Carlos Fernando Chaparro Parada (Sogamoso, Boyacá, 1983). Poeta, pintor, tallerista y docente de artes y literatura. Apasionado por la poesía, la música clásica y el rock progresivo. Estudió Licenciatura en Humanidades y Lengua Castellana en la Universidad Minuto de Dios, Bogotá. Trabajó como tallerista de arte y expresión literaria en el Instituto Distrital para la Protección de la Niñez y la Juventud (IDIPRON) y en el Instituto Distrital de las Artes (IDARTES), ambos en Bogotá. Falleció en Duitama, Boyacá, el 27 de abril de 2021. Publicó Nervadura de la noche (Plaquette, 2016) y Nervadura de la noche (Libro de poesía póstumo, 2023).
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Filantropía del solitario
Un hombre de pocos sueños y mucha hambre,
luce la tristeza en el discurso de sus ojos,
cuando sentado ve pasar a los otros con la sed entre las manos.
Luce silencios de muchos alegatos que enseñan
el deleite de una mala decisión y la herida de los placeres.
La púa de la soledad cuando el día sonríe,
la caricia de las cadenas y un accidente seducido.
Esta costosa amistad con la vida
me ha dado una simpatía privilegiada con el dolor.
Tú no sabes
Dicen tal vez: “dichosos los poetas
porque todo lo pueden expresar” (…)
Y nosotros, los míseros poetas,
temblando en las riberas de la mar,
vemos la inexpresada maravilla
y tan sólo podemos suspirar.
Porfirio Barba Jacob
Tú no sabes de qué trata todo esto.
No sabes de qué trata mi paso al no aligerar bajo la lluvia.
No entiendes el cadencioso minuto de la hojarasca ante los suspiros de otoño.
No sabes por qué la lágrima en unos ojos delicados me parece de tan dotada hermosura.
No entiendes mi distracción con el anciano, cuando él divaga con palomas.
No sabes de qué trata el retiro en la silla de un parque; y contemplar y contemplar.
No, no lo sabes.
¿Eres poeta? Me preguntarás… Quién sabe acaso.
Pero tal vez pudiera explicarte una cosa, u otra o algo sencillo.
Una sospecha, un botón o una mueca que tu corazón recuerde:
Confesarte mi realidad y mi presidio, el fin y los motivos,
el titubeo como lenguaje.
Pero no sabría qué exponerte de estos callejones, de estos tejidos.
Pecaría de ignorancia al definir colores, visos o la estampa de mi pluma.
Me gustaría que me acompañaras y prestaras atención a esos numerosos instantes
como la sucesiva carcajada de aquel niño ignorado por los adultos, retozando en un recodo del recinto entre la pira de su imaginación,
o la mirada del viejo con su paso lento de paticas chuecas, que comiendo nueces suspira por no haber alcanzado para más.
Y todo esto porque también me gustaría dar parte sobre tus delirios y quimeras,
dar cuenta del porqué en la charla más amable, alguien comenta sobre el amor,
y tú, silenciosa, bajas el rostro, y te retiras.
Oscuridad substraída
En la espalda de la calle
la luna amasa sombra
con los retazos del viento.
En brazos de un hombre
huye
la noche.
Andenes colgados en tiniebla
(La calle de la L, “El Bronx”)
Alrededor de la herida
cojea la calle.
Se arrastran oscuridades,
su eco amordaza hogueras.
Sobre las vértebras
del lomo encorvado de su cruz
el hambre lame la carnosidad de la ceniza.
El amanecer desempolva su claridad
al levantar la noche.
Renacer de albores
Ceñido el rostro con pesada oscuridad,
ruedo por escombros de niebla.
Arribo a algún piélago de tu ventana
y remuevo del reflejo la tiniebla.
El amor es el apetito de la belleza.
Desentierro de la profunda transparencia,
placeres
envueltos en madrugada.
Cansado de tanto andar
Cansado de tanto andar por andenes y recovecos,
quisiera en la próxima esquina encontrarme la nada,
como cuando se tiene esa sorpresa donde la realidad no convence la razón
y la alegría adormece levemente las extremidades
creyendo del instante algo intocable.
Quisiera encontrarme con una bala perdida a la vuelta de la esquina,
olvidar el cansancio,
proponerle caminar por los lugares donde la ausencia no duele,
donde la bala sonriente a mi brazo le hace fieros a la nostalgia que está a dos pasos de nosotros,
y avanzar con el solo peso de un saco lleno de deseos,
con esa despreocupación que uno quisiera que nunca se acabara.
Sería tan bueno encontrarme a un amigo en la próxima esquina
y pedirle un abrazo para este frío,
o tal vez silencioso
me regalara unos segundos para tomar un respiro
y me acompañara a caminar hasta la otra cuadra.
Qué bueno sería encontrarme la nada,
y de contento gruñir por un instante,
encontrarme contigo,
y despedirme antes de enfrentar el problema
o aceptar la muerte.