Poesía ecuatoriana: Edwin Madrid

El poeta español Juan Domingo Aguilar está leyendo poesía ecuatoriana y comparte, en Círculo de Poesía, un dossier de autores a seguir: María Auxiliadora BalladaresRoy SigüenzaGabriela Vargas AguirreJuan José Rodinás, Kevin Cuadrado, Carla Badillo Coronado.Leemos aquí algunos poemas de Edwin Madrid (Quito, 1961). Poeta, ensayista y editor. Premio Artes Literarias del Ministerio de Cultura de Ecuador, 2013 y Premio Casa de América de Poesía Americana, España, 2004. Ha publicado más de una docena de libros de poesía, entre los que se destacan: Todos los Madrid, el otro Madrid (España, Pre-Textos, 2016), Pavo muerto para el amor (Argentina, 2012), Mordiendo el frío y otros poemas (Cuba, 2009), La búsqueda incesante (México, 2006), Lactitud cero° (Colombia, 2005), Mordiendo el frío (España, 2004), Puertas abiertas (Líbano, 2002), Open Doors (U.S.A., 2000), Tentación del otro (Quito, 1995), Caballos e iguanas (Quito, 1993), Celebriedad (Quito, 1990) y ¡Oh! Muerte de pequeños senos de oro (Quito, 1987). En 2011 fue escritor residente de la Maison des Écrivans Étrangers et des Traducteurs de Saint-Nazaire, Francia. Dirige la colección de poesía Ediciones de la línea imaginaria. Ha editado la Obra poética completa, español/ inglés de Jorge Carrera Andrade (2003)y la Antología la poesía del Siglo XX en Ecuador (Madrid, Visor, 2007).

 

 

 

 

Este poema es la ebriedad

 
Escucho cómo los cadáveres
                          baten sus alas
la memoria me restituye
                      en cada latido de mi muerte
ella trae música que fluye
                      de estas cuatro paredes
veo caballos blancos arrastrando mi cuerpo
                       hacia las llamas
y jóvenes hermosas correr detrás
                     no tengo nada que añadir
al resplandor de esta muerte
                             es una niña que llega
                                         y nos desnuda
sus pulsaciones me van deformando
                               como si destripara un conejito
anda de boca en boca
                              asustando con sus encantos
de mago que hace pasar
                              un camello por el ojo de una aguja
vomita peces fosforescentes
y mete en su boca
                              la cabeza del león
estoy solo y ni siquiera
puedo volver la cara para verme
                                   voy hasta el espejo
                                   lanzo una piedra
entonces miles de criaturas saltan por un hoyo
ahora soy escrutador de cadáveres
pero hago girar mi sobresaltada humanidad
                                    y caigo de la cama
¿por qué me concentro en una larva de la muerte
y hago que me siga como el perro vago que me acompaña?
este poema es la ebriedad de los pájaros
la virtud de su elocuencia
no tiene metáforas.

 

 

 

 

La chica más bonita del barrio

 
Cuando pasaba la mirábamos hasta que se perdía. Luego
retomábamos la charla como si nunca hubiese cruzado frente a
nosotros un ángel con minifalda.
Ninguno se atrevió a decirle nada. Solo la mirábamos en
silencio, y es probable que a todos se nos apareciera en el
sueño. Era la muchacha más hermosa que había llegado al
barrio. Minifalda, tacos, caderas electrizantes nos dejaban
mudos cuando iban y volvían de la tienda. Nadie admitió estar
enamorado. Nos hacíamos los locos conversando de fútbol o de
cosas de mayores. Muchachos altaneros fumando todo lo que
había en la esquina e intentando vivir la vida como en una
película de Spike Lee.
Muchacha fresca. Diosa que al menor gesto suyo cualquiera
hubiera ido como un perro a cumplir lo que pida. Pero antes de
que esto suceda apareció acompañada de un bonito, que al
atravesar frente a nosotros le pusimos el pie y cuando quiso
reaccionar le caímos a patadas.
Al poco tiempo, mi vieja decidió cambiarse de barrio, y más
tarde me enteré que Licario había vacilado con la muchacha,
también el loco Miguel, antes de que caiga en manos del negro
Carlos y tengan una cría.

 

 

 

 

Delicias de la noche

 
Obedezco a una noble traición perversa
     amo el dolor, la belleza y el rencor,
sobre todo, la crueldad.

Conservo recuerdos insurrectos de mi infancia,
     rememoro la faz marchita de personajes
que me instruyeron en una degeneración ilustre.

Reconstruyo escenas macabras que presencié
          asombrado e inocente.

 
Mi espíritu es desde aquellas noches
     crítico y blasfemo contra el mundo
y sus habitantes, esto sería suficiente
para dar cuenta de mi desbordada existencia.

 
Detesto a mis semejantes quienes
 pueden inspirarme únicamente epigramas inhumanos.

 
Confieso que desde muy joven
     realicé actos que despertaban
el pánico y el aturdimiento de los viejos.

 

 

II

 
Nunca me sedujeron los placeres mundanos
y siempre he recurrido a la soledad.

Aqiev me atrajo por su bosque yerto y
su inhóspito paisaje, allí el río cruza
como un chorro de sangre, y sus márgenes
torcidas son azotadas por vientos putrefactos
que en las noches invaden el aire
    de manera demencial.

La curiosidad  me indujo por sus parajes,
cada vez más desolados, donde el graznido
de los pájaros de mal agüero y la oscuridad
de la noche me solazaban en mis pensamientos.

 

 

III

 
Recuerdo que cuando encontraba a algún humano
en mis rondas nocturnas,
lo tomaba del cuello, por sorpresa, hasta
casi asfixiarlo, y al soltarlo,
corría despavorido chocándose contra los leños.

Pero esto no satisfacía mis instintos, por lo que
decidí hacer cosas fundamentales para mi espíritu:
inventaba fábulas sangrientas de gigantes
y caballos alados,
subía a la copa de los árboles y
aullaba como un lunático, era un
gesto vibrante y dramático que me
cargaba de energía para mis desventuras.

 

 

IV

 
Luego iba a las poblaciones cercanas
donde imprimía mi marca a hombres
y mujeres que después de mi presencia
ya no eran los mismos.

 

 

V

 
Viví así una temporada de cruda actividad
hasta que una crisis de nervios me llevó
al manicomio; allí, experimenté, con los
locos, torturas más sutiles y crueles. Sin
embargo, no he logrado aplacar mi perversidad,
y ahora he llegado a la
urbe de siniestros símbolos que me acoge
como a un espectro más.

 

 

 

 

Latitud 0º0’0’’

 
 
Invoco a Hieronymus Bosch a pintar esta ciudad
circundada por montañas púrpuras
donde la noche llega por todas partes
y el poder de su sombra
reclama ser aplacado con ofrendas y sacrificios

Los hombres sollozan y siguen su camino
como la procesión que avanza igual a
una serpiente colosal cruzada en ocho
rezando una misteriosa misa que solo ellos saben
seguramente fueron las tinieblas
una de las primeras cosas que amaron.

Bajo la luz de la luna los cuerpos brillan
y existe un silencio que emociona,
cada hombre cada mujer deja correr sus pasiones
parecerían decir la carne es tan sabia que se junta en
una orgía para dignificar el alma.

Entonces una maraca suena ritualmente
y los cuerpos se descoyuntan con fuerza demoníaca.

Si bien el Titán Prometeo regaló el fuego,
ellos saben que fue tomando de un árbol encendido
por el rayo y levantan sus trompetas anunciando
la belleza en los puteríos.

No hay nada fortuito
el más hermoso y rebelde de los ángeles
fue arrojando al abismo,
desde entonces baila en los
puteríos.

En la noche piedra sobre piedra se reconstruye Gomorra
los ojos parpadean como tambores ceremoniales
mientras por las encendidas avenidas se riega sangre
y los patrulleros sirven para un montón de cosas funestas.

Profético como los húmeros cruzados sobre una calavera ¡peligro!
es en la noche donde se comunican los espíritus buenos y malos

Homero se equivoca cuando habla de la aurora de rosados dedos
es la noche  de rosados dedos la que
descubre a los ángeles hablando sin piedad en las cantinas,
es la noche de alma rosada
la que nos muestra que el infierno no es tan temible, es
en la noche donde el egoísta esconde su mano estúpidamente,
es en la noche donde el ceño fruncido puede matar bastardos,
es en la noche que admito estar viejo para,
algunos empleos ¡no podría ser cabrón!
por eso invoco a El Bosco a pintar esta ciudad latitud 0º0’0’’
un accidente no pasa a cualquiera,
pues solo en las noche de Quito
la niebla conduce con mano segura a otro mundo
y aquello de atar pájaros amarillos al pie de la cama
para que al dejarlos volar arrastren consigo nuestro destino
no funciona.

 

 

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