Siete poetas de Costa Rica

Fadir Delgado y Carlos Villalobos han preparado una muestra de la joven poesía costarricense. Leemos aquí textos de autores nacidos entre 1991 y 2004. Leemos textos de Lex Valvesco, Josué Arce, Elim Acevedo Barrantes, Lovesun Cole, María Macaya Martén, Byron Ramírez e Ignacio Aru.

 

 

 

 

 

 

Siete poetas de Costa Rica

 

 

Selección y​​ nota​​ de Fadir Delgado y Carlos Villalobos

 

 

En la siguiente muestra​​ leeremos a siete poetas de Costa Rica que configuran siete formas de tejer el hallazgo y el asombro. Aquí nos encontramos con imágenes que se construyen desde el borde, que no le temen al precipicio, con voces que se reúnen frecuentemente para preguntarse sobre el origen y el destino de la palabra o para hurgar en el hecho poético.

 

Estos poetas les rehúyen a las cursilerías de las estéticas conversacionales y creen que el ejercicio de la poesía exige arrebatarle al lenguaje​​ los delirios de la psique y de los mitos. No es el camino fácil, pero es la manera que han encontrado para mostrarle al mundo sus desgarros. ​​ 

 

Aquí hay​​ voces​​ que​​ dialogan entre sí,​​ que​​ estudian con seriedad la tradición y las fórmulas actuales de la poesía.​​ Construyen una cartografía con la que logran abrir la grieta en la palabra y, de este modo, escudriñarse a sí mismos dentro de ella.

 

 

 

***

 

 

Lex Valvesco​​ (San José, 2003). Estudiante de Filología Española en la Universidad de Costa Rica. Participó en la obra de teatro​​ Sueños de ventana​​ (2014) con el grupo teatral Media Luna y en diversas obras de teatro en el Festival de las Artes con el grupo de teatro del Colegio Técnico Profesional de Acosta. Violinista en el SINEM de Acosta antes de descubrir la poesía. Actualmente trabaja en su proyecto poético.

 

 

 

La herencia de los síntomas

 

Mi madre dobla kilómetros de piel​​ 

y cuando me levanto

los extiende hasta la puerta.

Tiene mi cordón umbilical,

con él teje ropa sobre mi cuerpo

y me arrastra devuelta a su vientre.

Me arranca los dientes​​ 

para que vuelva a ser un bebé.

Grito y solo me escucha su mano.

Dejo de arrancarme sus uñas

porque crecen en los rasguños.

Ella oculta mis lágrimas en un cajón

y guarda el ojo de la cerradura​​ 

en su garganta.

Regreso a la puerta,

la toco y espero a que alguien

me abra desde afuera.

Dejo que mi madre haga collares con mis dientes

para empezar a comérmela desde el cuello.

No heredé sus síntomas,

pero mi enfermedad​​ 

es un recuerdo de la suya.

 

 

 

Cena con papá

 

―Papá, ¿por qué hay arena entre tus dientes?
―[...]

―¿Haces islas en el mar que escupes por las noches

para bañar a mamá?
—Como.

―¿Comes? ¿Desde cuándo comes?

Nunca he visto a mamá comer.

—Ella tiene derrumbes dentro, 

se desprende de la cama pedazo a pedazo 

porque ella es uno.

—Una vez ella me dijo: 

«Cómete mi piel,

olvidé cómo se hacen las montañas».

¿Es mi culpa si me recuesto en su pecho,

aunque sé que tengo en mi interior una tormenta?

―[...]

―¿Nunca has escuchado los truenos?

—[...]

—¿Los oyes?

Te ríes.

—Tu tormenta se llama Hambre.

—¿Lo que ha derrumbado a mamá

es que yo tenga Hambre?

—Ella no tiene Hambre,

tiene mucha sed,

pero el agua la destroza.

Como, para dejar de ahogarla.

—Yo también comeré 

hasta que deje de llover,

comeré 

aunque deba sacarte la arena del estómago.

—[...]​​ 
(Truena).

―Aún tengo Hambre.

 

 

 

 

Josué Arce​​ (San José, 2004). Cursa el bachillerato en Filología Española y el bachillerato en Filosofía, ambos en la Universidad de Costa Rica (UCR).

 

 

 

 

Los monstruos asustan a los niños

 

Un niño incrusta sus ojos en la ventana,

no sabe que a su lado

está la bestia,​​ 

hasta que la mira

y la ventana​​ 

se convierte en lluvia​​ 

y la bestia​​ 

le coloca la lluvia

por todo el cuerpo.

​​ 

El bicho crece, crece

y el niño lo sabe​​ 

aunque tenga una roca atada en cada ojo​​ 

el niño lo sabe​​ 

aún con el rostro derramado en el suelo

el niño mira cómo la bestia es cada vez más bestia

y mira cómo él se hace cada vez más pequeño

más enfermo y triste,

hasta que él mismo decide​​ 

degollar el sol

con una brocha negra.​​ 

 

Un niño, un niño que es un ave silvestre​​ 

que es un río, una candela, una colina;

un niño deshilachado

al borde de la oscuridad.

 

Allá arriba​​ 

sobre siglos y siglos de indiferencia​​ 

la bestia le escupe una flema en el rostro

y se ríe,

el bicho ríe al escucharlo llorar.

Ríe a carcajadas

ríe sin consuelo,

y le entrega una bolsa de lluvia en la mano:

“Trágala” le dice.

Y mastica,

el niño mastica plácido

la lluvia

hasta el desmayo.

Y la bestia ríe más profundo

y le escupe de nuevo

y lo maldice y lo engulle.

 

En el esófago del monstruo​​ 

el niño vomita los vidrios

“Solo es lluvia” dice,

“Solo es lluvia”

Y vuelve a tragar su propia muerte.

​​ 

 

 

 

 

La persistencia del olvido

 

Por qué no le cuentas

que lijas fósiles

con las uñas

 

Que por la noche

pescas

astros

dile,

que les arrancas​​ 

los ojos​​ 

y te ríes,

y los avientas

por la borda

y después / los velas ​​ 

 

Que sepa que fabricas

relicarios​​ 

con tus venas​​ 

 

Díselo,

enséñale​​ 

que llueve

todos los días:​​ 

que un viejo​​ 

remoja​​ 

almanaques​​ 

en los charcos.

 

Antes​​ 

de​​ que​​ lo​​ olvides​​ 

explícale

que llevas años​​ 

colgado

en la casa​​ 

de tu infancia.

 

 

 

 

Elim Acevedo Barrantes​​ (Puntarenas, 1999). Estudiante de Bachillerato en Ciencias de Educación con Énfasis en la Enseñanza del Español en la Universidad Católica de Costa Rica.

 

 

Corriente

 

Me descamo, no estoy jugando a ser pez,

en mi cama habita el grito del mar, temo que

arrastren todas mis vértebras ahogadas,​​ 

Dicen que no hay aletas que aguanten las olas de esta sangre

​​ pero creo tener un incendio bajo el agua, en él, la palabra auxilio no existe.

 

 

 

 

 

Kunus

 

​​ Sal, es la noche en que la luna pide auxilio al Orión,​​ 

no voltees hacia atrás, solo mirarás los antiguos restos de la Iberia,​​ 

piel animal, no te escondas, hemos devorado la tragedia.

 

 

 

 

 

 

Lovesun Cole​​ (San José,​​ 2000). Escritor, músico, actor y locutor, cursa Bachillerato y Licenciatura en la Enseñanza del Castellano y Literatura y Filología Española en la Universidad de Costa Rica. Participó en el III Festival Presagio de Fuego (2022)​​ y en el III Festival Internacional de Poesía Turrialba (2022). Sus trabajos han sido publicados a nivel internacional​​ en diferentes revistas literarias.

 

 

 

Neogénesis

 

Dios me escupe su sentencia en la cara.
Cae un martillo gigante sobre la Tierra.​​ 

¿Por qué todos aplauden los clavos en mis pies?

Sus ángeles me arrastran por el corredor,​​ 

mi última cena es la cabeza de mi hermano
y me baño en la sangre de los que gritaron mi nombre.

​​           Ellos inician la ceremonia:​​ 

mi sello abre ojos en las paredes;

familia, amigos,

el aguijón se me clava en la nuca,

las tenazas me apuñalan las pupilas

pero no me tendrán nunca de rodillas.

La verdad se me pierde debajo de la cama.

No es suficiente que me arranquen la piel​​ 

y la exhiban frente a todos; no, no lo es.​​ 

Mi sombra se choca en las paredes.

Los ángeles rezan haciendo de mí una rata desnuda,
amarran mi jaula de carne con las cuerdas de mi cerebro

y cargan mis pecados a este último trono

          que empieza a echar raíces de luz.

          Listos abren el telón​​ 

por el que me veo a mí mismo besando la frente de Abel,

veo maniquíes y sonámbulos,

          labios mordiéndose,

veo a mi madre de ocho patas​​ 

          ignorándome entre la muchedumbre.

―¡Padre, arderé sin arrepentirme de nada,​​ 
arderé y tú pagarás,​​ 
no habrá perdón ni olvido por obligarme a ser lo que soy!
Bienaventurados quienes se rebelen en mi nombre
porque de ellos es el Reino de la Aurora.

​​           Fuera de esta catedral
los borregos alaban a su asesino, le bailan,​​ 
          se embriagan y se ahogan en su vómito
​​           ​​           mientras Caín ríe en la silla eléctrica.

Tres,
         dos,

                  uno...

          Ha llegado la Era de Fuego,
          lo agarro con las manos y rompo las puertas del Sheol,
arrepiéntanse ante las montañas bañadas en sangre
                      porque mis hijos vienen a reclamar el Paraíso.

 

 

 

 

 

XII

 

Afinas la primera trompeta en nota de luz, la tocas con la clave del cielo, con la somnolencia humana, con el hacha vengadora. Vomitas caballos a la tierra, lluvia de relinches. La carne rompe los techos. Los caballos montan a los hombres, se ven hermosos. Construyen cruces mal hechas, no saben dónde están las iglesias.

 

Otros seis hacen fila detrás de ti. Apunto a tu brazo sobre el arma desde mi gruta en el desierto. Detrás de mí hay ojos en la oscuridad. Escribo tu nombre en mi lanza, la pulo con la piedra del primer asesino. Tengo siete segundos para alcanzarte (y buena puntería), siete años de guerra, siete minutos para agonizar y más de setenta siglos de arrastrarme​​ [...]

 

Encontré a los míos bajo la tierra; preparamos el asalto.

 

 

 

 

 

 

 

María Macaya Martén​​ (San José, 1991).​​ Su primer libro de poesía,​​ Viento inmóvil,​​ recib​​ una Mención Especial del Jurado en el Certamen de Poesía 2019 de la Editorial de la Universidad de Costa Rica, y se publicó​​ a finales del 2020. Ha publicado de forma virtual en diferentes revistas literarias​​ y participado en varios festivales internacionales, tanto virtuales como presenciales.​​ 

 

 

 

 

Viento inmóvil

 

El cuerpo parece una momia.

Está tapado por sábanas como cordillera blanca

que es monstruosa columna vertebral,

a lo largo de un país

hecho exclusivamente

de nieve y viento.

 

Pero este robusto monumento a los occisos

no es más que el soplo de un segundo flojo,

a las once y cincuenta y nueve,

en una cama de hospital.

 

Un juego de toallas enrolladas le sostienen la cabeza y le cierran la quijada.

No hay diferencia entre la tela de las mejillas y la palidez de los paños.

El rostro es desierto y helado como cráter en la piel de la luna,

los párpados, compuertas selladas por los siglos, definitivas.

 

No sé qué función tienen las toallas;

tal vez impedir que la cabeza se vuelque

hacia un lado,

como florero de porcelana lleno

que bota el viento en tarde soleada

y se rompe en pedazos y polvo de colores.

 

Es decir,

evitar que se rieguen

los sesos.

 

Cuando un árbol grande

se desploma en medio del bosque

queda en quietud obsoleta,

sumido en la vibración y el estruendo

de la caída dentro de sí.

 

Un cadáver yace solo.

Los vivos se van y no se inmuta.

Permanece;

como viento inmóvil,

hasta no más.

 

 

 

 

 

Llovizna

 

El silencio se pasea desnudo por el cuarto.​​ 

Trato de escribir, pero te pienso.

 

De un cúmulo de anhelos​​ 

se va formando el poema.​​ 

Tus rosas cabizbajas​​ 

no se mueven,​​ 

el agua está turbia.

 

Los libros de poesía​​ 

abiertos en el sofá​​ 

quieren verte a los ojos.

 

Hay demasiadas sillas vacías

pero hoy no me importa

el desorden de las cosas.

 

El trance de la nevera

comienza a sonar como tu voz.

Las ventanas permanecen cerradas,

aquí no cabe el viento.​​ 

 

Crepitas en el iris ​​ 

recorres mis vértebras.

Tus dedos rozan mis labios

tu respiración pausa en el cuello.

 

Mis piernas se abren,

a ver si logran acortar

la distancia.

 

Saco la lengua y su pistilo te llama.

 

Mis pechos buscan tus manos,​​ 

replican su textura​​ 

en su relieve de ciruelas.

 

Las flores palpitan

te estamos esperando.​​ 

 

Hasta que suena el teléfono

y la tarde se quiebra.

 

 

 

 

 

Byron Ramírez​​ (Desamparados, 1997). Poeta​​ y​​ docente universitario.​​ Primer Lugar Certamen Nacional Brunca (2018), Primer Lugar Certamen Nacional Martin Luther King (2017), Finalista Premio Internacional Emilio Prados (2019), Primer Lugar Certamen Facultad de Letras Universidad de Costa Rica (2019),​​ entre otros reconocimientos.​​ Ha​​ sido publicado en diversas revistas literarias y traducido al francés, uzbeko, italiano, inglés y afgano

 

 

Manifiesto de la cigarra

 

Muerta mi madre de frío antes que yo naciera

mi primer instinto en este mundo​​ 

fue sepultarme viva en el patio de la casa

 

Así bajo el árbol de la abuela​​ 

hice de la sombra mi martirio

Entre raíces amamantadas por la lluvia

fueron míos todos los cadáveres del mundo

 

Por diecisiete siglos he visto crecer en mi espalda​​ 

cuatro alas de vidrio recortado

y un adiós tan hondo en mi memoria​​ 

al que no le estorba la queja del ciempiés sin bruja

 

No pude no herirme con mi propio filo

No puedo ahora contenerme en llanto

ante el cachorro que entierra​​ 

el esqueleto de un gorrión sobre mi frente

 

Todo el silencio acaba aquí

donde la noche​​ 

se arrepiente de callarme

 

Este​​ es​​ el momento augurado​​ 

Es la huida la luz que lanza sobre mi cuerpo su conjuro

y esta vez sí tengo boca para alcanzar su grave anzuelo

y esta vez sí tengo ojos

 

De sangre tibia he recubierto mis párpados​​ 

para que me encuentre a tiempo

esa niña que huye de fantasmas

No se preocupen

Dejen que me hunda en su grito

en la pausa que hace de la vida​​ 

la parte podrida de la fruta

Dejen que me rompa las patas​​ 

ese ángel atroz y luminoso​​ 

y llegada la hora  ​​​​ 

déjenme olvidar mi antigua piel

 

Veo mejor sin cara  ​​​​ Canto mejor sin boca

Dejen que me aniquile la fuga

del hombre que encuentra en mi vientre un revolver

Veo mejor sin cara  ​​​​ Canto mejor sin boca

En el pecho me ha nacido una nueva oscuridad​​ 

y hoy debo dejarla abierta.

 

 

 

 

 

Venganza del​​ caimán

 

La​​ luz del sol crujía sobre el agua

aquella hora en que juraste leer​​ 

en las entrañas de un caimán

el futuro de tu hija

 

La carne del reptil se tornó violeta

y el río se teñía con su sangre

Mi hija se ahogará por la mañana​​ 

Concluiste

Puedo ver su cuerpo​​ 

Es cada vez más oscura su silueta

El agua le hincha la piel​​ 

y es blanca la higuera que brota de su vientre

Puedo verla

En su muñeca aún lleva atado mi rosario

y entre sus dedos se asoma un nudo​​ 

de frutos venenosos

Puedo verla

Su miedo lo conozco de memoria

incluso mejor que mi propia cara

Lleva en su lengua incrustado​​ 

un amuleto de amatista​​ 

y entre sus párpados ​​ 

dos colibríes en lugar de ojos

Puedo verla

Ahora su muerte la conozco

la miro de frente y la sostengo así

como a este animal despellejado

sobre las piedras de la orilla.

 

 

 

 

Ignacio Aru​​ (Cartago, 1999)Ganador del Premio Literario Brunca de la Universidad Nacional de Costa Rica, 2021. Ganador del premio internacional de cuento de Fundación Mapfre, España, 2014.​​ Publica su primer libro,​​ Lupercalia, México, 2020; y su reedición Catorce días bajo la nieve, Costa Rica, 2021. Coautor de la obra de teatro Mistérica presentada en el Teatro Melico Salazar. 2015.

 

 

 

Cárcel

 

Los barrotes de mi cárcel

son espigas amanecidas por la niebla,

un pájaro lleva mi nombre en su pico

mientras el mar muerde mis manos

y en el reflujo​​ 

quedan como la costura desconocida

de algún cuerpo.

 

Mayo pasa lento

en el amanecer que levanta vuelo sin ruido.

Mayo pasa lento

en el apagón de una tarde sobre la hierba

donde alguna vez hizo nido tu carne.​​ 

 

Estoy sentado en el piso rojo​​ 

de un lugar pequeño, pensando recoger​​ 

la limosna que el verano quiso darme.​​ 

Estoy tan flaco que me pesa más el alma que el hambre

y me he pintado la espalda azul oscuro

para que duerman mis amigos

y sepan que la noche es bella y que voy desnudo.

 

 

 

 

 

Malas Semillas

 

Su juventud fue el conocimiento de la poesía

o el hallazgo de la soledad

Eduardo Cote Lamus

 

 

I

 

 

Veo a la locura

alojarse en mi​​ ojo,

las líneas blancas desfilar,

el fondo de los vasos llenos,

la oscuridad del sol.

Hago rituales en mi​​ cuarto

ahorcando a mis padres,

para besar la fragua de sus cabezas

cuando sostienen la nube​​ 

en la que lloro​​ locamente​​ 

derramando la runa del odio.

 

 

 

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