Poesía nicaragüense: Gema Santamaría

La poeta nicaragüense Gema Santamaría (Managua, 1979) ha publicado el poemario Breves incendios (Quiebraplata, 2024). El libro gira en torno a la idea del "relato de la herida como archivo". Quiebraplata es una editorial que han creado los poetas Enrique Delgadillo Lacayo y Carlos M. Castro.

 

 

 

 

 

 

 

Gema​​ Santamaría​​ (Managua,​​ 1979) es autora de los poemarios​​ Piel de Poesía​​ (400 Elefantes-Opción, 2002),​​ Antídoto para una mujer trágica​​ (Mezcalero Brothers, 2007) y​​ Transversa​​ (Proyecto Literal, 2009).​​ Coeditó, junto a las poetas Lauri García Dueñas y Jocelyn Pantoja, la antología​​ Apresurada cicatriz: Instantáneas de poesía centroamericana​​ (Proyecto Literal, 2013). Como académica ha merecido diversos reconocimientos, destacando entre los más recientes sendas menciones honoríficas en el premio al mejor libro en las ciencias sociales de la Asociación de Estudios Latinoamericanos (México) y en el premio María Elena Martínez de la Conferencia de Historia Latinoamericana (clah) por su libro​​ In the Vortex of Violence: Lynching, Extralegal Justice, and the State in Post-Revolutionary Mexico​​ (University of California Press, 2020), publicado en español por Grano de Sal en 2023. Se ha desempeñado como investigadora y profesora universitaria de tiempo completo en Ciudad de México, Chicago y Washington, dc.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

rómpase en caso de incendio

 

y a mí qué más me da si me queman las lenguas, las malas lenguas del terror-martillo de los diarios. me han sacado moretones azul-sangre, rojo-lágrima y me he quedado dándole vueltas a un café con harta leche. no tengo seguro de vidas contra este tipo de incendios que abren su boca explosiva cuando se asesina a una mujer en tacones y lentejuelas. este fuego que se escribe en la última hora de los diarios de Madrid se llama miedo, se escribe muerte, se escurre la palabra: a pri sio na da.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

te he de decir que me extingo. que alzo la mano desde el asiento trasero para que no pase sin mí la próxima estación. que la sal me pica por las noches y me hago una piedra verde, brillando sobre la almohada como sobre el árbol duerme el reptil. que se me ha ido olvidando el llanto, su ladrido desesperado dejando escaleras por mi garganta. que me crecen gritos como pequeñas arañas de patas neuróticas, pero mi boca, cosida-cruzada-cerrada, no los deja salir. que desayuno rutinas y me invento relojes de arena por los cuales me dejo caer como​​ marioneta descalza. que colecciono espejos quebrados para verme rota, mujer rota, mujeres rotas como las de Simone. que duermo con las ventanas cerradas, la sábana en alto y el olor de algún libro que nunca acabé de leer. te he de decir que me voy poniendo triste. me extingo, me extingo. pero he perdido las ganas, la destreza, para poderme doler.

 

 

 

 

 

 

 

 

Entrevista a una experta en violencia

 

Así que díganos,​​ 

¿de qué color es la herida que resulta de un golpe a puño cerrado​​ 

precedido por el enojo (también cerrado)​​ 

del otro que se avecina y se lanza contra el cuerpo de aquel​​ 

que de ahora en adelante ocupa la categoría científica de “víctima”?

 

​​ ¿Cuál es el ritmo de la respiración?​​ 

¿A qué sabe la saliva cuando el cuerpo siente el miedo​​ 

subírsele a la garganta como una fiera adolorida?​​ 

Será cierto que la boca se pone agria y un tanto seca y un​​ 

poco tensa al punto de volverse un temblor involuntario.​​ 

 

¿Y los ojos?​​ 

¿Qué hacen los ojos ante el golpe?​​ 

Se cierran o más bien se dilatan,​​ 

queriendo quedarse quietos y abiertos​​ 

como para escapar la pesadilla que no puede ser abandonada​​ 

puesto que no hubo ni habrá sueño.​​ 

Todo es un día que se muerde la cola y no inicia ni termina,​​ 

pero solo da vueltas y vueltas y vueltas​​ 

y aquello que se revuelca en el centro más duro​​ 

de esas volteretas​​ 

es la persona misma diciendo para sí: abre los ojos.​​ 

¿Y las rodillas?​​ 

¿Cierto que pierden su firmeza​​ 

que el hueso deja de ser una piedra de complejo mecanismo​​ 

para volverse suave, torpe y llenarse toda de agua,​​ 

que las piernas se convierten en cuatro músculos​​ 

desesperados, extraviados:​​ 

el sostén del cuerpo vuelto una suave y líquida cobardía?​​ 

 

¿Y el estómago?​​ 

¿Cuánto tarda en revolverse,​​ 

en convertirse en un espasmo,​​ 

en una sola náusea?​​ 

 

¿Y cuál es el sonido que nace del dolor, físico e inescapable,​​ 

de aquel que ha sentido el calor de una herida en la cara,​​ 

en las mejillas,​​ 

cuál, la urgencia que transmite?​​ 

 

Así es que díganos:​​ 

a qué huele la muerte​​ 

cuánto pesa la muerte​​ 

dónde se escribe muerte​​ 

dónde se entiende muerte.​​ 

 

¿Cómo es que se llamará su próximo artículo?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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