Estamos leyendo al poeta argentino Edgardo Dobry (Rosario, 1962). Ha sido parte del consejo de dirección del mítico Diario de Poesía. Es poeta, ensayista y traductor. Su libro más reciente de poemas es Contratiempo (Adriana Hidalgo editora, 2013). También ha publicado Cinética (Editorial Dilema, 2004), El lago de los botes (Lumen, 2005) y Cosas (Lumen, 2008). Ha merecido la beca de la John Simon Guggenheim Foundation (Nueva York).
De El lago de los botes (Barcelona, Lumen, 2005)
La cuestión del chocolate
En la pastelería de la vuelta de mi casa
venden baldosas de Gaudí de chocolate blanco
y bolitas de chocolate veteado y caganers
del más negro chocolate y un Pikachu con ojos de confite
y el Raichu, que es su evolución,
con espiras como pelo de caramelo esmaltado.
De tallas bestiales pintan huevos
de cacao en las pascuales fechas
y al acercarse la Navidad turrones en forma de molino
con aspas de mazapán en merengue ribeteadas.
Ahora bien: este delicuescente escaparate
está precisamente en la parada de autobús de calle Balmes
donde mi Luca y yo asomamos glaucos labios
por entre unas graciosas espirales de bufanda
que sin pretensiones se parecen, bien miradas,
a las chimeneas de mosaico de esos edificios
que dan su gracia al epónimo Paseo.
A Luca se le quedan los ojos estofados
al tiempo que yo me contracago en el 17 que no llega
y me digo para mi coturno que si le compro chocolate
qué desastre de padre fuera y si no le compro
qué padre severo
encima de desastre y sin remedio.
Luca se enjuga con una manopla al 50% de acrílico
la humedad que devenida no se sabe
si de fosa o lagrimal, mientras pasa el 16
que no nos sirve pero siempre
pasa antes pues el 17, al ser el nuestro,
viene en mucho retrasado.
Después, haciendo humito del aliento,
Luca emite un murmullo acerca
de la evolución de los Pokemons
que repta bajo las orejeras de mi gorro de aviador.
Pokemons de fuego y de agua, de piedra y de planta,
y ataques de energía insoportable
e involuciones defensivas.
La mitad del Raichu, Pokemon de rayo,
me la como de un mordisco para buscar
el amargo consuelo en la idea
de que Luca no haya ingerido chocolate tanto.
Amarronados están los bordes de mi tarjeta de autobús
y pasa otra vez el 16…
Preguntas a Rilke en moto
Qué sabe usted de lo que no me pasa,
del “estoy cansado” a la mañana,
del “ahí va el chinchudo” que mascullan
mis desahogados vecinos del sobreático: ahí va
el del ceño fruncido como el último
durazno en el fuentón. Quise llorar
pero no encontré motivo, victimizarme
pero no había
pastel de culpa a repartir.
Y llegó el ocaso,
vino el Rilke y le dijo
al simplón ése del poeta joven:
“¡no escriba usted poemas de amor!”.
Entonces agarro mis romas líneas venéreas
y las hiervo, las redoro, las devengo
una factura triangular como una aljaba,
una golosina para la autoridad del Rilke.
Son una mentira sin malicia, señor,
una pura compulsión mitómana.
Todo en pensando cuánta lástima me da
que el joven poeta apostrofado
no hubiere sido el transandino de los cien falsos
sonetos. Yo por mi parte soy el viudo
de una moto muerta de eutanasia:
el escape desprendiósele en un pozo
y una multa me pusieron por el ruido.
Y es que la pobre estaba ya tan vieja
y tanto merecía, por lo mucho que felices
fuimos juntos, una digna defunción,
un vender sus órganos aún sanos
bajo el acrílico sol de los desguaces.
Señor Rainer María que estás
en las Librerías del Centro:
¿puedo escribir los versos tristes
para mi pobre moto blanca, para mi moto
blanca? ¿Por esta única
vez licencia tú me dieras?
Muchos barrios visitamos juntos,
era mi María Kodama. Era mi Dama
de las Kamelias: tosía si la pateaba,
sabía
bizquear en las esquinas como la Dulce Irma,
hollar senderos como agraria Proserpina.
Señor Rainer María
usted qué sabe
de lo que no me pasa, del estar cansado,
del conversar con los taxistas en la amarga
noche catalana. Dispense por esta vez
mi declamar el poema del amor y muerte
y écheme un consejo, en todo caso:
¿debería ser más bien una elegía?
De Contratiempo(Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2014)
Y así la flor vencida por su perfume propio.
Deja sobre el alféizar, deja
un vaso de agua hasta que empiece
a crear vida (te gusta
la palabra alféizar, ¿verdad?
reboza de árabe almíbar,
lástima que cuelgue de algo
triste como la ventana):
se aja así lo visto en la cabeza,
atardecer de amaranto mortecino,
burbuja en un bidón inverso
–no llores, niña, por el sol agonizante,
mañana mientras duermas
estará saliendo a tu espalda
y secará la oscuridad
de los rincones. Pero la banda
de la fiesta popular,
los colores del campo antes del trueno
y los tumultos después,
alondra de la siesta, ruiseñor
del deseo de dormir,
zorzal y benteveo,
al crepúsculo se queda sin petróleo
la antorcha de Febo y humea por la mecha:
en esa lija se pule, aflige,
el himno o la elegía, cuál,
¡los dos!, ¡a la vencida flor!
(signos de admiración son postes
de tender la ausencia
de celebración, de lamento,
de lamento de la ausencia
de una cualquiera celebración).
La inundación errante que ayer golpeaba en Asia
pudiera abatirse esta tarde sobre acá.
(Para una Suite de la mercancía no consumida
Aturdido en el pasillo del supermercado
duda entre dos góndolas repletas
y por la fiaca de acarrear lista anotada
lo engañan las fajas de los frascos
brillantes, seductoras, cuellos enervados.
Bebía crispado como un loco
en las tapas de los potes mil
caligrafías hipnóticas, veneno en tafetán.
¡Un estruendo! Después silencio –fugitivo
sabor de metálico tomate dentro el sándwich.
¿Acaso caducaste esta noche y tras la ronda
van a destruirte en la depuradora? Pues Ketchup
no sabe adónde huía tu carrito, vos
te olvidaste de agarrarlo, y ya es tarde.)
[Del libro, todavía inédito, El gran simpático]
Black Mirror con wasabi
The bawdy wind, that kisses all it meets Othello, 4, 2.
Los Arropados y los Fríos duermen
con y sin medias respectivamente.
La Moderada Escuela los divide en:
Sucios y Naturales (goce de clasificar,
a todo le besas lascivo la mejilla).
En la sobremesa de octubre un Frío firme
discute con su hijo un episodio
de Black Mirror: disimula, en verdad,
no haber visto ninguno. En la ficción,
(le explican) se te deja vivir o te ejecutan
según la cantidad de likes de tu aspaviento.
El jurado es superfluo: la cifra es objetiva.
El Frío se distrajo recordando el día
en que su hijo lo llevó a un japo conocido
antes con su madre y, por parecer experto,
se metió entre las muelas la bola entera de wasabi.
Escorpiones y escolopendras le salieron por la boca
como al rey Minos de Creta le fluyeron más abajo
(fue cuando su amante Procris inventó el preservativo).
Entonces lo sobresaltó el mensaje
de un amigo de viaje con su novia rusa:
una foto –ella se baña desnuda
en un lago blanco– torpemente tomada
por no sacarse los guantes ni siquiera
como un viejo ante la hija de Jilquías:
parece un Frío pero es un Arropado.
Meditación clásica en las pausas de un congreso
(esta es la pieza también titulada “Como todo”)
Eso no puede ser, Dido.
Nosotros volamos diez horas sin noche
para leernos el paperen un salón vacío.
Fue en un Marriott de América gélido acondicionado.
Apretábamos contra las muelas caramelos
de miel mientras hablamos mentolados
para no carraspearnos el panel
pues es ya bastante siempre una delicada connivencia.
A vos te abandonó, Infelix Dido, el troyano
que te encendió de nuevo el resquemor de la primera llama:
A vos que, allá en Tiro, fuiste viuda sin casarte,
y después, ya reina de Cartago, despreciaste al libio
Jarbas, rico en trofeos tórridos de África.
Pero, Elisa, si hubieras visto lo del Marriott;
y lo lleno del salón de al lado, “Políticas del género
y masculinidades nuevas”, mientras nosotros solos.
Lo de apuntarse a sí la espada era menos necesario.
Debiste antes pensar en las cosas peores.