Poesía colombiana: Carmen Alicia Pérez Gómez

En el marco del dossier "Otros lugares, otras voces: Muestra de poesía colombiana", preparado por Martha Cecilia Ortiz Quijano y Edinson Aladino, leemos a Carmen Alicia Pérez Gómez Ganadora del primer concurso internacional de poesía, “Manuel Zapata Olivella” XVIII Parlamento Internacional de Escritores Cartagena de Indias 2020.

 

 

 

 

 

Carmen Alicia Pérez Gómez​​ (Cereté, Colombia). Licenciada en lengua castellana de la Universidad de Córdoba, especialista en gerencia de proyectos, poeta, actriz, dramaturga, aspirante al título de maestría en Estudios avanzados del teatro. Textos de su autoría han sido publicados en medios impresos y virtuales de carácter local, nacional e internacional. Ha participado en importantes eventos literarios, como la Feria Internacional del Libro de Bogotá, el Encuentro Nacional e Internacional de Mujeres poetas de Cereté, Festival Internacional de Poesía de Medellín, festival Wine and Poetry (Chile), entre otros. Finalista en el concurso nacional de poesía Casa Silva, “la palabra, espejo sonoro” (2019). Ganadora del primer concurso internacional de poesía, “Manuel Zapata Olivella” XVIII Parlamento Internacional de Escritores Cartagena de Indias 2020. Libros publicados:​​ Silencio en el espejo​​ (2020)​​ Poemas de la Sed​​ (2023)​​ Obras inéditas: Árboles de piedra​​ (poesía)​​ La Casa​​ (teatro)​​ Olvido​​ (cine)​​ El círculo​​ (teatro)​​ Burdel poético​​ (teatro).

 

 

 

 

 

***

 

 

 

 

 

 

No despiertes a la loba

 

No pretendas socavar mi cuerpo a media​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ noche con la intención

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ de detectar cicatrices.

Soy una loba, sé perfectamente cómo​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ sangran las heridas.

No intentes pesar mi inteligencia...​​ 

La sabiduría pesa, lo que pesa un pez​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ remo envejecido,​​ 

en las profundidades del océano.

No controles mi libertad, desde niña​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ he caminado en penumbras,​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ sin miedo a tropezar.

No provoques el sismo, o un pez gigante​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ puede emerger en la orilla.

No despiertes a la loba, o te enseñaré​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ sus dientes afilados.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Los pechos pesan

A las madres de Soacha,​​ 
que les arrebataron sus hijos.

 

Cuando amamantaba,​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ mis pechos pesaban,​​ 

sentían el llamado de tu llanto de hambre. ​​ 

Un arroyo de leche bajaba​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ y se empozaba en ellos.​​ 

Años después, siento el mismo llamado,​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ pero no estás en mis brazos​​ 

¿Será que bajo tierra los hijos​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ arrebatados tienen sed,​​ 

y por eso mis pechos vuelven a pesar?​​ 

¿Será por eso que mis pies, se arraigan​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ a la tierra como raíces,​​ 

para ser el árbol que quita el hambre​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ de los que han partido?​​ 

No lo sé, solo sé que hay​​ 

una sed cercana a mí que no se quita,​​ 

porque mis pechos pesan​​ 

y la sangre se empoza en ellos.

 

 

 

 

 

 

 

 

Abandono

 

​​ Que cese esta asfixia de respirar con un pulmón ajeno

Rosario Castellanos

 

I

 

Me arrojaste como un pedazo de carne

a una bandada de perros hambrientos,

colmillo a colmillo la carne fue desgarrada,​​ 

sin embargo, en medio del jadeo del miedo,​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ el corazón palpitaba,​​ 

necesitaba solo otro pulmón para cesar la asfixia,​​ 

la fatiga, el dolor de respirar...​​ 

Aprisionando mi pecho, me dijiste: “busca ayuda”.

 

 

 

 

II

 

Toqué tu puerta como el animal​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ que no entiende de abandonos,​​ 

y espera paciente en el mismo lugar,​​ 

pero el portazo fue implacable. El pecho dolía,​​ 

como si necesitara de otro pulmón para respirar,​​ 

como si se le abriera una grieta en la mitad,​​ 

y en ella los perros hambrientos devorándose el vacío.

 

 

 

 

III

 

Desamar es buscar a ciegas tus pedazos,​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ sin saber a dónde reubicarlos,

es ese desarmarse y volver a armarse,​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ para que el día en que la puerta se abra,​​ 

el animal se vaya, y tampoco entienda de regresos.

 

 

 

 

 

 

 

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