Círculo de Poesía Ediciones publica La revolución del cuerpo, en traducción de Marjeta Drobnič, de Brane Mozetič (Ljubljana, 1958). Poeta, escritor y traductor esloveno. Editor de la colección Aleph y Lambda, en la que aparecen sus traducciones al esloveno de Rimbaud, Genet, Foucault. Es reconocido por su trabajo homoerótico. Ha publicado más de quince libros de poemas, un libro de cuentos, tres novelas y seis libros infantiles ilustrados. Ha editado cuatro antologías de literatura LGBT y ha escrito diversas introducciones a la poesía eslovena contemporánea. Sus obras se han traducido a diversos idiomas, cuenta con más de cincuenta libros de su poesía traducidos. Tan sólo Banalije (Banalidades, 2003) ha sido traducido a doce lenguas, lo que lo convierte en uno de los autores eslovenos más traducidos. Organiza talleres de traducción, lecturas de autores eslovenos y del mundo en el festival de poesía Living Literature. Fue finalista del Lambda Award for gay poetry.
En la cuarta de forros, Alí Calderón menciona que “Brane Mozetič es uno de los poetas europeos más leídos de su generación. Toda su actividad está dedicada al activismo prohomosexual desde los años noventa, en que dirigió la mítica revista gay Revolver. La revolución del cuerpo es un libro que perfectamente podríamos calificar como meditación poética, autobiografía lírica o simplemente autonarración. En estos poemas, la anécdota abre paso a la ontofanía o al conocimiento superior de sí. Y esto es lo que hay: palabras movidas por una urgencia interior que se disfraza de deseo, de cuerpos silentes y tensos, de tersura en el decir. El empuje irrefrenable por satisfacer el deseo oculta, sin embargo, otra verdad: aquella del miedo, el fracaso y el desencanto en el que no hay ni pompa de ilusión.”
***
Llegó tarde, como siempre. Ya
no era posible la armonía. Las cosas
se volvieron banales, la vida, la escritura,
sobraron todas. Se echó a mi lado, me abrazó,
y fue entonces cuando percibí en él un olor
especial. Me estremecí, olí otra vez, quise
comprobarlo, el olor no se fue. Estaba claro.
Me dio náuseas, salí corriendo
al baño. Trataba de tomar aire por
la ventana abierta, todo daba vueltas.
Era un olor masculino.
Volvieron los años de los que
huía. ¿Era ese olor el suyo?
¿Cuándo apareció? ¿Lo tenía antes?
¿O pertenecía ese olor suyo a otro
hombre? No me siguió, no llamó a la puerta.
Con ese olor se quedó al otro lado, muy lejos.
Y yo aquí tiritaba de frío, encerrado, en
el suelo. No ayudó. Me alcanzó
la rápida mano de mi padrastro, masculina,
mi cabeza salió volando. Después,
siempre que mi padrastro se acercaba,
yo me apartaba. Aunque su mano estuviese lejos.
Ya sólo el olor bastaba. No era posible
extinguirlo de la casa. Rehuía
a los hombres. No me gustaba su
mundo. ¿A cuál de los mundos debería
pertenecer, de todas formas? ¿Desprendía
yo acaso un olor masculino cuando pegaba?
Y cómo duele ahora. ¿Qué hago, abro la puerta,
lo lavo a él? ¿Es posible? ¿O extiendo mis sábanas
en otro lugar, tratando de dormirme sin él?
***
Quedo, después, con un poeta. No sé
para qué, la verdad. De su bolso saca un manuscrito.
No para de hablar. Callo. En el fondo,
la situación debe de ser embarazosa. Miro sus
manos que pasan las hojas. Las acariciaría, quizá.
Pero, cuando paso mi vista por su cuerpo,
no estoy muy seguro de que me atrae.
Y por qué eso podría alterar mi decisión
sobre su manuscrito. Es muy inteligente.
Mientras yo pasara mi lengua por su piel,
él estaría argumentando. Me ensimismo,
me alejo, y él saca una pipa y se distrae con ella
durante unos minutos. Cuando expulsa el humo,
aparezco, de pronto, sentado contigo en un balcón,
es verano, con nosotros una mujer de Dubrovnik,
acabamos de salir exhaustos de su alcoba, donde
nosotros dos, alterados por la química, devorábamos
nuestros cuerpos durante horas. Ella nos dice:
“Un hombre verdadero tiene que oler a tabaco,
vino y mujeres.” Habla y habla,
como este poeta, y nosotros dos seguimos
devorándonos con los ojos, te siento
dentro de mí. Hay una brisa, todo es tan frágil.
El viento arrastra las hojas a la otra acera,
la mujer maldice a su esposo marinero difunto,
las rocas ruedan al mar; esto no augura
nada bueno. Incluso el poeta se da cuenta de
que estoy a punto de levantarme y acercarme al río
para mirar hacia abajo y decirme: I’m nothing.
***
Querida Ana, Ljubljana es como una pesadilla
espantosa. Lo primero que se te ocurre en esta ciudad es cortarte
las venas o atarte la soga al cuello, o tirarte del edificio Nebotičnik.
Para aguantarla, tendrías que estar siempre borracho o colocado.
Los amigos no son amigos, los conocidos no son conocidos,
los amantes no son amantes, la madre no es madre, el padre
no es padre, la esposa no es esposa, el suelo no es suelo, todo flota
en un vacío infinito, fantasmas, espectros, muecas, el agua no es agua
ni el aire aire ni el fuego fuego. Querida Ana, Ljubljana, tu ciudad,
es el fin del mundo, sin esperanza alguna, es vivir como un vegetal,
pasar penas infernales, sentir una pesadez en el estómago, es una
acumulación de las energías negativas que sólo pretenden convertirte
en un ser estúpido y deforme. Ljubljana, serpiente sonora, que te
abraza con suavidad, con ternura, despacio, y te falta el aire y no
puedes librarte de ella, siempre va contigo, te persigue
arrastrándose, tan colorida, inofensiva. ¡Venga, desaparece, húndete
en el pantano, vuelve a tu morada lodosa, para siempre, sálvanos!
***
Nos conocimos en una cámara de vapor. Sentado
a mi lado, empezó a acariciarse el cuerpo.
Después, con otra mano, acarició el mío.
Nos entrelazamos desnudos, sudorosos, entre
jadeos inaudibles. ¿Hasta cuándo aguantaremos?
Por un momento me pareció que éramos el objeto
de un experimento científico, que auscultaban
la cámara con instrumentos de precisión, que
seguían la línea de mi corazón. La sangre
rezumaba de la herida de mi pierna. El calor
la abrió. Lo devoraba, tratando de tomar aire.
Con el dedo unté la sangre en su dura
verga, la envolví en un pañuelo de
papel y la imprimí para siempre. ¿Cuánto
tarda la sangre en palidecer? Su huella
durará al menos hasta el día de mi muerte.
¿Nos sacarán de aquí si nos desvanecemos?
No lo sé. No apunto palabras que tengan
significado. Apunto las que no
significan nada.
***
Tendrías que haber vuelto a los catorce,
quince años y yo ya no habría tenido miedo. Habríamos
podido dibujar la vida. Extender el mapa del mundo.
Recorrer los mares. Si no hubieses tenido tanta prisa y no
hubieses fingido tener ya diecisiete años.
Estabas cansado, como si ya hubieses vivido
veintiuno. Cuando uno ya quiere morir. Como
si fuera un juego. Tendrías que haber vuelto, sin
bagaje, sin prisas. Te habrías metido en el agua
caliente para derretirte lento, tu piel volviéndose
cada vez más tersa, más suave, en el campo habrían
ondeado los girasoles, el tren habría seguido, el coro
infantil habría cantado, las primeras paladas de tierra
habrían caído en el ataúd, los rascacielos habrían oscilado
en el viento, como espigas de trigo, los helicópteros
habrían rumoreado entre ellos, y tú habrías salido
del agua, te habrías metido en mi regazo, con
el pulgar en la boca, y todo tu semen se habría derramado
por mis muslos. Tendrías que haber vuelto para que
yo ahora abriese la ventana, quitase la soga del techo,
para atraer las nubes, con tormenta, con lluvia, para que
ahora pudiésemos correr los dos por la calle, mojados,
temblar debajo del tejado, besarnos, como la primera vez,
para que yo empezara a soñar y, después, pudieses irte,
las imágenes se han disparado, la gente se aglomera en
mi portal, los padres conmovidos me regalan a sus hijos,
lampiños, en togas blancas, una paz excitante
se adueña de mi cuerpo, acaricio sus cabellos rubios,
y ellos me empujan con sus frágiles músculos
hacia la cama, para poblarme.