Vinicius Fonseca (Buenos Aires, 1997). Estudia, escribe y forma parte del espacio “La Tarea de Escribir”. Pueden encontrar su libro Lugar para cinco en la puerta, editado por Patronus Editores. En el tiempo que no dedica a la literatura edita videos o toca con su banda, Rey Bichito.
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Error
Llora en el baño público de un pueblo
que abandonó en su juventud.
A veces, el retorno no se trata
de una visita o una indagación, sólo
de un sencillo aparecer:
una voz que se construye en el fondo.
Como el susurro, en ese momento,
del mingitorio y los azulejos.
Se sirve más papel y se seca las lágrimas
sin sonarse la nariz
no debí haber tomado tanto, menos junto a…
Escucha en el pasillo el clic suave
de la luz automática.
Se incorpora para cruzarse,
por delante y detrás, los años estúpidos
del regreso voluntario.
Visita adulta a una casa de familia
Su niñez se aloja en una atracción
por lo alemán: trenzas, salchichas, un dejo
dulce en todo lo que prueba.
No hay trabajo posible. Alrededor
no hay más que investigación.
La casa de su abuela, antes hogar,
parece corrompida por una ausencia
de centralidad en la distribución de la luz.
Ya no es necesario iluminar
habitación por habitación
como una sombra al oro.
Su visita es siempre desprevenida.
Un garage inmenso
es lo último en convocarlo.
Al abrir la puerta, el viento y la libertad
del polvo anaranjado desprendiéndose
del suelo eran parte de una chance:
reencontrar ahí el sable
de coronel que una vez le habían mostrado.
El cura
Sus pies no hacían más que tronar
la suela de los zapatos
contra los escalones de mármol
en una corrida a contrarreloj.
Lo negro y lo serio de la sotana
ofrecían al agitarse un eco
que contrastaba con el silencio
de la frecuencia vulgar en que la sangre brotaba.
Al llegar, le sostuvo la cabeza.
Y, afirmando los dedos
entre el cuero cabelludo, gritó
ambulancia.
Ayudar a veces implica
estar en falta, tarde
desde un principio: tarde
al final de una vida.
Final que llegaba, para ese hombre
por golpear su cráneo contra el cordón
delante de la iglesia.
Sin soltarlo, el cura alzó
la frente al sol con las manos llenas de sangre,
y miró a su alrededor avergonzado
como si esperásemos algo de él.