Susana Slednew (Buenos Aires, 1958). Poeta y docente. Fue becada en dos ocasiones por el Fondo Nacional de las Artes. Recientemente, actuó como colaboradora en el Primer Coloquio de Poesía desde Mendoza (UnCuyo); es jurado en concursos de poesía; invitada en numerosos Festivales de poesía nacionales, latinoamericanos e internacionales. Sus obras en poesía: Los bordes del azar (2017, Ediciones en Danza); Lavar la vida (2018, Ediciones en Danza); Mapa oscuro (2019, Ediciones del Dock); Porcelana rota -premio poesía del Fondo Editorial Pampeano- (2020, FEP); Poéticas del movimiento – finalista del Premio Nacional Inés Manzano- (2022, Ediciones en Danza); Gramática del viento -entre las cinco obras finalistas del Concurso Internacional Poesía Paralelo Cero 2023, de Ecuador- (2024, El Suri Porfiado); tiene dos libros inéditos.
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Mi apellido
trae aquel viento del lodo siberiano
y me devuelve al viento.
Yo regreso a esa casa
cada vez que el viento aspira,
toda vez que el lodo cede y cruza la enormidad
para besarme en su letra,
las bocas
en las que fuera nombrado sobre el mapa.
Sopla el partir, jadea.
Algo exhala en su escultura, la letra,
como si soplara delante de un caballo
errado en latitudes.
Algo murmura y en su andar lo dice.
Secretos trae para mí:
hija del viento, dá,
heredera de un soplo,
ták.
Del viento traigo yo
la actitud de quien se ha ido, ni,
para nacer cada vez detrás de los paisajes.
La actitud de negar lo que ha sido, níet.
Porque qué otra es esta letra extraña:
la uu de los eslavos al fin del apellido,
al fondo del paladar bufando.
Qué otro es esta letra extraña
sino el aire que de un lado nos echa,
que del otro nos llama.
Y es su letra cada vez, la voladura:
a mi apellido lo corona el viento
de los antiguos tártaros.
Yo creo recordar el viento como un ruách divino.
Sopla sobre el úkraíj,
sobre ese lugar de la eterna frontera.
Del Rúss de Kiev hasta la tierra del Plata,
la argéntum llana del sur.
Yo creo recordar
lo que trae este susurro desde la lejanía.
Lo irregular del viento con que danzó hasta el hoy.
Los dones del aire
que desplaza este nombre propio,
a veces ausente del sí mismo,
callado y quieto para serle.
Mujer vela, así soy.
Ser de ala que espera murmullo para moverse.
Yo creo recordar
así también las turbulencias,
la furia que devasta.
Las tengo como un hábito de tristezas
y no entiendo cuándo
llegaron por mí.
En los ojos blancos de la nieve, buscar,
como una táj volando hacia el Mar Negro
hasta hallar rastro del silencio que todo lo abre en dos.
Porque a nosotros
se nos han muerto de amor y hemos callado.
Hemos hecho tíshá.
Se nos han muerto de dolor y hemos fallado.
Hemos hecho tíshá.
Hemos terminado solos tantas veces
que podríamos ya ser
símbolo de errática, de viento, sí.
Y seré silencio también yo,
porque qué otra cosa traen estos poemas
sino sólo indicio de un idioma escandido.
Qué otro es este decir
sino la misma taj que trae sus notas de amor.
Breves plumas que caen sobre el poema.
Las plumas de una mélankólik táj,
una melancólica táj,
que, para el poema,
ha atravesado el mar.
Y si todo es viento, viento,
ambiente volado y desvariado por donde cuela el aire,
por donde frío es, hiriente, herido.
Si todo rellena el vacío, el mío, el mío.
Y si todo es velocidad, escala en el ala, ala en la escala,
que baja, sube, baja.
Masa de aire en la región más azul.
Si todo es viento, constancia, viento,
partícula de estrella volada
a la palma de la mano, volada
a la palma abierta
del necesitado corazón. No sé.
No sé.