en su imagen la frescura de la flor de naranjo, 

te lo dije, palpaba con sus pequeñas manos 

tratando de encontrar restos de leche

como si reconociera el entumecimiento de las rocas, quizá. 

Se ha ido, ¿con quién miraré
la telaraña extendida entre los matorrales?

Ahora que puedo sentarme en la litera de la cama, 

¿con quién imitaré a los mirlos
cuando quiera distraer el hambre?

 

 

 

Traslación

 

Recojo flores para el nicho de mi amigo,

grandes mariposas revolotean sobre el pantano.

Escogimos la madera, medimos juntos el ataúd, 

dimos un sorbo de singani 

y nos despedimos con tranquilidad. 

Se nos ve zigzaguear en busca del porvenir

bordeando el sueño 

con la epidermis tornasol 

vagando distantes, tan débiles 

como bichos bioluminiscentes 

atascados en un charco inesperado.

Una especie de siesta donde hay música 

y -extrañas- guirnaldas balanceándose entre los dos.

 

 

 

Éxodo antes del alba

 

Padre, no llores cuando me veas partir

que el andar será ligero como el pedaleo en el descenso. 

Siempre he partido con la sensación

de la tierra mojada tras la tormenta.

Mira nuevamente el azul oscuro de los tordos

en el poste de luz cuando amanezca.

Nada sucede sin que pueda soportarse

aunque todos sabemos que pudo haber sido mejor. 

Mientras los árboles se agitan con benevolencia

el viejo perro gira antes de echarse en el zaguán. 

Acaricia el pelaje blanquecino que pronto 

dejará de estar hecho a su medida. 

Qué confundidos estábamos de repente, 

todas las cartas que perdimos de una a otra mudanza

y los atajos que debimos aprender para llegar a casa. 

No podríamos pedir más de lo que tuvimos 

cestos de peras, miel y leche sobre el mantel, 

el agujero en el centro de una piedra, 

la gota que acaricia, la gota hiere decías.

No importa la calle, ni la situación, la infancia se alejará 

antes que sea tarde como es habitual.

Una extraña calma me invade

no se acerca a la alegría

sino más bien a la contemplación. 

 

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