Poesía nicaragüense: Marina Moncada

Vitor Ruiz construye un panorama de la poesía nicaragüense actual. Leemos aquí algunos textos de Marina Moncada (Nicaragua, 1949). Psicóloga, Psicopedagoga y poeta. Ha participado en el Festival de Granada. Poemas suyos han aparecido la revista 7 días, Des Honoris Causa, 400 elefantes, La prensa Literaria, El Nuevo Amanecer Cultural y en la revista El Hilo Azul. Publicó su primer libro de poesía Memoria desplomada en 2012, en la editorial Leteo Ediciones. Vital, sensorial y lúdica, la poesía de Marina irrumpe con fuerza en el año 2000 y se une a las nuevas voces de la poesía nicaragüense.

 

 

 

 

Estigma glorioso

        A Roberto Moncada Fonseca

 

Hoy regreso de la guerra.
Estoy intacto por fuera
y fragmentado en charneles
por dentro. Saludo a los míos
con una sonrisa propiciatoria
Ellos, ajenos
a mi irrevocable decisión,
felices me reciben.
Con la venia del cansancio,
por la lucha y el jet lag
paso directo a mi cuarto
y me quito la vida.
Forcejean la puerta.
Son los corpulentos policías
y el médico forense
que diagnostica homicidio.
He dejado a mi madre y a mis
hermanos sin carta explicativa, con
culpa ajena y un estigma innecesario.
En mi funeral disparan 21 cañonazos,
pero no los escucho.
Quedé sordo del balazo.

 

 

 

  

Silencio en mayo

 

No fue sigilosa,
anunció su llegada,
en lento paso
La esquivé de múltiples formas.
Yo, promotora del llanto
hoy madre, no te lloro
cedo el turno a mis hermanos…
Yo, contestataria
doblego mi palabra
ante el aparatoso sonido
de tu silencio inmortal.
Yo, tu hija de lentes,
me hice de la vista gorda
al verla resuelta venir
Ella, la que con todo acaba
no se atrevió a rozar tu belleza
ni con un pétalo entre tanta flor.
A tu amor y el nuestro ilesos dejó.

 

 

 

 

Polen

 

Todo te lucía,
menos morirte, Azucena.

 

“Y tanto hirieron el soto.
que, de las flores altivas,
doblegadas pero vivas,
yo sentía el sufrimiento.”

                         Robert Frost

 

Su belleza es indiscutible
díselo en verso
y después hablamos
No confundas su aroma
con la gardenia
su forma con el tulipán
o su nombre con madreselva
Si juegas con sus pétalos
sólo sea para saber
si te corresponde
Ni se te ocurra llamarle
“mi flor nacional”
a menos que tú seas su tallo
y ambos broten del mismo suelo
Ella es vertical,
no crece en matorrales,
córtale la maleza
no vayas a espinarte
en otro zarzal.

 

 

 

 

Banquete

 

Quise encontrar un poema bajo el árbol,
escuché ruidos en el ático,
era el gemido de la madera invernal,
hurgué en el sótano atiborrado
de recuerdos mudos
La chimenea de ladrillo de barro
chisporroteaba inofensiva,
las luces navideñas despilfarrando energía
intermitentes construían hogares desechables.
La televisión transmitía la Misa de Gallo.
Muy peligrosa la calle,
el ritual queda en casa
con el pariente deprimido o borracho
y rabias postergadas apoltronadas
en la reunión
El festín admitía espacio para postre,
vino y agruras.
Los incrédulos gozaron igual.
Quise amanecer con un poema bajo el árbol
y lo encontré en el rostro de los niños
que, con su novedad virgen, preguntaron
Si ya llegó el Niño Dios.

 

 

 

 

Karaoke en otoño

 

Me alisto para ir al Havana Café y Karaoke.
Mi reciente amiga mexicoamericana
y poeta octogenaria me invita.
La conocí en una de las lecturas de poemas.
Juana escucha acuciosa a los poetas.
Al despedirnos me dice:
Me ayudas hijita, soy invidente por diabética,
llégate al restaurante cubano el próximo sábado,
estaremos celebrando el cumpleaños 94
de una amiga cubana, tú conoces a su hijo,
el actor que declama “La Cabeza del Rabí”
Con desgano otoñal, acudo a la fiesta.
Sentada frente a mí, reconozco
a la anciana de noventa y cuatro años;
su mirada vidriosa fija en la pintura
de la bailaora de flamenco colgada en la pared
bajo el techo decorado con paja sintética
Detrás de Maruca está una mímica lejana,
muy lejana de su patria, con una foto de Martí
estampada en el mapa, el lagarto que eternamente
flota en un océano cercado. Me provoca decirle
lo mucho que me recuerda a mi madre. Orgullosa
le digo cuánto me gusta Alejo Carpentier
y le pregunto si conoció a José Lezama,
y a Dulce María Loynaz, pero la música
está muy alta, y hay mucha gente
en la pista de baile. Bailo salsa
con su hijo actor y declamador quien entre
paso y paso me cuenta que a su madre
le hacían rueda en los salones de Cuba.
Llega mi turno de cantar, y entro
─ según yo ─ triunfante, con “Amantes
a la Antigua”, pero Maruca tiene puesta
la mirada en su isla. Luego canto,
“Así es la vida, de caprichosa, a veces negra,
a veces color rosa, así es la vida,
jacarandosa, te quita, te pone, te sube,
te baja y a veces te lo da”. Es entonces,
cuando veo a la anciana isleña tamborear
la música en la mesa, con sus dedos
deformados por la artritis. Veo también a
mi amiga ciega, de ochenta y tantos años,
levantarse a bailar. En ese momento,
vuelvo a la vida, al saber
que a mis sesenta y tres años
hice feliz a alguien más triste que yo,
aunque sea por un instante.

 

 

 

 

101 Freeway

 

Cabizbajo, cuenta
sus papeles verdes en mano
el campesino
en súper mercado blanco.

 

De camino a San José, California
la brújula tambaleante indica
que el sol se esconde a la izquierda
o hacia el West
De regreso a Los Ángeles, el astro rey
inclemente y vertical, en su cénit,
se desploma sobre las espaldas encorvadas
de los sudorosos jornaleros,
mientras con ira y hambre rezagadas
recogen la fruta del viñedo
que, con mejor suerte,
los apóstoles escanciaron en su cáliz
mucho después del Edén.

 

 

 

 

Hábitat

 

No fue la manzana,
el verdor o la carne
que al hambre calmaron,
ni el abrigo que la desnudez
a la intemperie cubrió
fue una sola piel
hecha de dos íngrimos cuerpos
a su nuevo hábitat, ajenos.

 

 

 

Baraja

 

Barajé las palabras de tus cartas
en busca de un diamante
pero me salió un as de corazón negro.
Mala perdedora, subí tu escalerilla
y terminé jugando solitario.

 

 

 

 

Diseño

 

No es el amor
es su ubicuidad
no es la dimensión
es la unidad de medida
no es lo que dura
es cuándo llega
no es desamor
no da para más.

Construí un amor con andamio
en pleno invierno
un ventarrón de verano
aventó los tablones
Empuñé el alma
para asegurar
la tambaleante mampostería
y apuntalarme.
Incapaz de asirme
a las vaporosas nubes
caí al suelo lapidario
donde se enfriaron
los primeros fuegos.

 

 

 

 

1949

 

Nacer a los pies de un volcán
rociada de lagos
y en el centro de América,
es buen augurio
Llegar al mundo
en el ombligo del calendario
y llevar el nombre de mi madre,
es un privilegio
Nacer antes de los muertos
y codearme con ellos en mi fecha
antes y después que mueran,
es una responsabilidad
Hablo del Momotombo,
del Xolotlán,
del triángulo de América Central,
de la poesía y la música ajena y propia
de Frances Sargent Osgood
─ la más cerca de Edgar Allan Poe ─
de Efraín Huerta, a quien leí tarde
y Paul Mc. Cartney,
al que absorta escuchaba en los 60
Haber crecido en Managua
desde 1949
mucho antes del terremoto del 72
en medio de guerras
entre otros y contra nosotros,
es sobrevivencia
Haber nacido del amor
y vivido para descubrirlo:
Es un milagro.

 

 

 

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