Siete poetas de Costa Rica
Selección y nota de Fadir Delgado y Carlos Villalobos
En la siguiente muestra leeremos a siete poetas de Costa Rica que configuran siete formas de tejer el hallazgo y el asombro. Aquí nos encontramos con imágenes que se construyen desde el borde, que no le temen al precipicio, con voces que se reúnen frecuentemente para preguntarse sobre el origen y el destino de la palabra o para hurgar en el hecho poético.
Estos poetas les rehúyen a las cursilerías de las estéticas conversacionales y creen que el ejercicio de la poesía exige arrebatarle al lenguaje los delirios de la psique y de los mitos. No es el camino fácil, pero es la manera que han encontrado para mostrarle al mundo sus desgarros.
Aquí hay voces que dialogan entre sí, que estudian con seriedad la tradición y las fórmulas actuales de la poesía. Construyen una cartografía con la que logran abrir la grieta en la palabra y, de este modo, escudriñarse a sí mismos dentro de ella.
***
Lex Valvesco (San José, 2003). Estudiante de Filología Española en la Universidad de Costa Rica. Participó en la obra de teatro Sueños de ventana (2014) con el grupo teatral Media Luna y en diversas obras de teatro en el Festival de las Artes con el grupo de teatro del Colegio Técnico Profesional de Acosta. Violinista en el SINEM de Acosta antes de descubrir la poesía. Actualmente trabaja en su proyecto poético.
La herencia de los síntomas
Mi madre dobla kilómetros de piel
y cuando me levanto
los extiende hasta la puerta.
Tiene mi cordón umbilical,
con él teje ropa sobre mi cuerpo
y me arrastra devuelta a su vientre.
Me arranca los dientes
para que vuelva a ser un bebé.
Grito y solo me escucha su mano.
Dejo de arrancarme sus uñas
porque crecen en los rasguños.
Ella oculta mis lágrimas en un cajón
y guarda el ojo de la cerradura
en su garganta.
Regreso a la puerta,
la toco y espero a que alguien
me abra desde afuera.
Dejo que mi madre haga collares con mis dientes
para empezar a comérmela desde el cuello.
No heredé sus síntomas,
pero mi enfermedad
es un recuerdo de la suya.
Cena con papá
―Papá, ¿por qué hay arena entre tus dientes?
―[...]
―¿Haces islas en el mar que escupes por las noches
para bañar a mamá?
—Como.
―¿Comes? ¿Desde cuándo comes?
Nunca he visto a mamá comer.
—Ella tiene derrumbes dentro,
se desprende de la cama pedazo a pedazo
porque ella es uno.
—Una vez ella me dijo:
«Cómete mi piel,
olvidé cómo se hacen las montañas».
¿Es mi culpa si me recuesto en su pecho,
aunque sé que tengo en mi interior una tormenta?
―[...]
―¿Nunca has escuchado los truenos?
—[...]
—¿Los oyes?
Te ríes.
—Tu tormenta se llama Hambre.
—¿Lo que ha derrumbado a mamá
es que yo tenga Hambre?
—Ella no tiene Hambre,
tiene mucha sed,
pero el agua la destroza.
Como, para dejar de ahogarla.
—Yo también comeré
hasta que deje de llover,
comeré
aunque deba sacarte la arena del estómago.
—[...]
(Truena).
―Aún tengo Hambre.
Josué Arce (San José, 2004). Cursa el bachillerato en Filología Española y el bachillerato en Filosofía, ambos en la Universidad de Costa Rica (UCR).
Los monstruos asustan a los niños
Un niño incrusta sus ojos en la ventana,
no sabe que a su lado
está la bestia,
hasta que la mira
y la ventana
se convierte en lluvia
y la bestia
le coloca la lluvia
por todo el cuerpo.
El bicho crece, crece
y el niño lo sabe
aunque tenga una roca atada en cada ojo
el niño lo sabe
aún con el rostro derramado en el suelo
el niño mira cómo la bestia es cada vez más bestia
y mira cómo él se hace cada vez más pequeño
más enfermo y triste,
hasta que él mismo decide
degollar el sol
con una brocha negra.
Un niño, un niño que es un ave silvestre
que es un río, una candela, una colina;
un niño deshilachado
al borde de la oscuridad.
Allá arriba
sobre siglos y siglos de indiferencia
la bestia le escupe una flema en el rostro
y se ríe,
el bicho ríe al escucharlo llorar.
Ríe a carcajadas
ríe sin consuelo,
y le entrega una bolsa de lluvia en la mano:
“Trágala” le dice.
Y mastica,
el niño mastica plácido
la lluvia
hasta el desmayo.
Y la bestia ríe más profundo
y le escupe de nuevo
y lo maldice y lo engulle.
En el esófago del monstruo
el niño vomita los vidrios
“Solo es lluvia” dice,
“Solo es lluvia”
Y vuelve a tragar su propia muerte.
La persistencia del olvido
Por qué no le cuentas
que lijas fósiles
con las uñas
Que por la noche
pescas
astros
dile,
que les arrancas
los ojos
y te ríes,
y los avientas
por la borda
y después / los velas
Que sepa que fabricas
relicarios
con tus venas
Díselo,
enséñale
que llueve
todos los días:
que un viejo
remoja
almanaques
en los charcos.
Antes
de que lo olvides
explícale
que llevas años
colgado
en la casa
de tu infancia.
Elim Acevedo Barrantes (Puntarenas, 1999). Estudiante de Bachillerato en Ciencias de Educación con Énfasis en la Enseñanza del Español en la Universidad Católica de Costa Rica.
Corriente
Me descamo, no estoy jugando a ser pez,
en mi cama habita el grito del mar, temo que
arrastren todas mis vértebras ahogadas,
Dicen que no hay aletas que aguanten las olas de esta sangre
pero creo tener un incendio bajo el agua, en él, la palabra auxilio no existe.
Kunus
Sal, es la noche en que la luna pide auxilio al Orión,
no voltees hacia atrás, solo mirarás los antiguos restos de la Iberia,
piel animal, no te escondas, hemos devorado la tragedia.
Lovesun Cole (San José, 2000). Escritor, músico, actor y locutor, cursa Bachillerato y Licenciatura en la Enseñanza del Castellano y Literatura y Filología Española en la Universidad de Costa Rica. Participó en el III Festival Presagio de Fuego (2022) y en el III Festival Internacional de Poesía Turrialba (2022). Sus trabajos han sido publicados a nivel internacional en diferentes revistas literarias.
Neogénesis
Dios me escupe su sentencia en la cara.
Cae un martillo gigante sobre la Tierra.
¿Por qué todos aplauden los clavos en mis pies?
Sus ángeles me arrastran por el corredor,
mi última cena es la cabeza de mi hermano
y me baño en la sangre de los que gritaron mi nombre.
Ellos inician la ceremonia:
mi sello abre ojos en las paredes;
familia, amigos,
el aguijón se me clava en la nuca,
las tenazas me apuñalan las pupilas
pero no me tendrán nunca de rodillas.
La verdad se me pierde debajo de la cama.
No es suficiente que me arranquen la piel
y la exhiban frente a todos; no, no lo es.
Mi sombra se choca en las paredes.
Los ángeles rezan haciendo de mí una rata desnuda,
amarran mi jaula de carne con las cuerdas de mi cerebro
y cargan mis pecados a este último trono
que empieza a echar raíces de luz.
Listos abren el telón
por el que me veo a mí mismo besando la frente de Abel,
veo maniquíes y sonámbulos,
labios mordiéndose,
veo a mi madre de ocho patas
ignorándome entre la muchedumbre.
―¡Padre, arderé sin arrepentirme de nada,
arderé y tú pagarás,
no habrá perdón ni olvido por obligarme a ser lo que soy!
Bienaventurados quienes se rebelen en mi nombre
porque de ellos es el Reino de la Aurora.
Fuera de esta catedral
los borregos alaban a su asesino, le bailan,
se embriagan y se ahogan en su vómito
mientras Caín ríe en la silla eléctrica.
Tres,
dos,
uno...
Ha llegado la Era de Fuego,
lo agarro con las manos y rompo las puertas del Sheol,
arrepiéntanse ante las montañas bañadas en sangre
porque mis hijos vienen a reclamar el Paraíso.
XII
Afinas la primera trompeta en nota de luz, la tocas con la clave del cielo, con la somnolencia humana, con el hacha vengadora. Vomitas caballos a la tierra, lluvia de relinches. La carne rompe los techos. Los caballos montan a los hombres, se ven hermosos. Construyen cruces mal hechas, no saben dónde están las iglesias.
Otros seis hacen fila detrás de ti. Apunto a tu brazo sobre el arma desde mi gruta en el desierto. Detrás de mí hay ojos en la oscuridad. Escribo tu nombre en mi lanza, la pulo con la piedra del primer asesino. Tengo siete segundos para alcanzarte (y buena puntería), siete años de guerra, siete minutos para agonizar y más de setenta siglos de arrastrarme [...]
Encontré a los míos bajo la tierra; preparamos el asalto.
María Macaya Martén (San José, 1991). Su primer libro de poesía, Viento inmóvil, recibió una Mención Especial del Jurado en el Certamen de Poesía 2019 de la Editorial de la Universidad de Costa Rica, y se publicó a finales del 2020. Ha publicado de forma virtual en diferentes revistas literarias y participado en varios festivales internacionales, tanto virtuales como presenciales.
Viento inmóvil
El cuerpo parece una momia.
Está tapado por sábanas como cordillera blanca
que es monstruosa columna vertebral,
a lo largo de un país
hecho exclusivamente
de nieve y viento.
Pero este robusto monumento a los occisos
no es más que el soplo de un segundo flojo,
a las once y cincuenta y nueve,
en una cama de hospital.
Un juego de toallas enrolladas le sostienen la cabeza y le cierran la quijada.
No hay diferencia entre la tela de las mejillas y la palidez de los paños.
El rostro es desierto y helado como cráter en la piel de la luna,
los párpados, compuertas selladas por los siglos, definitivas.
No sé qué función tienen las toallas;
tal vez impedir que la cabeza se vuelque
hacia un lado,
como florero de porcelana lleno
que bota el viento en tarde soleada
y se rompe en pedazos y polvo de colores.
Es decir,
evitar que se rieguen
los sesos.
Cuando un árbol grande
se desploma en medio del bosque
queda en quietud obsoleta,
sumido en la vibración y el estruendo
de la caída dentro de sí.
Un cadáver yace solo.
Los vivos se van y no se inmuta.
Permanece;
como viento inmóvil,
hasta no más.
Llovizna
El silencio se pasea desnudo por el cuarto.
Trato de escribir, pero te pienso.
De un cúmulo de anhelos
se va formando el poema.
Tus rosas cabizbajas
no se mueven,
el agua está turbia.
Los libros de poesía
abiertos en el sofá
quieren verte a los ojos.
Hay demasiadas sillas vacías
pero hoy no me importa
el desorden de las cosas.
El trance de la nevera
comienza a sonar como tu voz.
Las ventanas permanecen cerradas,
aquí no cabe el viento.
Crepitas en el iris
recorres mis vértebras.
Tus dedos rozan mis labios
tu respiración pausa en el cuello.
Mis piernas se abren,
a ver si logran acortar
la distancia.
Saco la lengua y su pistilo te llama.
Mis pechos buscan tus manos,
replican su textura
en su relieve de ciruelas.
Las flores palpitan
te estamos esperando.
Hasta que suena el teléfono
y la tarde se quiebra.
Byron Ramírez (Desamparados, 1997). Poeta y docente universitario. Primer Lugar Certamen Nacional Brunca (2018), Primer Lugar Certamen Nacional Martin Luther King (2017), Finalista Premio Internacional Emilio Prados (2019), Primer Lugar Certamen Facultad de Letras Universidad de Costa Rica (2019), entre otros reconocimientos. Ha sido publicado en diversas revistas literarias y traducido al francés, uzbeko, italiano, inglés y afgano
Manifiesto de la cigarra
Muerta mi madre de frío antes que yo naciera
mi primer instinto en este mundo
fue sepultarme viva en el patio de la casa
Así bajo el árbol de la abuela
hice de la sombra mi martirio
Entre raíces amamantadas por la lluvia
fueron míos todos los cadáveres del mundo
Por diecisiete siglos he visto crecer en mi espalda
cuatro alas de vidrio recortado
y un adiós tan hondo en mi memoria
al que no le estorba la queja del ciempiés sin bruja
No pude no herirme con mi propio filo
No puedo ahora contenerme en llanto
ante el cachorro que entierra
el esqueleto de un gorrión sobre mi frente
Todo el silencio acaba aquí
donde la noche
se arrepiente de callarme
Este es el momento augurado
Es la huida la luz que lanza sobre mi cuerpo su conjuro
y esta vez sí tengo boca para alcanzar su grave anzuelo
y esta vez sí tengo ojos
De sangre tibia he recubierto mis párpados
para que me encuentre a tiempo
esa niña que huye de fantasmas
No se preocupen
Dejen que me hunda en su grito
en la pausa que hace de la vida
la parte podrida de la fruta
Dejen que me rompa las patas
ese ángel atroz y luminoso
y llegada la hora
déjenme olvidar mi antigua piel
Veo mejor sin cara Canto mejor sin boca
Dejen que me aniquile la fuga
del hombre que encuentra en mi vientre un revolver
Veo mejor sin cara Canto mejor sin boca
En el pecho me ha nacido una nueva oscuridad
y hoy debo dejarla abierta.
Venganza del caimán
La luz del sol crujía sobre el agua
aquella hora en que juraste leer
en las entrañas de un caimán
el futuro de tu hija
La carne del reptil se tornó violeta
y el río se teñía con su sangre
Mi hija se ahogará por la mañana
Concluiste
Puedo ver su cuerpo
Es cada vez más oscura su silueta
El agua le hincha la piel
y es blanca la higuera que brota de su vientre
Puedo verla
En su muñeca aún lleva atado mi rosario
y entre sus dedos se asoma un nudo
de frutos venenosos
Puedo verla
Su miedo lo conozco de memoria
incluso mejor que mi propia cara
Lleva en su lengua incrustado
un amuleto de amatista
y entre sus párpados
dos colibríes en lugar de ojos
Puedo verla
Ahora su muerte la conozco
la miro de frente y la sostengo así
como a este animal despellejado
sobre las piedras de la orilla.
Ignacio Aru (Cartago, 1999). Ganador del Premio Literario Brunca de la Universidad Nacional de Costa Rica, 2021. Ganador del premio internacional de cuento de Fundación Mapfre, España, 2014. Publica su primer libro, Lupercalia, México, 2020; y su reedición Catorce días bajo la nieve, Costa Rica, 2021. Coautor de la obra de teatro Mistérica presentada en el Teatro Melico Salazar. 2015.
Cárcel
Los barrotes de mi cárcel
son espigas amanecidas por la niebla,
un pájaro lleva mi nombre en su pico
mientras el mar muerde mis manos
y en el reflujo
quedan como la costura desconocida
de algún cuerpo.
Mayo pasa lento
en el amanecer que levanta vuelo sin ruido.
Mayo pasa lento
en el apagón de una tarde sobre la hierba
donde alguna vez hizo nido tu carne.
Estoy sentado en el piso rojo
de un lugar pequeño, pensando recoger
la limosna que el verano quiso darme.
Estoy tan flaco que me pesa más el alma que el hambre
y me he pintado la espalda azul oscuro
para que duerman mis amigos
y sepan que la noche es bella y que voy desnudo.
Malas Semillas
Su juventud fue el conocimiento de la poesía
o el hallazgo de la soledad
Eduardo Cote Lamus
I
Veo a la locura
alojarse en mi ojo,
las líneas blancas desfilar,
el fondo de los vasos llenos,
la oscuridad del sol.
Hago rituales en mi cuarto
ahorcando a mis padres,
para besar la fragua de sus cabezas
cuando sostienen la nube
en la que lloro locamente
derramando la runa del odio.