Poesía venezolana: Carmen Rojas Larrazábal

Leemos a la poeta venezolana, radicada en Estados Unidos, Carmen Rojas Larrazábal (Aragua, 1971). Además de poeta es Terapista Ocupacional. Ha publicado Riberas de Ausencia, (Editorial Zátachi, México), Confesiones de la Ausencia (Editorial Free Lancer, Chile), Fracturas del Silencio (Editorial Trajín, México). Hace parte de la World Academy of Arts and Culture, UNESCO. Es Co-fundadora del Círculo de Escritores y Autores de La Plata, (CEAP) Argentina.Es Directora/Fundadora El Arco & la Flecha Editores, 2021.

 

 

 

 

La piel de la memoria

 

Podría ceñirme a estás murallas,
Descifrar la capa y la espada de la tarde.
Atravesar los ríos que trepan sus historias
hasta desenterrar las espinas de la noche.
(¿Reconocer en ellas, mis heridas?)
Podría negar la invención del invierno.
moldear por primera vez la lluvia
hacerla estanque y mar
Relámpago y quietud
Pequeñas nubes
que se quiebren en la piel de la memoria.
Podría ceñirme a estas murallas
como vestigio de un abrazo inacabado
Dejar caer la voz de mis cenizas
Junto a la antigua derrota
de las hojas amarillas.

La noche me conoce bien

Poco sé de la noche
pero la noche parece saber de mí

                            Alejandra Pizarnik

Parece conocer la ciudad que interpela 
los abismos de mis manos 
y se declara refugio instintivo de mis huesos.
Parece abrir su boca y muerde mi nombre con la embestida de quien no alumbra a tiempo
por no dejar al descubierto las heridas.
Todo emigra de sus ojos al amanecer, 
aunque el dolor no me pierda de vista
y sea demasiado tarde para encontrarle el pulso a la esperanza.
La noche parece conocerme bien,
su página en blanco clasifica el desamparo
de guerras ganadas en mi casa vacía. 
Parece saber que aunque lo niegue, 
soy polvo de su polvo, 
asida frágilmente a la orilla 
más tolerable
de la luz.

Árboles de sal

           Mis antepasados cruzaron el mar 
Sobre una cruz de palo

                                    Juan Carlos Mestre

Mis antepasados invocaron el fuego 
para reconocer la lluvia más allá de la niebla.
Alzaron sus heridas
para llegar al fondo de los días de sol,
alumbraron surcos en los sueños
con la precaria luz de sus semillas.
Mis antepasados hundían 
atardeceres en el agua de sus ojos,
Mientras lloraban a solas 
los abism
os de la sed.
Mis antepasados buscaban el pan
Con cesta fugaz de pescadores.
Bajo el agua,
su rebaño de luz  se posaba 
entre árboles de sal 
de un bosque sumergido
En la memoria.
Mis antepasados se dieron a la fuga del dolor
para dejarse atrapar 
por la esperanza.

Oración a un desconocido

Puedo dejarte un pedazo de pan 
En los días que desnuda la marea.
Puedo llevar la lámpara y conducirte
Al pasadizo que da al fondo de la luz.
Puedo mantener tu sombra
Apoyada en mi hombro,
ó en alguna piedra blanca
Con aristas de olvido.
A orillas del muelle
que cuida tu sueño
despierta el barco sumergido
en tus preguntas.
Te conocen bien
las gaviotas que habitan en tu pecho,
hacen caminos sobre el agua,
se hunden contigo hacia la nube más alta, 
Irreconocible para la intemperie
Que te cobija esta noche.
Se humedecen las palabras
casi sin respiración,
para devolver el pedazo de pan.
Dices que es mejor guardarlo 
para otro naufragio

La última sed de la tarde

Quien dice que se nos murió todo
Cuando se nos quebraron los ojos

                                           Paul Celan

La desgarradura de estos vidrios enmudece la alegría, 
desangra la fe en medio de las grietas, 
persigue sus estruendos, sus heridas. 
Hemos aprendido a sobrevivir 
el fin de la esperanza en pupilas anónimas, 
a respirar el aire dentro de los espejos 
y a dormir sumergidos al fondo de la oquedad,
fingiendo junto al fuego la última sed de la tarde. 
No murieron los recuerdos 
inhumados bajo párpados de alabastro. 
Han quebrado también, querido Paul Celan, 
la oscuridad de sus nombres 
y como serie inalterable, 
habitan la memoria del prófugo, 
embistiendo con incisivos ojos, 
el pulso inédito de la luz.

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