Poesía colombiana: Juan Carlos Acevedo

Edinson Aladino y Martha Cecilia Ortiz Quijano construyen la serie "Otros lugares, otras voces: Muestra de poesía colombiana". Leemos aquí algunos textos de Juan Carlos Acevedo (Manizales, 1973). En octubre de 2023 obtuvo el “XXII Concurso Nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus” con el libro Mujeres sin sombra.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Juan Carlos Acevedo​​ (Manizales,​​ 1973)​​ es poeta y divulgador cultural. Sus poemas hacen parte de varias antologías colombianas y de algunas antologías en Uruguay, Chile, Colombia, México, Estados Unidos, España, Bulgaria, Rumania y Grecia. Ha publicado los libros de poesía​​ Palabras de la Tribu​​ (2001),​​ Los Amigos Arden en las Manos​​ (2010),​​ Noticias del tercer mundo​​ (2010),​​ Historias alrededor de un fogón​​ (2012),​​ Los huéspedes secretos​​ (2014),​​ Correo de la noche​​ (2018) y​​ La casa en el invierno​​ (2020). El libro de historia​​ Las letras que nos nombran. Revisión de la literatura del Viejo Caldas. 1834-1966​​ (2017). Obtuvo los Premios Nacionales de Poesía “Descanse en Paz la Guerra” Casa de Poesía Silva y el VI Premio de Poesía “Carlos Héctor Trejos” y ha sido finalista el Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Cultura de Colombia en 2015 y segundo lugar en el Premio Nacional de Poesía Ciudad de Bogotá en 2020. Es profesional en Bibliotecología de la Universidad del Quindío y director del taller de escritura creativa RELATA del Ministerio de Cultura en Manizales.​​ En octubre de 2023 obtuvo el “XXII Concurso Nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus” con su libro​​ Mujeres sin sombra.​​ 

 

 

 

 

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Hilo

 

Las manos de los primeros mayores fueron curtidas por el sol y selladas por la tierra negra.

Manos de hombres primitivos, sabias a la manera de quien comparte los secretos de la lluvia y el viento. Mis mayores tatuaron los surcos de la siembra en sus rostros.

Soy hijo de esas manos y esos rostros.

En mi espalda cargo la historia terrenal de mis antiguos.

No quiero arrojar vergüenza sobre el linaje de mi familia, por eso desde sus oraciones o sus cantos díganles que cambié surcos y acequias, semillas y raíces por palabras y sigo siendo digno descendiente de su estirpe.​​ 

 

 

 

 

 

 

 

Los emisarios

 

Tú no lo sabes, no. No puedes saberlo, pero a mi corazón en guerra tus viejos emisarios llegaron para darle calma. Envueltos en las palabras que habitas subieron la fría cordillera donde la luz no alcanza.

Eran los años frágiles y tú, infinita, con tu voz en llamas, encendías la veladora, el candil, la lámpara.

 

Tú no lo sabes, no. No puedes saber que, en este país a medio nacer, yo​​ esperaba que tocarás a mi puerta y entraras.

Entraras como el Rio Grande de la Magdalena entra en tu mar; porque…​​ 

¿Qué eres sino todo el Mar que nos contiene?

 

Y entre neblinas tus emisarios ahuyentaron a la muerte escondida en los zaguanes de la casa, mientras este hombre de provincia te escribía que ellos arribaron puntuales, trayendo tu voz y tus palabras.

 

Viejos emisarios, tus poemas, trajeron para siempre las frescas noticias del mar

y eso fue suficiente para sobrevivir y hoy quiero agradecerte.

 

 

 

 

 

Saudade*

 

Poeta de los Lares, señor Jorge Teillier,​​ 

sus libros dicen que usted​​ 

entiende del alma humana,​​ 

entiende del hombre​​ 

y sus abismos y de ese temblor​​ 

en que se convierte una despedida.​​ 

Entonces,​​ 

¿en cuál estación está esa mujer​​ 

que me deja a medio nacer​​ 

entre el aroma del café? ​​ 

 

La vía férrea se oxida, el agua no llega

y los pozos son ahora pequeños desiertos.​​ 

Caminar sobre la herrumbre,​​ 

buscar las acequias​​ 

y no poder beber en ellas.​​ 

¿Sed y soledad; serán acaso el sino del hombre?

 

Vivir un poco ebrio, un poco triste, un poco solo​​ 

y lo entero que en las madrugadas​​ 

he vuelto eufórico y lúcido, con resaca y con frío​​ 

y regreso a esta sucia estación​​ 

para ver si comprendo ese misterio​​ 

que lleva en su vientre cada vagón,​​ 

ese misterio de rostros inciertos​​ 

como si el pasado no existiera.​​ 

 

Ese pasado son los huesos de un hombre,​​ 

el hombre único que deambula​​ 

desde hace siglos por la misma calle,​​ 

por la misma esquina,​​ 

por los abandonados andenes​​ 

de una estación a donde sólo llega el silencio…

usted diría donde sólo llega la noche.​​ 

 

Hoy no hay mujer para la casa,​​ 

sólo viejos libros,​​ 

un par de vacías botellas de aguardiente​​ 

y un saco lleno de monedas

que vienen y van de los bolsillos a los amigos​​ 

y de ellos a mis manos.​​ 

 

¿Qué es de ella,​​ 

de sus noches iluminadas por los ojos de su hijo?​​ 

¿Qué hay de su corazón de almendra?

¿En qué noche de octubre descansa su cabecita frágil?​​ 

¿En qué madruga acaricia su tibio sexo?

 

En los Andes americanos,​​ 

el calor empieza a devastar la cordillera​​ 

y la pequeña calle donde habito,​​ 

donde busco ser feliz​​ sin conseguirlo,​​ 

donde los amigos existen para salvarme,​​ 

la calle de esta ciudad desconocida​​ 

donde me resguarda el olvido​​ 

es hoy una ruta de ausencia y de terror.​​ 

¿Olvido y ausencia son rutas de Dios?

 

Un olor a madera podrida​​ 

se esparce entre los rieles,​​ 

empiezo a olvidarla,​​ 

pierdo su voz y su rostro se desdibuja,​​ 

se borra como los viejos carteles​​ 

del cinema Kumanday​​ 

y nada puedo hacer.​​ 

 

 

 

 

*Poema leído frente a la tumba del poeta Jorge Teillier en el Cementerio de La Ligua.​​ Chile, octubre​​ 2023.

 

 

 

 

 

 

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