Un poema de Jorge Galán

Jorge Galán (1973) ha ganado el Premio Literatura Ciudad y Naturaleza José Emilio Pacheco 2022 por su libro Equinoccio. Aquí leemos “Ciudad”, poema incluido en esta colección. Galán ha merecido reconocimientos como el Premio de la Real Academia Española; el Premio Casa de América de Poesía Americana; el Premio Iberoamericano para obra publicada Jaime Sabines; el Premio Internacional Antonio Machado; el Premio Adonáis, y el premio nacional de su país, tanto en poesía como en novela corta. Círculo de Poesía y Valparaíso México publicaron su antología de poemas Primera Edad.

 

 

 

 

Ciudad

 
La piedra creció como un árbol y un poco más,
creció en un día o dos, se enfrentó al cielo
y siguió creciendo, llegó a los diez, a los cien metros
en un solo día, y luego se combó
hasta convertirse en una cúpula repleta de salientes.
Era como la armadura de un animal
y quizá era en verdad un animal
que nos engulló mientras dormíamos,
mientras soñábamos la muerte,
y nos encontrábamos en su estómago.
A trechos gris, a trechos blanca, a trechos
dorada y brillante como una inmensa pepita de oro,
creímos que la piedra no era una sola sino muchas
que habían crecido juntas, una multitud
de piedras, a veces menos blandas, otras
menos hermosas. Y algunos trataron de escalar
sus inmensas paredes, sin conseguirlo.
Dentro murieron los insectos, las flores.
Murió sobre todo la luz. Y un aroma de lámparas
llenó todos los espacios vacíos.
Cada vaso y cada boca y cada oreja
se llenaron de humo. Y fuimos seres de humo.
Pero aprendimos a vivir así, en la oscuridad.
Pintamos la piedra con hermosos paisajes
y hermosos seres, pintamos la piedra
con todo aquello que recordábamos haber visto.
Escuchamos caer la lluvia. Escuchamos
la llegada de la nieve. Oímos
un bisonte subir y habitar más arriba de todo.
Una estampida de elefantes hizo caer
filosas estalactitas un octubre y otro noviembre.
Un enorme carro se posó el día de navidad
y confundimos pisadas de reno con tambores lejanos.
Encendimos fogatas cada mañana.
Soplamos el fuego hasta calentar nuestro aliento.
Aprendimos a mirar en la falta de luz.
Nos volvimos siluetas que se movían en la sombra.
Un mundo de siluetas amaneció entre nosotros.
Nos dimos nombres distintos, nos llamamos
ruido, nos llamamos alto, bajo, nos llamamos
dientes de sable y oso de sombra y calavera.
Brisa era nuestra madre y Tornado nuestro padre,
creímos tener un padre y una madre comunes,
y fuimos los hijos de la oscuridad,
nuestro lenguaje se volvió parecido al del arroyo,
nuestros manos se volvieron enormes,
nuestros ojos aprendieron a encenderse y apagarse
como los cuerpos de las libélulas,
nuestro cabello imitó a las ramas de la encina
y olía como a trigo recién segado en verano.
Aprendimos a contar hermosas historias sobre los días de luz
y hablábamos de la luz como se habla de los sueños,
cómo se habla de una tierra remota del pasado,
un lugar en la tempestad más allá del continente de niebla,
más allá de los países del frío.
Pronto, nos olvidamos de esperar
y olvidamos también el nombre de los días.
Aves que no saben si no gritar fueron nuestras estrellas.
Lo son aún, pero todo está bien en nuestra casa;
en nuestra sombra, donde pertenecemos.

 

 

 

Este poema forma parte de la obra “Equinoccio” ganadora del Premio de Literatura Ciudad y Naturaleza José Emilio Pacheco 2022 que otorgan la Feria Internacional del Libro de Guadalajara y el Museo de Ciencias Ambientales, publicado en 2022 por la Editorial Universidad de Guadalajara.

 

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