Francisco Larios es nicaragüense. Ha publicado los poemarios Cada Sol Repetido, anamá Ediciones, Managua, Nicaragua, Noviembre del 2010; The Net in Sight/La red ante los ojos, Editorial Rascacielos, Quito, Ecuador, 2015; La Isla de Whitman, Editorial Buenos Aires Poetry, Argentina, 2015; Sobre la vida breve de cualquier paraíso, Editorial 400 Elefantes, Nicaragua, 2017; Parece una república, Katakana editores, Estados Unidos, ganadora del Florida Book Award en 2020; más la plaquette Schwarze milch, Proyecto Editorial La Chifurnia, El Salvador, 2016, y la plaquette bilingüe (inglés/castellano), Astronomía de un sueño/Astronomy of a Dream, Carmina in minima, Barcelona, 2013. Seleccionó y tradujo al castellano Los hijos de Whitman – Poesía norteamericana en el siglo XXI (Valparaíso, México, 2017). Tradujo también el libro ganador del Pulitzer del 2013, 3-Sections, de Vijay Seshadri, escritor estadounidense nacido en la India [“El sol detrás de la neblina”, editorial Vaso Roto, España/México, 2019]. Tradujo al inglés (por primera vez desde su publicación en 1922) El soldado desconocido de Salomón de la Selva [The Unknown Soldier, Casasola editores, Brimfield, Massachusetts, 2021]. Su obra más reciente es el libro de crónica/ensayo Contra el poder: Nicaragua y la lucha por la libertad en América Latina, Casasola editores, Brimfield, Masachusetts, Marzo 2023.
La lista
Y yo, poco a poco, me estoy quedando sin pueblo,
es decir,
sin mí mismo
Izet Sarajlić
Mientras más pienso en dejarla
más crece su venganza.
Mientras más me alejo
más aprieta su grillete
mi sueño.
En este, soy un habitante,
a quien un
turista experto guía
y explica.
Me informa con naturalidad,
la certeza despojada de escondrijos y adornos,
con un rumor de humor:
“voy a enseñarte la ciudad construida para dormir.”
Me lleva a un túnel. Me muestra unos rieles de tren
que algo divergen,
algo convergen,
pero siguen ahí,
esperando a que pase una nave.
Le digo: “no pudieron entender ni el paralelo.”
“Tenés que verlo todo”, me dijo, y
desapareció.
Me vi a la salida del túnel y era yo
quien tenía que explicar. Ya era yo el guía,
inexplicable cómo. Tampoco, por qué fuera
mi misión.
Tendría que hablar de la tierra esporádicamente poblada
de maleza, y de la arena imperfecta, despojo de corriente,
arrancada al pasado por algún río muerto. Y cómo explicar
su antigua musculatura reducida a pequeños árboles dispersos.
Cómo explicar un día de noche, una madrugada permanente,
un fin que quiso detenerse y no termina de caer en la tiniebla.
Sentados a una mesa de tablón,
me ven unos muchachos,
dos de ellos se acercan, tres no.
Empiezo a decirles no sé qué
sobre mis dudas.
Pienso: “la duda, al menos,
incluye la esperanza”.
Los muchachos no hablan.
Aparece, de súbito,
un joven cura,
vestido con un largo,
acampanado
hábito negro.
Digo “de súbito”, pero no
estoy seguro.
Dice: “he dedicado mi vida…” y abre sus brazos,
palmas dirigidas al cielo,
pequeñas en la llanura parda,
sombras blandas de dos palomas
pesadas
que nublan el sueño.
Completo su frase: “una visión”.
“No”, “Dios no es una visión; una visión es un escape,
y Dios no es un escape”.
La voz que estaba en mis labios escapa. Llora como
lloran todas en la hora cero
de un país donde muere la hora,
donde escapan los relojes asustados
y una muy triste campana
se hace eco a sí misma
en la más doliente tesitura.
Todas las noches recuerdo
el secreto que Ella
puso en mi destino:
“Estás en la lista.”
“¿En la lista de qué?”
“En la lista de los enemigos del nuevo gobierno.”
Ella era una niña, una mujer
aguerrida y leal:
“Estás en la lista”.
Yo tenía no sé cuántos,
pocos años,
pocos,
de haber brotado en mi pueblo,
como cualquier maleza.
Entonces, joven maleza.
Los pasos de los viejos
soldados
no pudieron
conmigo.
Pisaron mi rastro y mi casa.
Dejaron la huella de sus botas
grabadas en mi puerta.
Querían ver mi muerte.
No pudieron conmigo hasta que abrió
sus labios sensuales
la libertad.
Antes cantábamos.
Antes cantaba.
Después cantaban en un coro guerrero,
de mano en mano circulaba el estribillo,
debajo de las sombras de sus cuerpos en la plaza
caminaba la palabra: “lista”.
En los sillones de mimbre
de las nuevas mansiones
de la libertad
se decían, unos a otros: “lista”.
La escribían en papeles pequeños,
escondidos en la escasa aspillera
por donde podrían disparar a la paloma.
No pudieron conmigo los de antes.
Ahora todos son
de antes.
Nunca logré borrar
el gorjeo
de la palabra “lista”.
Traté de morir,
y no pude.
Traté de dejar mi pueblo
y mi pueblo me dio caza al vuelo
y su arpón me atravesó de lado a lado,
y se fue conmigo.
No sé qué fue de él,
pues desde entonces no sé
dónde me encuentro.
Mi mundo se deshizo
en muchos mundos.
Hay los mundos de antes,
y los que son de hoy,
los que vienen, los que van,
y traen noticia: “hay una lista”.
Lo dicen también los de antes,
cuando ven sus nombres en la lista.
Y vuelan también, pero no veo
arpones en el aire, ni estelas.
Me digo: “fuera un vuelo innecesario
el de los viejos nombres, en las
nuevas listas”. Creen
que es más suyo que mío
lo que han dejado atrás, pero
soy de la maleza
y la maleza me reclama,
y a la maleza he de volver.
Han escrito la lista, y tienen más que la lista,
o menos, según
se lleve la cuenta. Tienen fama y dinero
y un techo de lujo y bienvenidas,
los autores de listas
que hoy denuncian la lista.
Pero mi lista está en su silencio,
el más abandonado calabozo
en su conciencia.
Es la lista de la maleza en
el paraíso,
la que apartaba del fruto,
la que escondía
del árbol la serpiente.
Arraigado estoy en ella
al suelo, mientras van,
por el centro de la calle,
los próceres bañados de sol
y de guardianes.
Desde aquí todavía los veo pasar.
Desde aquí y en
la lista
veo a los autores
de la lista
ser celebrados
como enemigos
de la lista.
La lista tiene tantos enemigos
como autores.
La lista es amarga, pero es amargura
que sabe a dulzor
para futuros autores de listas,
que crecen como hongos en un estercolero,
un vuelo oscuro de heces
sobre el tiempo detenido de mi pueblo:
serán graznidos,
será granizo de mierda y lloverá desgracia,
en una más estación
de la hora cero,
que habría de quedar olvidada
por los siglos,
por los siglos de los siglos,
y los siglos que faltasen,
hasta consumar
la tiniebla.