Poesía bosnia: Izet Sarjlić

Leemos poesía bosnia. Leemos algunos textos de Izet Sarajlić (Doboj, 1930 – Sarajevo, 2002), traducidos por el poeta español Fernando Valverde. Sarajlić escribió sus primeros poemas coincidiendo con el final de la Segunda Guerra Mundial, en la que los camisas negras fusilaron a su hermano Ešo. Autor de una treintena de libros de poemas, es señalado de forma unánime como uno de los principales poetas eslavos del siglo XX y el más traducido de todos los tiempos de la lengua serbocroata. Entre sus traductores destacan Charles Simić, Hans Magnus Enzensberger o Eugeni Evtušhenko. La editorial española Valparaíso Ediciones publicó la poesía del escritor bosnio.

 

 

 

 

El cerco de Sarajevo está considerado como el mayor de la historia de la guerra moderna. Siete veces más largo que el de Stalingrado, durante sus 1336 días un poeta bosnio permaneció en la ciudad, Izet Sarajlić (1930-2002). Sarajevo (Valparaíso Ediciones, 2013) es la colección más completa publicada en español de sus poemas escritos durante y sobre la guerra, marcados por sucesos como la muerte de sus dos hermanas, a las que tuvo que enterrar de forma clandestina con sus propias manos, la traición de muchos de sus amigos serbios, que disparaban sobre la ciudad desde las colinas (entre ellos Radovan Karadžić), y el sufrimiento de los “santos de Sarajevo”.

Con traducción y prólogo del poeta español Fernando Valverde, Sarajevo es un libro imprescindible para acercarse a uno de los mayores poetas eslavos del siglo XX. “La poesía clara y sencilla de Sarajlić es el mayor testimonio poético de la Guerra de Bosnia. Salpicados de una fina ironía, de un conmovedor amor por los otros y de una resignación heroica, sus poemas son la narración desnuda de su dolor, símbolo de la tragedia de todo un pueblo”, explica Valverde.

El libro está disponible en la web de Valparaíso Ediciones. www.valparaisoediciones.es

 

 

 

 

 

Las vacaciones de mis padres

 

Desde hace quince años, cada 5 de septiembre, mis pa­dres hacen las maletas y van, cargados de un montón de cosas inútiles, a pasar quince días a Herceg Novi. Mi pa­dre no soporta el mar, mi madre tampoco es entusiasta, pero pueden verla desde lejos, sentada en una silla junto a la orilla, cuando cae la tarde, contemplando la isla de Manula donde su hijo mayor, Ešo, fue fusilado el 16 de julio de 1942. Yo estoy seguro de que mi madre lleva en un tarro un poco de mermelada de cerezas. Ešo la roba­ba siempre en la cocina. Así mis padres, en el crepúsculo de Herceg Novi, fijan con la mirada el punto que fue su último refugio terrestre. Turismo horrible aquel de la tris­teza. No se lo deseo a nadie.

 

 

 

 

 

Una granada lanzada desde el Mrkovići

 

Desde hace treinta horas
las granadas
llueven sobre nosotros desde todas partes.
Una de ellas
ha sobrevolado ahora
este poema.
Ha sido lanzada desde el Mrkovići
donde antes de la guerra cogía margaritas
con la mujer que amo.

 

 

 

 

La suerte a la manera Sarajevo

 

En Sarajevo,
en esta primavera de 1992,
cualquier cosa es posible.
Estás en una cola para comprar el pan
y despiertas en un hospital
con una pierna amputada.
Después, incluso reconoces que has tenido mucha suerte.

 

 

 

 

Hermanas

 

Las de Esenin
se llamaban Shura y Katia.
Las de Majakowskij,
Ludimilla y Olia.
Las mías,
Nina y Raza.
Todas han muerto.
Raza y Nina
con sólo cincuenta días de distancia.
Han muerto
o a decir verdad
han sido asesinadas por la necesidad.
Ahora debo buscar en cualquier parte
una nueva hermana,
porque yo no puedo
vivir sin ser hermano.

 

 

 

 

Una calle para mi nombre

 

Paseo por la ciudad de nuestra juventud
y busco una calle para mi nombre.
Las calles grandes, ruidosas,
se las dejo a los grandes de la historia.
¿Qué hacía yo mientras se hacía la historia?
Simplemente te amaba.
Busco una calle pequeña, simple, cotidiana,
a través de la cual, sin llamar la atención de nadie,
podamos pasear incluso después de la muerte.
No es importante que tenga un paisaje hermoso,
tampoco que haya pájaros.
Lo importante es que en ella puedan tener refugio
cualquier hombre o perro en peligro.
Sería hermoso que estuviera empedrada,
pero tampoco esto es imprescindible.
Lo más importante es que
en la calle que lleve mi nombre
no le suceda nunca a nadie una desgracia.

 

 

 

 

 

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