Presentamos tres breves poemas en prosa o minificciones de Paul Valéry en la traducción de Eduardo Lizalde. Los tres textos tratan sobre el tigre, figura fundamental en la obra del poeta mexicano y que representa quizás su máxima obsesión literaria.
De animalidades
Los leones tienen un aire de hombres feroces y obtusos, que no se advierte en los otros animales.
El tigre no tiene nada de ese aspecto.
Tiger
Londres. Tigre en el zoológico. Admirable bestia, una cabeza de formidable seriedad, y esta máscara conocida donde hay algo mongol, una fuerza real, una posibilidad, expresión cerrada de poder —alguna cosa más allá de la crueldad—, una expresión de fatalidad —cabeza de absoluto amo en reposo. Hastiado, formidable, cargado —imposible sería ser idealmente tigre.
Pero este animal admirable cruza y des-cruza sus brazos; se ven, de tiempo en tiempo, rodar sus músculos ligeros bajo la piel leonada, latigada de negro —la cola vive—. ¿Tienen ellos conciencia de esos movimientos remotos? Este animal tiene el aire de los grandes imperios.
El “chisporroteo” de los reflejos locales. Tratar de descifrar esta vida interior contenida.
No puedo demorarme demasiado tiempo en el estudio de esta bestia, el más bello tigre que he visto.
Pienso en la “literatura” posible sobre este personaje. En las imágenes que se buscarán y que no buscaré. Buscaré poseerlo en su estado de vida y forma movible, deformable a causa del acto, antes que intentarlo por la escritura.
Movimiento pendular de las fieras a lo largo de la jaula, donde sus estrías rozan los barrotes.
Él abre sus fauces. Bostezo —presencia y ausencia del alma de tigre, que eternamente espera el acontecimiento.
El mismo
La enorme bestia se halla completamente recostada contra los barrotes de su jaula. Su inmovilidad me fija. Su belleza me cristaliza. Caigo como en un ensueño delante de esta impenetrable y animal persona. Compongo dentro de mi espíritu las fuerzas y las formas de este magnífico señor, que una tan suave y noble piel envuelve.
Él clava sobre el que lo mira una mirada indiferente. Intento ingenuamente descubrir atributos humanos en su hocico admirable. Me concentro en la expresión de superioridad cerrada, de poderío y de ausencia, que encuentro en este rostro de amo absoluto, extrañamente velado, o bien, ornado por un encaje delgadísimo de negros arabescos, muy elegantes, como pintados sobre esa máscara de pelo áureo.
Nada de ferocidad: alguna cosa más formidable, no sé qué certidumbre de ser fatal.
¡Qué plenitud, qué egotismo sin defecto, qué aislamiento soberano! La inminencia de todo lo que él vale, está con él. Esta criatura me hace siempre pensar, vagamente, en un grandioso imperio.
No es posible ser más que uno mismo, ser más exactamente armado, dotado, cargado, instruido de todo eso que hace falta para ser perfectamente tigre. No pueden sorprenderle, ocurrirle tentaciones ni apetitos que no encuentren en él veloces medios.
Le concedo esta divisa: ¡SIN COMENTARIO!