El poeta español Juan Domingo Aguilar está leyendo poesía ecuatoriana y comparte, en Círculo de Poesía, un dossier de autores a seguir: María Auxiliadora Balladares, Roy Sigüenza, Gabriela Vargas Aguirre, Juan José Rodinás y Kevin Cuadrado. Leemos aquí, justamente, algunos textos de este último. Kevin Cuadrado (Quito, 1993) es narrador, poeta, editor y promotor cultural. Dirigió el sello independiente Bichito Editores hasta el año 2020 y ha editado las revistas Leo (Cámara Ecuatoriana del Libro), La novicia, revista de creación (Fundación Antonio Gala) y Bichito. Ha publicado La tristeza del pájaro azul (Ganador del Premier Prix Narratif l’Alliance Française, Alianza Francesa y La Souris Qui Raconte, edición bilingüe español/francés, 2018); Ouróboros: el reloj del viento (Ganador del Fomento para las Artes y la Cultura del Ministerio de Cultura y Patrimonio del Ecuador 2018); “El devenir dios en la poesía de César Dávila Andrade”, en Distante presencia del olvido (Vallejo & Co. y Casa de la Cultura Ecuatoriana, 2018); Historia de las ideas (V&V Editores, 2019); El tornillo perdido(Ganador de la Convocatoria a Publicaciones 2019-2020, CCE, Cuenca, 2020) y La identidad de los fusiles (Ed. La Castalia, Venezuela, 2022). Produjo el disco Tarea poética: fonografías de César Dávila Andrade (Universidad Politécnica Salesiana y El Fakir Ediciones, 2016). Sus textos han sido traducidos al portugués, al inglés y al francés. Su obra Tren de los animales que lloran obtuvo la mención de honor en el Premio Iberoamericano de Dramaturgia de Castuera y la obra La mujer del dictador obtuvo el accésit del VII Certamen de Textos Teatrales Parábasis-Plaza del Arte de Extremadura. Fue escritor residente en la Fundación Antonio Gala, Córdoba. Es licenciado en Comunicación Social y máster en Estudios Literarios y Teatrales por la Universidad de Granada, España.
to think that the next love
will be the next defeat
tengo una casa de madera
(lejos de la ciudad en un pequeño pueblo interior)
pero solo puedo pensar en los pájaros
que habitaron alguna vez este bosque
y los cientos de árboles que ahora son míos
en las vacaciones de agosto
aunque el olor a pino casi ha desaparecido
y debo imaginar la sensación de las hojas
respiro
tengo un jardín con una acacia en una esquina
y he salido a gritarle a los pájaros
que el amor ha muerto
los mismos que han talado el árbol
han cavado la fosa en la que me siento
a ver la tarde
mientras leo a john fante
(lejos de la ciudad en un pequeño pueblo interior)
durante la noche las sillas se despiertan
y los espejos se vuelven lagos cuando empieza a amanecer
una plaza
el mundo ya no es divertido
no hay más que parásitos guerra barro
piojos
niños sorbiendo de los pozos sépticos
y hombres que esconden las lágrimas
en un poco de lluvia
las mujeres salen
a las calles esperan comida
mientras huyen de las balas
los monumentos recrean la memoria
(una época detenida donde huir
antes de que un estallido nos despierte)
una plaza es un campo de tiro
la última cama
donde el sueño se prolonga de por vida
a los once años
en una fotografía desenfocada
reconozco mi cara a los once años
detrás está la cama
donde dormía con mi hermano
antes de que muriera
once y ya presentía la despedida
sabía que la muerte se presentaba
con la forma del amor más puro
lo que está fuera de tiempo
recordamos solo aquello que nos recuerda
lo que está fuera de tiempo
sobre la mesa de la cocina
las verduras crudas parecen cadáveres
hasta que llegan a las manos de mamá
donde se convierten en alimento y memoria
el hombre mira el retrato de su niño futuro
si quitara el nombre ‘casa’ a una casa
esta ya no funcionaría como una
su significado sería otro
y al instante cada recuerdo desaparecería
inútilmente busco a mi madre entre estas paredes
que fueron alguna vez una casa
recorro en vano las habitaciones
identificándome con las piedras y el polvo
pero no es mi madre
la mujer que sujeto entre los dedos
somos otros
alguien en algún lugar
nos ha quitado el nombre
(debo encontrar
la palabra
con la que ahora se nos nombra)