Poesía Costarricense: Carlos Villalobos

Proponemos la lectura de algunos textos del poeta costarricense Carlos Villalobos (1968). Publicó recientemente el poemario Altar de ceniza. Acompañamos estos poemas con el comentario de la ensayista Yadira Calvo. Carlos Manuel Villalobos es poeta, narrador y ensayista. Entre sus publicaciones literarias están: Los trayectos y la sangre (1992, poesía); Ceremonias desde la lluvia (1995, poesía); El libro de los gozos (2001, novela); El primer tren que pase (2001, poesía); Tribulaciones(Guatemala 2003, cuento), Insectidumbres (2009, poesía); El ritual de los Atriles (2014, disertaciones); Trances de la herida (México 2015, poesía), El cantar de los oficios (2015, poesía) y Altares de Ceniza (España, 2019, poesía). Es doctor en Letras y Artes en Centro América, máster en Literatura Latinoamericana y licenciado en Periodismo. Labora como profesor de Teoría Literaria y Semiótica en la Universidad de Costa Rica.

 

 

 

 

 

 

 

“Si Dios fuera mujer/ –escribió Benedetti– es posible que agnósticos y ateos/no dijéramos no con la cabeza/ y dijéramos sí con las entrañas”. “Dios fue mujer –dice, rotunda, la voz lírica de Carlos Villalobos– y a sus cenizas me encomiendo”. No es un diálogo entre poetas, sino una idea que por siglos de siglos nos viene haciendo señas desde el fondo más hondo de la Historia.

Altares de ceniza rezuma nostalgia por una Diosa que fue muchas Diosas, tuvo más de mil nombres y fue amada y venerada por vastas generaciones humanas. Hasta que un implacable dios macho, erigido en verdadero y único, incautó sus templos, apagó sus sagrados incensarios, persiguió a sus fieles con feroz ojeriza y convirtió su religión en mito.

“Reina maga, copa de gozo, / vaso de salvación, torre de alegría, / ruega por los ruegos que te pide el mundo/”, escribe el poeta. “Que así sea”, decimos quienes, como él, tenemos añoranza de la que fue “el útero encendido de la Tierra entera”, la “madre del gozo, la flor y la semilla”. “¡Una herejía!”, gritarán iracundos los nuevos inquisidores con el hachón pegado a los renglones. Un profundo fervor, diremos quienes creemos, como el poeta, que “quizás en la cueva más rupestre”, el mapa del nombre de la Diosa “aún conserve la verdad que no supimos”. 

 

Yadira Calvo

 

 

 

 

 

Diana

 

No.

No fue la primera oscuridad de Dios.

No fue la herida que llamó a la muerte.

 

Diana fue la primera luz de los profetas,

la primera sed que da la sal cuando amanece.

 

No fue fácil esconder la sangre de mujer en los silencios.

No fue fácil negarle el deseo al labio de la piedra.

 

Lucifer, su hermano, lo supo demasiado tarde.

Quiso matarla con las misas de la culpa,

pero Diana fue siempre más astuta.

 

Ahora ella es el ojo de un felino,

el caldo de las ollas,

y la yema de las llamas.

 

Es ella la que corta yerbas para amar.

Es ella la que sube por los montes en busca de la llaga.

 

Los hombres que cortejan a la muerte la buscan para hacerla suya,

pero Diana es siempre más astuta.

 

Los curas de los templos ebrios

la buscan con los perros más borrachos.

Pero Diana es siempre más astuta.

 

De su lengua de partera es hija Aradia.

 

La niña también sabe cocinar

las uñas de la noche,

 

también sabe vestirse de sueño

cuando llegan los que duermen.

 

Madre e hija son la misma abeja

y el mismo hilo de las ruecas.

 

Son las hojas de un árbol que lo sabe todo:

 

El evangelio de las brujas.

 

 

 

 

 

 

 

Exhumación de la Madre

 

No, Madre, no estás piedra sin palabras en la tumba.

Tu cadáver aún sabe a beso.

Tu vientre es una llaga en llamas

que alumbra cuando Dios se apaga.

 

No, Madre, no estás en el fondo de los perros.

No cupo tu nombre en las fosas que dejó el olvido.

 

Aún hay saliva de la luna en tu cadera.

Aún hay ceniza de tu hueso cada viernes.

 

He visto tu evangelio carcomido por la culpa. 

He visto la luz a rastras en los templos del castigo.

 

Urge, Madre Nuestra, que regrese tu regazo,

que nos salves del humo,

y del aliento que madura con el trueno.

 

Urge que nos laves la duda con la duda misma

que nos quites del ojo estos buitres del noveno mandamiento.

 

 

 

 

 

Chimalma

 

Se te antoja un tal guerrero

de nombre Mixcóatl.

 

Se te antoja su miedo y la belleza,

y tú, Chimalma, desnuda del arco y de las flechas,

desnuda de la muerte,

lo derrotas en batalla.

 

A ti, Chimalma, no te toca su donaire

ni las fechas que te lanza.

 

Tú, Chimalma, simplemente

lo derrotas para amarlo.

 

 

 

 

 

Diosa de los viernes

 

Pinta ya tus labios con el magma de los tigres

y ven conmigo a los altares de la cama. 

 

Pinta ya tus uñas con la sangre de la noche

y ven a emborrachar de Venus este mito.

 

Ensilla los gatos de correr a la batalla,

carga las ballestas ya de pájaros en celo,

y deja que ancle un barco de guerra en tu cintura.

 

Vamos, Freya, suelta ya los linces boreales de tu pelo.

Vístete de llama y baila a quemarropa este deleite.

 

Vamos, que ya es viernes en todos

los rincones de la Tierra.

 

 

 

 

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