Leemos poemas del nuevo libro de Samuel Lagunas (Querétaro, 1990), A veces un ma/pa es una casa (Palíndroma, 2020. Ilustraciones y postales de Bernardo Fernández BeF). Lagunas es Maestro en Estudios Latinoamericanos (UNAM). Ha publicado el libro Dios, nueva temporada. Miradas teológicas al cine y la TV en el siglo XXI, los poemarios Todavía mañana y Godfully. También escribió en colaboración con Keila Ochoa Harris Profetas menores para los menores. Fue ganador del Concurso de Escritores del San Miguel Writer’s Conference 2018, del Certamen González-Waris 2018, y de los Juegos Florales Ramón López Velarde en 2017. Actualmente realiza estudios de Doctorado, escribe crítica de cine para medios electrónicos, y es profesor en la Facultad de Filosofía de la UAQ.
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¿Has visto cómo
la saliva es el hilo más frágil
capaz de sostener unidos
a dos cuerpos?
Nuestra primera comida sobre la tierra
es un fracaso.
La manguera del seno está enredada,
anuncia la partera,
debes permitir que ella haga su trabajo.
Pero ella es casi nada,
un cráneo aguado
un par de pies que ni siquiera se demoran
porque aún no van
a ningún lado.
Ella es un berrido de instintos cavernarios,
un eco de los años más remotos
de la evolución humana.
Dicen que el cuerpo recuerda el primer contacto:
piel con piel, piel con piel,
reza el canto de las parteras.
Pero no sabemos el lenguaje de los cuerpos cuando nacen.
No sabemos qué palabras de la hipnosis
liberarán su memoria.
Solo sabemos
el hilo de saliva entre el pezón y la boca
(ayer eran cuerpos en medio del orgasmo;
hoy, dos mujeres inaugurando el ritual de la comida).
Es real
la forma en que se tocan
dos cuerpos
sin tocarse.
De pronto, el sexo
tropieza con la vida.
Duele,
gime madre,
siento miedo.
Nadie te prepara para hacer de tu cuerpo el menú de alguien más.
Y el intento de alimentarse recomienza.
Lo primero que sale de tu pezón es amor,
anima la partera.
Amor y una piedra derretida.
Cometa
que arrastra todas las bacterias
de un cuerpo a otro.
El silencio es unánime.
Ya empieza a fluir el río.
Planetario
Cuando cumpliste un año,
descubrimos que para nosotros
eres inmortal.
Madre tejió con sus manos los planetas.
Uno a uno los montó sobre tu cama
como ofrenda voladora. ¿Serán pasto de tus sueños,
destinos rutilantes de tu migración nocturna?
¿Quién eres
cuando no estás con nosotros?
¿Quién serás
cuando hayamos partido?
Sabremos cuándo acabará nuestra vida, pero nunca
sabremos la carga de tu vejez ni de tu muerte.
Todos los planetas del universo
madre los tejió
para que habites en ellos. ¿Faltan las estrellas? Son los dedos
juguetones de tus manos.
¿Dónde estarás cuando nos hayamos ido de la tierra?
Madre tejió los planetas, uno a uno,
para corregir el tiempo. Allí todo se sostiene
por el hábito de tu mirada.
Es la forma más íntima de comunicarme,
me confiesa,
regalarle un mundo sin fisuras:
su
mundo propio.
Cuando cumpliste un año,
madre tejió para ti
una esperanza,
un juego infinito,
una tregua de colores.
No tenemos un lenguaje para hablarte de esto. Afuera de tu cuarto,
el mundo es un lugar peligroso
y bello. Para sobrevivir
hay que ser fieles a la imaginación. No pensar.
Pensar alimenta la tristeza.
Madre tejió
una señal silenciosa.
Porque las palabras no importan. Porque siempre
hay una posibilidad mayor que el lenguaje.
Madre tejió un remplazo de su cuerpo
para cuando se haya ido. ¿Qué me toca a mí?, ¿cómo sobrevivo
si cada vez
soy más pequeño
y me hundo más y más en el pozo del tiempo?
Cuando cumpliste un año,
descubrimos que para nosotros
amar es buscar la manera
de estar contigo para siempre.
Como un par de estrellas
que aun muertas
permanecen.