Poesía cubana: Luis Manuel Pérez Boitel

Proponemos la lectura del poeta cubano Luis Manuel Pérez Boitel (1969). Mereció en 2002 el Premio Internacional Casa de las Américas con el poemario Aún nos pertenece el otoño. En 2013 recibió el Premio Internacional de Poesía Manuel Acuña en Lengua española por el poemario Artefactos para dibujar una nereida. Su libro más reciente es El libro de los hijos de Lev (Ediciones El fortín, 2019).

 

 

 

 

 

 

 

CARTA ASTRAL PARA DIBUJAR UNA REALIDAD QUE NO ENCUENTRO EN TU NOMBRE

 

Qué puedo decirte, madre mía, a la hora del mal dormir entre jeringuillas y fragmentos de un linfoma que parece te llevaba poco a poco. Después del chinesco hospital, los cristales de la noche, el traspiés que oficia el cáncer entre tus arterias, cómo decirte tanta verdad, una verdad absoluta que no podría creer nunca, por la que respondías como un animalito tembloroso, el más frágil de los animalitos asediado por la multitud, imposible de entender en su propia sombra. La definición de un extraño sueño que descubro en tus ojos, en la planicie de tus ojos, por ejemplo, cuando acudíamos a la salita del hospital y yo te ofrecía regalos para que no imaginaras la sangre que faltaba, los estertores de esta aciaga existencia de la que no puedo despedirte. Entonces indagabas el porqué de aquella gente moribunda cruzando frente a nosotros, por qué tanta soledad en los rostros de los paseantes y de uno mismo.  Nada nos era ajeno, ni apenas el día que me dijiste que no querías ir más al tratamiento, que ya las venas habían colapsado y que era algo injusto que no podía seguir ocurriendo. Entonces mirabas alrededor, y no hallaba razón ni pedestal, no hallaba el sendero para trasmitirte el estado de necesidad, las injusticias de Dios, y de la vida que siempre es incierta. Duró un año el temor, la súplica y el desasosiego de cuidar de ti, madre mía, de sentirme a tu lado el más pequeño de los hombres, un principiante, el incomprendido por la turba, el que escapó de todo pacto por alcanzar la felicidad, y tú no sabías nada; en ese instante donde decidí dejarlo todo a Dios, pero salvarte. Así fue la rutina de los días, la búsqueda por minimizar las secuelas de las quimioterapias y de tus venas necrosadas.  Madre mía, qué difícil es dejarte en un poema para que elijas entre la pátina de la enfermedad y la manida palabra existencia. Qué difícil es dibujar una realidad que no encuentro en tu nombre, cuál misterio ofrece Dios para que la muerte no sea ni el fin ni el principio. A duras penas, puedo explicarte, madre mía, sobre estas cosas, y temo en el aciago tiempo que nos encumbra, mientras te preguntaba por los árboles del patio, por los días de navidad y la familia. Qué puedo hacer, madre mía, si no pude sustituir mis venas por las tuyas, si en tu mirada siempre encontré un rencor injusto, diría yo, amargo, por la inexplicable hora de la transfusión, por la herida que mucho más se hacía en mí junto al lamento. Nada sabías, madre mía, nada sabías. Cómo podré revivir tantos motivos diversos, fingir que se está feliz por el hecho de hablar de la felicidad. Callar simplemente, cambiar de conversación como si nada sucediera, pero es terrible el candil y la expectativa por los medicamentos que no llegan.  Mientras prefiera que sigas peleando por la casa y el país, insistir que todo ha sido un sueño y tenga lágrimas nada más, y no pueda hablarte de porvenir, de los hijos que no sé si tendré; ah para qué tantas preguntas. Madre mía, si un día piensas que intenté escapar de esa realidad, que no cuidé bien de ti, que también he sido un animalito tembloroso perdido en su soledad. Qué puedo decirte, madre mía, que me perdone, que me perdone.

 

 

 

 

 

CANCIÓN RUSA PARA DELFÍN PRATS

 

Siempre hubo alguien entre tú y yo

siempre hubo algo poderoso intercediendo

Delfín Prats

 

 

Apenas bastaría la primera y única carta para cortar

estas amarras que ha dejado el tiempo, pues ciertamente Delfín,

siempre hubo algo entre tú y yo, que no puede ser

comparable a estas calles de Rusia que van cambiando

de nombre, de simetría sobre la noche,  tártara noche esta,

de justificación para nosotros mismos. 

Quién pudo cruzar tantos océanos para llegar a tu inexplorable isla

fue un cobarde, alguien que no tiene excusa

para dejarte un sobretodo con la postal de 1980, una canción rusa

y aquel poema que me dedicaras, desde un olvidado parque de Holguín.

A quién pude callar en esa soledad inequívoca de bancos dispersos,

en esta mutilación que los periódicos hacen, si en aquel poema

tenía yo la mejor carta de triunfo, unos veinte años menos.  Pero te marchaste

Delfín, sin darme aquellas otras pruebas, en la catedral

del Cristo Salvador las estampillas no son iguales, tu nombre

por ejemplo, un garabato en la pared en sepia. Un trago de vodka a granel

como salutaciones de estas otras comarcas por la soledad y el tiempo

que nos deja, como magro cielo sobre las cosas que ya no están.

Mi casa ha sido de alabastros  y libros que en invierno cubren y soportan

esta rara manía de llamarte, de no saber ya nada de ti. Dividiría yo los días

por uno de esos licores rusos y ese modo de hacer

el amor sobre tapices famosos y libros de algebra analítica.

Para qué tanta poesía ─ me dijiste ─ muchacho, tan bello como la nieve

de San Petersburgo.  Entonces nunca más supe de ti.

 

 

 

 

 

CAZA

 

La frontera de mi patria es el borde de mi plato.

Juan López-Carrillo

 

Sobre las peonias el tiempo asume su herbario

como si fuera una falsa, pensar que en el escondite

donde compartimos los últimos centavos queda algo

del ayer.  Evanescente tiempo este para las decapitaciones y el golpe

de sensación que hacen los cuerpos que no quieren asumir la realidad,

fetiche que han clavado en la puerta de la casa, en la trastienda,

mientras mi madre muere de un tumor.

Decir que yo no existo es una broma para el embestido

aire de la noche, terminar todo de una vez, quizás pudiera ser

el juego ideal para los que amanecen sin su nombre,

y sin su carné de identidad. La frontera de mi patria

es un mar de fondo.  Una línea sinuosa para los que nadie

tiene el salvoconducto, el rostro sajado por la miseria

que se ajusta a la caza del plato sobre la mesa y la familia

desposeída de sus jarrones de peltre.

Lo más oportuno sería inclinar la sed ante la frontera,

la premonición misma con que Arthur Rimbaud escribió

su Fiestas de hambre, un modo de simplificar los límites,

el telúrico paisaje que nos advierte que al borde mismo de todo

hay una sensación de angustia, como en algunos cuadros de Fidelio

Ponce de León, que bien pudieran figurar en la casa.

Sobre las peonias el tiempo asume su herbario como si fuera una falsa,

el soliloquio de un tiempo que arrecia sobre el borde de mi plato.

 

 

 

 

 

 

ANIMAL NEOBARROCO

 

 Ognuno sta solo sul cuor della terra

 Trafitto da un raggio di sole:   Ed è subito sera.

 Salvatore Quasimodo.

 

En la primera alusión despierto con los abismos del hoy:

“Nada hay en mí, sino esos horizontes que alguien dormido contempla

                                           /desde un mar:

desde otro mar, que acaso ya no existe”. (Jaime Siles)

Así pudiera empezar mi viaje por el trasmundo.  Ven para que nadie te cuente

de esta ceremonia, la fuga que nos alcanzó a todos porque debajo de la azotea

el hombre está mirando.  Está mirando  el svástico paisaje,

                                                         /la figuración de los días,

las basurillas  del paisaje. El relente es también una forma de mirar.

El hombre está mirando, ahora mismo tiene su historieta, su falsa

comunión con el que sigue en pie.  Íbamos a juntar los cofres, los libros que ya

no sirven para nada, pero el hombre está en pie y  Néstor Perlongher nos avisa

de que tocan a la puerta con toda  terquedad. El que dibujó la claraboya

                                                      /siente pena por estos

cadáveres que van muriendo lentamente, sobre las aguas…

Pero el hombre sigue mirando. A duras penas, bajo el relente

                                                                         /de los pitos de los carros

y las luminarias que afloran en la ciudad, nos olvidamos del invierno

que arrecia y disimula un tiempo indomesticable, herencias de otro país.

Enrancias de tiempo. Gravitación de la imagen más sacra de lo que pudo

                                                                    /ser la ciudad

vista a desaire. Enrancias de lo que se ha visto,

de lo que se disimula ahora  detrás de un cartel que nada dice;  que serás tú

el próximo en salir, en perder la cabeza, aunque seas una figurilla

que han colocado para seguir de largo.  Huele la carne su mejor momento 

con el hedor de los cuerpos otros que ya no son más  que una falsa angustia.

Simular que hay cadáveres, por ejemplo.

Quitarte un puñado de pan cuesta lo que el cadáver no vio

bajo  esta misma fatiga,  no suponía la fatiga. El disimulo  es considerado

                                                                                                         /un acto

que sopesa esta casa. Donde mi padre, desde la bohardilla,

                                                       /asumió la sobredosis,

la crisis en que murió un hermano mayor,  el mortecino aire  

                                                       /nos sobrevive pero no es real

la silueta de los paseantes, de los que buscaron bajo los arrecifes

                                       /las mismas historias

para quedarse sin historias, sin arrecifes. Mutilar el brazo por esos desatinos.

Afuera los carros siguen erráticos hasta un fin,  la congregación del fin,  

el estanque del traspatio  y las sombras del fin. 

La ciudad como límite y el hombre sigue en pie.

Hay cadáveres que están en pie.

Simular por ejemplo que entre la línea flotante de la ciudad

la silueta es un raro vacío.  Primero. Hay cadáveres.  En el otro país.

El hombre sigue en pie.

Segundo. Hay cadáveres. En el otro país. El hombre sigue en pie.

Tercero. Hay cadáveres. En el otro país. El hombre ya no está en pie.

Y el mutilado sopesa en el relente las voces, los meandros

                                                 /de un puntapié contra la chalupa. 

En la fabulación de lo que cuentan el nigromante 

prefiere otro país bajo la ráfaga,

ciertas turbulencias. Imaginarios que el danzante

atestigua con las palabras y las hojas

del otoño, lo que queda, lo que va quedando.  Arrecia el otoño y el que está

de espalda acude a las vitrinas que han puesto para dividir la turba.

Enrancias del cuerpo que acumula tanta muerte que no puede

llevar a cuesta. Dime quién ha sido el tramoyista de estas escenas.

Dime cómo están las aguas  de los mares bajo estos desiertos del espíritu.

Dime los nombres de los que fuiste alguna vez,

el karma del otro, el sobreviviente. El impensado sobreviviente, la rancia pátina

del sobreviviente que ha golpeado la pared, que se ha quedado

solo.  Dime por qué estás en la isla ahora mismo,

en la fugacidad de isla, en la oscuridad

reservada a los que están. Dime si es cierto que a esta misma corriente

fueron lanzados los que dijeron su verdad, los que sobrevolaron su verdad,

los que se dieron un tiro.  Un tiro.  Raúl. Un tiro. Hernández.

Un tiro. Novás. Un tiro.

 Raúl Hernández Novás.  Un tiro contra el nombre del que escribió

un poema contra sí.  El martillito del poema contra sí. El escondite del poema

donde está el cadáver.  Raúl Hernández  Novás. 

Dime la repetición  del acto,  las púas del tiempo

del  que se ha mutilado la cabeza.  El cadáver está quedando más ciego

que nunca y escapa. El cadáver está diciendo otros nombres

y otras temporadas por el que no respira.  Saltemos  la página.

 

 

 

 

 

 

DÍPTICO POR EL HALLAZGO DEL FONDO

 

 

I

 

sobre el acto final que marca el horizonte

se presupone el vacío. el vicio de mis manos

emana otros límites hasta la anunciación

de los cuerpos más ebrios; que proveen el sopor

o el filo de su luz inamovible.

gotea un pájaro ante la tempestad

de un árbol que ha perdido, y no se siente sed

bajo las pétreas ramas donde fluye una voz

impersonal o etéreas de alas imposibles.

no se siente el camino. las manos

fueron pocas al ocultar en turbulentas márgenes

esas espirales que indicaban el comienzo.

allí, sobre la piedra o sobre el árbol

cimbrado por el viento y la neblina

sólo queda el polvo en la miseria

de sus márgenes. el pájaro,

como gotas de ágata sobre la tierra

invade con sus alas el olivo.

 

 

 

II

 

agujereado por el   arpegio de los pájaros

un árbol se desliza, como un soplo de luz

hasta la orilla. tiende allí su trampa,

en la noche de siempre, bajo el aire

fugas que en noviembre resurgía.

todo, jugando desde la humedad, en la intemperie.

las pocas ramas, su flor primogénita,

hallazgo del fondo y del áspid oculto.

los pájaros, clavando sus picos

en las sombrías laderas, como piedras de mármol

endurecidas, en relieve distintos,

el corazón del árbol partían.

 

 

 

 

 

 

CARTA DE AMOR DEL REY TUT-ANK-AMEN A DULCE MARÍA LOYNAZ

 

no es que resulten extrañas estas palabras mías, distantes como la más preciada tarde del Nilo, para cubrir tu hierático paso y vencer esta muerte probable entre diademas y sicomoros. lo cierto es que en aquella columnita de marfil donde descifraste mis dibujos sobre el otoño, yo existía gracias a tu plegaria sobre la ciudad de Menfis y sobre el sarcófago  que protegía mi adolescencia y mis más preciados jeroglíficos, porque encontraba en tu aparente penumbra esa luz dispuesta en estos ojos cansados a través de tres mil novecientos años que ahora yo te ofreciera para el arcángel albísimo que eres un domingo de resurrección. quizás, dudaras de estas palabras que corroboran mi otra muerte, el silencio de estos pabellones que yo abandonara para salir a tu encuentro.  no es que resulten extrañas estas palabras, que ya estaban escritas desde mucho antes, incluso antes de tu llegada,  que Isis me había mostrado en el estival año.  ah, Dulce María, parece que tu Isla cubre tu pecho como estos juguetes de oro y lapislázuli que adornan el sacrificio. déjame, desde esta columnita tenerte dentro de mi tiempo como aquellos que entregaron su vida, jóvenes como yo, arqueros como yo, en una clara tarde del Egipto. enséñame, el Ave María para repetir lo que tus ojos retienen y yo no sea más el lado más frío de la muerte, el lado más frío de la vida, para que me duermas como un niño distante de su madre y su país. hubiera dejado si me lo pidieras, Dulce María, estos monolitos  para la gente que no logró comprender que tuve miedo de esas auroras milenarias, del país ante la muerte y que nunca quise ser un rey, en estos diecinueve años que todavía envuelven mis cenizas ante los arenales del desierto y la prontitud del otoño. mírame, y no sientas pena por la frialdad que atesora un lugar como este, llévame contigo a los campos, al extraño azul de tu Isla, llena de benjamines y lirios. ahora que has desempolvado mi corazón, en aquel sarcófago de mármol negro donde dormía mi muerte, bajo el candil de infinitas lunas y el perfume delicado  de mis dioses. ven Dulce María, en esta bendita tarde del Nilo y arráncame como si fuera yo tu más preciada flor del jardín. invoca a Isis para el regreso y si no logras con tu ávido empeño sacarme de este carro de marfil toma mi nombre simplemente para encontrarte entre la multitud, al pie de tu Isla tropical, para volver a tener como lo habías prometido, el más dulce, el más breve de tus poemas.

 

 

 

A EMILY DICKINSON

¡Nadie soy! ¿Quién eres tú?

¿Tampoco eres nadie?

Entonces somos dos ¡Calla!

Ellos nos asustan.

Dickinson

 

 

otra vez regreso al jardín, a la magnificencia del jardín. irremediable son los días mientras me despido. un adolescente me abraza cuando duermo. descubro que algo en él existe en mí. en el aledaño escondite dibujaba sobre el agua su cuerpo. nunca supe su nombre. en el estanque el sobreviviente nos provee de raros beneficios. Emily, realmente nadie soy. con certeza no tendré nada que decir en otro tiempo, pero ahora estoy frente al jardincillo que impone la prehistoria. un adolescente cruza por estos acantilados. me asalta la duda. estaba en el otro extremo mirando cómo se acumula la dádiva para el benefactor. el adolescente se despide y  no hago nada por detenerlo, por cruzar esa línea que mis ojos imaginan. deshacer la línea y llegar a él y ser él por un instante para ocupar su turno, para robarle la estupefacta imagen y ser otro en la imagen (en la secuencia de la imagen?) a la entrada del jardincillo donde ya no me reconocía.

 

 

 

 

 

 

CUATRO CAMINOS

 

I

aislado de la ciudad, rumbo a las atalayas los gamos trasmitían azuleadas luces en el trigal. en el relente, clarea el sendero ante  los evanescentes rostros de Mme Blanca, la linotipista y yo. gustaría de ir por la pradera con la encomienda de aquellos gamos que se han quedado algo distante, en la fuente. ellos reconocen los días de cuaresma y el ronroneo del que mira asustado las imágenes del otoño levitante ya sobre el trigal. por el camino de las terrazas  los cuerpos cálidos volvían a sucederse. Mme Blanca regresaba a la ciudad ante el inminente paso de la noche.

II

difícil ha sido la muralla.  Mme Berenice añora el temascal y el ciruelo del patio. nada puedo hacer ante el vacío (de la página supuesta?). la inocencia asusta. toca a la casa por el sendero de los limos, esas estampas irrepetibles . al durmiente no le gustó   el afligido rostro del danzante. miraba los crisantemos y en los ojos de Mme Berenice escurridizas auroras pernoctaban . la muralla parecía interminable.—del otro lado no hay nada que buscar, dijo el joven vigía antes de dar unos pasos hacia atrás y cerrar, definitivamente, la puerta.

III

al flechero no le gustó el sueño la otra noche. la magnolia nos impuso adentrarnos a los basares. el auriga nos llevó con sus canciones de otredad a Mme Berenice, durante cuatro horas de camino, por la fronda. la esposa del creyente miraba al pájaro muerto en la jaula del mercader, y se persignaba. Ofelia fue aquella tarde para todos, algún salmo de Dios, la nevisca. tenía algo de piedad los ojos del ave  cuando se puso en tierra, bajo un laurel del patio, al paso de la caravana. Mme Celeste vestía también como su esposo, el flechero había existido en el lejano otoño, hurtándole en el estanque cada silencio. al final, las grandes trenzas de la mujer cubrieron el agua, ahora llena de eternidad, de una extraña eternidad.

IV

el aguafiestas vendrá por el baldío sitio. la paz reina ante el casamentero aire del que ocupa el turno. el tercero en identificarse ofrecerá un poema después de cruzar por los almendros y la noche. el mismo día que murió mi padre, los escanciadores fueron a la fronda, en el promisorio terral, bajo el tórrido cielo. en el difícil agosto escuché los silencios que nombra la casa. raro ha sido dejar la palabra en los altos muros de un tiempo como este, refirió la vecina ante el aparente festín. afuera discrepo de los que pasan sin advertir los cantos que provienen de los olivos, de las montañas que se mezclan zigzagueantes imaginando un país. Mme Blanca tenía un raro fingimiento. después de la llovizna todos nos quedamos frente a la foto final de estos años.

 

 

 

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