Poesía de Honduras: Perla Rivera

Dentro del dossier de poesía hondureña que prepara Murvin Andino, leemos a Perla Rivera (Ajuterique). Poeta, docente. Especialista en Literatura por la UPNFM. Ha publicado los libros Sueños de origami, Nudo, Antologia Personale, Adversa, He sido un pájaroArde en mi vientre. Fue ganadora de la convocatoria de la Editorial Universitaria UNAH, en 2019, con el libro El abecedario del frío. Invitada a festivales y encuentros de poesía en América Latina y Europa. Publicada en revistas y antologías de poesía en Latinoamérica y Europa. Traducida parcialmente al inglés, hindi, árabe, afgano e italiano.

 

 

 

Tegucigalpa

Quiero superar la cruz que rodea esta ciudad. Acertijos que se balancean desde muchas lenguas. No seré una espectadora, víctima de traficantes de exorcismos y mercaderes de ojos cerrados que inventan números  detrás de las puertas. Desobedezco cómo me enseñó mi padre, con mi rostro de hambre a cada uno de sus artificios y esquivo las tormentas que babean sus bocas para que no se tiñan mis pasos  de mansedumbre.  Se puede odiar invocando  ángeles, pero también se puede llenar de huellas y de gritos los campos sepultados bajo el concreto. Sigo sosteniendo que el paisaje guarda historias de hombres que han sido sacrificados por el silenció, que sus voces se entierran en el asfalto para despertar un día en la fiesta de la memoria recobrada.

 

 

 

Olvido

Se enmoheció el sitio donde cuelga nuestra foto:
plegaria con rostros aún sonrientes,
el tuyo, con el cristal como máscara que defiende una sombra
y el mío como un ave amarilla,
que resucitó de la guerra
esta tarde de junio.

 

 

 

Equivocación

Yo imaginaba la vida siempre como una ventana,
un lugar para acariciar el mar.

Yo soñaba con palabras que ya nunca se dirán,
que la crueldad era un pequeño territorio que no nos pertenecía.

Y es allí, en ese espacio donde el cielo se desploma,
y esa mujer que debo ser yo
ya no se desvela por un mensaje para hacerte sonreír.

Y es entonces que mi mundo se volvió una rama.
Esos días que perdieron el nombre, abrazaron la raíz y la semilla
y una viña brotó,  en la palma de mis manos.

 

 

 

Debajo de mi falda

Hace siglos, desde que me hice niña he podido sacarme el corazón y decorarlo con cintas, clavarle alfileres, dejarlo sangrar y seguir jugando. Hace siglos, cuando mis cabellos eran una cascada sobre las piedras, yo volteaba y sonreía frente al movimiento del agua, mordía mis labios.

 Mis pasos oscilan en una cuerda hecha con mis propias arterias, el abismo no es más que un motivo. Ser mujer fue siempre el salón de los vientos, de música y aullidos.

 El vientre ha sido motivo de censura y de espasmos. Olas y mar salvaje que se abre a la vida, que se multiplica en eslabones de ceniza. Un ejército de frases mudas muere con un rostro que se ha anclado en la palma de mi mano, esa mano acusada de fornicar y ceder a los delirios.

 No soy de jaulas en mis cuerdas vocales ni en ningún átomo de mi cuerpo, y a

pesar de los reparos, cada vez que digo mujer, desnudez, amor, sexo, debajo de mi falda hay un suicidio colectivo de estrellas.

 

 

 

Sacrificio

He llorado tanto tu ausencia como la crucifixión de Cristo,
llantos que harán un hueco en el mármol que guardará mis restos.

Todas tus palabras y el rencor
eran necesarios para desollar la escasa piel que aún quedaba.

Te faltó mirar esas constelaciones que parecían un rebaño
consumando la ceremonia del fracaso.

Los Cantares y el Génesis me absorbían a dentelladas
los evangelios se escribían en la planta de tus pies.
Tragabas perlas disueltas en vinagre.

Nada permanece,
sólo tus estatuas, mientras me haces concebir abortos
al ritmo de un viejo saxofón.

 

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