Cuento mexicano: Isaac Gasca Mata

Isaac Gasca Mata ha publicado recientemente el volumen de cuentos Genealogía de los infames.

 

 

 

 

 

Isaac​​ Gasca Mata​​ (Puebla, 1990)​​ es​​ Maestro​​ en Literatura Hispanoamericana, con mención​​ Cum Laude, por la BUAP:​​ Maestro​​ en Educación y Aprendizaje y Licenciado​​ en Lingüística y Literatura Hispánica. Es autor de los libros​​ Genealogía de los infames​​ (2024),​​ Teatro cocodrilo​​ (2024),​​ Yo, el maldito​​ (2022),​​ El libro de las personas invisibles​​ (2020),​​ Tristes ratas solas en una ciudad amarga​​ (2019) e​​ Ignacio Padilla; el discurso de los espejos​​ (2016). Fue becario del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico (PECDA) del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes del Estado de Puebla, en el rubro poesía. Laboró en escuelas públicas y privadas de Monterrey, Nuevo León, y Los Cabos, Baja California Sur. Actualmente es docente de Humanidades.

 

 

***

 

Gasca Mata, Isaac. (2024)​​ Genealogía de los infames. México. Ed. Trajín

 

 

FECUNDACIÓN

 

“La vida es un juego monótono en el que solo puedes ganar dos cosas:​​ 

el dolor y la muerte.

¡Dichoso aquél que expiró el mismo día de su nacimiento!

¡Y más dichoso aún el que no ha nacido!”

Omar Khayyam​​ 

 

Día 1

2 de noviembre. Noche fría. Padre penetra a Madre. El semen fluye dentro de Madre como un río tibio y abundante. A las dos de la madrugada el río encuentra su cauce y lo recorre hasta anegarse en una oquedad. Los espermatozoides, yo entre ellos, deslizamos nuestras colas blancas en una carrera de vida o muerte. Un ganador y millones de perdedores; vidas frustradas que serán derrochadas con la orina de la mañana. Los espasmos se interrumpen, Padre termina. Madre cierra las piernas y lo besa. Aquí dentro, en el inmenso recinto del útero, la competencia culmina. Gané. La victoria fue mía, pero no completa. Hay otro óvulo con el que compartiré el vientre. Seremos gemelas.​​ 

Día 4

Los cigotos se forman. Perdí la cola en la entrada del óvulo. Nuestras células se duplican. Primero fui una masa diminuta de registros genéticos compatibles (XX), después fui dos masas diminutas, luego cuatro, luego ocho, dieciséis, treinta y dos, sesenta y cuatro esferas unidas… Me duplico como el ruido de la lluvia. A mi lado ocurre exactamente lo mismo. El cigoto gemelo crece como un reflejo de mi desarrollo. Conforme transcurre el tiempo me percato que ya tengo doscientas cincuenta y seis partes y que la división se prolonga. Continuará así hasta que se formen mis órganos y mi cuerpo adquiera rasgos humanos.

Semana 5

Se integró el hígado, los pulmones y el estómago, pero aún no tenemos ojos, boca, manos, ni piernas. Madre empieza a sospechar que nos formamos en lo profundo de su pelvis. Continúa visitando a Padre con más frecuencia que antes. Supongo que le dolemos, que la agotamos, que le provocamos mareos y vómitos fáciles de identificar pero difíciles de aceptar. Por lo pronto crecemos silenciosas, como un par de piedras que pronto le pesarán. Hermana se desarrolla a un ritmo vertiginoso: pasa noche y día aumentando sus dimensiones y la complejidad del organismo que encarna. El espacio del útero, antes gigantesco, comienza a mermar. Sus paredes se encogen en contraposición a nuestra progresiva evolución.

Semana 10

Tenemos un corazón que bombea sangre y unas raquíticas venas que la distribuyen en nuestros cuerpos. El entorno es oscuro y húmedo. No hay olores. Madre no tiene ninguna marca distintiva. Lo único que reconocemos de ella es el latido de su corazón y por las noches el llanto infalible con el que nos arrulla. Madre llora de felicidad. Todas las noches acaricia su barriga y nos habla. Piensa que aquí adentro solo hay un embrión, un pequeño corazón que palpita al ritmo del suyo. Aún es muy pronto para corroborar cualquier dato, aclara el médico. “Solo sabemos que usted está embarazada”. Nos faltan los oídos y parte del cerebro, pero ya tenemos ojos y boca. Solo queda aguardar.

Semana 14

El vientre de Madre, incapaz de retenernos por más tiempo con el tamaño habitual, se expande. Nuestros cuerpos lo abultan. Ya no somos aquellas piedras inertes pegadas a las paredes del útero. Ahora somos crisálidas. Estamos dentro de sendas bolsas con líquido amniótico. Aprendí a identificar mis manos y a tocarme el rostro con ellas. Me muevo todo el tiempo y Madre celebra mis juegos. Hermana continúa inmóvil, parece un monolito. No abre los ojos, no​​ sonríe ni juega. Quizá tampoco sueña. Únicamente espera. Sé que vive porque su corazón trabaja al ritmo del mío. También siente las caricias de Madre porque su corazón retumba más que el mío cuando nos palpa. Pero no se mueve. Después de todo este tiempo el feto no ha movido un músculo ni emitió ninguna señal de vida salvo las de su corazón activo.

Semana 21

Crecemos. Madre nos alimenta con una línea conectada a nuestro ombligo. A mí me gusta jugar con ella, enredarme las piernas, estirarla, enredarme las manos y tirar de ella para que Madre sienta que estoy viva, esperando conocerla. A Madre le gusta comer gelatinas de limón. Las come a todas horas. Su apetito es insaciable. La ingesta de gelatinas no es suficiente para aminorar su antojo. Me encanta su sabor. Hermana, que bauticé con el sobrenombre de Piedra, parece disfrutarlas tanto como yo. Cuando Madre las come su corazón late fuerte. Por eso sé que a Hermana le gustan las gelatinas tanto como a mí.

Semana 26

Madre se somete a exámenes médicos para dar seguimiento a la salud de sus hijas, pero no quiere hacer ningún estudio que descubra nuestro sexo. Es un secreto. Esperará hasta el último momento para conocer a quienes la abrazamos por dentro. Ya sabe que somos dos. “Espera gemelos, señora”, la felicitó el doctor. Pero ella presiente​​ que algo anda mal. El médico asegura que la salud de las infantes es perfecta, que nuestro desarrollo es óptimo y que el parto será una bendición. Pero Madre continúa angustiada. Siente mis movimientos​​ cuando me estiro, incluso siente mis patadas cuando tengo hambre. Del lado izquierdo todo está bien. Pero el derecho es frío, desigual, hueco, como si Piedra hubiese convertido su lado del vientre en una​​ caverna. Piedra no se mueve, no se queja, no sonríe. Piedra permanece dura.

Semana 30

Falta poco tiempo. Dentro de mes y medio conoceré a Madre. Me arrullará entre sus brazos y dormiré sobre su pecho. Besará mi frente y​​ la amaré hasta que no pueda más. Esa es la buena noticia. La mala es que los doctores detectaron​​ una anomalía en los embriones. Contra todo pronóstico, afirman que el feto del lado derecho, Piedra, se desarrolla sin complicaciones: sus signos vitales no podrían ser mejores y su ritmo cardiaco está en los límites de lo recomendable. El problema soy yo, el pequeño ser de la izquierda. Los médicos detectaron un deterioro súbito en mi estructura ósea. Algún mal congénito arrancó una de mis piernitas del resto de mi cuerpo. Ya estaba formada. Madre sintió su fuerza cuando la estiraba, pero ya no la tengo. No está. Se disolvió en el líquido amniótico. Piedra persevera inmóvil en su posición desde el principio de los tiempos, sin mala noticia o situación que perturbe su reposo. Ni siquiera el llanto de Madre al enterarse conmovió a Piedra. No me gusta oír llorar a Madre. Ella no tiene la culpa. Sin embargo, se reprocha. No le faltaron vitaminas, tomó las pastillas de calcio que los doctores le recetaron junto al ácido fólico, se cuidó durante el embarazo, no hizo corajes ni cargó cosas pesadas, no bebe ni usa drogas. Simplemente perdí mi pierna. Una noche dormí con mi pierna y a la siguiente no estaba. No sentí cuando se seccionó​​ ni qué sucedió. Entre la bruma del líquido y la oscuridad del vientre observé a Piedra y supe que ya no éramos iguales, teníamos una dolorosa diferencia: ella estaba completa.

Semana 31

Madre está inconsolable. Los doctores, siguiendo el buen juicio que les dictó su ética profesional, hicieron un ultrasonido para ver qué ocurría adentro. Lo primero que notaron fue a Piedra inconmovible ante el gel frío que untaron en la barriga de Madre y las descargas acústicas que aplicaron después. Los médicos comprobaron que los signos vitales de Piedra eran idóneos para un producto de su tamaño. Revisaron sus latidos, sus extremidades y alegaron que​​ la falta de movimiento de Piedra se debía a un sueño profundo y no a una enfermedad. Posteriormente me examinaron solo para comprobar con horror que me faltaban ambas piernas. Vieron con lástima mi cuerpo mutilado. Madre fue al hospital porque no percibía movimiento en su barriga y sospechaba que las dos habíamos muerto, pero no era así. Ambas vivíamos: yo la amaba aún más y Piedra continuaba dormida. El corazón de Madre latió a ritmo acelerado. Escuché su grito, su llanto a gritos y sus blasfemias. Escuché a Padre llorar y a los doctores guardar silencio ante la terrible verdad. Me desintegraba. Los pedazos de mi cuerpo desmembrado desaparecían porque de la noche a la mañana algo me los arrancaba y los disolvía. No los encontraron flotando junto a mí. Madre se desmayó de tristeza mientras Padre preguntó si era posible adelantar el parto para evitar que perdiera más miembros. Los doctores convinieron que era una pésima idea porque aplicar el legrado​​ en las condiciones que nos encontrábamos​​ podía desencadenar una tragedia que cobraría tres vidas al precio de una. Padre llora. Abraza a Madre en su lecho matrimonial y le pide que sea fuerte por nosotras, sus hijas. La ama más que nunca.

Semana 34

Mi cuerpo se reduce, desaparece frente a mis ojos. Ya no tengo brazos ni la oreja izquierda. Los doctores me llaman Producto con la misma frialdad con la que yo nombraba a Piedra. Conjeturan que el líquido amniótico actúa sobre mi organismo como ácido. Por eso me desintegro. No me extirpan para no arriesgar la vida de Hermana. Esa sería una solución drástica: sacarme del cuerpo de Madre como si fuera un tumor cancerígeno, una granada de guerra, una bomba de veneno a punto de estallar. Cuando Madre despierta de sus sueños obligados -la mantienen sedada la mayor parte del tiempo- la acaricio con mi cabeza para reconfortarla y ella, al reconocer que soy yo la que se mueve, llora más y​​ pronuncia una serie de palabras que​​ es mejor​​ no repetir. Mientras tanto Piedra permanece inmóvil. Ya abrió los ojos. Pasa la mayor parte de tiempo mirándome con odio. Le sonrío, pero ella no responde. Su indiferencia es total. Ella es Piedra, yo la mutilada, y Madre dormida sueña con amamantarnos cada una refugiada en su respectivo pecho.

Semana 35

Los doctores comprendieron demasiado tarde la causa de mis mutilaciones. Los esfuerzos por atenuar la amputación fueron vanos. Ahora solo soy una cabeza unida a un torso destrozado, con la piel hecha girones y los órganos vitales al descubierto. Sin brazos, sin ojos, pero con un corazón que late fuerte, aferrándose a los últimos instantes de vida. Ignoro si Piedra me observa. Madre duerme las veinticuatro horas del día. Ya no me acaricia. Padre, desesperado hasta el límite de la locura, hace lo imposible para que mis últimos instantes sean dignos de llamarse humanos. Este amasijo de carne, este despilfarro de sangre, este rústico ensayo de vida es lo que soy. Madre, inconsciente, me ve en sueños, como no sean pesadillas. Padre se prometió jamás revelarle la historia completa a mamá para evitar cualquier aversión, rechazo u odio contra Hermana. Él sabe que la causa de mi muerte no es el líquido amniótico. Madre no me alimentó con veneno. Ella no cometió ninguna irresponsabilidad; jamás consumió drogas, tampoco bebió licor durante el periodo de gestación, no tomó anticonceptivos ni pensó desechar el producto de su amor. Este problema es consecuencia de una mala distribución genética. Desde el momento de la concepción mi cigoto se adhirió al cigoto de Piedra. No me percaté. Nadie lo hizo. Nuestro desarrollo marchaba en los parámetros deseados, pero Piedra sintió la falla desde que tuvimos conciencia. Por eso no se movía; aguardaba el momento adecuado para abrir los ojos cuando se sintiera fuerte. Una malformación en el cordón umbilical llevaba el alimento que me correspondía​​ directamente a la bolsa de Piedra. Yo recibía residuos de los nutrientes destinados a ambas, el detrito que Piedra no necesitaba. El desarrollo continuó normal, pero a medida que crecíamos nuestros organismos necesitaban mayor cantidad de proteínas. Piedra tenía apetito voraz. Permaneció inmóvil para aprovechar mejor la energía que llegaba. Se convirtió en un obstáculo que impedía la filtración de mi ración nutrimental. Padre no revelará esta información, bajo ninguna circunstancia, a Madre. Cuando Piedra alcanzó dimensiones normales yo empecé a disminuir mi tamaño, primero, y a perder partes de mi cuerpo después. Piedra absorbía energía de donde podía y empezó a comerme. Me devoró sin tregua. Las piernas que perdí, los brazos, ojos, todo fue comida para mi gemela. Engulle noche y día sin descanso. Ella crece mientras yo muero.​​ 

Falta una semana para el alumbramiento. No veré la luz, no veré el canal de parto ni conoceré la cara de Madre. Piedra me engulló como una boa a un conejo, una hiena a su carroña, un caníbal a su sangre, un tiburón a sus hermanos dentro del vientre. Si acaso quedará mi voz confundida con el llanto pedestre cuando Madre la tenga entre sus brazos.​​ 

Semana 36

​​ 4kg 500g. Cesárea. La niña nació sana. Madre, consumida por la depresión post-parto, no quiere mirarla. Los doctores limpian el útero y se apresuran a sustraer de la manera más digna los restos de carne irreconocibles: un hueso de lo que fue espina dorsal y una parte pequeña de un pulmón junto a otros pedazos que conformaron el cuerpo de un nonato femenino que recibió el lacónico nombre de Ivana. Padre abraza a su hija, le parece hermosa.

 

 

 

 

 

 

Librería

También puedes leer