Leemos una muestra de poesía ecuatoriana que prepara Juan Domingo Aguilar. En esta entrega nos acercamos a David Ledesma Vásquez. Fue un poeta nacido en Guayaquil, Ecuador, en 1934. Durante la década de 1950 formó parte del grupo literario Club 7 junto a los poetas Sergio Román, Ileana Espinel, Miguel Donoso Pareja, Carlos Benavides, Gastón Hidalgo y Charles Abadíe Silva. Donoso y Abadíe abandonaron el grupo al enterarse de la homosexualidad de Ledesma y de Benavides. Trabajó como locutor de radio y actor de teatro. En 1953 publicó su primer poemario, Cristal. A éste le siguieron Club 7 (1954) escrito junto a los otros cuatro miembros de la agrupación, Gris (1958) que obtuvo el premio del diario de Caracas Lírica Hispánica y la sección “Los días sucios” de la obra colaborativa Triángulo (1960). La noche del miércoles 29 de marzo bebió con unos amigos y en la mañana del jueves 30 de marzo de 1961 se ahorcó en el armario de su cuarto utilizando una corbata amarilla. En el bolsillo de su camisa se encontró un último poema titulado El poema final dedicado a su hija. Tras su muerte se convirtió en un poeta de culto y su obra ganó popularidad. Dejó varios poemarios inéditos con varios nombres tentativos como La risa del ahorcado o La corbata amarilla. En 1962 se publicó póstumamente el poemario Cuaderno de Orfeo, cuya edición estuvo dirigida por Ileana Espinel. En 2018 el Centro de Publicaciones de la PUCE publicó su obra poética completa y en España la editorial Pre-Textos publicó una antología.
CONOCIMIENTO DE LA MUERTE
Lentamente nos vamos acabando.
Con los cuellos lascados. Con las medias.
Con los viejos zapatos.
La camisa que arrancamos como una piel gastada.
Lentamente nos vamos acabando.
MELANCOLY RHAPSODY
Hablo de la nostalgia que camina
como perro callado, en derredor,
con su pelambre espesa de recuerdos.
Y el rabo entre las patas. Desolado.
Lily era una niña mitad ángel;
la otra mitad caricia.
Pegada de su nombre con resina
de viajes. De olvidados charcos de agua.
Detrás de su mirada chapoteaban
pececillos inquietos. Y garuaba
sobre su corazón una ternuar
siempre a punto de brisa. De esfumarse.
Ella me amaba. Pude amarla.
Hablo de los antiguos barrios. De las casas
donde viví hace tiempo. De las tablas
del piso que crujían con un dolor de viejas solitarias.
Hablo de los hoteles. De las calles
donde gastamos sueles y semanas.
Hablo de Lily con saliva amarga
y mi lengua la toca al pronunciarla.
Son las 4 a.m. de un día largo y plomo.
Y llueve en la ventana. Y en los ojos.
BALADA DEL TRANSEÚNTE
Nada me pertenece. Soy apenas
como el viajero que una noche toma
en alquiler el cuarto de un hotel.
Nada me pertenece. Ni siquiera
esta cosa con pelos y sonrisa
que cuido y nutro como un cuerpo propio.
IDENTIDAD
Vivo en ciega Poesía
desterrado,
Ausente de mí mismo
a una distancia
que puede ser de amor
-llaga indonsable-
o absorta muerte diaria
repetida.
INSTANTÁNEA
Yo, caminando
con mi ridícula persona encima.
Saludo contrito, resbalando.
Pidiendo excusas. Siempre caminando.
Con mi nariz avergonzada, con
mi frente -enormemente solitaria-
impar, y como círculo cerrado,
posiblemente en agonía,
avanzo.
EL POEMA FINAL
(Texto encontrado dentro de su camisa
la noche de su muerte)
De pronto,
como cortado o incompleto,
como un silencio nada más,
desciendo,
como una sequedad en la garganta,
como una pausa en que vacila el aire.
Amor mío… Amor mío…
¿Qué cosa puedo darte?
Tú me has dado tan sólo tu presencia,
tu sonrisa y a veces tu aliento,
una proximidad y nada más.
Yo te regalo un muerto. Cuídalo bien.
Es tuyo.
Solamente recuérdalo,
cierta fecha de octubre,
porque donde tú naces yo termino.
Y mientras tú me pienses, viviré.
De pronto
toda la vida se hace un punto,
se hace un grito,
se hace la más perfecta y dulce música.
Perdóname si sola, si desnuda,
si limpia te he dejado;
torno a la soledad. Allí he vivido.
Perdóname, tú, madre.
No me entienden.
Si un ruido horrible suena en la cabeza,
si una cosa sin nombre nos agobia,
si algo estalla de pronto… ¿Qué ha de hacerse?
El prudente tal vez buscará un médico,
el ocioso tal vez dejará estarse las venas en su sitio,
pero el que es todo corazón y siente
por el pellejo igual que las arterias,
¿qué ha de hacer, me pregunto?
Si de pronto
uno repugna ante uno mismo.
Si cada corazón
cada pulgada
de íntimo dolor pesa y resuena
como pasos andando adentro,
como trompadas…
Amor mío, perdóname… Lo sé,
ahora puedo amarte. Nada más.
Puedo decir que estoy en ti, que vivo
libre, sin huesos,
como un aire vivio,
como algo que sí puedes amar.
¡Ah! Lo demás. Ya lo demás no importa…
Simplemente no se es.
No quedan huecos.
Apenas un momento de silencio
y nada más.
La rueda sigue andando.
El molino no deja de moler.
Ni nadie pierde su trabajo
a causa de un tornillo que se rompe.
¿Lloran? No sé.
Yo no he querido el llanto.
Adoro las inmensas bocas frescas
que se abre al impulso de la risa.
Y la música adoro. Y la alegría.
Y las cosas más limpias de los seres:
por ejemplo los besos, los adioses,
la mano que se pone sobre el hombro,
los niños y los perros indefensos.
Pero de pronto es necesario irse.
De pronto, es necesario ser no-ser,
abrise una ventana,
o acabarse
sencillamente
como podremos hoy, mañana o el domingo,
tú, yo o fulano
hacer paréntesis,
borrarse del paisaje, hacerse humo.