Poesía ecuatoriana: César Eduardo Carrión

Leemos poesía ecuatoriana. Leemos algunos textos el nuevo libro de César Eduardo Carrión (1976), Diarios del paleolítico, publicado en la colección Sombrero, abrigo & guantes por El ángel editor. En 2018 escribió el volumen de ensayo El deseo es una pregunta. Ensayos sobre poesía latinoamericana.

 

 

 

 

 

César Eduardo Carrión (Quito, 1976) es poeta y ensayista. Ha publicado hasta la fecha los siguientes poemarios:​​ Diarios del Paleolítico​​ (2024), Ambush / Emboscada (2019) –traducido al inglés por Kimrey Anna Batts–,​​ Es lodo y es polvo y es humo y es nada​​ (2018),​​ Emboscada​​ (2017),​​ Cinco maneras de armar un travesti​​ (2011),​​ Poemas en una Jaula de Faraday​​ (2010),​​ Limalla babélica​​ (2009),​​ Pirografías​​ (2008) y​​ Revés de luz​​ (2006). Sus poemas constan en revistas y antologías latinoamericanas y extranjeras y han sido traducidos al inglés, francés y portugués.​​ Ha publicado hasta la fecha los siguientes libros de ensayo y estudios literarios:​​ El supremo egoísmo de la tempestad. Ensayos sobre literatura y cultura latinoamericana​​ (2023),​​ Las máscaras de la patria. La novela ecuatoriana como relato del surgimiento de la nación​​ (1855-1893) (2020),​​ El deseo es una pregunta. Ensayos sobre poesía latinoamericana​​ (2018),​​ Habitada ausencia: Historia y poética en la poesía de Javier Ponce​​ (2008) y​​ La diminuta flecha envenenada: en torno de la poesía hermética de César Dávila Andrade​​ (2007) –con una segunda edición corregida y aumentada de 2019–.​​ Ha sido invitado como poeta y académico a festivales de poesía, congresos y encuentros de literatura en Ecuador, Estados Unidos, México, República Dominicana, Venezuela, Colombia, Perú, Bolivia y Argentina. Ha obtenido reconocimientos en algunos certámenes literarios nacionales y recibido becas académicas en Ecuador y España. También ha sido miembro del jurado de diversos certámenes literarios nacionales e internacionales. Fue parte del comité editorial de las revistas literarias​​ País secreto​​ (2001-2005) y​​ Ruido Blanco​​ (2010).​​ Estudió Filología Hispánica en Madrid y Comunicación, Sociología y Literatura en Quito. Es doctor en Literatura Latinoamericana por la Universidad Andina Simón Bolívar. Fue director de​​ la Escuela de Lengua y Literatura, del Centro de Publicaciones, de Comunicación Estratégica y decano de la Facultad de Comunicación, Lingüística y Literatura de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, donde trabaja actualmente como profesor principal e investigador. 

 

 

 

 

 

***

 

 

 

 

 

Ciudad sin nombre,

último día del Antropoceno.

 

Mañana nos mudaremos de casa para siempre, mi amada hija.​​ 

Pero para siempre es solo un decir: No sabemos si este destierro

Llegará antes que el exilio o si la expulsión es lo mismo que la huida.

Y casa es cualquier lugar distinto del cuerpo que nos agobia,

De la piel que se desmorona, de los huesos que colapsan...

Viviremos en el vientre de una loba desollada, en su útero baldío,

En la habitación de un cíclope siniestro, similar a nuestro nombre.​​ 

 

Mañana nos vamos para siempre de este planeta, mi amada niña.

Pero planeta es solo un decir: No sabemos cómo cambiaremos de piel,

Si caminaremos erguidos, en cuatro patas o solo gatearemos.

Y piel es cualquier serpiente que nos saluda desde el futuro,

Cualquier alimaña que nos invita a postrarnos y suplicar.

Viviremos en la tripa de una hiena que sonríe, en su víscera rotunda,​​ 

En la alcoba de un titán horripilante, parecido a nuestro miedo.

 

¿Ya te había contado que entre estos escombros habitaron las hembras

Y también los varones que nos parieron por sus bocas adoloridas?

Pero dolor es apenas un decir, porque dolor es el nombre de otro cuerpo,

Porque todo cuerpo es un arma que, así como te protege, te asesina.

Viviremos en un documento misterioso, cuyo sonido sea inevitable,

En las entrañas de una bestia extinta hace millones de años.

Mañana nos vamos para siempre de este lugar, mi hermosa niña.

 

¿Ya te conté que cuando eras una nena recién nacida

La Tierra era plana, como el rostro de todos los dioses?

Pero Dios es solo un decir: Cuando pienso en él… Digo tu nombre

Y las palabras son cualquier cosa que me permita pronunciarte.

Viviremos como vivieron los cazadores nómadas hace miles de años

Y en estas cartas de amor, que un demonio devora pacientemente.

Mañana nos mudaremos de este lugar y no volveremos jamás, mi amada niña.

 

 

 

 

 

 

 

En una galera,

Nochevieja.

 

Rema, puja, resopla, inspira. Ponte el corazón en el lado perfecto del cuerpo,

En el lado izquierdo del sueño. Y ponlo a latir hacia el centro del pecho

Y ponlo a irrigar nueva sangre y locura, hasta que sea un tormento tu nombre.

 

Dale pasto a tu miedo, hasta que se vuelva un caballo manso​​ 

Y trote como una luna torcida y trote como una mula recién parida

Y trote como una fiera de siete colores. Y rema, puja, resopla, inspira.

 

Ponte el corazón en el lado correcto del cuerpo, en el lado derecho del miedo,

En la mitad misma de la quimera, en la mitad misma de la apatía. Y ponte a remar

Y puja, resopla, inspira… Ponte el corazón en el lado perfecto del cuerpo.

 

 

 

 

 

 

 

 

Primer día del último calendario.

 

Camino con un segundo cuerpo, ese que se viste sobre la piel anticuada, ese que se pega con saliva a los remotos esqueletos.

Marcho como un paquidermo extinto. Hablo el idioma rancio de los supervivientes. Y soy tan feliz mientras camino,​​ 

Entre los lagos del eco y la discordia, entre frutas rencorosas, entre ángeles con cara de ciervo. Soy un volcán cauteloso y distante.

Y encuentro pastos que no han envejecido. Y nuevas Antillas y nuevas runas. Y algunos días, países sin agua y, a veces, incluso sin entrañas.

 

Está muy bien esto de ser extranjero, en todas las algarabías y las asambleas, en cualquier clavel, en cualquier sinagoga.

 

Y he aquí que la muerte se precipita sobre esta tierra como un paracaídas nocturno. Y a mí ya no me importa ser un cuervo indocumentado,

Porque bebo el rocío de las antenas de los caracoles, porque me guarezco de la lluvia en los barcos infelices de la aurora.​​ 

Ya no me interesan las geografías de las manos, porque no se puede escribir poemas en las lenguas maternas,

En ninguna de las lenguas de las once mil estatuas restauradas. Porque no se puede aguardar la tiniebla allí, donde se ama.

 

Y todos los marineros decimos adiós, porque somos huérfanos. Y todos los que hemos perdido algún padre crujimos…. Y graznamos.

 

Camino con el cuerpo metálico de los hombres que todavía son niños, como un bebé repugnante criado por los leopardos.

Y siento que la arrogancia tiene un sabor muy dulce y que es una sobredosis de miel o carbón que jamás caduca.

Camino con un cuerpo, que en lugar de pensamientos hace ruidos muy extraños con la cabeza… Tomaré medicinas

Para poder pensar como piensan mis colegas. Pero si las pastillas me quitan la amargura de la desobediencia, tomaré café,

 

Comeré rosas turcas y eneldo fresco, ese que había en Marruecos antes de que se hundieran todas sus lanas y sus leyendas.

 

Camino con un segundo cuerpo. Ese que colgaron de los pulgares. Aquel que recibió azotes y electrochoques en las piernas.

Mi orgullo es del tamaño de mi segundo cuerpo. Y en las noches descanso de haber sido todo el día nada más que un simple hombre.

Voy y vuelvo de mis propias manos, de sus gestos autoritarios y hambrientos. Voy y vuelvo de este segundo cuerpo,

Que no podrán quitarme los carniceros que no aman la noche. Porque nadie podrá arrebatarme el amor o el brebaje,

 

Que se ha quedado impregnado en mi segundo cuerpo como el movimiento de rotación de este desolado planeta.​​ 

 

Desde ahora, solo escucharé el idioma arrebatado de los topos. Y seguiré sus preceptos. Y escribiré mi testamento en lenguas extranjeras.

Y algún día llegará una mujer o, tal vez, llegue una tormenta. Y una niña se vestirá como mudan de piel las hienas.

Y caminará con su segundo cuerpo, un cuerpo muy extraño, cuya cabeza también tenga canciones en lugar de pensamientos.

Y todos los que no aman la noche tendrán miedo de ella, de su casta, de su aventura... Y, por fin, todos seremos forasteros:

 

Seremos amantes sin huesos o con huesos parecidos a las promesas. Y los que no aman la noche tendrán miedo de nosotros, miedo de nuestra casta, terror de nuestra aventura.

 

 

 

 

 

 

 

Jueves.

 

Todo lo que escribo procede de un libro de medusas. De un libro salvaje dictado por las orugas. Todo lo que escribo

 

Me lo obsequiaron los cromosomas. Todo lo que escribo es una excusa para buscar un territorio para el poema. Todo

 

Lo que escribo lo encontré primero en las lágrimas de una alondra ciega o enloquecida o venérea. Y así lo escribo,

 

Porque en este viaje he visto corazones habitados por faunas imposibles. Todo lo que escribo es una Crónica de Indias.

 

Ojalá que el cuerpo responda a los fármacos de las palabras que vendrán un día. Pues todo lo que escribo procede

 

De una sola bocanada, de un solo amo y señor de los territorios de todas las tristezas. Pues todo lo que escribo es un libro

 

Sobre las diecisiete estaciones del héroe que se extravía en su espíritu de pastura, en su ambición de ser un dios menor.

 

Todo lo que escribo procede de un libro sobre las doce mil estaciones de la heroína que busca el nombre de su padre.

 

Este libro es la bitácora de una travesía por el Paleolítico futuro, es el diario de un poeta arrinconado por las sílabas

 

De la palabra luz, de la palabra sable, de la palabra fervor, de la palabra mañana, de la palabra alarido, de la palabra todavía.

 

Todo lo que escribo carece de esqueleto. Todo lo que escribo es una puerta para que ingresen las avispas en mis huesos.

 

 

 

 

 

 

 

 

La Mañana.

 

Ya contemplé la primavera de los animales solitarios, de los señores de la noche, de los ángeles enloquecidos.

Acaso porque un sueño tan largo debía oxidar un metal de otros tiempos, una nuez invisible que cayó del espacio.

Era un cereal que rumiaban las vicuñas. Era una maldición que masticaban los loros. Era un almidón que cuidaban los batracios.

Así, miré las plantaciones del maíz indestructible. Así, me pareció que regresaba a las alturas, a las copas del recuerdo.

 

Ya respiré todo el aire en la cima de un sueño lunar. O tal vez haya sido la visión de otra tierra, que es esta misma tierra,

Nuevamente labrada, después de mil siglos, hasta la sangre del magma o la pomada dormida o, tal vez, la corteza de la maternidad.​​ 

 

Ya disfruté la transparencia de las hojas. Ya padecí la demencia de los talismanes, la lujuria de los acertijos.

Ya pronuncié el nombre de los huracanes. Ya veneré los peligros de la asfixia. Y rodé como una gema carcelaria y poderosa.

Porque en estas comarcas descansa la niebla. Porque en estas chorreras se bañan los moluscos o la gente del futuro.

 

Así fue esta cabalgata alucinada: Una meditación sobre los cántaros del rayo, una postura de yoga sobre las tumbas de la arcilla.

Pero te juro, Hija de todas las probabilidades, que yo no lo sabía. No sabía que debía mascullar como una cacatúa para encontrarte.

Nunca supe que debía renunciar a los ciclos naturales de la mosca cotidiana. Y aceptar que vivimos en las colonias de la Antártida.​​ 

Y vestir este plumaje sanguinario y aguerrido, que presume del silencio. Y calzar estos zapatos, que presumen del abismo.

 

Regreso de los muelles incesantes. Regreso de los funerales de las iguanas, que demoran cien años. Regreso hasta tu casa.

Hasta la habitación donde se apaciguan las aguas, donde podemos mirarnos con los ojos de las luciérnagas sin sentir ninguna pena.​​ 

En esta médula larga y constante, me quedo. En este sendero de harapos abstractos, camino. Porque soy una abeja radiante.

Un convicto de los aceites del cuarzo. Pero soy también un padre que te compra salmueras y vestidos subterráneos.

 

Aquí está mi legado, para que hables por tu sangre. Aquí está mi palabra, para que hables por la noche, que tanto te entretiene.

Juega con las orquídeas. Juega con las preguntas. Viste a tus muñecas con disfraces que recuerden la justicia de tu madre.

Aquí estaré, en la yerba que no vencerán ni el otoño ni las sequías. Aquí estaré, como un dolor muy dulce y profundo en tus huesos.

Mañana nos mudaremos de este planeta y no volveremos jamás, mi amada niña, porque resulta que la mañana tiene un sonido muy parecido a todos tus nombres, mi amada hija.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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