Poesía nicaragüense: Francisco Larios

Leemos poesía nicaragüense. Leemos tres poemas de Francisco Larios. Su libro más reciente, el poemario Parece una república, Katakana editores, EE.UU., ganó el Florida Book Award 2020. Autor de la primera traducción al inglés de El soldado desconocido, de Salomón de la Selva, publicada en edición bilingüe como The Unknown Soldier/El soldado desconocido, editorial Casasola, Colección Clásicos Centroamericanos, Massachusets, EE.UU., Julio del 2021. Seleccionó y tradujo al castellano Los hijos de Whitman – Poesía norteamericana en el siglo XXI (Valparaíso, México, 2017). Tradujo también el libro ganador del Pulitzer del 2013, 3-Sections, de Vijay Seshadri, escritor estadounidense nacido en la India [“El sol detrás de la neblina”, editorial Vaso Roto, España/México, 2019]. Ha publicado además los poemarios: Cada Sol Repetido, anamá Ediciones, Managua, Nicaragua, Noviembre del 2010; The Net in Sight/La red ante los ojos, Editorial Rascacielos, Quito, Ecuador, 2015; La Isla de Whitman, Editorial Buenos Aires Poetry, Argentina, 2015; Sobre la vida breve de cualquier paraíso, Editorial 400 Elefantes, Nicaragua, 2017; más la plaquette Schwarze milch, Proyecto Editorial La Chifurnia, El Salvador, 2016, y la plaquette bilingüe (inglés/castellano), Astronomía de un sueño/Astronomy of a Dream, Carmina in minima, Barcelona, 2013.  Es fundador y editor general de Revista Abril [revistaabril.org]. Su poesía ha aparecido en publicaciones digitales e impresas en numerosos países y ha sido parcialmente traducida al italiano, griego, rumano, estonio, árabe e inglés.

 

 

 

 

 

Principio de poema mientras asesinan a mi hermano

 

Slava Ukrayini

 
Un hombre solo no puede mover una montaña;
un hombre no puede más que una raíz,
más que una hoja dispersa contra el viento;
son sombras que se mueven en el viento;
son monstruos del pesado viento;
son alas, aspas gigantes de los vientos,
la montaña monstruosa de los vientos,
la cuenca donde hubiera mar y hubiera ojos,
el paraje donde todos los rumbos
se abrieron como grietas del viento;
son las sombras que devoran la pena,
los dolores que son
la sombra de la pena;
son el surco del aire quemado
de las vidas muertas;
algo hay que hacer, Dios mío, algo hay que hacer que mueva la montaña;
alma de toda empecinada
embestida inmolada ya,
inmolada ya; alma, alma, alma,
algo hay que hacer que mueva la montaña;
no puede un hombre siempre solo,
no puede solo contra todos los hombres,
no pueden los hombres solos;
no pueden solos los hombres,
ni puede la montaña;
no puede andar la montaña contra el viento,
no puede andar el surco de las sangres vivas,
ni el rumbo de las manos muertas,
manos pequeñas de gloria,
manos que tocan los tanques y buscan la muerte, alma de todos los vientos;
que no, que no sea la montaña sola,
que no sea el hombre solo, que haya un surco,
un camino, un aspa rota, un proyectil, una muerte hecha de opio,
un dolor que no tenga la sombra,
que no tenga ante sí más que la tierra ardiendo y el surco germinando, y los tanques de la guerra con sus cuellos torcidos y los ojos reventados de sangre;
más que el amor, que sea el odio; que antes venga la venganza que el martirio;
que bajen de la cumbre las corrientes de fuego, que se vea su luz
desde el otro horizonte; que termine, por Dios, que termine,
algo hay que hacer,
algo hay que hacer,
algo hay que hacer.

 

 

 

 

Estertor del tirano

A la memoria de Hugo Torres, de Eddy Montes, y de todos los que han sido asesinados en la cárcel de cualquier fascismo, por exigir libertad para sus pueblos. Sus nombres representan dolor, pero, también, esperanza.

 

No tendrá lecho tu adiós, tendrá
las voces sin nombre que repiten tu nombre;
tendrá un oscuro zopilote que vacíe lentamente tu pecho,
como la muerte vacía las tumbas;
tendrá todo el silencio de tus muros y la sed
que ha secado tus pasos;
los hilos de la sangre, acongojadas
fuentes
sin rumbo;
arañan la tierra,
se bifurcan, se abren,
como el trazo de un árbol en la arena,
el temblor del miedo y de la furia,
la sombra que en la oscuridad se convulsiona;
como los ojos que hay que cerrar, para evitar la duda: ¿qué miran?

 
Sabrás en tu hora que es tu turno;
lo dirán las paredes y los pisos hediondos de las celdas
del paraíso eternamente alejándose, inmensamente desgarrándose, anchamente
desplazándose como una
gigantesca babosa por tus sueños.

 

 

 

 

De profundis

 
Como una hostia alzo
el horizonte,
sobre el polvo
que la oscuridad tragó
con su paciente gula.

 
El templo está desierto.
Solo hay luz para ver la soledad.
¿Y de qué sirve? La voz se cansa de mover
sus labios en silencio.

 
Ya nadie está. Irrumpe la raíz
en el altar;
ha muerto el rito,
muerto tiene el corazón,
y muerta en su interior la vida
en tan estrecha esperanza atragantada.

 

 

 

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