33 + 1 voces de la poesía uruguaya actual: Horacio Cavallo

“La noche amarilla. 33 + 1 voces de la poesía uruguaya actual” es un dossier que ha preparado Marisa Martínez Pérsico para los lectores de Círculo de Poesía. Su objetivo es visibilizar y difundir un repertorio de voces que se inscriben en distintas tradiciones líricas, es decir, mostrar una parte de lo que acontece en la poesía oriental a partir de cuatro criterios: diversidad discursiva y/o estética, integración equitativa de poetas mujeres y hombres, integración generacional (de por lo menos cuatro promociones etarias) e inclusión de poetas que escriben fuera del país (en Argentina, Brasil, México, España y Suecia). [Lee la introducción a esta muestra aquí] .

Leemos una selección de “Peinar a una mujer en la penumbra” y otros poemas de Horacio Cavallo (Montevideo, 1977). Ha publicado más de una docena de libros de poesía, narrativa y literatura infantil, entre los que destacan: El revés asombrado de la ocarina (poesía, Ediciones de la Crítica, Premio Anual de Literatura, MEC, 2006), Oso de trapo (novela, Trilce, Premio Municipal de narrativa, 2007), El silencio de los pájaros (relatos, Alter 2013, Premio Nacional de Literatura del Ministerio de Educación y Cultura 2015), Invención tardía (novela, Estuario editora 2015, Tercer premio en el Concurso Anual de Literatura, MEC 2017), Los dorados diminutos(Ediciones del estómago agujereado, 2018, una novela escrita en sonetos e ilustrada y diseñada por Matías Acosta) y Luz de última hora (Poesía, 2006-2018, Editorial Lisboa, 2018). www.horaciocavallo.blogspot.com

 

 

 

LIRIO DE AGUA

 

Con la mañana abrió un lirio de agua.

Pensaba en escribirlo, o hacerte con los brazos ese gesto

que vuelvo a repetir si los nenúfares muestran el corazón.

Estirar ambos brazos y plegarlos

hacia ese gesto tuyo en la ventana.

Ver que en la superficie ha ganado terreno ese silencio,

que es todo menos eso,

que trepida a medida que gira la madera

y que enronquece al agua en su manía

de subir, y caer, y subir y caer…

 

Saliste a ver la flor desde allá arriba:

una nadita roja entre mis manos.

Llevabas varias prendas. Las colgaste.

La primera era blanca: quiero verte.

La negra iba segunda: por la noche.

Después colgaste un trapo color cielo.

Interpreté que sale por trabajo y que no vuelve

hasta que el día tenga sus colores.

Pensé en el salto mirando hacia el tejado.

La hora de la tarde en la que vas

a prender y apagar la luz del velador.

Y yo abriré los brazos temeroso

con el lirio asomando en el bolsillo,

apoyaré los pies en la baranda,

–rezarás en silencio en ese rato

para que me de fuerzas el impulso,

para que él no adelante su regreso,

y nos encuentre juntos,

oyéndonos al fin, comiendo arenques–

Voy a saltar buscando el filo del balcón

desde donde llegar a la ventana.

Puede caerse el lirio, lo sabemos,

resbalar y soltarse e ir pegando

un golpe y otro golpe por las interminables escaleras.

 

Nada de todo eso va a escucharse.

 

 

 

 

 

HIJO

 

En poco tiempo mi hijo cumplirá diez años

y no ha aprendido a andar en bicicleta.

No hay nadie más culpable que su padre

¿Qué pudo estar haciendo

que no supo enseñarle a equilibrarse,

a mantener el bajo de los pantalones

lejos de la cadena,

a cultivar los primeros callos

en donde nace cada uno de los dedos,

para arrancarse los pellejos

en las tardes aburridas de la escuela?

¿Qué sabe de uno mismo quien no tuvo

que llegar desde lejos

 mirando una cubierta destrozada?

 

 

 

 

 

DURAZNO ABIERTO

 

Estoy temblando, madre,

como me sacudía una tarde

con un durazno abierto

en medio de las manos.

 

Estoy temblando, madre,

parado sobre un charco,

con los ojos abiertos, madre, padre,

y una palabra oscura al borde de la lengua.

 

Madre que estoy temblando,

bajando la escalera con pasos de reloj.

 

Te estoy pidiendo agua, madre.

Agua.

 

 

 

 

 

PRIMAVERA

 

Hay dos caras

diametralmente opuestas

en setiembre.

 

Una que se construye hacia la luz,

donde brota el verdor de la enramada.

 

Otra que la provocan siete vientos

que empujan a gorriones desplumados

hacia el cuadrado gris de las veredas.

 

Puedo mirar al cielo en primavera,

pero en puntas de pie.

 

 

 

 

 

VIII

 

Peinar a una mujer en la penumbra,

oír el crepitar entre los dientes,

hilachas que descienden serpenteando

y dan en los empeines del descalzo.

Peinar a una mujer en la penumbra,

oírla respirar entre las sombras.

 

 

 

 

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