Palabras que el micelio repite en mi cabeza de Ana Corvera

Francisco Trejo reseña Palabras que el micelio repite en mi cabeza, (Espina Dorsal, 2024), nuevo libro de Ana Corvera (Zacatecas, 1984). En 2022, Corvera publicó con El ángel editor No volverse agua.

 

 

 

La sustancia de todo.​​ 

Una lectura de​​ Palabras que el micelio repite en mi cabeza

 

Todo jardín tiene​​ su​​ verde y su contrario. Una​​ pisada en el césped​​ estimula​​ un sótano de​​ cuerpos​​ que se desarrollan en lo​​ subrepticio.​​ Podríamos decir que un jardín, necesariamente, tiene un universo alterno, que es otro jardín en sí mismo;​​ un jardín con​​ un​​ lenguaje​​ “inclinado ante el reino de los grises y los negros”.1​​ Ana Corvera, en su más reciente libro, publicado por Espina Dorsal,​​ toca enseguida, desde el título, esta veta​​ de opacos:​​ Palabras que el micelio repite en mi cabeza.​​ 

Si la palabra “jardín” remite a las estancias paradisiacas, es​​ necesario precisar​​ que el jardín de esta poeta zacatecana está más relacionado con la sustancia restauradora; es decir, con el fungi, el callado y misterioso lugar donde todo lo muerto se reintegra. La alegoría es compleja, pero adquiere​​ grandes dimensiones interpretativas,​​ a medida que​​ se​​ toca​​ la tierra de fermentos​​ en este libro. El micelio​​ simboliza​​ las neuronas humanas, que juegan un papel crucial en la proyección de la memoria​​ y​​ las tareas cognitivas, la expresión de la personalidad​​ y​​ la toma de decisiones, entre otros aspectos​​ de importancia para la madurez​​ del ser humano. A propósito, se lee a la entrada del jardín de Corvera: “Las hifas neuronales nos aceleran el alma, nos conducen al vértigo del hambre y de la sed”.2

 Los jardines​​ y el individuo, de este modo, son dos conceptos que nos remiten a otro, tan antiguo como la propia​​ sociedad: la familia.​​ Este plexus natural conecta el pasado con el presente y proyecta un futuro a partir de la resolución del​​ recuento latente.​​ La voz lírica de la también autora de​​ No volverse​​ agua​​ (El Ángel Editor, 2022) es​​ la de una mujer​​ que invoca escenas de​​ la​​ niñez, mientras​​ medita​​ en​​ una​​ semántica del subsuelo.​​ Fascina advertir que los hongos estén tan relacionados con los rituales de la expresión, como ocurre con los dogon, grupo étnico de la región central de Malí, quienes frotan la corteza de sus tambores con polvo de hongos carbonizados para “darles voz”.​​ 

El polvo de hongos, en Corvera, se frota en​​ los cueros​​ del pasado y se​​ dota de​​ voz a la poesía, tambor que suena desde lo más íntimo, entre la carne y el espíritu, encaminado a una epistemología de la experiencia.​​ El jardín, a fin de cuentas,​​ también es​​ símbolo de conocimiento.​​ 

Dividido en cinco apartados,​​ el libro de poemas construye un tratado de opuestos, entre los que sobresalen los gemelos de la fealdad-belleza, el silencio-ruido y el oscuro-luz.​​ No por ello existe en sus páginas la predilección por una sóla cara de la moneda al aire, sino el vínculo de ambas divisas en un equilibrio cósmico. Si la experiencia es conocimiento, se acepta la realidad del ansia, la desesperación y los traumas, para tocar el mundo en su totalidad, desde un mismo punto del jardín emocional.​​ 

Se advierte, eso sí, un camino entre dichos opuestos, para la marcada evolución de la voz lírica, siempre hacia el discernimiento del ser. Un par de ejemplos para​​ observar​​ este cambio se cita a continuación:

 

 

Sobreviviente

 

No creí sobrevivir.

 

Las plantas de mis padres​​ 

fueron alimentadas en lugares dispersos.

Sus brazos  hifas

convertidas en ramas

duras como las raíces de los hongos​​ 

que se expanden encima de sus padres.

 

Una ofensa tras otra:​​ 

gritos que ensordecen.

Una lágrima tras otra.

 

Esa noche mis padres​​ 

discutieron hasta el amanecer​​ 

y su indiferencia me obligó al silencio.

 

Soy una imagen al fondo:

 

tengo cinco años;

lloro y me consuelo​​ 

en mi propio regazo.3

 

 

En el texto se comunica un recuerdo de la infancia, específico, en medio de la violencia de los padres, yendo al fondo del asunto, por lo psicológico y lo cultural. El silencio, en este caso, es la verdad que no se ve en​​ el​​ preciso instante de la revuelta. Es el silencio la poesía, ese lenguaje de la mujer que escruta su propia herida.​​ 

Sin embargo, la misma voz se levanta con​​ ese otro lenguaje que nadie escucha:

 

 

 

 

Adelante

 

Después de treinta años

supe

que la mirada de los otros​​ 

desconoce la historia

almacenada​​ 

en mi nervio óptico

 

en cada uno​​ 

de mis lóbulos.

 

Nadie sabe lo que ocurre​​ 

en mediode mi cráneo

 

ni cómo una manchaazul

devoró gran parte

de mi vida.

 

Los médicos fueron generosos:

agregaron colores

a los grises​​ 

en el jardín​​ 

de mi cerebro.

 

Hay maneras​​ 

de redirigirel agua mala

  cerrar las cicatrices.

 

Mirar haciaadelante

para reconstruirsea partir

 

de un secretoa voces.

 

Pocos se dan cuenta

y lo aprovechan:

 

adelante

es por todas partes

 

a donde mires

es

 

hacia adelante.4

 

 

La​​ conciencia del paso del tiempo se manifiesta al inicio del texto, igual que la admisión de entender a los demás. Hay colores, otorgados por médicos, en lo que antes fue el espacio de grises, dentro del cerebro. Luego de una instrospección, sólo queda una vista hacia adelante, el futuro prometedor de los organismos, en el jardín intrínseco​​ de las​​ cicatrices.​​ 

Esta obra​​ de Corvera​​ nos recuerda, una vez más, que la poesía, entre otras cosas, trata acerca del ser humano y su estrecha relación con la naturaleza.​​ La preocupación por el funcionamiento del cerebro, y el traslado del tema​​ a la esencia​​ silenciosa del micelio, hacen de​​ este jardín literario​​ un​​ ejercicio​​ genuino, con el potencial para abrir nuevos​​ paradigmas.​​ Aquí, la​​ trama de elementos se consolida, finalmente, para la proyección de una realidad afectiva que deviene en saberes de la vida,​​ semejante a​​ la materia que ha caído en​​ la tierra para​​ restituirse​​ con​​ la sustancia de todo:​​ una verdad inherente a las cosas, como la​​ poesía: “Las palabras / del lenguaje / que aprendí / abren / un túnel / hacia / l a ​​ d e s a p a r i c i ó n”.5

 

 

 

 

***

 

 

Poemas de​​ Palabras que el micelio repite en mi cabeza

 

 

 

La ansiedad es sobrepensamiento.

 

Es esto lo que pasa en nuestro cráneo cuando una idea real crea lazos con hermanas falsas: el micelio sobre una cama azul despierta y lanza humo: contrafuegos al tálamo, hipotálamo e hipocampo.

 

Las hifas neurales nos aceleran el alma, nos conducen al vértigo del hambre y de la sed.

 

Un jardín de setas adhiere a nuestra conjuntiva el velo del insomnio y el cuerpo entero inclinado ante el reino de los grises y los negros que conquistó nuestra corteza.

 

El oxígeno completo fue secuestrado por una amígdala desde la infancia.

 

 

 

 

 

 

 

Recordatorio

 

Imagino cuando Caín mató a su hermano​​ 

bajo la mirada de un dios amenazante:

 

«No morirás, te pondré una señal. Vestirás ahora como el anhelo de los buitres».

 

Dijeron que fue con un cuerno​​ 

en medio de las cejas.

 

Quienes traficaron con la talla​​ 

y los músculos de los esclavos

aseguraron que la señal era el color oscuro.

 

Un recordatorio en la epidermis:​​ 

un significado del peligro​​ 

para las demás generaciones.

 

 

 

 

 

 

 

 

Igual a los hongos, nuestro cerebro tiene tallo, poros, láminas, estrías.

 

Nadie sospecha la clase de palabras que repite el micelio neuronal dentro del cráneo. Pulsos. Impulsos. Flujo sanguíneo que conecta axones y dendritas.

 

La cabeza de los niños es como una esponja, aprehende las traiciones y rechazos que se ejercen inconscientemente.

 

En la parte más ingenua del tallo se esconde un lugar azul que puede mancharlo todo.

 

Pulsos. Impulsos. Locus cerúleo. Flujo sanguíneo que conecta axones y dendritas.

 

Un grupo de células índigo dispara ácido hacia las partes del jardín de mi cerebro

que pudieron ser verdes.

 

 

 

 

 

 

 

No tocar

 

No puedes tocar la vida​​ 

dentro

del jardín en tu cabeza​​ 

y afrontas que una sílaba mal dicha​​ 

podría romper tu corazón.

 

Infarto agudo al miocardio​​ 

como el que tuvo mi abuelo.

 

No soy inmune, lo sé​​ 

a lo que sucede mientras los demás​​ 

tienen los ojos cerrados.

 

 

 

 

 

 

***

 

 

Francisco Trejo (Ciudad de México, 1987).​​ Poeta, ensayista, investigador y editor. Maestro en Literatura Mexicana Contemporánea por la UAM y licenciado en Creación Literaria por la UACM. Autor de​​ Esdrújulo monstruo, animal de lágrima en sus ojos amarillos​​ (2022),​​ Derrotas. Conversaciones con cuatro poetas del exilio latinoamericano en México​​ (2019),​​ Penélope frente al reloj​​ (2019/2021),​​ Balada con dientes para dormir a las muñecas (2018), De cómo las aves pronuncian su dalia frente al cardo (2018/2021), Canción de la tijera en el ovillo (2017/2020),​​ El tábano canta en los hoteles (2015), La cobija de Ares (2013) y Rosaleda (2012). Una muestra de su obra está incluida en​​ Carta deshecha en el mar del remitente​​ (2021),​​ Sumario de los ciegos (Antología personal)​​ (2020),​​ Epigramas inscritos en el corazón de los hoteles (2017) y Antología general de la poesía mexicana. Poesía del México actual. De la segunda mitad del siglo XX a nuestros días (2014). Entre otros reconocimientos, obtuvo el VIII Premio Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano 2012, el XIII Premio Internacional Bonaventuriano de Poesía 2017, el VI Premio Internacional de Poesía Paralelo Cero 2019, el segundo lugar de los International Latino Book Awards 2020 y el XIV Premio de Poesía Editorial Praxis 2021.​​ 

 

 

1

​​ Ana Corvera,​​ Palabras que el micelio repite en mi cabeza, México, Espina Dorsal, 2024, p. 9.​​ 

2

​​ Id.

3

​​ Ibid.,​​ p. 42.

4

​​ Ibid.,​​ p. 54.​​ 

5

​​ Ibid.,​​ p. 46.

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