En 2022 apareció Un recuento parcial de los incendios (Serie ExLibris del Instituto Sinaloense de Cultura), antología personal del poeta, editor, crítico y traductor Mijail Lamas. (Culiacán, 1979). Leemos aquí tres poemas del libro acompañados de una pequeña reseña de Alí Calderón. Mijail Lamas es maestro de escritura creativa por la Universidad de Texas en El Paso. Ha publicado los libros de poemas Contraverano (2007), Cuaderno de Tyler Durden seguido de Fundación de la casa (2008) reditado por la editorial argentina el suri porfiado en 2014; Un recuento parcial de los incendios (2009), Trevas. Canción del navegante de sí mismo (2013) y El canto y la piedra (2017). Editó cinco volúmenes de poesía internacional para Valparaíso Ediciones México y Círculo de Poesía Libros. Editó y tradujo las antologías Lluvia oblicua. Poesía portuguesa actual (2018) y ¿Lo diría mejor el tiempo? Un siglo de poetas portuguesas (2020). Fue editor de Rio Grande Review, revista del Creative Writing Program de la University Of Texas at El Paso. Es uno de los editores de la revista Círculo de Poesía. Fue incluido en El canon abierto. Última poesía en español (1970-1985) de la editorial española Visor Libros.
Mijail Lamas
Un recuento parcial de los incendios
Serie ExLibris, 2022.
Instituto Sinaloense de Cultura.
Cuentan que, para poder conversar sobre literatura, en su primera juventud, cada día José Juan Tablada buscaba a Manuel Gutiérrez Nájera en su casa de Rejas de Balvanera para acompañarlo durante una caminata de 20 minutos hasta las puertas de la redacción de El Partido Liberal. El autor de “La novela del tranvía” le hablaba de literatura, de esto y aquello. Tablada escribía sus primeros primeros poemas y, básicamente, sabiéndolo o no, hacía una sola cosa: buscar su voz. Es lo que comenzó a buscar también otro adolescente, Octavio Paz, cuando un futbolista del Colo Colo de Chile le descubrió a Pablo Neruda. Es lo que hacían, asimismo, los tantos talleristas de Juan Bañuelos a comienzos de los años setenta o los de Hernán Lavín Cerda o Carlos Illescas al final de esa misma década. Es lo que hacemos todos cuando comenzamos a escribir poemas.
El poeta, crítico y traductor francés Henry Meschonnic ha escrito que la poesía es una aventura de la voz. Esa voz no es otra cosa que ejercer el decir desde una perspectiva singular, hallar un sitio único para mirar y pensar el mundo, resonar de modo distintivo. Y si la poesía tiene, como suponen los teóricos de la enunciación lírica, un carácter especular, encontrar tu propia voz, en realidad, es una manera de labrarte un rostro. Escribir un poema es, en todo caso, bosquejar un autorretrato.
Es por lo anterior que, ante toda antología personal, poesía reunida u obra completa, de modo implícito o explícito, surge en el lector la pregunta por la identidad lírica. ¿Quién es el sujeto de estos poemas? ¿Cuál es su lugar en el mundo? ¿De qué modo la experiencia de lectura está vinculada al despliegue de la estrategia de un yo que sugiere o planea? ¿Cuál es la singularidad o cuáles son las facciones del rostro que trazan las palabras?
Esa identidad está hecha de capas múltiples. En el caso de un poeta, la integran no solo sus peculiaridades de estilo o las distintas zonas de acción del Auctor (sus libros de poemas, sus otras actividades editoriales, por ejemplo, si es traductor o crítico, o editor, o la pertenencia a tal o cual constelación intelectual) sino la propia actividad de la persona civil, las acciones que construyen su biografía. Como ya había adelantado el Conde de Buffon, hay identidad entre el sujeto y la forma. Pienso en todo lo anterior cuando leo Un recuento parcial de los incendios, antología personal de Mijail Lamas (Culiacán, 1979).
Este libro es testimonio no solo de la aparición de la voz de Mijail Lamas, sino de su desarrollo, evolución en espiral y aún clausura de un ciclo poético de diez años. Me explico. Los poemas de Cuaderno de Tyler Durden tienen un imaginario culturalista pop. Se caracterizan por su búsqueda de la sorpresa como en el muy recordado “A Borges”. Desarrolla, además, los temas de la vida minúscula y la insatisfacción ante el mundo de la aurea mediocritas, de “los repetidos ademanes”, tópicos que estarán presentes en todas sus colecciones de poemas (Soy la sombra de todos los rostros, / dependiente de tiempo completo, / maestro por horas de miseria, / desempleado frente a las marquesinas. / Hoy llevo un dolor de piedra entre las manos).
Fundación de la casa es una serie de poemas sobre la convivencia marital que retoma la ya quizás manida idea de otorgar a lo cotidiano un estatuto extraordinario. Lo singular aquí es que el elogio de la cotidianidad revela una inquietud, un rasguño en el cristal de las cosas simples. Lo verdaderamente significativo es el modo en que se configura simbólicamente el espacio puesto que todos los objetos que rodean a la pareja son reflejo de su estado anímico alicaído: miramos el tulipán que le regalé,/ nos gustan sus colores, / poco nos importa su falta de aroma o el televisor, su mala señal,/ nos ayudan a distraer la tristeza.
Contraverano es un libro de aprendizaje formal que debe explicarse a la luz de la constelación intelectual en que se mueve el poeta. Es un libro hermanado con el tono y dispositivo de enunciación de El deseo postergado de Mario Bojórquez, El desierto y Han venido unos amigos del catalán Antoni Marí. Pienso que se distingue de estos libros porque hay en él una contención que siento, sin embargo, poco auténtica, quiero decir, que contrasta con el vértigo interior o impulso espiritual que impele las palabras. En aquel tiempo la noche era una sombra calcinada, dice Mijail Lamas. El sol, el calor, el fuego son la metáfora de esa inquietud que destaza y vuelve jirones al yo: No sabes explicar por qué el verano te persigue. Y sin embargo, el poeta renuncia a enfrentar la quemadura: (Voy a darle vuelta a la página de los incendios, / a levantar la pluma de esta hoja que la luz ha despertado, / a oscurecer con un golpe de mano esta flama que se consume a sí misma. / Voy a quedarme quieto. / Voy a esperar la estación de nubarrones y mañanas frías. / Voy a guardar silencio). Mijail Lamas habla en todos sus libros de una herida, de un incendio. Pero no lo nombra. Los poemas todos parecieran danzar en una mascarada. ¿Qué es eso que se oculta?
Trevas. Canción del navegante de sí mismo es un monólogo dramático que hace hablar al poeta portugués Cesário Verde. El libro funciona en virtud de una alegoría: la tuberculosis y el aire enrarecido son consecuencia de la imposibilidad de soportar el mundo. Biógrafo y biografiado, como de costumbre, se confunden. El asma del propio autor nos recuerda que el rostro del poeta y la máscara adoptan los mismos gestos, los mismos rictus. En este libro hay un gran sentido de urgencia resumido en un verso: El tiempo es esa flama que brilla en mi cigarro. Hay un foco de infección que carcome al poeta portugués: Hay días en que un golpe le atenebra la mirada / y en el pecho le crece un ave de infortunios: / una noche que el día / ya no puede extinguir. Pero ¿de quién es en realidad este soplo negro?
La última sección de la antología corresponde a El canto y la piedra, libro publicado simultáneamente en México y España. Pienso que la dicción, el estilo, el punto de vista de vista, ciertas imágenes y temas de estos textos tienen la voluntad de resumir o sintetizar los libros anteriores. Esta es la evolución en espiral de la que hablé arriba. Estamos ante la maduración de la voz. Se mantienen el ingenio de Cuaderno de Tyler Durden, la inquietud e incomodidad de Fundación de la casa, el trabajo formal y el incendio íntimo de Contraverano así como el oscuro naufragio en que vive Cesário Verde. Este conjunto de virtudes nos habla de una singularidad que es fuerza y que es tensión y altura emotiva. Pero algo más. Estos poemas no están escritos, como los anteriores, ante la inminencia del desastre, sino que tienen el desamparo ya asumido plenamente. Se habla desde otro sitio. A posteriori. De ahí que no hay calamidad, sólo un andar en ruinas, un no reconocerse en los demás, estar perdido o este otro verso: la penumbra nace de mi respiración acompasada.
Tengo mucha curiosidad respecto al próximo libro de Lamas porque con este volumen clausura un camino formal y temático. Si la poesía es una aventura voz, el verdadero periplo estará en reinventar el estruendo y la quebradura, en despojarse del viejo estilo y hacerse de un rostro nuevamente. Un recuento parcial de los incendios es un libro apasionante porque asistimos en sus páginas al nacimiento, despliegue y maduración de una voz. Apasionante porque sus páginas no temen al abismo y a la conciencia de ser un sobreviviente de la catástrofe. En las presentaciones de este libro he escuchado al autor decir que lo que él pensó que era la tristeza que cruza los poemas es, en realidad, el efecto culpabilizante del capitalismo. Esa salida no la esperábamos.
***
He nacido oscuro para el resto del día
y tras una nube
el ojo de Dios guarda silencio.
Soy la sombra de todos los rostros,
dependiente de tiempo completo,
maestro por horas de miseria,
desempleado frente a las marquesinas.
Hoy llevo un dolor de piedra entre las manos.
Lejos de toda caridad
soy profeta y apóstol jubilado de la fe en mí mismo.
Oficio los silencios de la página.
Soy héroe,
peatón del instante y la sorpresa.
Aquí guardo la plegaria del azar
y una sensación de sed como aguja en las palabras.
Hoy no tengo necesidad de fingir
que elijo la vida que me toca.
Fundamos la casa en un cuarto piso.
Salvo los aviones,
nadie vive por encima de nosotros.
Ella delimitó sus dominios, no muchos,
la casa es chica.
No es difícil encontrarse a cada paso,
poco a poco dejamos de ser desconocidos.
Ella me deja entrar en la cocina,
que yo prepare de comer no significa
una invasión a su territorio.
En la mesa de la sala esta mi oficio,
desde ahí miro las repisas con los libros
y cerca de donde se lee historia universal
está la foto de la boda.
En ella no me parezco al que soy todos los días,
luzco feliz de otro modo,
de otro modo del que soy ahora.
Ha pasado mucho tiempo desde que estamos juntos
y todo ha muerto un poco desde entonces.
Hay días en que nos vamos convirtiendo
en dos cercanas lejanías,
dos extraños sin hábitos secretos
y con los gestos gastados.
Pero también hay días
en que la resurrección de nuestras manos
canta una canción que se renueva
y es como si fuéramos
dos que han caminado hasta encontrarse
en medio de las ruinas.
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