Poesía nicaragüense: Madeline Mendieta Sevilla

 Leemos poesía nicaragüense en la serie que ha preparado para Círculo de Poesía Víctor Ruiz. Leemos poemas de Madeline Mendieta Sevilla (Managua, 1972). Es Licenciada en Literatura, poeta y Gestora Cultural. Publicó un libro de poesía bilingüe Inocente Lengua 2006 con Amerrisque ediciones, Pétalos de sal 2018 Parafernalia ediciones y Verás que no soy perfecta 2021 con editorial CasaSola. Ha sido publicada en suplementos, revistas literarias, antologías nacionales e internacionales. Su poesía ha sido traducida al inglés, francés, alemán y portugués. En el año 2014 el Centro Nicaragüense de escritores le otorgó un reconocimiento por su gestión cultural por incentivar la promoción de la literatura.

 

 

 

 

Codependencia

 
Me embriago de ausencias
Pero que la soledad me baste
Dosificar las píldoras
Cada 2,4, 6 horas
Para que no se escape mi nombre
De mis labios
Inhalar los días por semanas
Acelerar el pulso
Las pupilas dilatadas de consumo
De basura cibernética
Aspirar audios
Exhalar frustraciones
Miedos
Rabia
Ira
Alojados en la boca del estómago
Las delgadas líneas
Delineando mi propia muerte
Tiemblan mis manos
Mi pecho
Acelero el vuelo
Emprendo viaje
Desdoblada
Dislocada
La columna de mi cuerpo
La quijada de mi rostro
Ahora soy una mujer de Picasso
Oblicua, triangular, fragmentada
Esperando ser comprada
En la próxima subasta.

 

 

 

 

Migrantes

 
Tiembla
La ciudad y sus endebles edificios
Sus casas despintadas y tristes
Se estremecen
Las pupilas salpicadas de nota roja
Cuerpos de angustia ocultando rostros
Agonizan tras las puertas solitarias de una sala
De una celda
En las lánguidas tinieblas de pesadillas y miedo.

 
Se escurre la vida y nuestras absortas miradas
Áridas de llanto, solo cierras las ventanas al dolor

 
Lejos quedó la euforia ondeando gritos
Los sudorosos cuerpos desploman en caída libre
Aprisionados del terror
Otros mueren asfixiados de sed
Huyendo por el desierto de Sonora, Mexicali o Texas

 
El calor aumenta, incendiando bosques y suben las mareas
La temperatura de la cólera y se llenan de odio las fauces malolientes
Escupen fuego, brazas, lava que quema y arde la dignidad humana
Las llamas apagan vidas, dejando recuerdos grises.

 

 

 

 

 

Lapsus

 

Mi hora no está en el reloj…
¡Me quedé fuera del tiempo!

Dulce María Loynaz

 

Siempre estuve para todos
En las buenas,
en la calle de en medio
en avenidas, aceras,
de rodada y cuesta abajo
en pleno uso de mis facultades
a veces contra mi voluntad
pero siempre estuve para los demás
a tiempo, a destiempo
a contratiempo, justo a tiempo
corriendo contra reloj
dividida entre todos
fragmentada para todos
sin excusas
con caudal y sin un céntimo
con alfombra roja o con pies descalzos
allí siempre para todos
escuchando,
opinando,
apapachando,
contrariada,
bohemia,
puntual
trasnochada sempiterna
siempre, allí para todos.
Hoy, frente a una lápida
mis áridos sollozos caen
y ninguno está allí
para consolarme.

 

 

 

 

Aún

 

Aún caliento el tibio recuerdo
De tu desnuda y egoísta ausencia,
Tantas veces disfrazada, tentada de verdades.
Cuéntame
Cuántas veces huiste de mí en ti mismo
En tus derroches agónicos de soledad,
En tus despertares insómnicos,
En tus carnales ocasos, aquellos que descansaban
Tus más
Tus menos
Tus multiplicados temores,
Sacudiendo
Mis recónditos huracanes.
Nuestros desvelos abrazados
Bajo la lluvia,
Bajo sórdidos alientos inquebrantables;
Naufragando, tiritando en ese pequeño tiránico
suspiro;
Ahogado, mutilado por nuestras manos – cómplices
inútiles –.
Suave sociedad,
Suave sentimiento,
Suave yacimiento,
Escombro de caricias
Que deambulan noche a noche
En la caverna de los recuerdos.

 

 

 

 

Lágrimas Áridas

 

Me enferman las bondades
Mal vestidas con trapos usados
Que usurpan un táctil regalo envuelto en sonrisas,
Despeinados con la huella inútil de los engaños,
Advertidos con el índice acusador de mis labios
Que desenfrenados empujan un irónico júbilo de
pecado.
Me enferman las insospechadas mordazas en las
palabras
Aquellas que suelen corroer con tenacidad los
pasos
Que doy sobre el aliento abatido de promesas.
Sin tregua, sin un sobrio escrúpulo,
Que subrayan la verdad
Árida de lágrimas.

 

 

 

 

Fuga del Recuerdo

 

¡Qué vacías tengo mis manos!
Sin palabras,
Sin el minúsculo arrecife de tus labios,
Besando mi otra mejía.
No tengo el flagelo inesperado de tu risa,
La angustia en tus pupilas cuando mis sollozos te
embriagaban,
El galopar suave de tus caricias recorriendo los
linderos de mi pelo,
La canción de cuna no fecunda mis oídos y tus
arrullos se han muerto de frío
Porque tú te has ido
¿O soy yo quien se ha marchado?
Hay tímidas noches que mi inocencia cabalga
Por las valientes planicies de tus años cansados
De sembrar tus cálidas bondades,
Con tus manos,
Con tus pechos,
Con el iracundo acento del matriarcado.
¡Qué vacías me han quedado las manos!
Porque tú te has ido…
¿O soy yo quien se ha marchado?

 

 

 

 

Condena

 

¡Qué se apaguen las velas de mis inviernos,
Salgan inmundas de mis entrañas
Las impúdicas caricias de tus labios!
¡Exhumen los hálitos de esperma en mi vientre!
¡Expulsen el orgasmo agónico
Que flagela mi garganta!
¡Incineren de mi mente
La imagen de tu rostro!
¡Secuestren los recuerdos
Anidados en mi corazón!
Exorcicen mi alma inerte
Para que divague
En la periferia del limbo,
Esperando su turno
Y encontrarte en el infierno.

 

 

 

 

Inquietud

 

Hace ya tanto que no te regalo un beso.
Y en mi insomnio solitario
Fumo un cigarro,
Llenando mis venas de humo,
Pudriendo mi voz y mi aliento,
¡Para que cuando regreses
No se te antoje mi boca!

 

 

 

 

Caza

 

Amanezco en mi refugio
Alejada del blanco acechante
En la mira
Del cañón
Huidiza venada
Corro, corro, corro, corro, corro.
Salto, caigo.
Corro, corro, corro, corro, corro.
Entre las ramas lo veo
Nuevamente.
Ya no me asusta
La soledad ensordecedora
De un disparo
Que grita:
¡Déjame Abandonado!

 

 

 

 

Cuarentena

 

El calor transpira sudores espesos
La sedienta jauría se evapora
Posada sobre sus patas traseras
Esperando.
Bajo el torvo solsticio
Los machos jadeantes
forman pequeños grupos
Como veraneantes que manchan la arena.
Sus babas lujuriosas reptan
Por el mustio pelaje
Mientras descansa,
sobre su flanco derecho
La hembra preñada.
Pronto, los torrenciales mayos
Callarán al bochorno
Cediendo la cría el útero ocupado.
La manada sulfurada se inquieta
Solo quedan cuarenta días
Para la próxima lunada.

 

 

 

 

Atabal Fecundo

 

El atabal del corazón en fiesta
Arremete el bailoteo de un óvulo maduro
Invicto, ecuestre, galán atisba
la estampida seminal galopante
Adversarios fecundos emprenden duelo
por el adyacente copioso
En apogeo germinal advenedizo fusiona
dos atávicos e inseparables eslabones.

 

 

 

 

Succión

Una extraña mano me sostiene
Otra hurga en mis entrañas
Ofuscada sonda inquisidora
Busca un coral perdido
En mis yacimientos
Adherido al endometrio
Tucutum, tucutum, tucutum
Insistente repicas, corazón
Quién late más fuerte
Mi conciencia, mi temor
Tu pequeña existencia
Búscala, búscala
Quiero pronto acabar
Aspira, respira, aspira, respira
Hueco dolor entumece fibras
Algodones vestidos de gasas
Escupen fuego de sangre
Sonámbulas piernas
Pierden estribos
Tranquila, pronto acaba
Rutinaria voz repite
Aspira, respira, aspira, respira
Tu….cu……tum!
Se ha partido el alma
De un cuerpo que no germina.

 

 

 

 

Nudo sin puntadas

 

Tú sola bruja, con tus puntadas lentas y largas de hábil sutura
Carlos Martínez Rivas

 

¿Cómo se divide a una mujer?
Con pulso certero
de escalpelo afilado
Suturar uno a uno
los pliegues endurecidos
Cicatrizar los poros
de mansedumbre maternal
soltar amarras
mujer embravecida
izar los sostenes,
quemar las sombras menstruales
Darle aspecto de elasticidad, frescura
a los pechos amenazados de gravedad
esconderla en un baúl con doble fondo
cortar con serrucho del ilusionista
a una mujer en dos,
en tres, o cuatro porciones
Mujer, amiga, madre,
esposa, amante.
¿Cuántos trozos han de unir las Moiras?
¿De qué fibras harán la carrucha?
enhebrar los hilos
con habilidad de bruja
y remendar mi vida.
Cocer todas y cada una
de las pizcas de aquellas
que habitan en mí.

 

 

 

 

Acomplejados

 

Mientras la miopía de Edipo
engrandecía a su madre,
Electra seducía a Orestes
al parricidio
El padre muerto, el hijo ciego,
La madre suicida.
Clitemnestra, Egisto y el rey de Micenas,
En mortífero ménage á trois
Edipo errabundo entre dunas
Encadenando a penar
en perpetua oscuridad.
En el diván de su maestro
Electra es manoseada por Jung
Freud, elucubrante
Sicoanaliza
Mi atrofiada psiquis
Cautivada, revelo
Patológico apego a mi padre.

 

 

 

 

Camino de Regreso

A Francisco Ruiz Udiel

 
Te remiendo
este poema
con la cadencia
de tu mirada.
quiero deletrearte la luna
colocar migajas luminosas
en tus manos.
te doy este poema
y me detengo en esta coma,
te endulzo mis epítetos
saboreando con frenesí
algún viejo soneto.
un eje errabundo se sostiene
en una sílaba
mientras respiro
el pilar cósmico del ocaso.
quise tener un alfabeto completo de razones
un laberinto inmortal
que me lleve al bosque de tus ojos.
Llevo la tarde de domingo,
fumándome estos versos.
exhalando cerros
de metáforas.
Quiero acabar este poema
planchándole las vértebras al pleonasmo
escurriendo gotas a un periquete
derramando migas de pan,
que te muestre el camino de regreso.

 

 

 

 

Pétalos de sal

 

Manos

 
Todas las manos
anhelan su tibieza
con una, sueña.

 
La mano roza
tibiamente el pelo
ella, tirita.

 
Tengo la mano
ardiendo en recuerdos
empuño versos.

 
Entre las manos
el frágil recuerdo se
va escurriendo.

 
Embriagadas las
manos, buscan caricias
apasionadas.

 
Un dedo pasa
su lengua, lame sutil
el lomo libro.

 
Tus manos fuertes
soltando el ímpetu
agitándome.

 
En líneas leo
la palma de tu mano
sedienta de mí.

 
Tus manos piden
degustar avenidas
circunvalando.

 
Repicar dedos
ejecutan mis notas
sedientas de vos.

 
Tocan tus manos
una melodía en
mi cuerpo sordo.

 
Intensas manos
abrigando mis pechos
ebrios de luna.

 
Mis manos buscan
la fruta prohibida
mordiéndotela.

 
Qué llave abre
este corazón que mis
manos oculta.

 
Qué hacer con tu
corazón luminoso
entre mis manos

 

 

 

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