Este libro es un testimonio, un libro escrito en estados alterados de conciencia.
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Junio de 2018. No sé por qué confié, pero así fue. Por instinto. Confié en mi esposa, en mis temores, en los dos chamanes (así se hacían llamar), que condujeron nuestro viaje interior. En el joven Puma y Yacu el mayor, un exempresario peruano que había atravesado una grave enfermedad y depresión viviendo durante diez años en la selva amazónica. Yo tenía 45 años. Ya había visto una buena porción del mundo. Y en el último año de mi vida había enfrentado una crisis existencial, frustraciones y la muerte de seres queridos.
Confiaba.
Estaba preparado.
Pero ¿para qué?
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Lo que escribo es muy simple,
Está en el plano de los meros hechos.
Quizá por eso no siento la escritura
Como extenuación o espeluzno.
Avanzo con cada palabra.
Diría que no participo en absoluto
De mi escritura.
Veo la mano que escribe, el aire,
Que entra y sale, pero mi conciencia
Está en calma, porque es y no es mía,
Así como el dictado escolar es y no es
Producto del alumno.
No oigo al maestro. No oigo
Voces divinas, ninguna voz exterior.
El cielo y el infierno están en mí.
Mi Dios está en la corriente, en el lento fluir de los saberes.
Donde todo es claro, nada
Puede romperse ni escribirse mal.
Mansas, en calma, las palabras entran y pasan
Por el abismo. Y el abismo no es abismo.
Es una montaña invisible dentro de mí.
Cada instante es una prueba.
Los errores son para aprender o son la perdición.
El único resguardo es el resguardo inagotable del don.
Lo que fui seré por siempre.
No existe la predestinación y nuestra tarea es el bien.
No es ninguna garantía de que no vamos a caer en la mentira.
Confiar en el abismo, confiar en el cielo, confiar en lo aparente,
confiar en el espíritu interior, confiar en la voz.
Todo lo demás es juego.
Los niños son sagrados.
Cuando jugamos, somos sagrados.
La soberbia, el egoísmo, las comparaciones, eso es agonizar en cuotas.
Nuestra casa es el contacto con la tierra y el canto de los pájaros.
Nuestra casa es el paso de las nubes.
Nuestra casa está allí donde estamos, dondequiera que estemos.
Que mis palabras no quieran fascinar.
Soy, porque tú eres.
Somos dos, para ser algo distinto.
Al germinar, las semillas ya son el bosque, los muebles, los mondadientes.
Lo que es. Lo que no.
Una parte de mí. Una parte de ti.
Algo distinto. Lo otro.
Ves una hormiga llevando a una hormiga muerta.
Sólo juntas son eso que llamas la vida.
Sólo estás vivo en tanto ya estás muerto.
Pero no un muerto vivo. Revivido con el difunto.
Con todo lo que fuiste.
Con todo aquello de lo que huiste.
Pura quietud del movimiento.
Una hormiga muerta, que traslada a la viva.
Como padre tienes una sola tarea:
Aprender del hijo.
La única tarea del hijo es jugar al infinito
Tanto como pueda.
Todo infinito humano acaba por terminar.
No hay nada triste en eso.
Saber que el tiempo no existe.
Transcurrir en la abundancia de esta conciencia
Y resolver las tareas más sencillas,
Las más irresolubles.
Las tareas de padres e hijos.
Antes de que me duerma
Me preguntas
Qué es el amor.
No conozco las respuestas,
Amor, pero por suerte
Tampoco las preguntas.
Sólo oigo la lluvia
Que repiquetea
En la noche muda.
Y sé que lo riega
Todo, en este
Único instante.