LA DESTREZA
Dispraxia
Mi naturaleza torpe
guarda el secreto de la valentía:
la destreza que implica
dejarse caer
confundir vértigo
con carcajada.
GOTERAS
Alexitimia
la mancha en la pared
por encima del revoque inconcluso
Gotea la canilla que tampoco alcanzo a reparar
en la mesada
la angustia bélica
de mis afectos sobre los días.
Plac
plac
plac, la presión
se acumula en el tanque
a punto de rebalsar;
pero no todo
contratiempo es disonancia:
quizá hoy sea ese día
en que al salir al jardín
una franja de resolana
se pose en esa esquina
cubierta de yuyo
y titile
en el rabillo del ojo
el pasmo:
habré encontrado la llave
para drenar el pecho.
Figura de origami: Caja sensorial redonda
Voy a plegar este poema
minuciosa y repetidamente, acariciando
sus límites hacia un centro posible.
Esta caja será
en los ojos de muchos
otro hueco
nimio por llenar;
pero su reborde,
contenedor, aunque sinuoso
mantendrá a salvo
ante el bullicio de estos días,
cinco tesoros que protejo:
silencio
en la complicidad
de suceder
junto a todo lo que sucede
a través de mí
aire en la mente
para que el tiempo
se imprima en mis ojos
con la sutileza
que asoma el revés de las cosas
espacio
bajo nubes
que adivinen mis formas
y las nombren
quietud
frente a un reflejo
que multiplique mis preguntas
una soledad
alimonada y serena,
como un instante
de presencia sin más.
Meltdown y el árbol de mi patio
8AM
Amanecí junto al árbol
sus ramas desperezadas. Lo miro
anhelo ser suave
melodía que murmura
sencilla
como el haz que recubre
el borde dorado
de todas las cosas.
7PM
No distingo su faz ¿es hambre o sombra?
Once hileras de filosos dientes me amenazan.
Desgarrarán mis ojos
si lo miro demasiado. Desearía tiznarme
con polvo astilloso de sus raíces.
Y volverme noche.
Y desaparecer.
10PM
Solo puedo imaginar al árbol.
Mis párpados pesan
como dos bolsas de tiempo.
Oigo la voz de mi madre
y no puedo responder,
tengo la boca llena de arena.
Sostendría su mano
si supiera dónde están mis dedos:
no soy más
que un jamais vu.
4AM
Mientras el alba grafita sus brazos
sobre un cielo abandonado,
el viento se abalanza,
las hojas temblorosas
se esconden.
Siento con ellas el frío ¡me duelen los huesos!
Desearía abrazarlo con mis palmas húmedas,
enterrar en su tronco
una canción de cuna.
9AM
Sigue esperando detrás del vidrio,
sus hojas tendidas
como ropa que recién se lavó.
La lluvia lo empuja, se balancea
en danza resiliente.
Como él
soy vientre en zozobra o remanso.
Nada me quita
la belleza de habitar
el cuerpo que me fue dado.
El ejercicio de habitar un cuerpo de mujer y autista
Crecer es habituarse
a jugar a las escondidas
de a una.
La decisión de esconderse
pocas veces lo es,
diminuta parte visible
de un aprendizaje involuntario;
la convicción de salir a la búsqueda
camino al espejo es
un desaprendizaje voluntario
y el regreso al lugar de origen
mientras la otra aún cuenta,
el triunfo en una batalla
tan incoherente como necesaria:
la conquista de un cuerpo que es propio.
Crecer es habitarse,
casa y desierto el mismo tejido. Órgano extenso
de historias, nuestras y prestadas,
cicatrices que nos “dejan
aprendizajes” vueltos hábito
vueltos hábitat.
¿Cómo frenar
lo que se hace instintivo
si el operador de su maquinaria
es un sonámbulo herido?
Bello sería
tener una respuesta, o al menos
la palabra precisa, cuyo brillo
en la punta de la lengua
aclarara un camino.
Estamos, mujeres autistas
en el borde de aquella vereda,
donde, con los pies plantados
en adoquines plenos de luz
descansaríamos en la tranquilidad
de ser un hogar perdurable.
Por eso
aunque nuestros pies hoy
solo atisben esa línea, no desoigo
el tierno placer que se asoma
desde la humildad
de esta incertidumbre compartida.
Estamos acá, pensando juntas
se escribe el poema.