Leemos poesía nicaragüense en el dossier que construye Víctor Ruiz. En esta entrega, nos acercamos a algunos textos de Margarita Gutiérrez (Chinandega, 1999). Estudia Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua UNAN – Managua. Obtuvo el primer lugar en el concurso interuniversitario “Carlos Martínez Rivas”. Hace teatro y dibuja.
Querido ausente
Heme aquí en medio de la incertidumbre
suscitando el reencuentro de mi amor y el tuyo.
No veo cercana posibilidad, porque he tomado de ti
lo casto y lo bueno colgándolo en marcos de papel reciclado.
Me basté de ti con el hambre y las sobras del ayer,
mientras te aferrabas a la pesadez de mi rechazo
esas noches de asma,
y sin embargo, nunca alguien ha amado mis estrías
como tus labios deliciosos que viéronme de frente y buscaron escondite.
Yo que a rastras traigo el corazón henchido de dolor,
soledades y desprecios,
he sentido tus abrazos y consuelos
aun cuando tienes mocedades quejumbrosas en el pecho.
En mis caras: carcomida en el pasado,
sonrisa y locura en las mañanas,
rabia y sangre por las tardes y dolor para llevar en las noches.
Jamás dejaste de besarme en todas las facetas.
Y yo, ¿qué soy sino solo un palmo de hojas en el viento
alejándose a prisa del timón de esa barca?
Yo queriendo escapar de sus mares eché redes a las aguas
y aun sigo buscando alcanzar el Edén.
El paraíso está en tu infierno sumergido en tus calderos,
contemplando las ascuas de tus caderas y
el azufre de tus carnes adheridas a la inquieta sexualidad de mi abdomen.
¡Veme pues suplicante!
le he pedido ser digna aliada de tus costillas
y no he dejado de ser tu Gólgota
y aun creyendo paradoja tus encantos,
perdóname y después desiste,
aléjate y después recuerda,
que las ponzoñas que corroen en mis hilos
podrían ser la salvedad de tu abismo.
Me quedé
Y me quedé, me quedé suspirando por su ausencia
meditando ante el silencio de su boca.
Susurrando adormecida entre el espacio de sus ojos
y su notable indiferencia.
¿Cómo podía alejarme?
Si aun cuando sus brazos apartaron mis caricias,
yo le amé en su rechazo.
Si aún en el encuentro de las sombras, estando ella presente,
sin censura me entregué a sus llamas.
Y después de sentir sus labios asqueados, desdichados y perdidos,
seguí adorándole como a un dios.
¿Qué hacer? Mas que contemplar el umbral de sus sueños perplejos,
por los que mis días guardan el brillo incandescente de su gracia
y me distraen del furor inquieto de estar encadenada
en la mediocridad de mi propio silencio.
La ebullición del sexo
La ebullición sosegada del sexo
en el piso, en la dureza del suelo,
incada y luego sujeta descendiendo entre tus piernas,
aminorada en tus muslos
que golpean sutilmente encendidos en furia
Y luego convaleces con tus gestos extasiados profundamente en mí
En los estrechos puertos que reconocen tu poderío.
Fundidos, sudados, envueltos…
Sintiendo, pausando, gimiendo,
muy lejos del tiempo…
Escarlata
Pertenecía a la ilusión de una palabra,
Codependiente de sus toques,
de su tacto gentil y agobiante.
Noctambula
Moría en el patíbulo siniestro de un motel barato.
Espectro de luz y sombras dibujadas en el haz de la nicotina,
reía mordiendo la sangre y apretando el estómago.
Luego se desnudaba y bailaba entre heces, orina y alcohol barato,
una prostituta más en el olvido del viejo callejón,
anestesiada de lo efímero y ansiosa de querer
Cuando se le pasaba la borrachera escupía y vomitaba sandeces,
ayes de la soledad, donde rondan los cuerpos sin alma
y la necesidad hizo eco en las oscuras plazas
besándose con cualquiera
Marginal y vagabunda hasta que el bullicio de la metrópolis
apabullada en la luz del siglo
extinga la última lentejuela de su viejo vestido…
Espejos,
enormes constelaciones de grises y blancos,
de lo tuyo y lo mío
de costillas respingadas en la cama
en el malestar solitario y sobrio del sexo.
En la inminente abominación de la rutina,
copulando en su sexo,
en mi pienso, denso los brazos aun desorientados por las drogas
buscando,
buscando,
buscando,
en las paredes a veces rígidas, a veces solas…
Espasmo Nocturno
La euforia que arrastras a la promiscuidad del silencio,
en direcciones equivocas sucumbe
Ceguera de fantasmas y voces
que llaman a desvestirte en mi cansancio,
mientras sueño en el pavor del momento con la intrusa,
con tu sombra en la noche…
Más desvelos e insomnios requeridos en el miedo de perderte,
En la hojarasca del presidio que abomino y anhelo,
En tu imagen y recuerdo,
dejo fluir mis manos en soledad,
en lo que queda de mis venas marchitas
esperando que la visión te traiga conmigo
Y transcurre otra noche más en espera
descubriéndote,
desnuda y perpleja mientras sucumbo a la flagelación del alma y la piel
Y sigo sola, agotada y en silencio…
Y él dijo sea eva y no Mujer…
Y vio que el hombre estaba solo y pensó, en su generosidad:
“He aquí la compañera y el complemento,
la distracción y el regalo”
Sea eva y no Mujer
Y surgió del hombre, apresada en su costado
Sea eva y no Mujer
Y se llamará Eva, porque es CARNE de MI carne y HUESOS de MIS huesos…
Sea eva y no Mujer
Y en su sumisión PENSÓ Y CUESTIONÓ
En su deliberado anarquismo,
la emancipación del bien y el mal,
para mirar con sus ojos y hablar con su propia voz…
Sea eva y no Mujer
Y abriose entre sus piernas las puertas del demonio,
Consumiendo la obra perfecta del eterno,
Seduciendo y mancillando en la perfidia y el pecado,
Porque visto y contado de la voz del dictador,
la palabra del culpable, se enerva
en la condena de tu sexo
Sea eva y no Mujer
Y he aquí el pilar del mundo y de la vida,
de la ciencia y la filosofía,
la piedra sobre la cual se cimentó la iglesia
que aun te posa de luto y penitencia,
en la gloria que te proclama:
el Dios te salve María
Ersio
Disuelvo el pensamiento en pena y olvido
y en reposo escribo su nombre en la pared.
Ligero augurio de lluvia sujeta a la locura abismal,
propicio en la tristeza que colma la luna,
y perfila su sombra desvalida de amor.
Y caen sollozos en el agua,
Sesiones de tardes bajo el pino frio,
como títeres hablándonos entre miradas,
con la inquietud y el pudor en los labios,
en el pedregoso andar,
de aquel viejo callejón donde juntos
renunciamos a la inexperiencia
y a la moral,
con el sabor de lluvia y el uniforme de colegio.
En la traslúcida calma inexistente
donde helados yacen afuera,
llamándose como dos corrientes indispuestas
en la plenitud del océano