Zurda de Nidia Marina González Vásquez. Reseña de Yordan Arroyo

Yordan Arroyo reseña un libro de la poeta costarricense Nidia Marina González Vásquez (Costa Rica, 1964), Zurda. Además de poeta, González Vásquez, también es artista plástica y profesora de la Universidad de Costa Rica. Mereció el I Premio Latinoamericano de poesía Marta Eugenia Santamaría

 

 

 

 

 

ESCRIBIR AL LADO DE​​ LA​​ EXTRAÑEZA​​ Y EL ASOMBRO:​​ 

ZURDA​​ (2022) DE NIDIA MARINA GONZÁLEZ VÁSQUEZ​​ 

 

 

Si apostamos por la idea del lenguaje como tinaja por donde fluyen diferentes estructuras de poder,​​ diremos, sin miedo a equivocarnos, que los lectores de este libro se encontrarán con una voz lírica que, desde su experiencia como zurda, mujer, artista plástica, poeta, educadora, gestora cultural, madre, hija, niña en un cuerpo adulto, amante de la música, de los viajes espirituales y terrenales (leemos en gran parte de su obra la presencia muy marcada de Japón), de la vida y de los mitos (mesoamericanos, andinos, grecolatinos y hebreos), rompe, apoyados en las ideas de Norberto Bobbio (1995)​​ en su libro​​ Derecha e izquierda. Razones y significados de una distinción política, con una de las más grandes metáforas políticas, la izquierda, palabra de extensa tradición indoeuropea [origen etimológico del sánscrito], que provoca un contraste ideológico entre diferentes espacios políticos y morales.​​ 

Por ende,​​ esta poeta, quien es una de las autoras costarricenses vivas para mí más importantes, y que suele acostumbrarnos​​ en sus libros con la fuerza de su palabra, su sensibilidad, amor por la escritura y la pintura​​ y​​ un distinguido​​ compromiso político, reflejo de años de trabajo con vocación y esfuerzo, nos presenta, en toda su carrera literaria, el libro en donde se aprecia, más notoriamente, la reescritura de diferentes imaginarios occidentales que han condenado a las mujeres a vivir encerradas en la cueva de​​ la incertidumbre.​​ Esto permite que podamos sumergir a este poemario, sin miedo a que se ahogue, como sí hubiera sucedido en la Edad Media, en el balneario de la poesía​​ feminista centroamericana, para bautizarlo, como un espíritu de lucha, humanidad, ambigüedades, apropiación y rebeldía.​​ 

​​ Nidia, de segundo nombre Marina, como Malinche​​ (Malintzin), alza, simbólicamente,​​ con su hombro izquierdo​​ a la matria y aplasta a la patria con su mano izquierda. Además, abre las alas de su memoria y viaja hacia su infancia,​​ que es igual a pronunciar su​​ época de madre​​ e​​ hija y hacia​​ una​​ época cuando fue animal, átomo o planta, para ponerles manos y pies zurdos a sus silencios y a los silencios, heridas y cicatrices de toda una colectividad de mujeres que viven​​ en su inconsciente colectivo. Por eso, si nos quedamos con la siguiente cita del​​ Talmud: “a la derecha de Dios está la vida y a su izquierda la muerte”, la voz lírica de este libro, zurda,​​ des-centralizada​​ y mujer​​ de vértigos escriturales, busca​​ degollar​​ las​​ injusticias​​ que atentan​​ contra esos llamados “otros”,​​ que a veces la humanidad ignora y no quiere ver ni escuchar.​​ 

Asimismo, explora en el sonido de las palabras, en sus vacíos y en los abismos y enigmas del poema como un objeto mutante (así como la pintura).​​ Este necesario libro​​ que aquí comentamos​​ nos remite a lo que Mircea Eliade llama, desde la aritmética,​​ el​​ imperium mundi,​​ a lo ancestral,​​ y por eso, sus reescrituras nos trasladan, como el fuerte eco de los truenos, hasta las cosmovisiones hebreas, hindúes, griegas, romanas, celtas, sumerias​​ (lo que quiere denominar una multiculturalidad discursiva)​​ y, en fin, como lo menciona Juan Eduardo Cirlot, hacia todas las civilizaciones del Mediterráneo anteriores a nuestra era, y que forman parte de una muy fuerte tradición, cuya mayor fuerza fue adquirida en Grecia, en donde podemos citar,​​ en el ámbito​​ literario, a Homero (Ilíada​​ II, 353; IV, 236; XXIV, 315-21 y XII, 238), Píndaro (Píticas​​ IV, 23)​​ y​​ Eurípides (Las fenicias​​ I, 189), autores que construyeron puentes de contacto con literaturas tan relevantes como la​​ romana (vemos en la​​ Eneida​​ cómo la izquierda conduce a Eneas hacia el Tártaro, en donde se encuentran​​ quienes sufren fuertes castigos)​​ y​​ de tradición cristiana,​​ en​​ donde citamos, como fuerte referente​​ La Divina comedia,​​ en donde el camino de Dios siempre remite a la derecha y el de Satanás​​ a​​ la izquierda,​​ punto cardinal​​ que en este poemario, desde Centroamérica,​​ reviste las calles y los caminos​​ huérfanos​​ que de tanta suciedad, hace mucho tiempo,​​ recordando al Quijote, nos huelen muy rancios.

Enseguida,​​ a través de poemas, a manera de muestra​​ para el lector de esta reseña,​​ la voz poética, mediante imágenes potentes y con un lenguaje fresco, aborda los alrededores, el vértigo de la escritura y lo trenza con el universo de la pintura, la niñez, la intertextualidad, las experiencias suyas y de otros​​ y​​ agrega el aroma de​​ una buena amante de los libros​​ (quizás escribe conforme lee​​ El infinito en un junco​​ de Irene Vallejo),​​ una bibliófila que escribe​​ con calma y madurez​​ para​​ quienes gusten viajar en tren con tal de degustar mejor los diferentes paisajes que aparezcan durante el camino:

 

 

 

Grafomanía

 

A los nueve años descubrí,​​ 

como quien se topa con un Río,​​ 

los intentos del poema.​​ 

Me tragué los colores

y las sílabas saltaron el alféizar de la ventana.

Cada vez más fuerte fue el ritual de las páginas

los cuadernos de apuntes estiraban los dedos,​​ 

la soledad venía a mi encuentro acompañada.​​ 

Muchos textos se arrojaron a las llamas,

en busca de su propio centro.​​ 

El fuego los llevó al ombligo del aire

y han vuelto, como almas en pena

con el amor en carne viva

con el dolor y la ternura abiertos en la herida.​​ 

Soy​​ consciente​​ de mi irremediable grafomanía.​​ 

Reconozco su peso en mis dedos,​​ 

los mismos que repujaron siglos atrás una tablilla de arcilla

-Enheduanna toca mis falanges suavemente-​​ 

Los sonidos me unen a los pulsos

y me enseñan el ancho de una galaxia

que cabe dentro de otra y de otra,

de una luz expandida en el rastro de los sintagmas.​​ 

Escribo porque me sobrepasa el asombro.

Porque amar es un acto imperfecto​​ 

pese a la perfección de su esencia.​​ 

(p. 28).

 

 

 

 

Un libro

 

Un libro es una máquina que inventa

toda clase de artefactos.​​ 

Es mudo si no se abre,​​ 

abierto: susurra.​​ 

Sus gritos van por dentro

y fabrican el eco en las cordilleras del pecho.

Un libro contiene​​ aspas, estática, ángeles,

viejos de mar, epigramas, mujeres y países,​​ 

años de soledad, abrazos de libro,​​ 

vidas en otra parte, levedades, espías,​​ 

y todo lo pronunciable para salvar al vacío de sí mismo.​​ 

Un libro necesita árboles, manos y tinta,​​ 

necesita sueños que lo inventen y recorran su selva intemporal. ​​ 

Criatura extraña e imprescindible​​ 

comenzó en barro, piedra, papiro…​​ 

terminó en luz de pantalla

sin renunciar a su esencia.​​ 

Entre un tren y un libro los rastros se citan distinto.

Entre un tren y un libro, el fin es hacer el viaje.​​ 

 

 

 

 

 

Descendencia

 

Mi hija creció con una madre zurda

hasta mi pecho izquierdo tuvo más leche que el derecho.​​ 

Mientras ella crecía casi no tuve tiempo

porque aún no me reconocía completa.

Las líneas que salían de mis manos eran erráticas

y la fuerza de mis pinceles las sobrepasaban.​​ 

Ahora ella es una mujer que canta y crece.

Ella se acostumbró a no chocar conmigo

y su mano derecha, entrenada como zurda,

siempre leyó mejor los mapas

mientras yo me extraviaba.​​ 

Mi hija por suerte vuela en su propia escoba

antes de que yo pudiera armar la mía.​​ 

(p. 43).

 

 

 

 

 

Insumos tempranos

 

Una niña zurda va hilando los remiendos​​ 

que debió inventarse con el hilo​​ 

para las costuras habituales.​​ 

Silenciada por reproches que no responden sus preguntas.

Si su otredad no tiene sitio en la lista

y no hay renglón para sus dedos,

se hace de una caja oscura para esconder los labios

las palabras y los besos.​​ 

Se esfuma la ceniza del grafito

antes de pronunciar líneas al sol.​​ 

No le plantan una escoba para volar

sino para barrer la casa en la dirección indicada

con cuidado de sacar el polvillo fino de los rincones.​​ 

De nuestras heridas adultas​​ 

la niñez guarda en sus bolsillos piedras invisibles

para el resto del camino.​​ 

Sus exploraciones sin respuesta

son sepultadas en los acantilados,

precio de sal para las heridas

tatuajes de sombra ahuecada.

Somos los mismos que fuimos,

en las faldas y los pantalones

nadan como peces indelebles​​ 

clavos y maderos en cruz

para crucificarnos a tiempo​​ 

cada vez que la libertad se despierte.​​ 

Sólo con las llaves forjadas por la herida

se pueden abrir las jaulas y escapar​​ 

de artificios oxidados.​​ 

 

Una niña zurda​​ 

en la adultez

hila sus remiendos

se abre la garganta con un cuchillo de palabras

escritas por su mano izquierda.

Abre la luz de sus cicatrices,

salta el acantilado de las herrumbres

se atreve a mirar el mar

apartando velos y cruces.

Camina sobre las aguas.

(pp. 22-23).

 

 

 

 

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