La sustancia de todo.
Una lectura de Palabras que el micelio repite en mi cabeza
Todo jardín tiene su verde y su contrario. Una pisada en el césped estimula un sótano de cuerpos que se desarrollan en lo subrepticio. Podríamos decir que un jardín, necesariamente, tiene un universo alterno, que es otro jardín en sí mismo; un jardín con un lenguaje “inclinado ante el reino de los grises y los negros”.1 Ana Corvera, en su más reciente libro, publicado por Espina Dorsal, toca enseguida, desde el título, esta veta de opacos: Palabras que el micelio repite en mi cabeza.
Si la palabra “jardín” remite a las estancias paradisiacas, es necesario precisar que el jardín de esta poeta zacatecana está más relacionado con la sustancia restauradora; es decir, con el fungi, el callado y misterioso lugar donde todo lo muerto se reintegra. La alegoría es compleja, pero adquiere grandes dimensiones interpretativas, a medida que se toca la tierra de fermentos en este libro. El micelio simboliza las neuronas humanas, que juegan un papel crucial en la proyección de la memoria y las tareas cognitivas, la expresión de la personalidad y la toma de decisiones, entre otros aspectos de importancia para la madurez del ser humano. A propósito, se lee a la entrada del jardín de Corvera: “Las hifas neuronales nos aceleran el alma, nos conducen al vértigo del hambre y de la sed”.2
Los jardines y el individuo, de este modo, son dos conceptos que nos remiten a otro, tan antiguo como la propia sociedad: la familia. Este plexus natural conecta el pasado con el presente y proyecta un futuro a partir de la resolución del recuento latente. La voz lírica de la también autora de No volverse agua (El Ángel Editor, 2022) es la de una mujer que invoca escenas de la niñez, mientras medita en una semántica del subsuelo. Fascina advertir que los hongos estén tan relacionados con los rituales de la expresión, como ocurre con los dogon, grupo étnico de la región central de Malí, quienes frotan la corteza de sus tambores con polvo de hongos carbonizados para “darles voz”.
El polvo de hongos, en Corvera, se frota en los cueros del pasado y se dota de voz a la poesía, tambor que suena desde lo más íntimo, entre la carne y el espíritu, encaminado a una epistemología de la experiencia. El jardín, a fin de cuentas, también es símbolo de conocimiento.
Dividido en cinco apartados, el libro de poemas construye un tratado de opuestos, entre los que sobresalen los gemelos de la fealdad-belleza, el silencio-ruido y el oscuro-luz. No por ello existe en sus páginas la predilección por una sóla cara de la moneda al aire, sino el vínculo de ambas divisas en un equilibrio cósmico. Si la experiencia es conocimiento, se acepta la realidad del ansia, la desesperación y los traumas, para tocar el mundo en su totalidad, desde un mismo punto del jardín emocional.
Se advierte, eso sí, un camino entre dichos opuestos, para la marcada evolución de la voz lírica, siempre hacia el discernimiento del ser. Un par de ejemplos para observar este cambio se cita a continuación:
Sobreviviente
No creí sobrevivir.
Las plantas de mis padres
fueron alimentadas en lugares dispersos.
Sus brazos hifas
convertidas en ramas
duras como las raíces de los hongos
que se expanden encima de sus padres.
Una ofensa tras otra:
gritos que ensordecen.
Una lágrima tras otra.
Esa noche mis padres
discutieron hasta el amanecer
y su indiferencia me obligó al silencio.
Soy una imagen al fondo:
tengo cinco años;
lloro y me consuelo
en mi propio regazo.3
En el texto se comunica un recuerdo de la infancia, específico, en medio de la violencia de los padres, yendo al fondo del asunto, por lo psicológico y lo cultural. El silencio, en este caso, es la verdad que no se ve en el preciso instante de la revuelta. Es el silencio la poesía, ese lenguaje de la mujer que escruta su propia herida.
Sin embargo, la misma voz se levanta con ese otro lenguaje que nadie escucha:
Adelante
Después de treinta años
supe
que la mirada de los otros
desconoce la historia
almacenada
en mi nervio óptico
en cada uno
de mis lóbulos.
Nadie sabe lo que ocurre
en medio de mi cráneo
ni cómo una mancha azul
devoró gran parte
de mi vida.
Los médicos fueron generosos:
agregaron colores
a los grises
en el jardín
de mi cerebro.
Hay maneras
de redirigir el agua mala
cerrar las cicatrices.
Mirar hacia adelante
para reconstruirse a partir
de un secreto a voces.
Pocos se dan cuenta
y lo aprovechan:
adelante
es por todas partes
a donde mires
es
hacia adelante.4
La conciencia del paso del tiempo se manifiesta al inicio del texto, igual que la admisión de entender a los demás. Hay colores, otorgados por médicos, en lo que antes fue el espacio de grises, dentro del cerebro. Luego de una instrospección, sólo queda una vista hacia adelante, el futuro prometedor de los organismos, en el jardín intrínseco de las cicatrices.
Esta obra de Corvera nos recuerda, una vez más, que la poesía, entre otras cosas, trata acerca del ser humano y su estrecha relación con la naturaleza. La preocupación por el funcionamiento del cerebro, y el traslado del tema a la esencia silenciosa del micelio, hacen de este jardín literario un ejercicio genuino, con el potencial para abrir nuevos paradigmas. Aquí, la trama de elementos se consolida, finalmente, para la proyección de una realidad afectiva que deviene en saberes de la vida, semejante a la materia que ha caído en la tierra para restituirse con la sustancia de todo: una verdad inherente a las cosas, como la poesía: “Las palabras / del lenguaje / que aprendí / abren / un túnel / hacia / l a d e s a p a r i c i ó n”.5
***
Poemas de Palabras que el micelio repite en mi cabeza
La ansiedad es sobrepensamiento.
Es esto lo que pasa en nuestro cráneo cuando una idea real crea lazos con hermanas falsas: el micelio sobre una cama azul despierta y lanza humo: contrafuegos al tálamo, hipotálamo e hipocampo.
Las hifas neurales nos aceleran el alma, nos conducen al vértigo del hambre y de la sed.
Un jardín de setas adhiere a nuestra conjuntiva el velo del insomnio y el cuerpo entero inclinado ante el reino de los grises y los negros que conquistó nuestra corteza.
El oxígeno completo fue secuestrado por una amígdala desde la infancia.
Recordatorio
Imagino cuando Caín mató a su hermano
bajo la mirada de un dios amenazante:
«No morirás, te pondré una señal. Vestirás ahora como el anhelo de los buitres».
Dijeron que fue con un cuerno
en medio de las cejas.
Quienes traficaron con la talla
y los músculos de los esclavos
aseguraron que la señal era el color oscuro.
Un recordatorio en la epidermis:
un significado del peligro
para las demás generaciones.
Igual a los hongos, nuestro cerebro tiene tallo, poros, láminas, estrías.
Nadie sospecha la clase de palabras que repite el micelio neuronal dentro del cráneo. Pulsos. Impulsos. Flujo sanguíneo que conecta axones y dendritas.
La cabeza de los niños es como una esponja, aprehende las traiciones y rechazos que se ejercen inconscientemente.
En la parte más ingenua del tallo se esconde un lugar azul que puede mancharlo todo.
Pulsos. Impulsos. Locus cerúleo. Flujo sanguíneo que conecta axones y dendritas.
Un grupo de células índigo dispara ácido hacia las partes del jardín de mi cerebro
que pudieron ser verdes.
No tocar
No puedes tocar la vida
dentro
del jardín en tu cabeza
y afrontas que una sílaba mal dicha
podría romper tu corazón.
Infarto agudo al miocardio
como el que tuvo mi abuelo.
No soy inmune, lo sé
a lo que sucede mientras los demás
tienen los ojos cerrados.
***
Francisco Trejo (Ciudad de México, 1987). Poeta, ensayista, investigador y editor. Maestro en Literatura Mexicana Contemporánea por la UAM y licenciado en Creación Literaria por la UACM. Autor de Esdrújulo monstruo, animal de lágrima en sus ojos amarillos (2022), Derrotas. Conversaciones con cuatro poetas del exilio latinoamericano en México (2019), Penélope frente al reloj (2019/2021), Balada con dientes para dormir a las muñecas (2018), De cómo las aves pronuncian su dalia frente al cardo (2018/2021), Canción de la tijera en el ovillo (2017/2020), El tábano canta en los hoteles (2015), La cobija de Ares (2013) y Rosaleda (2012). Una muestra de su obra está incluida en Carta deshecha en el mar del remitente (2021), Sumario de los ciegos (Antología personal) (2020), Epigramas inscritos en el corazón de los hoteles (2017) y Antología general de la poesía mexicana. Poesía del México actual. De la segunda mitad del siglo XX a nuestros días (2014). Entre otros reconocimientos, obtuvo el VIII Premio Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano 2012, el XIII Premio Internacional Bonaventuriano de Poesía 2017, el VI Premio Internacional de Poesía Paralelo Cero 2019, el segundo lugar de los International Latino Book Awards 2020 y el XIV Premio de Poesía Editorial Praxis 2021.
Ana Corvera, Palabras que el micelio repite en mi cabeza, México, Espina Dorsal, 2024, p. 9.
Id.
Ibid., p. 42.
Ibid., p. 54.
Ibid., p. 46.