Proponemos la lectura de un texto de poética, “un asunto de la voz”, de la poeta británica Elaine Feinstein (1930). El texto apareció en el volumen Strong Words. Modern Poetry on Modern Poets, editado por W. N. Herbert y Mattew Hollis, publicado en Inglaterra por Bloodaxe. La traducción corrió a cargo de Daniela Nayeli Rojas Martínez.
Elaine Feinstein nació en 1930, estudió en la Universidad de Cambridge y se formó como abogada. Sus primeros escritos estaban profundamente conectados al Modernismo Americano (principalmente a William Carlos Williams y Wallace Stevens), y su interés en la poética modernista permitió la ya tan citada “Carta a Elaine Feinstein” (Letter to Elaine Feinstein) de Charles Olson en 1959. Su traducción de la poeta rusa Marina Tsvetaeva se ha presentado en múltiples ediciones (Selected Poems, 1971, 1981, 1986, 1993, 1999) y ha sido a su vez una fuente de inspiración para la propia escritura de Feinstein, cuyo trabajo incluye nueve novelas y seis colecciones de poesía, de In a Green Eye (1966) a Gold (2000).
Un asunto de la voz
Es fácil entender por qué me incliné hacia el lirismo americano cuando empecé a escribir poesía en los 50´s. Estaba buscando una tradición que pudiera incluir la voz de un marginado. Como nací en Liverpool, en una familia de judíos inmigrantes de Odessa, y además siendo mujer, quizás no era para extrañarse.
No es que no pueda encontrarse algún paisaje de Liverpool, o de Midlands donde crecí, en mi poesía. De Fenland y algunos ríos de Cambridge, o de las calles de Londres que han sido mi territorio. Pero la risa cantarina que posee la voz de Liverpool llenó mis oídos durante toda mi infancia y me insinuaba un número de cosas: principalmente un escéptico disgusto por lo pretensioso. Tal vez por eso nunca me ha gustado la oscuridad en mis poemas, y hago poco uso de la metáfora. Cualquiera que sea la razón, trabajé la mayoría de ellos con franqueza y lucidez, aunque con una profunda desconfianza ante esa música que ahoga la presión de lo que se ha sentido.
El recato, tono irónico del nuevo movimiento, no me emocionaba. Eran tan arrogantemente autoprotector, tan determinado a no exponer las indignaciones del sentir. En cualquier caso, yo no era parte de él. De hecho, nunca he sido consciente de ser parte de algún grupo en particular, incluido el English Intelligencer, poetas que siguieron a Jeremy Prynne y vinieron y se sentaron en mi sala de Tumpington en los 60´s, y no estoy segura de cuánto compartí con ellos incluso en ese entonces. Yo saboreé su voz lírica, sus silenciosas cadencias, y su oído para separar las sílabas, y juntos compartimos la admiración de Charles Olson. Pero la pasión que ellos tenían por la geografía y la historia local aseguraron un Nacionalismo ingles tan insistente como el movimiento mismo.
Fue la gran poeta Rusa Marina Tsvetaeva quien probó ser la influencia individual más importante en mi trabajo. Técnicamente, ella me enseñó cómo la intensidad de la pasión crea un ritmo tan fuerte que se derramará sobre la página incluso cuando se detiene en las estrofas. Después de trabajar en mis versiones de sus poemas, comencé a ver la poesía como una cuestión de la voz hablada empujada sobre la forma de los versos en la página. Después de eso, rara vez utilicé formatos completamente abiertos. Pero tal vez ahí estaba otro vínculo que era incluso más importante.
Donald Dive señaló hace tiempo que me reconozco a mí misma en ella, a pesar de que mi propia vida no estaba marcada por las tragedias de la pérdida o el exilio que atormentaron la suya. Me atrajo de ella su deseo por el abandono, y también su implacable insistencia de escribir poesía, la cual tomaba prioridad sobre otras responsabilidades. Ella era un ejemplo peligroso, debido a que, para ambas, la impracticabilidad doméstica implicaba que las usuales tensiones de esposa, madre y poeta se escribían como tareas terriblemente enormes.
La visión de Tsvetaeva de la edad madura de la mujer era en su conjunto diferente a otras grandes poetas a las que yo admiraba a ambos lados del Atlántico. En la pobreza y el abandono, ella se puso encima el arnés dados los dos hijos y el esposo enfermo, y sobrevivió con un poco de apoyo y consuelo. Su fortaleza me recordó a las mujeres de mi familia por parte de mi padre, una de ellas dirigió una carpintería. Sin tener ningún conocimiento del feminismo, ellas también eran vivos exponentes de una independencia que – en su caso – presumiblemente volviendo al viejo mundo del stetl donde las mujeres dirigían las tiendas mientras sus esposos estudiaban libros sagrados.
Hace cinco años, reflexionando sobre mi trayectoria, encontré que mis propios poemas se hacían puntiagudos y más desnudos conforme me hice mayor. Recalqué la idea de que no quería escribir un poema largo. Fuertes declaraciones para las intenciones de un poeta: ahora lo he hecho, aunque he intentado retener los placeres locales del verso lírico. Gold está escrito en la voz de Lorenzo de Ponte, libretista de Mozart, cuyas aventuras lo llevan desde un gheto de Ceneda hasta la Corte Imperial de Vienna, mientras que a él nunca le fue permitido olvidar sus orígenes, a pesar de toda la genialidad que trajo al despreciado arte del libretista. Escogí a da Ponte como si hubiera escogido a un personaje en una de mis novelas. Los personajes históricos permiten a los poetas ir más allá de la autobiografía, sin perder el color sobre sus propios intereses.
Hay un magnífico poema de Joseph Brodsky en el que se habla sobre el encarcelamiento y el exilio, y sobre ser expulsado de dos países y sobre cómo, no obstante su emoción primaria, estaba tan agradecido por tener el enorme privilegio de estar vivo. Pienso que esa es la principal emoción que quería resaltar en la historia de da Ponte. Los poetas del pasado que más leo por placer – Wyatt, George Herbert, Wordsworth, Lawrence, Charles Reznikoff, Ted Hughes – siempre renovaron mi atención sobre el mundo que me rodeaba. La poesía perdura al ser un camino para sentirse más vivo.