Poesía colombiana: Santiago Erazo

Leemos poesía colombiana. Leemos algunos poemas de Santiago Erazo (Bogotá, 1993). Es editor de la revista El Malpensante. En 2019 recibió el Premio Nacional de Poesía de la Universidad Externado de Colombia. Ese año publicó su primer libro, Una llaga en el cielo (Tertulia Literaria Gloria Luz Gutiérrez).

 

 

 

 

 

 

 

 

XII

 

Filomena

es necesaria la quietud para realmente recordar

tumbarse
mojarse los pies en la ribera
lograr un máximo reposo
en el que la memoria recoja
toda esta energía anegada​​ 
en los umbrales de la carne

y así llegar al momento en que
de niña
te convencía de arrancarles las plumas​​ 
a las gallinas todavía vivas

pensar lo dulce de ese dolor ajeno
y tu risa que no comprendía
como yo
la necesidad del sufrimiento

sin embargo
hemos llegado a ser siamesas y deformes

mírame ahora
cómo ejercito con mis ojos y la lluvia
lo que la crueldad aún tiene por decirnos

 

 

 

 

 

 

 

 

2

 

Rasgamos esta guitarra:​​ 

este aluvión de huesos microscópicos:​​ 

este relámpago de madera barnizada:​​ 

este tajo fresco de atormentada lluvia y serafín.

 

Y será sin fin la hiedra que envuelve aquel tendón sobre las manos. Veinte dedos y una canción para domesticar cuervos. Es dactiloscopia entre la luz, es tres/cuartos de los ojos mojándose en la rabia táctil de nuestro cuerpo doble. Para qué floresta, le decimos en su oreja nihilista, llenísima de nylon, si ya gotea clorofila esta tiniebla. Si ya con esta música se incendia el bosque detrás de nuestras sombras.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

3

 

Habíamos visto en un sueño,​​ 

entre el agua, el meridiano,

una línea transparente

que inauguraba un equinoccio

dentro de los corales.

Era el comienzo de las formas.

Verás,

aún no sabemos si hay científicos

que lo hayan analizado

pero creemos firmemente

que en el fondo del océano Pacífico

hay algo que divide lo que anda unido por defecto.

Verás,

rezamos fervorosamente por las líneas,​​ 

por esa raya subacuática

que empape todo con separaciones insurrectas.

Qué delicia ver los postes​​ 

desde el bus,

cortar los cables entre ellos

​​ con un tajo de violento parpadeo.

Qué delicia ver las cicatrices de los cuerpos,

las grietas que han sido contagiadas a sus pieles

los trayectos que han esbozado con fuerza traslúcida las puntas​​ 

inciertas y metálicas, dueñas del desierto en el que el fin se sabe

por absolutamente claras y definitorias vías de escape hacia los bordes del

​​ viento. Ese viento que en un punto trae el espíritu de lo taxonómico,

un viento que sopla con fuerza cataloguizante,​​ 

como una sangre aérea​​ 

que alimenta las venas de lo divisible;

una sola línea clara

que diferencia a los unos de los ceros,

que nos dice:

el límite de las cosas es dictado desde arriba.

Hermosas separaciones​​ 

sin que lleguen hasta aquí dentro del cuerpo,

sin que llegue el doctor que nos diga:

muchachas

hemos encontrado esta vacuna que previene los aglutinaciones,

esta jeringa​​ 

con una sustancia extraída

de la carne azul del meridiano.

Relajen así su cuerpo,

respiren profundo,

cuenten hasta 10,

hasta que en ese 10 del perineo

el 1 sea 1

y el 0 sea 0.

 

 

 

 

 

 

 

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