Poesía venezolana: Ricardo Montiel

Leemos al poeta venezolano Ricardo Montiel (Maracaibo, 1982). Leemos los poemas con los que obtuvo la mención de honor del Premio Internacional de Poesía Paralelo Cero 2021. Ha publicado los libros Ciudad blanca sobre fondo blanco (Ediciones del Movimiento, 2015), Agonía de los días terrestres (Caleta Olivia – Rangún, 2018; El Taller Blanco Ediciones, 2020) y S, M, L (LP5 Editora, 2020). Mención de honor en el VIII Premio Internacional de Poesía Paralelo Cero con El rezo de los chatarreros, libro que próximamente saldrá en Quito por El Ángel Editor. Textos suyos han aparecido en medios digitales e impresos de Argentina, Costa Rica, Estados Unidos, España, México, Colombia y Venezuela. Coeditó la revista digital Merece una reseña, y actualmente es editor de literatura de la revista Muu+ Artes y Letras. Vive en Buenos Aires desde 2007.

 

 

 

 

 

EL REZO DE LOS CHATARREROS

Sólo creo
en el rezo universal de los chatarreros.
Esa voz distorsionada, balbuceante
resonando entre los mudos edificios,
que pide de milagro el desecho,
la cosa sin cabida por vieja,
averiada o juzgada incompatible.

Es el único
rezo universal en que creo,
el que lento se desplaza sobre una
desvencijada y distópica pick up,
que va cargando en su lomo peregrino
lo que otros destinan al infierno.

 

 

 

 

 

MI PADRE DE ESPALDAS

 

Una vez vi a mi padre de espaldas
caminar entre espaldas porteñas.
Enseguida supe que era él.
Se distinguía por sus hombros caídos,
redondeados como lomas de arena,
y por la fuerte asimetría de sus codos:
el izquierdo más abajo que el derecho
cuando guarda sus manos por el frío
en los bolsillos de su chaqueta marrón.
Quise buscar un teléfono…
comprobar que él estuviera
todavía con vida.
Sin embargo, desistí.
No quería perder de vista
su paso ligero y vacilante,
levemente desfasado del resto,
como de recién llegado a mí.

 

 

 

 

 

A Gabriel Payares

 
Ahora,
tras más de diez años,
aún sigo sin saber
de dónde provino
el gesto,
              qué crisis
motivó la partida;
 
qué hizo que viaje
y escritura abordaran
el mismo vuelo
            de ida,
el mismo deseo de vértigo.

 
Si no hay nada que augure verdad,
tras más de diez años –y
suponiendo que no
debamos volver
mensurable el fondo
para no traicionarnos,

 
para que
el ancla oxidada del hecho
no hunda el proceso
en un argumento
flojo y servil–,

 
¿sólo queda asirme
al relato que otros
cuente de mí,

 
que me cuente a mí mismo
en cada recuento?

 
¿Bastarán las palabras
para unir con un mínimo
de grietas,
             la trama escindida
adrede?

 

 

 

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