Sinopsis de la novela
Octavio Correa es un abogado que encontrará en la demolición de la casa familiar, el detonante que lo devolverá a una infancia y adolescencia donde el abuso, las traiciones, la falta de amor y la aceptación de su orientación sexual, marcarán a fuego su vida de adulto, porque todos somos, finalmente, la suma implacable de nuestro pasado. Pero la vida -en la realidad y en la ficción- es también la suma de otras vidas, las de los padres, por ejemplo, y esos secretos de familia que se convierten en una pesada carga emocional que transita rutas tan disímiles como la creencia en las maldiciones generacionales hasta las crudas noches gay en alguna sauna de Miraflores, el Centro Histórico de Lima o el Babylon en Tailandia.
Hitchcok dijo alguna vez que hay más emoción, realismo, intriga, violencia e interés en una novela de amor que en la mayoría de las películas de suspense. ¿Y no es acaso la búsqueda del amor una forma de suspense? ¿No es aquella forma de intentar vencer a la soledad una batalla que se pierde tantas veces? ¿Cuánto más dificil y cruel puede ser entonces esa búsqueda si te descubres homosexual en una ciudad como Lima?
El colegio religioso, la universidad privada, las presiones sociales, una Lima conservadora e hipócrita, la furiosa radiografia sentimental de un niño que se descubre diferente, un adulto con demasiadas cicatrices en el corazón y un destino donde la política nacional acompaña la exploración de un mundo que se va mostrando cada vez más crudo y violento.
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La casa de los vientos: entre el puritanismo y el deseo
La casa de los vientos del escritor peruano Gabriel Rimachi Sialer, llegó a mis manos mientras leía Limpia, novela de la escritora chilena Alia Trabucco, así que cuando inicié su lectura, no pude dejar de ver dos grandes coincidencias en ambas novelas: la fuerza que caracteriza la escritura de sus autores y el lugar que ocupa la figura de la empleada doméstica como eje conductor de las historias narradas, pues, aunque el tema central de La casa de los vientos es la forma en que Octavio desde su infancia vive (padeciendo), reprime y asume su homosexualidad en la puritana ciudad de Lima, Perú, la detonadora de esta “tragedia personal” es Antonia, empleada doméstica quien a través de su desventurada estancia en casa de los Correa, devela no solo la doble moral de una familia y sociedad limeña que se jacta por su intachable moralidad, sino también el poder de las palabras -las suyas- que sentencian y sin piedad se introducen en el cuerpo y en la vida de quienes habrán de expiar el pecado cometido por sus antecesores. En los momentos más álgidos de la vida de Octavio, la aparición fantasmagórica de una mujer de mechón blanco, vieja y encorvada, pone de manifiesto que lo peor que le puede pasar a una familia en una ciudad como Lima es concebir un hijo homosexual.
Con su narrativa realista, impecable y cruda, Gabriel Rimachi a partir de la desgracia de Antonia, nos introduce en la historia de Octavio y nos hace partícipe de su vida insufrible en el colegio, en la universidad, en la calle y hasta en la familia por ser diferente, por ser una loca, por ser cabro, por ser gay. En un vaivén temporal entre presente-pasado, pasado-presente somos testigos de la confusión, del miedo, de la angustia, del dolor y sobre todo de la soledad en la que el protagonista vive su ser diferente que lo habita, a pesar de denunciar a quienes lo agreden, a pesar de demandar ayuda y protección a quienes, por la figura que representan, deberían protegerlo -como sus padres, sus profesores, sus superiores-; a pesar de que en su adolescencia hace lo posible por encajar en una sociedad que lo rechaza, hasta rayar en la locura y en la aniquilación de su cuerpo, su cuerpo-casa tremulante, habitada por los vientos venidos del Pacífico y por su deseo contenido en su frágil piel, cáscara agrietada.
Sin embargo, a pesar de todas las vicisitudes violentas que transita Octavio por no ser un hombre en una sociedad machista y homofóbica, las emociones que provoca en el lector La casa de los vientos van de la compasión al enojo, del enojo a la impotencia, de la impotencia al hartazgo porque la personalidad de Octavio tiende a instalarse en el lugar de la víctima -durante un tiempo lo es-hasta el momento en que Jeremy Cansino le espeta las siguientes palabras, cuando tiene 23 años y este continúa autocompadeciéndose lastimosamente: “Mira, flaco, no sé si darte un consejo o agarrarte a cachetadas -Octavio sonrió-. Has tenido una historia jodida pero no muy diferente de la mía o la de cualquier otro maricón en esta ciudad de mierda. ¿Hasta cuándo vas a estar así? En este mundo, nuestro mundo, no existen las hadas ni la magia, no hay padrinos bondadosos ni sociedades secretas que te abren sus puertas para que retoces como una cabra salvaje sobre los prados, y ni cagando eres un unicornio, no, acá tienes que ser valiente y ser tú mismo, tomar las riendas de tu vida y enfrentar lo que venga”.
Con la presentación de Jeremy Cansino, personaje fundamental para que Octavio asuma su homosexualidad, asuma su deseo y busque integrarse a una comunidad, a su comunidad, Rimachi logra su cometido: retratar a los Octavios que existen en el mundo -particularmente en la Latinoamérica aún conservadora del colonialismo religioso- desde su identificación en sus juegos infantiles con las estrellas de las telenovelas mexicanas del momento, pasando por la anorexia nerviosa, la aceptación de su cuerpo afeminado y los excesos sexuales, hasta su vida amorosa en su adultez. Así mismo, con la intensidad que caracteriza su narrativa, Gabriel Rimachi a la mitad de la trama haciendo un giro de 360 grados al melodrama del protagonista y rompiendo con la imagen de marica llorón -como las protagonistas de las telenovelas que ve o las canciones que escucha de la Guzmán- da paso a la vida juvenil de Octavio, recreando la imagen difundida de la comunidad gay en los años 80 y 90: el desenfreno sexual combinado con drogas, la promiscuidad y con ello, las enfermedades como el SIDA. Pero muy al contrario de lo que podría esperarse, Rimachi no concluye la historia del guapo poeta de mamá con la fatalidad invocada por Antonia, sino, avanzando en el tiempo, a principios del siglo XXI, en plena madurez del flaco, retrata el rumbo de los aconteceres de la comunidad gay en el que existe tratamiento para el SIDA, se aprueba el matrimonio igualitario, y con estos pequeños peldaños avanzados en el ámbito de los derechos humanos, vislumbra la posibilidad de ser feliz y de vivir la sexualidad en la diversidad cada vez con menos miedo y mayor libertad.
La casa de los vientos es pues, una novela que testimonia con un realismo despiadado las tribulaciones -inaceptables en nuestros días- que padece Octavio en una ciudad como la limeña pero que bien puede ser otra ciudad latinoamericana -Veracruz, Guanajuato, Morelos en el caso de México- por no comulgar con los preceptos religiosos o morales de una sociedad conservadora; y en la cual Gabriel Rimachi como una forma de atenuar la violencia ejercida sobre Octavio, nos pasea en la ciudad de Lima por sus cafés, sus centros nocturnos, su malecón, sus hoteles, sus calles; va soltando fragmentos de canciones -un distintivo de su narrativa- en torno a las vivencias de los personajes como la de Los Panchos, Franco de Vita, Roberto Blades, la entrañable Alejandra Guzmán -para Octavio- Locomía, Shakira, entre otros; y traza una pincelada del acontecer político social en Perú de los años 80’s a la segunda década del siglo XXI: la presencia emerretista, Sendero Luminoso, Fujimori hasta el destape del alto nivel de explotación y turismo sexual infantil en el Perú de nuestros días, tal como lo hace la periodista Lydia Cacho en su libro Los demonios del edén en el caso de la red de pederastia establecido en México.
Sean estas palabras una invitación a leer La casa de los vientos con ojo sensible y crítico porque Gabriel Rimachi nos coloca en los ojos de un juez -o jueza- que juzga, no a un personaje sino a toda una sociedad maniquea e intolerante a la diversidad sexual.
Magnolia Vázquez Ortiz
Villahermosa, Tabasco, México; 1 de junio del 2024
Una madre
Mi abuela materna se llama Herlinda
Parió doce hijos, entre ellos, quien me parió a mí
Dicen que cuando chamaca faltó a la ley de su tribu
fue exiliada y condenada a vivir en la desgracia
Dice que marchó de su pueblo en carreta
vestida de novia a la tierra prometida por su novio
entre la banda de músicos, el bullicio de la gente
y su corazón iluminado
Dice que así empezó su infelicidad
A mi abuela la conocí montando caballos a tropel
montando a mi abuelo con su poder de mujer
montando a sus hijos con su poder maternal
A mi abuela la conocí muro implacable ante la debilidad
ante la adversidad, ante la fatalidad
a mi abuela la conocí montando a la misma ley.
Hoy la veo yaciente, doblegada por la vida y el tiempo
No puedo dejar de reprochar a los dioses
el alargamiento de su agonía
Mi abuela cumplió su condena ¿Como debe ser?
Exijo, dioses, su pronta absolución.
Hasta tu muerte
¿Quién te hizo tan dura
matriarca absoluta
omnipotente
dueña de la tribu?
¿Quién?
¡Qué hazaña la tuya decidir cómo, cuándo, dónde morir!
Con la ley en tu boca te fuiste
Implacable hasta con tu muerte
Ya no esperas más tributo más disputa más llanto amargo
Ya no
Tu partida libera felicidad
Descansa en paz abuela
aquellos que fuimos somos tuyos
ya lo hacemos.
Destino
Es algo de familia enamorarse de un extranjero
Mi abuela se enamoró de uno, fue desdichada gran parte de su vida
Mi madre se enamoró de otro, dijo «no» y su desdicha duró una parte de su vida
Yo también me enamoré de un extranjero, dije «sí» y soy feliz
En esto del gusto por los extranjeros, la desdicha es cosa del pasado.
De abuelos
Mi abuelo materno se llamó Jesús, nombrado por sus nietos Papachucho. Lo conocí en cálida embriaguez y así se mantuvo hasta su muerte: cantando y bailando, pachita en mano dirigiendo el ritmo de su vida. Su canto, siempre alegre… una india en su chinampa solita se mantenía tejiendo flores… inspiró el nombre para dos de sus tres hijas, Carolina y Magnolia. De él, estoy segura, me viene el gusto por el baile, el canto y el vino.
Mi abuelo paterno se llamó Miguel Roberto, nombrado por mis hermanos y yo, Papabeto. Lo observo leyendo periódicos, callado, con su rostro gris y parco. Se le fue la vida a temprana edad con la cándida y promisoria vida de su hija la mayor, la más alegre, la más vivaz, la más querida (dice mi padre). Al igual que mi Papachucho, la embriaguez fue su estado habitual y de él, sin duda, heredé mi gusto por el silencio y la palabra. Hoy mi padre no es Papatito para sus nietos, mas como abuelo es un punto intermedio entre los míos. Habla, sonríe y calla lo necesario. Como mis abuelos, es cautivo del licor; lo hizo su compañero refrescante en tiempo de sol, y cálida compañía en tiempo de lluvia. Este día descubro que de ellos heredé mi posición de hedonista empedernida.
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MAGNOLIA VÁZQUEZ ORTIZ (Villahermosa, Tabasco, México 1973). Licenciada en Psicología por la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, tiene además estudios de maestría en Literatura Mexicana por la Universidad Nacional Autónoma de México, y Teoría Crítica (17’ Instituto de Estudios Críticos, México). Es Profesora Investigadora de la UJAT y miembro fundador del grupo cultural El Jalón Literario. Ha participado en las Feria del libro de la Universidad Autónoma de Morelos (2019); en la Feria del Libro de Córdoba, Veracruz (2020), y en la Feria Internacional del Libro de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, representando a México (2024). Escribe poesía, ensayo y narrativa. Su poesía y reseñas literarias han sido publicadas en la Revista Signos que edita la Universidad Popular de la Chontalpa, en el periódico digital Águila o Sol, Diario Activo y Punto de Reunión, y en la revista Beyonddimensions. En la revista Cinzontle ha publicado ensayos sobre la identidad del mexicano y sobre lxs zapatistas. Algunos de sus poemas están incluidos en la antología de poesía Siempre me falta algo (UJAT, 2017), y su primer libro en narrativa Ese animal voraz que es la familia (UJAT 2019). La Secretaría de Cultura de Tabasco publicó su primer libro de poesía, Apuntes de una viviente en 2019 y tiene un libro inédito, La consumación del deseo.