Sobre La casa de los vientos, novela de Gabriel Rimachi Sialer

Magnolia Vázquez Ortiz comenta La casa de los vientos (Editorial Casatomada, 2022), novela del narrador peruano Gabriel Rimachi Sialer (Lima, 1974). Según Salvador Luis, "Octavio Correa, el protagonista de este relato, transita de la niñez a la adultez en una Lima de fines del siglo XX que no desea apartarse de las letanías de su machismo hegemónico". Gabriel Rimachi Sialer también es autor de libros de cuento como Despertares nocturnos (2000), Canto en el infierno (2001), El color del camaleón (2005), El cazador de dinosaurios (2009), La sangrienta noche del cuervo (2011), La increíble historia del Capitán Ostra (2020), e Historias extraordinarias (2020).

 

 

 

 

 

Sinopsis de la novela

 

Octavio Correa es un abogado que encontrará en la demolición de la casa familiar, el detonante que lo devolverá a una infancia y adolescencia donde el abuso, las traiciones, la falta de amor y la aceptación de su orientación sexual, marcarán a fuego su vida de adulto, porque todos somos, finalmente, la suma implacable de nuestro pasado. Pero la vida -en la realidad y en la ficción- es también la suma de otras vidas, las de los padres, por ejemplo, y esos secretos de familia que se convierten en una pesada carga emocional que transita rutas tan disímiles como la creencia en las maldiciones generacionales hasta las crudas noches gay en alguna sauna de Miraflores, el Centro Histórico de Lima o el Babylon en Tailandia.


Hitchcok dijo alguna vez que hay más emoción, realismo, intriga, violencia e interés en una novela de amor que en la mayoría de las películas de suspense. ¿Y no es acaso la búsqueda del amor una forma de suspense? ¿No es aquella forma de intentar vencer a la soledad una batalla que se pierde tantas veces?​​ ¿Cuánto más dificil y cruel puede ser entonces esa búsqueda si te descubres homosexual en una ciudad como Lima?


El colegio religioso, la universidad privada, las presiones sociales, una Lima conservadora e hipócrita, la furiosa radiografia sentimental de un niño que se descubre diferente, un adulto con demasiadas cicatrices en el corazón y un destino donde la política nacional acompaña la exploración de un mundo que se va mostrando cada vez más crudo y violento.

 

 

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La casa de los vientos: entre el puritanismo y el deseo

 

La casa de​​ los​​ vientos del escritor peruano​​ Gabriel Rimachi Sialer,​​ llegó a mis manos​​ mientras​​ leía​​ Limpia,​​ novela de​​ la escritora chilena Alia​​ Trabucco, así que cuando​​ inicié su​​ lectura, no pude dejar de ver dos​​ grandes​​ coincidencias en​​ ambas novelas:​​ la​​ fuerza que caracteriza la escritura de​​ sus autores​​ y​​ el lugar que​​ ocupa la figura de la​​ empleada doméstica​​ como eje​​ conductor de las​​ historias narradas, pues, aunque el tema central de​​ La casa de los vientos​​ es​​ la forma en que Octavio​​ desde su infancia​​ vive​​ (padeciendo), reprime y asume su homosexualidad​​ en la puritana ciudad​​ de Lima,​​ Perú,​​ la detonadora de​​ esta​​ tragedia​​ personal”​​ es Antonia, empleada doméstica quien a través de​​ su desventurada estancia​​ en casa de​​ los​​ Correa,​​ devela​​ no solo​​ la doble moral de una familia​​ y sociedad limeña​​ que se jacta por su​​ intachable moralidad,​​ sino también el poder de las palabras​​ -las suyas-​​ que sentencian y sin piedad se​​ introducen en el cuerpo​​ y​​ en​​ la vida de quienes habrán​​ de​​ expiar el pecado​​ cometido por sus​​ antecesores.​​ En​​ los momentos más álgidos​​ de​​ la vida de Octavio,​​ la aparición fantasmagórica de​​ una​​ mujer de mechón blanco, vieja y​​ encorvada,​​ pone​​ de manifiesto​​ que lo peor que le puede pasar​​ a una familia en una ciudad como Lima es concebir un hijo homosexual.

Con​​ su narrativa​​ realista,​​ impecable​​ y cruda,​​ Gabriel Rimachi​​ a partir de la desgracia de Antonia,​​ nos introduce en la​​ historia​​ de Octavio​​ y nos hace​​ partícipe de​​ su vida insufrible en el colegio, en la​​ universidad, en la​​ calle y hasta en​​ la​​ familia​​ por ser diferente, por ser​​ una loca, por ser​​ cabro, por ser gay.​​ En un vaivén temporal entre presente-pasado, pasado-presente somos testigos​​ de la confusión,​​ del miedo,​​ de la​​ angustia,​​ del​​ dolor​​ y sobre​​ todo de la soledad​​ en la​​ que el protagonista​​ vive su​​ ser​​ diferente que lo habita,​​ a pesar de​​ denunciar a quienes lo agreden, a pesar de demandar​​ ayuda​​ y​​ protección​​ a​​ quienes, por​​ la figura que representan,​​ deberían protegerlo​​ -como sus padres, sus profesores, sus superiores-; a pesar de que en su adolescencia hace lo posible por​​ encajar​​ en una sociedad que lo​​ rechaza,​​ hasta rayar en la locura y en la aniquilación de su cuerpo, su​​ cuerpo-casa​​ tremulante,​​ habitada por los vientos​​ venidos del​​ Pacífico y​​ por​​ su deseo contenido​​ en​​ su frágil piel, cáscara agrietada.

Sin embargo, a pesar de todas las vicisitudes​​ violentas​​ que​​ transita ​​​​ Octavio por no ser un hombre en​​ una sociedad machista y homofóbica, las emociones que provoca en el lector​​ La casa de los vientos​​ van de la compasión al enojo,​​ del enojo a la impotencia, de la impotencia​​ al hartazgo porque la personalidad de Octavio tiende a instalarse en el lugar de la víctima​​ -durante un tiempo lo es-hasta el momento en​​ que​​ Jeremy Cansino​​ le espeta las siguientes palabras,​​ cuando tiene 23 años y​​ este​​ continúa autocompadeciéndose lastimosamente:​​ “Mira, flaco, no sé si darte un consejo​​ o​​ agarrarte a cachetadas -Octavio sonrió-. Has tenido una historia jodida pero no muy diferente de la mía o la de cualquier otro maricón en esta ciudad de mierda. ¿Hasta cuándo vas a estar así? En este mundo, nuestro​​ mundo, no existen las hadas ni la magia, no hay padrinos bondadosos ni sociedades secretas que te abren sus puertas para que retoces como una cabra salvaje sobre los prados, y​​ ni cagando eres un unicornio, no, acá tienes que ser valiente y ser tú mismo, tomar las riendas de tu vida y enfrentar lo que venga”.​​ 

Con​​ la presentación de Jeremy Cansino,​​ personaje​​ fundamental para​​ que Octavio asuma su homosexualidad, asuma su deseo​​ y busque integrarse a una comunidad, a​​ su​​ comunidad,​​ Rimachi​​ logra su cometido: retratar​​ a​​ los​​ Octavios​​ que existen en el mundo -particularmente en​​ la​​ Latinoamérica aún conservadora del colonialismo religioso-​​ desde su identificación en sus​​ juegos infantiles con las estrellas de las telenovelas mexicanas del momento, pasando por la​​ anorexia nerviosa,​​ la aceptación de su cuerpo afeminado​​ y​​ los excesos​​ sexuales, ​​​​ hasta su vida​​ amorosa​​ ​​ en su adultez. Así mismo,​​ con​​ la intensidad que caracteriza su​​ narrativa,​​ Gabriel Rimachi​​ a la mitad de la trama haciendo​​ un giro de 360 grados al​​ melodrama del protagonista​​ y​​ rompiendo con​​ la imagen​​ de marica​​ llorón​​ -como las​​ protagonistas de las​​ telenovelas que ve o las canciones que escucha de la Guzmán-​​ da paso a​​ la vida juvenil de Octavio, recreando la imagen​​ difundida de la comunidad gay​​ en los años 80 y 90: el desenfreno​​ sexual​​ combinado con drogas, la promiscuidad​​ y con ello, las enfermedades​​ como el SIDA. Pero​​ muy al contrario de lo que​​ podría esperarse,​​ Rimachi no concluye la historia del​​ guapo poeta​​ de mamá​​ con la fatalidad​​ invocada por Antonia,​​ sino,​​ avanzando en el tiempo,​​ a​​ principios del siglo XXI,​​ en​​ plena​​ madurez del​​ flaco,​​ retrata​​ el rumbo de los aconteceres de la comunidad gay​​ en el que​​ existe​​ tratamiento para​​ el SIDA,​​ se aprueba​​ el matrimonio igualitario,​​ y con estos pequeños peldaños​​ avanzados en el ámbito de los derechos humanos,​​ vislumbra​​ la posibilidad de ser feliz​​ y de vivir la sexualidad​​ en la diversidad​​ cada vez con menos miedo y mayor libertad.

La casa de los vientos​​ es​​ pues,​​ una novela que testimonia con un realismo despiadado las​​ tribulaciones​​ -inaceptables​​ en nuestros días-​​ que padece Octavio en​​ una ciudad como la limeña pero que bien puede ser otra ciudad latinoamericana​​ -Veracruz, Guanajuato, Morelos en el caso de México-​​ por no comulgar con los preceptos religiosos o morales​​ de una sociedad conservadora; y en la cual​​ Gabriel Rimachi​​ como una forma de​​ atenuar​​ la violencia ejercida sobre Octavio,​​ nos​​ pasea en​​ la ciudad de Lima por sus cafés, sus​​ centros nocturnos, su malecón, sus hoteles, sus calles; va soltando fragmentos de canciones​​ -un distintivo de su narrativa-​​ en torno a las vivencias de los personajes​​ como​​ la de​​ Los Panchos,​​ ​​ Franco de Vita, Roberto Blades, la entrañable Alejandra Guzmán -para Octavio- Locomía,​​ Shakira,​​ entre otros;​​ y​​ traza​​ una pincelada del acontecer político social en Perú de los años​​ 80’s a la segunda década del siglo XXI:​​ la presencia emerretista,​​ Sendero Luminoso, Fujimori hasta el destape del alto nivel de explotación​​ y turismo sexual​​ infantil en​​ el Perú de​​ nuestros días, tal como lo hace la periodista Lydia Cacho en su​​ libro​​ Los demonios del edén​​ en el caso de la red de pederastia establecido en México.

Sean​​ estas palabras​​ una invitación a leer​​ La casa de los vientos​​ con ojo​​ sensible y​​ crítico porque​​ Gabriel Rimachi nos coloca en los ojos de un juez -o jueza-​​ que juzga,​​ no​​ a​​ un personaje sino a toda una sociedad​​ maniquea e intolerante a la diversidad sexual.

 

Magnolia Vázquez Ortiz

Villahermosa, Tabasco, México; 1 de junio del 2024

 

 

 

 

 

Una madre

 

Mi abuela materna se llama Herlinda

Parió doce hijos, entre ellos, quien me parió a mí

Dicen que cuando chamaca faltó a la ley de su tribu

fue exiliada y condenada a vivir en la desgracia

Dice que marchó de su pueblo en carreta

vestida de novia a la tierra prometida por su novio

entre la banda de músicos, el bullicio de la gente

y su corazón iluminado

Dice que así empezó su infelicidad

A mi abuela la conocí montando caballos a tropel

montando a mi abuelo con su poder de mujer

montando a sus hijos con su poder maternal

A mi abuela la conocí muro implacable ante la debilidad

ante la adversidad, ante la fatalidad

a mi abuela la conocí montando a la misma ley.

Hoy la veo yaciente, doblegada por la vida y el tiempo

No puedo dejar de reprochar a los dioses

el alargamiento de su agonía

Mi abuela cumplió su condena ¿Como debe ser?

Exijo, dioses, su pronta absolución.

 

Hasta tu muerte

 

¿Quién te hizo tan dura

matriarca absoluta

omnipotente

dueña de la tribu?

¿Quién?

¡Qué hazaña la tuya decidir cómo, cuándo, dónde morir!

Con la ley en tu boca te fuiste

Implacable hasta con tu muerte

Ya no esperas más tributo más disputa más llanto amargo

Ya no

Tu partida libera felicidad

Descansa en paz abuela

aquellos que fuimos somos tuyos

ya lo hacemos.

 

Destino

 

Es algo de familia enamorarse de un extranjero

Mi abuela se enamoró de uno, fue desdichada gran parte de su vida

Mi madre se enamoró de otro, dijo «no» y su desdicha duró una parte de su vida

Yo también me enamoré de un extranjero, dije «sí» y soy feliz

En esto del gusto por los extranjeros, la desdicha es cosa ​​ del pasado.

De abuelos

 

Mi abuelo materno se llamó Jesús, nombrado por sus nietos Papachucho. Lo conocí en cálida embriaguez y así se mantuvo hasta su muerte: cantando y bailando, pachita en mano dirigiendo el ritmo de su vida. Su canto, siempre alegre… una india en su chinampa solita se mantenía tejiendo flores… inspiró el nombre para dos de sus tres hijas, Carolina y Magnolia. De él, estoy segura, me viene el gusto por el baile, el canto y el vino.

 

Mi abuelo paterno se llamó Miguel Roberto, nombrado por mis hermanos y yo, Papabeto. Lo observo leyendo periódicos, callado, con su rostro gris y parco. Se le fue la vida a temprana edad con la cándida y promisoria vida de su hija la mayor, la más alegre, la más vivaz, la más querida (dice mi padre). Al igual que mi Papachucho, la embriaguez fue su estado habitual y de él, sin duda, heredé mi gusto por el silencio y la palabra. Hoy mi padre no es Papatito para sus nietos, mas como abuelo es un punto intermedio entre los míos. Habla, sonríe y calla lo necesario. Como mis abuelos, es cautivo del licor; lo hizo su compañero​​ refrescante en tiempo de sol, y cálida compañía en tiempo de lluvia. Este día descubro que de ellos heredé mi posición de hedonista empedernida.

 

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MAGNOLIA VÁZQUEZ ORTIZ (Villahermosa, Tabasco, México 1973). Licenciada en Psicología por la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, tiene además estudios de maestría en Literatura Mexicana por la Universidad Nacional Autónoma de México, y Teoría Crítica (17’ Instituto de Estudios Críticos, México). Es Profesora Investigadora de la UJAT y miembro fundador del grupo cultural El Jalón Literario. Ha participado en las Feria del libro de la Universidad Autónoma de Morelos (2019); en la Feria del Libro de Córdoba, Veracruz (2020), y en la Feria Internacional del Libro de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, representando a México (2024). Escribe poesía, ensayo y narrativa. Su poesía y reseñas literarias han sido publicadas en la Revista Signos que edita la Universidad Popular de la Chontalpa, en el periódico digital Águila o Sol, Diario Activo y Punto de Reunión, y en la revista Beyonddimensions. En la revista Cinzontle ha publicado ensayos sobre la identidad del mexicano y sobre lxs zapatistas. Algunos de sus poemas están​​ incluidos en la antología de poesía​​ Siempre me falta algo​​ (UJAT, 2017), y su primer libro en narrativa​​ Ese animal voraz que es la familia​​ (UJAT 2019). La Secretaría de Cultura de Tabasco publicó su primer libro de poesía, Apuntes de una viviente en 2019 y tiene un libro inédito,​​ La consumación del deseo.

 

 

 

 

 

 

 

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