ESCRIBIR AL LADO DE LA EXTRAÑEZA Y EL ASOMBRO:
ZURDA (2022) DE NIDIA MARINA GONZÁLEZ VÁSQUEZ
Si apostamos por la idea del lenguaje como tinaja por donde fluyen diferentes estructuras de poder, diremos, sin miedo a equivocarnos, que los lectores de este libro se encontrarán con una voz lírica que, desde su experiencia como zurda, mujer, artista plástica, poeta, educadora, gestora cultural, madre, hija, niña en un cuerpo adulto, amante de la música, de los viajes espirituales y terrenales (leemos en gran parte de su obra la presencia muy marcada de Japón), de la vida y de los mitos (mesoamericanos, andinos, grecolatinos y hebreos), rompe, apoyados en las ideas de Norberto Bobbio (1995) en su libro Derecha e izquierda. Razones y significados de una distinción política, con una de las más grandes metáforas políticas, la izquierda, palabra de extensa tradición indoeuropea [origen etimológico del sánscrito], que provoca un contraste ideológico entre diferentes espacios políticos y morales.
Por ende, esta poeta, quien es una de las autoras costarricenses vivas para mí más importantes, y que suele acostumbrarnos en sus libros con la fuerza de su palabra, su sensibilidad, amor por la escritura y la pintura y un distinguido compromiso político, reflejo de años de trabajo con vocación y esfuerzo, nos presenta, en toda su carrera literaria, el libro en donde se aprecia, más notoriamente, la reescritura de diferentes imaginarios occidentales que han condenado a las mujeres a vivir encerradas en la cueva de la incertidumbre. Esto permite que podamos sumergir a este poemario, sin miedo a que se ahogue, como sí hubiera sucedido en la Edad Media, en el balneario de la poesía feminista centroamericana, para bautizarlo, como un espíritu de lucha, humanidad, ambigüedades, apropiación y rebeldía.
Nidia, de segundo nombre Marina, como Malinche (Malintzin), alza, simbólicamente, con su hombro izquierdo a la matria y aplasta a la patria con su mano izquierda. Además, abre las alas de su memoria y viaja hacia su infancia, que es igual a pronunciar su época de madre e hija y hacia una época cuando fue animal, átomo o planta, para ponerles manos y pies zurdos a sus silencios y a los silencios, heridas y cicatrices de toda una colectividad de mujeres que viven en su inconsciente colectivo. Por eso, si nos quedamos con la siguiente cita del Talmud: “a la derecha de Dios está la vida y a su izquierda la muerte”, la voz lírica de este libro, zurda, des-centralizada y mujer de vértigos escriturales, busca degollar las injusticias que atentan contra esos llamados “otros”, que a veces la humanidad ignora y no quiere ver ni escuchar.
Asimismo, explora en el sonido de las palabras, en sus vacíos y en los abismos y enigmas del poema como un objeto mutante (así como la pintura). Este necesario libro que aquí comentamos nos remite a lo que Mircea Eliade llama, desde la aritmética, el imperium mundi, a lo ancestral, y por eso, sus reescrituras nos trasladan, como el fuerte eco de los truenos, hasta las cosmovisiones hebreas, hindúes, griegas, romanas, celtas, sumerias (lo que quiere denominar una multiculturalidad discursiva) y, en fin, como lo menciona Juan Eduardo Cirlot, hacia todas las civilizaciones del Mediterráneo anteriores a nuestra era, y que forman parte de una muy fuerte tradición, cuya mayor fuerza fue adquirida en Grecia, en donde podemos citar, en el ámbito literario, a Homero (Ilíada II, 353; IV, 236; XXIV, 315-21 y XII, 238), Píndaro (Píticas IV, 23) y Eurípides (Las fenicias I, 189), autores que construyeron puentes de contacto con literaturas tan relevantes como la romana (vemos en la Eneida cómo la izquierda conduce a Eneas hacia el Tártaro, en donde se encuentran quienes sufren fuertes castigos) y de tradición cristiana, en donde citamos, como fuerte referente La Divina comedia, en donde el camino de Dios siempre remite a la derecha y el de Satanás a la izquierda, punto cardinal que en este poemario, desde Centroamérica, reviste las calles y los caminos huérfanos que de tanta suciedad, hace mucho tiempo, recordando al Quijote, nos huelen muy rancios.
Enseguida, a través de poemas, a manera de muestra para el lector de esta reseña, la voz poética, mediante imágenes potentes y con un lenguaje fresco, aborda los alrededores, el vértigo de la escritura y lo trenza con el universo de la pintura, la niñez, la intertextualidad, las experiencias suyas y de otros y agrega el aroma de una buena amante de los libros (quizás escribe conforme lee El infinito en un junco de Irene Vallejo), una bibliófila que escribe con calma y madurez para quienes gusten viajar en tren con tal de degustar mejor los diferentes paisajes que aparezcan durante el camino:
Grafomanía
A los nueve años descubrí,
como quien se topa con un Río,
los intentos del poema.
Me tragué los colores
y las sílabas saltaron el alféizar de la ventana.
Cada vez más fuerte fue el ritual de las páginas
los cuadernos de apuntes estiraban los dedos,
la soledad venía a mi encuentro acompañada.
Muchos textos se arrojaron a las llamas,
en busca de su propio centro.
El fuego los llevó al ombligo del aire
y han vuelto, como almas en pena
con el amor en carne viva
con el dolor y la ternura abiertos en la herida.
Soy consciente de mi irremediable grafomanía.
Reconozco su peso en mis dedos,
los mismos que repujaron siglos atrás una tablilla de arcilla
-Enheduanna toca mis falanges suavemente-
Los sonidos me unen a los pulsos
y me enseñan el ancho de una galaxia
que cabe dentro de otra y de otra,
de una luz expandida en el rastro de los sintagmas.
Escribo porque me sobrepasa el asombro.
Porque amar es un acto imperfecto
pese a la perfección de su esencia.
(p. 28).
Un libro
Un libro es una máquina que inventa
toda clase de artefactos.
Es mudo si no se abre,
abierto: susurra.
Sus gritos van por dentro
y fabrican el eco en las cordilleras del pecho.
Un libro contiene aspas, estática, ángeles,
viejos de mar, epigramas, mujeres y países,
años de soledad, abrazos de libro,
vidas en otra parte, levedades, espías,
y todo lo pronunciable para salvar al vacío de sí mismo.
Un libro necesita árboles, manos y tinta,
necesita sueños que lo inventen y recorran su selva intemporal.
Criatura extraña e imprescindible
comenzó en barro, piedra, papiro…
terminó en luz de pantalla
sin renunciar a su esencia.
Entre un tren y un libro los rastros se citan distinto.
Entre un tren y un libro, el fin es hacer el viaje.
Descendencia
Mi hija creció con una madre zurda
hasta mi pecho izquierdo tuvo más leche que el derecho.
Mientras ella crecía casi no tuve tiempo
porque aún no me reconocía completa.
Las líneas que salían de mis manos eran erráticas
y la fuerza de mis pinceles las sobrepasaban.
Ahora ella es una mujer que canta y crece.
Ella se acostumbró a no chocar conmigo
y su mano derecha, entrenada como zurda,
siempre leyó mejor los mapas
mientras yo me extraviaba.
Mi hija por suerte vuela en su propia escoba
antes de que yo pudiera armar la mía.
(p. 43).
Insumos tempranos
Una niña zurda va hilando los remiendos
que debió inventarse con el hilo
para las costuras habituales.
Silenciada por reproches que no responden sus preguntas.
Si su otredad no tiene sitio en la lista
y no hay renglón para sus dedos,
se hace de una caja oscura para esconder los labios
las palabras y los besos.
Se esfuma la ceniza del grafito
antes de pronunciar líneas al sol.
No le plantan una escoba para volar
sino para barrer la casa en la dirección indicada
con cuidado de sacar el polvillo fino de los rincones.
De nuestras heridas adultas
la niñez guarda en sus bolsillos piedras invisibles
para el resto del camino.
Sus exploraciones sin respuesta
son sepultadas en los acantilados,
precio de sal para las heridas
tatuajes de sombra ahuecada.
Somos los mismos que fuimos,
en las faldas y los pantalones
nadan como peces indelebles
clavos y maderos en cruz
para crucificarnos a tiempo
cada vez que la libertad se despierte.
Sólo con las llaves forjadas por la herida
se pueden abrir las jaulas y escapar
de artificios oxidados.
Una niña zurda
en la adultez
hila sus remiendos
se abre la garganta con un cuchillo de palabras
escritas por su mano izquierda.
Abre la luz de sus cicatrices,
salta el acantilado de las herrumbres
se atreve a mirar el mar
apartando velos y cruces.
Camina sobre las aguas.
(pp. 22-23).