Proponemos la lectura de un curioso texto de José Vasconcelos que pertenece a su Historia de México, en el que hace un retrato de algunas figuras del México revolucionario. Este texto nos ayuda a comprender mejor a estos personajes de la política mexicana así como el periodo en el que éstos se vieron involucrados entre ellos. Con este material recordamos la Antología de poesía política que publicamos anteriormente o nuestra sección Poesía, fama y poder, donde se encuentra presente Álvaro Obregón como autor de poemas.
Retratos de la historia mexicana
Porfirio Díaz
En Díaz no hay conflictos de sangre ni de ideas. En su organismo la vena mixteca se ha fundido con la vena española, creando un equilibrio firme. Y sus ideas son demasiado escasas para que puedan librar batalla.
La sangre española lo defiende de las claudicaciones totales en que cayó un Juárez, un indio puro que no pudiendo sentir en el ánimo las ventajas de la conquista ibérica, se entregó por completo a la nueva influencia nórdica. Por mestizo Porfirio Díaz es mexicano, en tanto que Juárez sólo fue un indio. La falta de ilustración, su poca capacidad impidieron que Díaz abarcase el problema del pueblo. Pero el hecho de haber abrazado con sinceridad la política de la conciliación religiosa, es ya una prueba de que rechazaba, repugnaba el plan Poinsett que Juárez adoptó sin escrúpulos.
Más mexicano que Juárez, también tiene Porfirio Díaz ventajas sobre Santa Anna, el bajo criollo desleal. Santa Anna era todo un rufián. Porfirio Díaz sentía la repugnancia del robo. A menudo porque era dictador –y una dictadura no puede moralizar–, Díaz dejó que sus amigos robaran, pero la codicia no fue en él pasión dominante…
Como jefe del clan, Porfirio Díaz es el más capaz de los gobernantes de la República. Como estadista nunca tuvo tamaños.
Francisco I. Madero
Era de pura raza española; de estatura corta, de rostro barbado, de ojos grandes y luminosos, frente noble, gesto bondadoso y enérgico. Lo distinguía un trato sencillo y afable. Su pensamiento claro, profundo, se expresaba en frases precisas, nerviosas, rápidas. Viéndolo moverse en la pantalla del cinematógrafo recordamos el tipo de políticos franceses, encumbrados a fuerza de talento y honestidad. ¿Era un extraño en el medio nuestro en que el político de éxito ha de ser mudo y tortuoso como Porfirio Díaz, insensible y torvo como Plutarco Elías Calles?
Lo cierto es que Madero rompió una tradición, pero no logró crear una nueva. Con él nace y se extingue la esperanza de que aparezca un México dirigido por el espíritu, gobernado por la inteligencia al servicio del patriotismo. Los antecedentes de Madero también son distintos, de los de todos los presidentes anteriores. Ni general ni licenciado, pero más valiente que los generales y más despejadamente inteligente que todos los licenciados de su tiempo, su educación es la del hombre de empresa, creador de bienes en la industria, productor de los desiertos nórdicos. Su abuelo, Evaristo Madero, ganó tierras a los indios bárbaros, creó poblaciones, inició cultivos, sembró vides, improvisó talleres. El padre, los tíos, los hermanos, fueron hombres que crearon riqueza. No ricos a la manera colonial, mediante de la explotación del trabajo ajeno en el latifundio, sino en la forma moderna del pioneer y el constructor, que enriquecen a otros al enriquecerse y aumentan los recursos de la zona en que viven. El mismo Francisco Madero, después de cursar la segunda enseñanza en Saltillo, en el colegio de los jesuitas, en Francia en un Liceo, en California en una Universidad, regresó a México y sembró algodón; tuvo éxito: reunió una pequeña fortuna. No le ocurrió lo que a la mayoría de los políticos y los generales, que del fracaso en la vida privada y de la más absoluta impreparación, saltan a los altos puestos del ejército y de allí al gobierno. Y aprender a leer cuando llegan a ministros, como se vio durante la administración callista. Tampoco había en Madero una sola fibra del dueño de la encomienda colonial, del terrateniente de la era porfirista, implacable con la peonada, codicioso en la merma del jornal, espléndido, despilfarrado en la juerga y los vicios. Se casó joven y no parece que las pasiones eróticas hayan perturbado su vida de modo anormal. En su rancho, no sólo mantenía satisfecho al labrador con el buen trato y el buen jornal, sino que llevado de cierto franciscanismo que dominó su vida, él, como propietario, comía legumbres, dormía en modesto lecho, pero sostenía en la finca una especie de hotel de pobres donde se daba cama y comida a todos los jornaleros que pasaban por la región, necesitados.
Victoriano Huerta
El Judas Huerta sonrió, abrazó públicamente a Madero y tomó el mando del Palacio, el mando de la plaza; en seguida, con el pretexto de que necesita fuerzas suficientes para atacar a los sublevados, empezó a ordenar movimientos de tropas en todo el país; todo bajo la tolerancia inepta de un ministro de Guerra que no supo cumplir con su deber. Y así comenzó la llamada Decena Trágica. Días de angustia nacional y de incertidumbre y confusión. Mientras tanto, Huerta metió a Palacio tropas adictas, dejando a Madero, convertido en prisionero de hecho. Madero sería obligado a renunciar. Victoriano Huerta quedaría de presidente interino, y Félix Díaz se presentaría candidato a las elecciones que deberían verificarse pocos meses después. Victoriano Huerta el incalificable beodo de la más negra página de nuestra historia lamentable.
Venustiano Carranza
Nunca la administración se había identificado con la persona del jefe de gobierno en forma tan rigurosa, y no porque fuese Carranza hombre de extraordinaria capacidad, sino porque el ansia de mando, la envidia de subordinados más capaces, lo llevaban a intervenir en la nimiedad de los detalles con perjuicio del despacho. Desde el principio la ineptitud de Carranza motivó que la revolución no tuviese programa fijo. Cada quien la interpretaba a su modo.
Adolfo De la Huerta
Don Adolfo De la Huerta, hombre honorable y que había pasado por las aulas, creó un gobierno de de conciliación nacional. Abrió las puertas del país a todos los desterrados; devolvió su libertad a la prensa y a los tribunales, disipó la atmósfera de terror en que se había vivido bajo el carrancismo. En acuerdo tácito con Obregón, que era el caudillo triunfante y el consabido presidente de las elecciones que estaban próximas, organizó De la Huerta un gabinete de hombres capaces y honorables. Al tomar posesión Obregón, casi no se modificó el personal de secretarios de Estado. Lo mejor de la revolución y del país colaboró con Obregón en las primeras etapas del gobierno.
Álvaro Obregón
Era Obregón alto, blanco, de ojos claros y apariencia robusta, frente despejada, tipo de criollo de ascendencia española. Su talento natural era extraordinario, pero jamás había salido de la aldea, y su cultura superior era casi nula. Dedicado a los negocios del campo y a la política local en la cual sirvió de alcalde de su pueblo bajo Porfirio Díaz, tenía Obregón la preparación de la clase media pueblerina que lee el diario de la capital y media docena de libros, principalmente de historia. Las ideas revolucionarias que en algunos otros “generales” producían un caos mental, a Obregón lo dejaban sereno; pues era un convencido de los métodos moderados y su aspiración más profunda era imitar los sistemas oportunistas de Porfirio Díaz. Por eso nunca aplicó las leyes bárbaras de la Constitución contra el clero. Tampoco se puso a hacer experimentos descabellados en materia agraria, y aunque ayudó a los obreros, no tuvo que ponerse a cortejarlos en ansia de popularidad, como más tarde haría Calles. Obregón era un militar nato, un capitán comparable a Cortés y, sin duda, el mejor soldado de México después de don Hernando. Y como todos los verdaderos capitanes, era militar estricto en campaña, pero amigo de las formas civiles en la vida ordinaria y en el gobierno. Aunque ya había mostrado crueldad en las represalias que deshonran la victoria, el trato de Obregón era afable y le ganaba amigos. Poseía el talento superior que permite rodearse de consejeros capaces, y aunque su comprensión era rápida, sus resoluciones eran reflexivas. Los primeros años de su gobierno determinaron progreso notorio de todas las actividades del país.
Plutarco Elías Calles
Inició su régimen de asesinatos y prevaricaciones el general Calles, el 1º de diciembre de 1924. Bajo un ambiente de terror se consumó el cambio de mando, pero el país sintió algún alivio al comprobar que Calles era un prisionero. Todo el gabinete había sido nombrado por Obregón y a Calles no le quedaría sino la sombra del mando. Son, sin embargo, peligrosas estas situaciones, aun para el mismo que cree que puede usufructuarlas. Se conformó Calles, al principio, con ser un testaferro, pero con astucia aprovechó la debilidad de Obregón por el dinero y lo dejó hacer grandes negocios. También, aunque pudo irle a la mano, dejó que Calles se ensañara en su política de persecución religiosa, a fin de obligar a los católicos a ponerse de su lado cuando después de violentar una reforma constitucional, volvió a presentarse candidato a la presidencia.
Vasconcelos, José, Historia de México, Obras Completas, Laurel, México, 1961,1706 pp.