Sabiduría de la poesía

Ulises Huete
"Sabiduría de la poesía", ensayo de Ulises Huete (Masaya, Nicaragua, 1978)

 

Presentamos el ensayo​​ Sabiduría de la poesía​​ de​​ Ulises Huete (Masaya, Nicaragua, 1978). Poeta, ensayista y periodista. Ha publicado en las revistas​​ Carátula (revista cultural centroamericana), Revista de Letras (Barcelona), ​​ Hispamérica (Estados Unidos),​​ Babelia (El País)​​ ​​ y en las antologías Retrato de poeta con joven errante (2005, Nicaragua), Poetas,​​ pequeños Dioses (2006, Nicaragua), Cruce de poesía (2006, Nicaragua-El Salvador) y en La Nación Generosa: 111 rutas al lado del mar, antología de poesía hispanoamericana​​ (2015, España). Licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas (UNAN-Managua).​​ 

 

 

Sabiduría de la poesía

 

Por Ulises Huete

 

La poesía es una forma de conocimiento.​​ La comprensión poética​​ no da poder sobre las cosas para transformarlas y usarlas, no es un conocimiento utilitario. Este tipo de sabiduría​​ nos hace conscientes de nuestra relación mental​​ con el mundo. Los poemas​​ comunican las vivencias sublimes​​ de otros y​​ nos ayudan a entender las nuestras.​​ Al leerlos con atención, observamos algunas relaciones sutiles entre nuestra mente, los seres y las cosas.

En general, todos tenemos la capacidad de alcanzar estados poéticos y por esta razón​​ es posible entender muchos de los poemas que se escriben.​​ La lectura de un poema es una experiencia​​ cognitiva​​ y sensorial.​​ Experimentamos el poema cuando imaginamos, entendemos y sentimos la visión que el texto evoca.

La poesía no percibe conceptualmente los fenómenos, sino que lo hace a través de la imaginación sensible. Esta es una manera intelectual y figurativa de designar objetos que el lenguaje convencional no puede presentar​​ adecuadamente porque no expresa la dimensión sutil de​​ las cosas. Entre la atención,​​ la sensación,​​ el discernimiento y la imaginación, es decir, en la percepción mental,​​ surge la poesía.​​ 

Los temas poéticos​​ son variados.​​ Pero la​​ poesía no está en los temas, ni en los fenómenos, sino en la mente que la percibe. La poesía es​​ una forma sutil de experimentar los fenómenos. La naturaleza, una persona, un deseo, un recuerdo, un temor, el pasado, el futuro, una fantasía, algo indeterminado o cualquier cosa se pueden percibir y expresar poéticamente. Por esta razón se ha escrito sobre diversidad de temas con diferentes enfoques y estilos.​​ 

El contenido de un​​ poema es una experiencia sutil. Su forma es la idea y la expresión que se utilizan para comunicar esa vivencia. La poesía no se puede conceptualizar porque su naturaleza es heterogénea. Un concepto generaliza y abstrae. La poesía es una experiencia singular que cada persona vive de manera diferente aunque similar. Por su naturaleza sutil, la poesía​​ sobrepasa al concepto porque este es insuficiente para captarla. La manera adecuada de conocerla es experimentándola. Es con la propia experiencia lectora que se alcanza el entendimiento profundo de lo poético.

Existen muchas maneras de relacionarnos con la naturaleza, una de ellas, por ejemplo, es con asombro. A veces nos quedamos absortos frente al mar, contemplando el vaivén del oleaje, envueltos en el aire marino, apartados de nuestro trajín. Entre los diversos pensamientos que​​ nos​​ aparecen​​ frente al mar, en ocasiones​​ surge​​ el contraste entre su inmensidad y nuestra pequeñez, entre su fuerza y nuestra​​ fragilidad, entre el tiempo que ha permanecido en su inquietud y la fugacidad de nuestra​​ presencia en el mundo.​​ 

Tenemos conciencia intelectualmente​​ de​​ que estamos de paso, pero no siempre alcanzamos a experimentar la sensación de nuestra impermanencia. Entonces aquí surgen​​ visiones​​ que nos revelan con claridad nuestra condición. ¿Qué son nuestras preocupaciones mezquinas frente a la inmensidad y la indiferencia de lo existente? Walt Whitman, en su poema Con el reflujo del océano de la vida, le da forma a esta experiencia:

 

Mientras recorro las playas que no conozco,

Mientras escucho la endecha, las voces de los hombres y mujeres

    náufragos,                      

Mientras aspiro las brisas impalpables que me asedian,

Mientras el océano-tan misterioso- se aproxima a mí cada vez más,

Yo no soy sino un insignificante madero abandonado por la resaca,

Un puñado de arena y hojas muertas,

Y me confundo con las arenas y con el resto del naufragio.

¡Oh! Desconcertado, frustrado, humillado hasta el polvo,

Oprimido por el peso de mí mismo, pues me he atrevido a abrir la boca,

Sabiendo ya que en medio de esa verbosidad cuyos ecos oigo, jamás he

     sospechado qué o quién soy…

 

Las experiencias que nos impulsan a romper, aunque sea por instantes, la ilusión de certeza en nuestro yo y el mundo, abren nuestra mente a otras percepciones. Después del sentimiento de admiración ante el mundo y de la súbita conciencia de nuestra ignorancia​​ del sentido​​ último​​ de las cosas, el alma se recoge en sí misma y se observa. La poesía también nos abre los ojos​​ de la mente​​ hacia la introspección, hacia un mirarnos a nosotros mismos fuera de lo convencional de la vida, más acá de la identidad y las circunstancias que nos dicen poco en esencia de la condición humana. Solo cuando trascendemos el velo de lo circunstancial escuchamos nuestra conciencia que pregunta: ¿qué somos? El poeta japonés Ki no Tsurayuki se hace esta pregunta y se responde poéticamente:

 

Luna en el agua

recogida en la concha

de una mano:      

¿es real, irreal?

Eso fui yo en el mundo.

 

Transitorios, fugaces, polvo que regresa al polvo, una hoja en un árbol, eso somos y sin embargo en algunos momentos, a pesar de sabernos efímeros y de que tenemos que padecer los sufrimientos de la existencia, sentimos que vale la pena estar vivos, que la vida también tiene cosas hermosas que nos redimen, y que en esa fragilidad​​ se vislumbra algo trascendental, la vida es un milagro, algo único, y que esa singularidad revela y oculta simultáneamente un sentido que hace valiosa la vida. Este mismo poeta, en otro texto, lanza su mirada hacia la existencia humana y entiende el valor del presente:

 

Ha de volver

este tiempo, lo sé.

Más para mí,

que no he de volver,

es único este día.      

                             

La poesía también siente la hiel de una época. El​​ ser humano, cuerpo y alma, individuo y parte de una colectividad, muchas veces​​ transita por períodos oscuros en los que el alma cae en la confusión. La ilusión del progreso, el apego a lo material, la deshumanización de las relaciones entre las personas, la codicia que se disfraza de generosidad, las ideologías que se difunden como verdades y que​​ validan la violencia, el​​ infierno que surge de nosotros,​​ son​​ la pérdida de sentido, el extravío del ser humano en el tiempo. Pero esta mirada gélida, lúcida, veraz, no es una perspectiva moral, sino una autocrítica, el examen de conciencia de una humanidad que deja de buscar un​​ sentido​​ que nos pueda guiar en nuestro peregrinar por el mundo. T.S. Eliot, en uno de sus más lúcidos poemas,​​ Cuatro Cuartetos, escucha y expresa el oscuro quejido que deambula en el mundo:

 

Aquí hay un lugar de desafección

tiempo de antes y tiempo de después

en una luz mortecina; ni luz del día

invistiendo a la forma con lúcida calma

convirtiendo la sombra en transitoria belleza

con lenta rotación que sugiera permanencia,

ni oscuridad que purifique el alma

vaciando lo sensual con privaciones

limpiando los afectos de lo temporal.

Ni plenitud ni vacío. Sólo un chisporroteo

sobre las tensas caras abrumadas de tiempo

distraídas de la distracción por la distracción

llenas de fantasías y vacías de significado

hinchada apatía sin concentración

hombres y trozos de papel, arremolinados por el viento

                frío

que sopla antes y después del tiempo,

viento que entra y sale de pulmones nada sanos,

un tiempo de antes y un tiempo de después.

                 

La existencia humana es un tránsito. Conscientes de nuestra finitud, de la singularidad de la conciencia, de los sufrimientos que tenemos que padecer, de la existencia de los otros, de la inmensidad del universo y de los misterios que esconde, nuestra mente busca un sentido que trascienda la necesidad de lo inmediato. La búsqueda de significado​​ es una de las respuestas humanas ante la conciencia de la muerte. Al reconocernos temporales, la vida resplandece frente a la desembocadura de la muerte. Solo podemos​​ vivir plenamente dándole sentido​​ al fragmento de tiempo​​ de que disponemos. La muerte es un término, pero también es un acicate. La vida es fugaz pero​​ vale la pena vivirla para​​ encontrarle esa​​ plenitud que a veces vislumbramos. La sabiduría es conocer lo que tiene sentido en la vida. Este conocimiento es una aventura personal, circunscrita al ámbito de la conciencia de cada quien.​​ Kavafis hace del regreso de Odiseo a su patria, Ítaca, un descubrimiento paulatino​​ del significado​​ de la vida:

 

Que siempre Ítaca esté en tu pensamiento.

Llegar ahí es tu destino.

Pero nunca apresures el viaje.

Es preferible que dure años,

que seas viejo cuando alcances la isla,

rico con todo lo que habrás ganado en el camino,

sin esperar que sea Ítaca la que te haga rico.

Ítaca te dio un maravilloso viaje.

Sin ella no habrías partido.

Pero ya no tiene más que darte.

                  

Y si la encuentras pobre, no creas que Ítaca te ha engañado.

Sabio como te has hecho, tan pleno de experiencia,

habrás entendido lo que significan las Ítacas.

 

Muchos momentos​​ plenos en​​ la vida no se realizan​​ sin los otros. La poesía a través de la historia ha cantado al amor como suprema visión hacia los demás. El camino hacia los demás es el amor, el camino lejos de ellos​​ es el odio y la indiferencia. El amor se manifiesta de diversas maneras, pero es el amor de pareja el que cifra la condición trágica del ser humano. El amor nos revela la profunda identidad que tenemos con el mundo. Con la visión del amor, el mundo no es un lugar hostil, sino que es la expresión de una plenitud presentida y buscada que encarna en la persona amada. Cuando uno contempla y se funde con la persona amada, la conciencia se sintoniza con la vastedad, se ensancha y se libera de los estrechos límites del yo para alcanzar al otro y al todo. Y aunque esta unión esté sujeta al cambio y la impermanencia, es la experiencia en donde conocemos con lucidez​​ la plenitud de la vida. Octavio Paz, en su Carta de creencia, nos presenta​​ una visión del amor como estado trascendental​​ en el aquí y el ahora​​ perpetuo en el que transitamos:

 

Amar es tener ojos en las yemas,

palpar el nudo en que se anudan

quietud y movimiento.

                                    El arte de amar

¿es arte de morir?

                              Amar

es morir y revivir y remorir:

es la vivacidad.

                         Te quiero

porque yo soy mortal

y tú lo eres.       

                    El placer hiere,

la herida florece.

En el jardín de las caricias

corté la flor de sangre

para adornar tu pelo.

La flor se volvió palabra.

La palabra arde en mi memoria.

 

Amor:

          reconciliación con el Gran Todo

y con los otros,

                         los diminutos todos

innumerables.

                        Volver al día del comienzo.

Al día de hoy.        

 

Habitualmente nos relacionamos de un modo utilitario con las circunstancias. Sin embargo, la visión poética nos libera de esa visión interesada, de esa expectativa​​ con las cosas, nos emancipa, por instantes, de ver al entorno como medio para un fin, como instrumento de nuestras necesidades, reales o inventadas, y nos muestra al mundo como un lenguaje vivo que nos habla de la naturaleza de nuestra existencia en relación con el todo. La poesía es una visión singular de las cosas que se genera en momentos privilegiados, es un entendimiento sensible. Los poemas expresan la percepción y el discernimiento de una visión poética. Sus formas son tan variadas como las vivencias humanas, por eso, a través de la historia los seres humanos hemos creado y escuchado poemas para contemplar nuestras experiencias más profundas. 

 

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