Alexánder Buitrago Bolívar (Zipaquirá, Colombia, 1977) es licenciado en Ciencias Religiosas, Especialista en Gerencia Educativa, literato, Magíster en lectura y Escritura, y cursa Maestría en Periodismo. Ha publicado tres libros de poesía: Estación del Fuego (2007), Aprendiz de oficio (2021) y Gato Gramático (2021). Poemas y textos suyos han visto la luz en diversas revistas literarias. Ha obtenido varios reconocimientos literarios: Primer puesto en el II concurso “La memoria de nuestros pueblos”: Homenaje a los estudiantes caídos en soledad". (Año 2013). Mención en poesía el IX concurso Bonaventuriano de Cali. (Año 2013). Mención en poesía en el XXVI concurso de Poesía y Cuento de la Universidad Externado. (Año 2003). Segundo puesto en el XII concurso de poesía Eduardo Carranza. (Año 2014). Mención en poesía en el XI concurso Bonaventuriano de Cali. (Año 2016). Segundo premio internacional de poesía Ediciones Literarte, Buenos Aires, Argentina. (Año 2016). Primer premio VII concurso internacional de poesía “El Parnaso del Nuevo Mundo”, Perú. (Año 2017). Tercera Mención Internacional de poesía “En Honor a la Palabra”, Argentina. (Año 2017). Mención en poesía en el I concurso internacional de narrativa, cuento y poesía “Mil poemas por la paz de Colombia”. (Año 2017). Premio Internacional de Poesía David Mejía Velilla (Año 2017). Mención de honor en el concurso internacional de poesía Paralelo Cero (2024). Actualmente es docente en la Universidad Santo Tomás, Bogotá.
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Dasha
Dasha, en sus juegos felinos,
relámpagos verdes sus pupilas,
ronronea a mi hermano,
lingüista en maullidos,
noches contra la ventana llena de luna.
Oficio doméstico
Su oficio doméstico
fue velar la incertidumbre.
La enfermedad de mamá.
Los gallos de pelea de mi padre.
Hallar al abuelo entre el maizal,
a la sombra de los aromas de agosto.
Las cometas que no volaban en verano.
Aprendieron de memoria a los Visconti,
Vicente Fernández,
Metálica,
Guns and Roses,
y Nirvana.
Ir al baño fue su rutina perruna
Saludar lamiendo manos.
Entristecerse con la lluvia
y disfrutar royendo huesos.
Nerón,
el pequinés de setenta años perrunos
que meneaba el rabo a la cámara fotográfica,
el amigo de juegos en Cogua y
Kanky, el pequeño Beagle
que royó el silencio de la noche atlética
tras el olor de las palabras de mi padre.
Gallos de pelea
Los gallos de pelea de mi padre
hundían sus espuelas de carey
en el pecho emplumado
o en los ojos rivales.
Los gallos de pelea de mi padre,
alharaquientos ante los vecinos,
peluqueados piernas y pescuezo
según estándares internacionales
de las más afamadas
asociaciones gallísticas.
Los gallos de pelea de mi padre,
militar riguroso de voz de aguacero,
ojos azules al reír desde la ventana,
apostador al póker de la vida,
bebedor de noches de bohemia,
los gallos de pelea de mi padre
fueron entrenados para morir en combate.
Nunca para pasearse por la página
picoteando tildes, adjetivos, suspiros.
O cantando la palabra casa para entrar en ella
entre gritos, apuestas elevadas
y alcohol, tras batirse a duelo con la muerte.