Leemos poesía hondureña. Leemos algunos textos de Denise Vargas (Tegucigalpa, Honduras, 1974) es poeta, gestora cultural, conferencista y directora de una fundación educativa en Honduras. Su libro de poesía, Martes como toda vida, fue publicado en Costa Rica en 2016 por Ediciones Perro Azul. Parte de su obra ha sido traducida al inglés e italiano, y publicada en revistas literarias y antologías en Honduras, México, Bolivia, Ecuador, Estados Unidos, España e Italia. Denise es cofundadora de la editorial hondureña ManoNostra, y apoya la coordinación de la iniciativa cultural Semana Alicanto.
Biografía de la ola
Yo sé por qué la ola se desprende del mar
y qué busca en la arena.
No hace falta preguntarle.
Yo sé por qué se rompe:
sueña con planicies,
con los siglos que caben en cada grano de arena.
Quiere ser lluvia,
caer sobre la copa de un árbol,
deslizarse por sus venas y pertenecer a una raíz.
Con el tiempo, convertirse en río
y regresar al mar con las historias de las piedras
que la habrán salvado
de esa lenta eternidad de sal.
Irreverencia
Nadie sabrá cuales versos he robado a mis poemas,
ayer borré una colina que nadie extrañará.
Hoy quité la palabra primavera.
Cuelga del año como lluvia atrapada en el cielo.
Ya empalaga su pétalo en la pluma de tantos poetas.
Adiós primavera,
aquí dibujo yo en pleno abril
un verano atrevido.
¡Ah, la irreverencia de los versos!
Esa es la verdadera primavera.
Cantar el viejo roble como nuevo,
pintar sin prejuicio la maleza cuando cansa el jazmín,
tachar sin pena el adjetivo
y darle libremente un nuevo nombre a la luz.
¡Ah, la insolencia de crear!
Me pregunto cuáles versos borra Dios
cada vez que regresa a sus poemas.
Clases de natación
A los nueve años descubrí cuánto pesa un cuerpo en el fondo de una piscina.
Hasta entonces, solo conocía la ligereza de flotar, cruzar de punta a punta la vida en una alberca. Las horas fluían, abriéndose bajo cada brazada. En ese húmedo trance de quietud, todo parecía liviano. Solo mi padre sospechaba de ese hondo santuario en que me sumergía, y sus ojos vigilaban mi ritual.
Esa tarde, algo rompió la nitidez del fondo. Un cabello largo subía como humo negro buscando la superficie. Dos brazos agitaban el agua sin alcanzar el vuelo. Me acerqué, sus manos se aferraron a mi cuello, y en un violento nudo de codos y burbujas nos fuimos alejando de la luz. Supe en ese instante cuánto pesa la vida al fondo de una alberca: es llevar la muerte colgada del cuello como un ancla; pesa más aún que la mano que cierra unos párpados por última vez.
Esa tarde nos salvaron las señales de humo y los ojos de mi padre. Pero nada nos libró de morir a la niñez, y nacer prematuramente, en esa placenta de cloro, al dulce agobio de saberse mortal.
Acta est fábula
Los niños llevan dos alas enormes en la espalda.
No sienten su peso, solo el viento que azota
al abrirlas por las mañanas.
Las arrastran, las mojan en los charcos,
las pisan al correr sin preocuparse.
Con los años empiezan a notar
que poco a poco se desprenden las plumas
con las horas y el andar,
caen al cruzar por pasillos angostos,
al plegarlas bajo el saco,
al sentarse en una banca bajo la lluvia
con las alas de abrigo.
Ya de viejos se juntan en los parques,
acarician lentamente sus alas vencidas,
cuentan los espacios entre cada pluma
como cuentan las historias imposibles,
cada hueco un vuelo fallido.
Al despertar por las mañanas
ya no azota el viento.
Amarran sus alas a la cintura
y miran al cielo, mientras sienten
el plomo de un ancla en cada pie.
Extensión terrenal
¿Cuánta tierra necesita el hombre?
Tolstoi
Mi cuerpo cabe completo sobre esta franja de césped
que separa tu tumba
de la de alguien que nunca conociste.
A la altura de mis ojos,
tu apellido entre dos fechas imborrables.
¿Cuánta tierra necesita el hombre?
La necesita toda,
porque un jueves a las tres de la tarde
guardarán sus huesos a la par de un extraño,
y no es posible que quepa en ese hueco
tanta vida.